Subieron al apartamento de Evans, un lugar moderno pero acogedor, con detalles de diseñador en cada rincón. Mientras Evans buscaba en su armario, Kalon observaba con desdén. Nunca había entendido el gusto de su primo por los espacios tan personales y relajados. Para él, todo debía tener una estética sofisticada y perfectamente calculada.
Evans optó por un look relajado: unos chinos ajustados y una sudadera de algodón. Por su parte, Kalon, fiel a su estilo, eligió unos pantalones negros ajustados, una camisa azul eléctrico de botones y una chaqueta de cuero que realzaba su presencia imponente. Cuando se puso las gafas de sol, Evans soltó una carcajada.
-Definitivamente, no sabes relajarte. Quítate todo eso. Llamas demasiado la atención.
Kalon hizo una mueca de fastidio, pero finalmente cedió y cambió la camisa por una blanca de vestir, aunque mantuvo el mismo aire sofisticado. Evans suspiró resignado.
-Bueno, es lo mejor que puedo lograr contigo. Ahora, vámonos. Te va a encantar este lugar.
Kalon no estaba convencido, pero aceptó de mala gana. Cuando tomó las llaves de su auto, Evans se las arrebató.
-Esta vez sin carros. Te enseñaré el verdadero mundo.
Kalon arqueó una ceja, sintiendo que ya era una mala idea.
Después de un desagradable viaje en taxi y soportar la cara de burla de su primo durante todo el trayecto, llegaron a lo que parecía un bar o restaurante. Kalon miró con evidente desagrado la fachada modesta del lugar.
-¿Me estás diciendo que, teniendo dinero para pagar los restaurantes más lujosos del mundo, vengo a una tasca de poca monta? -espetó, cruzándose de brazos.
-Vamos, Kalon, a veces hay que salir de la zona de confort. Vive un poco.
Evans le pasó un brazo por los hombros y lo guió al interior. Apenas entraron, se sintió el murmullo de la gente. Todos los ojos se posaron en ellos. No era raro: el heredero del CEO de Victory World Fashion estaba ahí, en un lugar que no encajaba con su imagen de hombre inalcanzable.
Como era de esperarse, se llenaron de personas alrededor pidiendo autógrafos y fotos. La encargada del bar apareció rápidamente y los escoltó hasta la zona VIP. El lugar era vibrante, con música alta, luces de neón y una energía electrizante. A pesar de la atención inicial, la gente pronto volvió a su diversión, perdiéndose en el ritmo de la música.
Kalon se sintió incómodo. A diferencia de los exclusivos eventos a los que asistía, donde todo estaba perfectamente orquestado, aquí el ambiente era caótico. Sin embargo, después de unas cuantas copas, comenzó a relajarse. Tal vez no era tan malo distraerse un poco.
Horas después, sintiendo el calor del ambiente, decidió salir un momento a tomar aire. Evans, que en ese momento había ido a buscar más bebidas, no lo vio salir.
Kalon observaba las luces del lugar con las manos en los bolsillos, absorto en sus pensamientos. No vio a la chica que caminaba tambaleándose hacia él hasta que fue demasiado tarde.
Un impacto repentino. Algo frío y pegajoso recorrió su rostro y su torso. Un líquido de color y espeso empapó su camisa impecable a lejos podía escuchar un perdón pero su ira al ver su perfecta camisa dañada lo invadió.
-¿¡Qué demonios te pasa!? -rugió Kalon, furioso.
Frente a él, una joven con el ceño fruncido intentando mantener la compostura y encontrar el equilibrio replica.
-Te pedí disculpas, ¿o no escuchaste? -con una voz sarcástica dijo aquella mujer la miro con ira.
-Por eso odio los restaurantes de tercera -murmuré con desprecio, intentando recuperar la compostura.
Mi camisa de diseñador, una prenda exclusiva que probablemente costaba más que el sueldo anual de muchos de los presentes, estaba arruinada. unas manchas de colores pegajosas se esparcía por el impecable blanco de la tela, y el responsable de semejante atrocidad estaba justo frente a mí: una joven mesera, de ojos avellana y cabello cobrizo, que me miraba con una expresión desafiante.
Vi cómo abrió la boca, seguramente para replicar, pero antes de que pudiera emitir palabra, una mujer mayor, con delantal de encargada, irrumpió en la escena y le sujetó la cabeza con brusquedad.
-¡Meraki! -gritó con tono severo.
Un ligero estremecimiento recorrió mi cuerpo al escuchar ese nombre. Meraki. Así se llamaba la insolente que había osado arruinar mi atuendo. Sin embargo, lo que más me perturbaba no era la mancha en mi camisa ni su torpeza, sino el hecho de que, por alguna razón, no podía apartar la mirada de ella.
