La humillación aún ardía en mi pecho. Nunca en mi vida me habían tratado así.
-Puto gilipollas... -gruñí, golpeando la mesa con el puño.
No había razón alguna para que se comportara de esa manera. Lo que tenía de estúpidamente atractivo, lo tenía de idiota. Y su arrogancia... ¿quién demonios se creía?
Sacudí la cabeza, molesta por permitir que ese imbécil me arruinara el día. No valía la pena. Me puse de pie y, al girar hacia el espejo, vi mi reflejo junto con mi teléfono sobre la cómoda. Mi cabello era un desastre, y mi ropa reflejaba el estado en el que había dormido. Miré la hora y sentí un escalofrío.
-¡Mierda! -exclamé. Ya era tarde para visitar a mi madre.
Sin perder más tiempo, recogí mi cabello en un moño descuidado, me puse una camisa holgada que ocultaba mi figura y un jean ajustado que delineaba mis caderas. No tenía dinero para maquillaje, así que delineé mis labios con la lengua, dándoles un rojo natural. Como mi piel era pálida, cualquier cambio en mi rostro resaltaba. Me pellizqué las mejillas, tiñéndolas rápidamente de un tono sonrosado.
-Auch... qué torpe -susurré al sentir un pequeño pinchazo.
Me miré una última vez en el espejo. No era experta en moda, pero al menos lucía decente con el presupuesto que tenía.
Miré el reloj de nuevo. Tarde, como siempre.
Tomé mi bolso y salí apresurada, corriendo por las calles como era costumbre en mis días de visita al hospital.
El guardia de seguridad me miró con expresión preocupada, pero me dejó pasar sin preguntas. Crucé el vestíbulo y subí apresuradamente al segundo piso. Mi destino era la habitación doscientos dos, la misma de siempre.
Sin embargo, algo estaba diferente.
Desde el pasillo, vi un grupo de doctores entrando y saliendo de la habitación de mi madre. Mi corazón se paralizó.
Aceleré el paso, sintiendo el pánico apoderarse de mis piernas. Cuando finalmente crucé la puerta, la escena ante mí me dejó sin aliento.
La cama de mi madre estaba manchada con un líquido verdoso mezclado con sangre. Los médicos trabajaban a toda prisa a su alrededor, tratando de estabilizarla.
Mi respiración se volvió errática.
-¡Mamá! -grité con desesperación, mi voz temblorosa.
Uno de los doctores alzó la vista y dio una orden firme:
-¡Sáquenla de aquí!
Dos enfermeros me sujetaron con cuidado, alejándome de la habitación mientras veía cómo pasaban a mi madre a otra camilla.
-¿A dónde la llevan? -pregunté, con la voz quebrada.
Mi pecho se oprimió con un dolor indescriptible al ver su cuerpo inerte. Su rostro, tan pálido como la nieve, me hizo sentir como si mi alma abandonara mi cuerpo.
Cuando la camilla pasó a mi lado, vi cómo los párpados de mi madre se cerraban lentamente.
-¡Despierta! ¡No me dejes! -grité, intentando alcanzarla.
Una doctora me detuvo con suavidad, mirándome con comprensión.
-Tranquilízate -dijo con voz firme pero amable-. Solo se desmayó. Pero si sigues obstaculizando el camino, podrías empeorar su estado. Déjanos hacer nuestro trabajo.
Su tono tenía un matiz de comprensión, pero también de autoridad.
Me quedé inmóvil, sintiendo cómo las piernas me temblaban. Vi cómo los médicos desaparecían por el pasillo con mi madre y tragué en seco antes de volverme hacia la doctora con el corazón latiendo con fuerza.
-¿Qué está pasando? -mi voz sonó más firme de lo que me sentía-. Dijeron que estaba mejorando... ¿qué es todo esto?
El médico frente a mí suspiró, visiblemente incómodo.
-Lo lamento mucho, Meraki... -Su tono era grave-. Tu madre sigue rechazando los medicamentos y su estómago está... prácticamente destruido.
Supe que había algo más. Algo que no me estaban diciendo.
-¿Cómo así? -pregunté, desconcertada-. Su cáncer estaba evolucionando lentamente... Los tratamientos la estaban ayudando. ¿A qué se refiere?
El médico abrió la boca para responder, pero vaciló un segundo estuvo a punto de soltar información confidencial, así que se corrigió.
