La Mentira de la Conexión Mental: La Cruel Decepción del Amor
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Capítulo 5

Cuando Sofía se despertó, lo primero que vio fue a Damián. Estaba dormido en la silla junto a su cama de hospital, con la cabeza caída sobre el pecho. Parecía agotado. Tenía ojeras oscuras y su traje, habitualmente impecable, estaba arrugado.

Por un momento, un destello de la vieja esperanza regresó. Había venido. Sí le importaba.

Entonces se movió y sus ojos se abrieron. Vio que ella lo observaba e inmediatamente se enderezó, su expresión endureciéndose en la familiar máscara fría. Se levantó y caminó hacia la ventana, poniendo una distancia deliberada entre ellos.

Una enfermera entró con una bandeja de artículos que se habían caído del bolso de Sofía durante la caída. Los colocó en la mesita de noche. Entre ellos había un fajo de papeles doblados.

Los papeles del divorcio.

El corazón de Sofía dio un vuelco. Intentó sentarse, un dolor agudo le atravesó las costillas y accidentalmente tiró los papeles al suelo.

Damián se giró al oír el ruido. Vio los papeles esparcidos por el suelo y se agachó para recogerlos. Vio el título en la página superior: "SOLICITUD DE DISOLUCIÓN DE MATRIMONIO".

Levantó la cabeza de golpe, sus ojos grises, agudos y penetrantes.

-¿Qué es esto?

La mente de Sofía corrió.

-Es... es para una amiga -mintió, su voz débil-. Está pasando por un mal momento. Me pidió que los revisara.

Extendió la mano.

-Son solo unos documentos legales que necesito firmar para la galería. Un nuevo acuerdo de consignación. ¿Podrías pasarme una pluma?

Damián la miró, sus ojos entrecerrados con sospecha. Sostenía los papeles, su pulgar acariciando la palabra "divorcio".

[Notificación de Vínculo Mental: Está dudando. Teme que el documento sea real. Está aterrorizado de perderte. Tranquilízalo. Demuéstrale que tu amor es inquebrantable.]

La notificación fue, por una vez, útil. Le dijo exactamente lo que él necesitaba oír.

-Damián -dijo, su voz suavizándose, adoptando el tono gentil y suplicante que él secretamente anhelaba-. Sé que he sido difícil últimamente. Estaba... tan herida. Pero sé que me amas. Quiero arreglar las cosas. Por favor. No peleemos más.

Su expresión vaciló. La sospecha en sus ojos disminuyó, reemplazada por una compleja mezcla de alivio y satisfacción engreída. Había ganado. La había llevado al límite, y ella había vuelto arrastrándose, tal como él sabía que lo haría.

Sin otra palabra, tomó una pluma del portapapeles de la enfermera, pasó a la última página del documento que ella había colocado hábilmente encima -un formulario de negocios genérico- y firmó su nombre con un floreo. Damián Ferrer.

-Haré que mi asistente se encargue de la galería -dijo, su voz de vuelta a su tono habitual, frío y autoritario. Colocó la pluma y los papeles firmados en su mesita de noche.

Sofía tomó los papeles, su mano firme, y los guardó a salvo en su bolso. Su corazón latía con fuerza, pero su rostro era una máscara de sereno alivio.

En los días siguientes, Damián no volvió a visitarla. Estaba demasiado ocupado castigándola, dejando claro su punto. Sus redes sociales eran un flujo curado de su vida con Regina. Cenas románticas, escapadas de fin de semana, fotos de ellos luciendo felices, despreocupados.

Sofía lo vio todo desde su cama de hospital, sin sentir nada más que una escalofriante resolución. Él pensaba que estaba jugando su mismo viejo juego, llevándola al límite. No tenía idea de que ella ya había saltado.

El día que le dieron el alta, no fue a casa. Fue al despacho de su abogada. El divorcio fue presentado. El proceso de dividir sus bienes comenzó.

Se mudó a un pequeño apartamento temporal. Metódicamente se dedicó a borrarse de su vida. Cerró sus cuentas conjuntas, cambió su número e instruyó a su abogada para que manejara toda la comunicación.

Después de una semana de silencio por parte de ella, Damián comenzó a sentir que algo andaba mal. Su constante bombardeo de provocaciones en las redes sociales no encontró respuesta. Ni llamadas furiosas. Ni mensajes de texto llorosos. Solo silencio.

Llegó a casa una noche y encontró una casa vacía. Estaba demasiado silenciosa. Entró en su habitación. Estaba ordenada, limpia, pero se sentía... hueca. Abrió su armario. La mitad de su ropa había desaparecido. Abrió los cajones de su tocador. Su maquillaje, sus joyas, todo había desaparecido.

Un sentimiento frío y desconocido comenzó a invadir su pecho. Llamó a su teléfono. Fue directamente a un mensaje de número desconectado.

Sintió una oleada de pánico real. Esto no era parte del juego.

Pasó los siguientes días en un estado de ansiedad apenas controlada. Se desquitó con sus empleados, canceló reuniones. Se dijo a sí mismo que solo estaba tratando de probar un punto, que volvería.

Una noche, estaba discutiendo con ella en su mente, como siempre lo hacía. "Estás siendo infantil, Sofía. Esto ya ha durado demasiado".

Pero ella no respondió. El silencio era absoluto.

Finalmente se quebró. Fue a la casa de los padres de ella, un lugar que despreciaba. Le dijeron que no la habían visto. Fue al apartamento de Valeria. Ella le cerró la puerta en la cara.

Conducía a casa, su mente acelerada, cuando un pensamiento, frío y agudo, atravesó su negación.

Los papeles. Los papeles que había firmado en el hospital.

Pisó el acelerador a fondo, sus nudillos blancos en el volante. Irrumpió en la casa y fue directamente a su estudio de arte. Estaba vacío. Todos sus lienzos, sus pinturas, su precioso boceto de su madre, desaparecidos.

Se quedó en medio de la habitación vacía, una profunda sensación de pérdida invadiéndolo. Esto no era una prueba. Esto era un escape.

Regresó tambaleándose a su habitación, con el corazón latiendo con fuerza. Recordó una pequeña caja fuerte oculta que ella guardaba en su armario, un lugar donde guardaba sus cosas más personales. La forzó para abrirla.

Dentro, solo había una cosa. Un único y nítido documento.

El decreto de divorcio final, sellado y notariado.

Y en el reverso, con su elegante caligrafía, había una sola palabra.

"Adiós".

                         

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