La encargada se apresuró a disculparse por el descuido de su empleada, inclinándose ligeramente en señal de respeto. Sin embargo, yo seguía ensimismado, mis ojos fijos en la joven. Vi como hizo ademademánacercarse a mi con una servilleta.
Retrocedí un paso con desdén.
-Ni se te ocurra tocar mi camisa con esa baratija -dije con frialdad-. Con lo que cuesta, podría comprar dos restaurantes mejores que este.
Vi la vergüenza reflejada en su rostro. Me gustaba que entendiera su posición. De inmediato, intentó aplacar mi ira sugiriendo que la casa me ofreciera lo mejor del menú, pero su sumisión me resultó irrelevante. Mi interés no estaba en ella, sino en la descarada que había causado todo esto.
Meraki seguía allí, con la mirada altiva, sin mostrar ni un atisbo de arrepentimiento.
No iba a dejar que esto quedara así.
-Quiero que te disculpes como es debido -exigí, mi voz firme y tajante-. De rodillas.
El restaurante quedó en un silencio sepulcral. De repente, todos los presentes parecían haberse convertido en testigos de nuestra confrontación. Por otro lado olvide que soy una imagen pública y los problemas que esto traería a la industria, olvide los protocolos que debía cumplir al salir, ser un caballero y todo eso pero esta mujer me alteraba, y su manera de mirarme de forma tan insolente más.
-Sueña -respondió Meraki sin vacilar.
La miré con incredulidad. ¿Acaso no sabía quién era yo?
Nuestros ojos se encontraron, y por un instante, todo lo demás dejó de existir. Sus pupilas reflejaban una mezcla de determinación y rebeldía. No había miedo en su expresión. No tenía ni la más mínima intención de ceder ante mí.
Desde una mesa cercana, una carcajada aguda y burlona resonó en el aire. Reconocí esa risa al instante.
-Eres increíble, Kalon -soltó mi primo Evans con diversión.
Apreté los dientes. Sabía lo que estaba pensando.
- Esta vez, las cosas no seran como siempre.
Meraki y yo seguíamos mirándonos fijamente, en un duelo silencioso donde ninguno quería ceder. La tensión entre nosotros era casi palpable.
La encargada se acercó noté cómo tiraba del brazo y le susurro a un par de cosas al oído y igual ella se negaba, hasta que de pronto dijo algo que hizo que ella cambiará su aptitud por unos segundo.
La vi fruncir levemente el ceño antes de susurrarle algo a la mujer.
Lo que fuera que dijo, logró que Meraki bajara la guardia. Pero cuando volvió a mirarme, había un brillo feroz en sus ojos.
Y entonces, para mi sorpresa, comenzó a agacharse lentamente.
Mis labios se curvaron en una sonrisa arrogante. Por fin entendía su lugar.
Sin embargo algo es su expresión me desconcertó . No era sumisión ni mucho menos miedo, era furia casi como una llama latente que podía ver atravesó de sus ojos
La observé con un interés que no esperaba sentir. Cada uno de sus movimientos tenía una elegancia natural, indomable. Su falda se ceñía a sus caderas con cada paso, resaltando sus curvas de una manera casi hipnótica. La blusa, aunque sencilla, abrazaba su figura con una precisión traicionera, dejando entrever apenas la insinuación de su escote.
Mis ojos descendieron hasta sus labios, tensos, rosados... tan increíblemente tentadores. Su cabello cobrizo, antes recogido con disciplina, se había soltado lo justo para enmarcar su rostro con rebeldía.
Y entonces sucedió.
Un calor abrasador me recorrió el cuerpo. La presión en mi pantalón se hizo evidente, un recordatorio innegable del efecto que tenía en mí. Mi masculinidad reaccionó con una urgencia que me tomó por sorpresa.
No debería sentirme así. No por una mujer como ella. He estado con bellezas de élite, con cuerpos diseñados para el placer y rostros perfectamente esculpidos. Pero esta mesera, con su actitud desafiante y su aire de guerrera, estaba logrando lo imposible: encender en mí un deseo visceral, uno que nunca antes había sentido con tanta intensidad.
Mis ojos la devoraron sin pudor
Meraki pareció no notar mi mirada ni el efecto que causaba en mi, pero Evans, a la distancia, sí. Pude ver el desconcierto en su rostro, avergonzado por haber sido descubierto, apartara la vista.
A regañadientes, Meraki murmuró:
-Lo siento, señor.
Sus palabras, simples pero inesperadas, despertaron en mí pensamientos que no debería tener. Fantasear con ella era un riesgo, y me obligué a desechar esas ideas de inmediato.
...