Su Venganza, Su Vida Arruinada
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Capítulo 5

Me obligué a calmarme. Mi mente, la mente analítica de perito, tomó el control.

-Alex -dije, mi voz sorprendentemente firme-. Mírame.

Finalmente levantó la cabeza, sus ojos anegados en lágrimas.

-¿Cuándo te dijo esto Dani? ¿Vio a un médico? ¿Hay un diagnóstico? ¿Una receta? -pregunté, una ráfaga de preguntas. Esto era un interrogatorio.

Sus ojos se desviaron.

-No... no, no quería que nadie lo supiera. Le daba vergüenza. Dijo... dijo que le preocupaba decepcionarte.

-¿Decepcionarme? -grité, mi control finalmente rompiéndose-. ¡Tenía un promedio de 9.8! ¡Era el campeón estatal! ¡Tenía una beca completa para el Tec de Monterrey! ¡Iba a ir a las Olimpiadas! ¡Ese no es un chico que tuviera miedo de decepcionarme! ¡Estás mintiendo!

La miré fijamente, tratando de ver más allá de las lágrimas.

-¿Quién te presionó, Alex? ¿Quién te está obligando a decir esto? ¿Fueron ellos? -Gesticulé salvajemente hacia la pantalla, hacia Bernardo y el Dr. Herrera.

Alex negó con la cabeza, las lágrimas corrían por su rostro.

-Nadie... nadie me amenazó.

Entonces, su mano fue a su bolsillo. Sacó un papel doblado. Un sobre. Sus manos temblaban mientras lo abría.

-Él... me dejó esto -sollozó-. Es una nota de suicidio.

La sostuvo frente a la cámara.

El mundo se detuvo.

La nota fue proyectada en la pantalla. Vi la caligrafía familiar y desordenada de mi hijo. Mi corazón se encogió en mi pecho.

*Alex, lo siento. Ya no puedo más. La presión es demasiada. Dile a mi mamá que la amo, pero esta es la única salida. El mundo es demasiado pesado.*

Miré las palabras, y por un momento aterrador y aplastante, lo creí.

¿No me di cuenta? ¿Estaba tan absorta en su éxito que no vi su dolor? ¿Fui una mala madre? Las preguntas me atravesaron, un grito silencioso en mi mente.

Mi mano que sostenía la herramienta tembló.

Y entonces, en la bruma de mi dolor y confusión, mis ojos se detuvieron en la última línea.

*El mundo es demasiado pesado.*

Era una frase extraña. No era algo que Dani diría. Pero era familiar. Era de su libro infantil favorito, una historia sobre un osito que cargaba la luna en su espalda porque le tenía miedo a la oscuridad. Lo habíamos leído juntos mil veces. Era nuestro código secreto. Cuando las cosas se ponían difíciles, uno de nosotros decía: "La luna está pesada hoy", y el otro lo entendía.

No era una confesión. Era una señal. Estaba en problemas. Lo estaban amenazando.

No se había rendido. Había estado pidiendo ayuda.

Y habían torcido su grito de ayuda en una nota de suicidio.

                         

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