-Disculpa, me equivoqué... Quise decir que el cáncer ha evolucionado y los tratamientos no están funcionando. Su estómago ya está muy dañado. Ha entrado en la etapa tres . La llevamos a cirugía, pero necesitará un tratamiento más fuerte.
La noticia me golpeó como un balde de agua fría.
Mis piernas flaquearon, pero me obligué a mantenerme en pie. No podía permitirme derrumbarme ahora. Mi madre aún estaba aquí.
Respiré hondo y levanté la barbilla con determinación.
-Entiendo -murmuré-. Sé que debo varios miles de libras, pero, por favor, anoten todo a mi cuenta. Pagaré hasta el último centavo, pero háganle todo lo necesario.
El doctor me observó en silencio. En su mirada vi algo que no supe interpretar... ¿Compasión? ¿Culpa?
Pero lo que fuera que ocultaban, era algo que nadie estaba dispuesto a decirme.
Finalmente, el médico suspiró y asintió.
-Haremos todo lo que esté a nuestro alcance.
Apenas se alejó, sentí cómo todo el peso del mundo caía sobre mis hombros. Me dejé caer contra la puerta, abrazando mis rodillas mientras las lágrimas descendían en silencio por mis mejillas.
Las imágenes de lo ocurrido minutos atrás se repetían en mi cabeza como una pesadilla.
Sin darse cuenta, a lo lejos, una mujer mayor la observaba. En su rostro había una expresión afligida... y algo más. Algo que no se puede identificar.
Tres horas después, la operación terminó con éxito.
Pasaron otras dos horas en recuperación antes de que mi madre fuera trasladada de nuevo a su habitación.
Me levanté del suelo, sintiendo mis extremidades entumecidas. Me acerqué lentamente, con el corazón latiendo desbocado.
Allí estaba ella, con su rostro aún pálido, pero respirando. Viva.
Me permití soltar un suspiro de alivio antes de tomar su mano con suavidad.
No importaba cuánto costara, ni lo que tuviera que hacer.
Haría todo lo posible para salvar a mi madre.
Me quedé a su lado, simplemente mirándola, hasta que llegó la hora de salida. Como si el día no hubiera sido lo suficientemente cruel, la factura llegó poco después quinientos con sesenta y nueve mil doscientos treinta y cinco libras casi setecientos dólares
Sentí que el corazón se me detenía.
*"¿Cómo voy a conseguir tanto dinero? No conozco a nadie que pueda ayudarme..."*
Aturdida, salí del hospital y caminé sin rumbo por las calles de Londres. El aire nocturno era frío, pero lo que realmente me heló fue la sensación de que todos me observaban.
- Es ella... -susurró una chica entre la multitud.
- Sí, es igualita a la del video -respondió su amiga en voz baja.
Fruncí el ceño. *¿De qué video hablan?*
Las miradas furtivas, los murmullos constantes. Todo parecía girar a mi alrededor. Apuré el paso, tratando de ignorarlo, cuando sentí la vibración de mi teléfono en el bolsillo.
Una notificación.
*"Estás despedida."*
Me detuve en seco.
*"No. No pueden hacerme esto. No ahora."*
El pánico se apoderó de mí. Después de todas las humillaciones que había soportado, ¿me despedían así, sin más? No tenía elección, necesitaba ese trabajo. Así que corrí hacia el restaurante, esquivando las miradas curiosas de la gente.
Cuando llegué, la encargada me esperaba con los brazos cruzados y el ceño fruncido.
- ¿Qué haces aquí? -espetó con enojo.
- ¿Qué pasó? No puede despedirme... No ahora... -mi voz sonó más suplicante de lo que me hubiera gustado.
El orgullo no me servía en este momento. Necesitaba dinero. Necesitaba salvar a mi madre.
La encargada suspiró, con una mezcla de lástima y frustración.
- No es personal, Meraki. Nos van a cerrar por difamación si sigues trabajando aquí.
- ¿Qué? No entiendo...
- La persona a la que hiciste enfurecer ayer es el heredero de **Victory World Fashion** y ahora está en el ojo del huracán por un video que se filtró.
Mi respiración se entrecortó.
- ¿Qué video?
- Uno grabado aquí anoche... donde tú eres la protagonista.
Y ahí estaba. Como si mi día no pudiera empeorar, resultaba que el cretino arrogante de ayer no era un hombre cualquiera.
Era **el próximo CEO de Victory World Fashion, la industria de moda más reconocida de todo Reino Unido.**
" Quiero morir."