Su Amor Fatal, Su Amargo Final
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Capítulo 2

Después de hacer los arreglos para la cremación de mamá, conduje sin rumbo. Mi mente era una pizarra en blanco, limpia por el dolor. Mis manos simplemente guiaban el coche, mis pies simplemente presionaban los pedales.

Finalmente, me encontré estacionada frente a mi antigua preparatoria. El edificio de ladrillo rojo parecía más pequeño de lo que recordaba. A través de la cerca de alambre, podía ver el campo de fútbol descuidado.

Me recordé a los diecisiete años. Pequeña, callada, con lentes demasiado grandes para mi cara. Una chica que vivía en la biblioteca y observaba el mundo desde la barrera.

Mi mundo en ese entonces tenía un sol, y su nombre era Alejandro Villarreal. Él era el mariscal de campo estrella, el presidente del consejo estudiantil, el chico con el que todas las chicas soñaban y al que todos los chicos querían parecerse.

Lo observaba desde lejos, un secreto que guardaba bajo llave en mi pecho. Me memoricé su horario, su almuerzo favorito, la forma en que se pasaba la mano por el pelo cuando pensaba.

Nunca me miró. Él era una supernova, y yo solo una mota de polvo en su órbita.

Cerré los ojos con fuerza, apartando el recuerdo. Dolía demasiado recordar a la chica que tenía tanta esperanza.

-¿Elena? ¿Elena Herrera, eres tú?

La voz era cálida y familiar. Abrí los ojos. Una mujer con un rostro amable y arrugado me sonreía desde la ventana de la pequeña lonchería junto a mi coche. Era Doña Elvira, que había regentado el lugar desde que yo era estudiante.

Sentí un nudo en la garganta. No podía hablar, solo asentí.

-Hija, estás pálida como un fantasma. Entra, te prepararé una sopa.

La seguí como una sonámbula, hundiéndome en una mesa en el rincón más alejado. Era la misma mesa en la que solía sentarme todos los días después de la escuela, esperando ver a Álex.

Doña Elvira puso un tazón humeante de sopa de jitomate frente a mí. -No te había visto desde tu boda. Tú y ese muchacho, Álex. Finalmente lo conseguiste, ¿eh? Siempre supe que estabas enamorada de él.

La miré, sorprendida. -¿Usted lo sabía?

Se rio, limpiándose las manos en el delantal. -Hija, se te notaba a leguas. La forma en que lo mirabas, cualquiera con ojos podía verlo.

Mencionó que él no había vuelto desde que se graduó. -Escuché que le fue muy bien en la tecnología. Qué bueno por él.

Tomé mi cuchara, una pregunta ardiendo en mi mente. ¿Realmente había sido tan despistado? Todos esos encuentros "accidentales" que había planeado, los libros que empecé a leer porque lo vi con ellos, la forma en que pedía el mismo café negro que él, aunque odiaba el sabor.

Después de casarnos, nunca habló de nuestros días de preparatoria. Ni una sola vez.

Tomé un poco de sopa, pero el sabor era como ceniza en mi boca. Se me revolvió el estómago.

Sentí una ola de lástima, no solo por la mujer moribunda que era ahora, sino por esa chica esperanzada y tonta. Ambas habíamos desperdiciado nuestro amor en un hombre que no lo merecía.

-¡Hablando del rey de Roma y el que se asoma! -la voz de Doña Elvira retumbó desde el mostrador.

Se me heló la sangre. Miré hacia la entrada.

Alejandro Villarreal entraba, con el brazo firmemente alrededor de Karla Sánchez.

-¡Álex, muchacho! -exclamó Doña Elvira-. ¡Y esta debe ser tu encantadora esposa! ¡Felicidades por el bebé!

Me llevé la mano a la boca para ahogar un sollozo. Doña Elvira, sin saber nada, les sonreía radiante.

-Sabes, ¡tu antigua compañera Elena también está aquí! Déjame ir a buscarla...

-¡No! -La palabra se me escapó, aguda y desesperada. Dejé unos billetes en la mesa y huí, dejando la sopa intacta.

-Bueno, qué raro -escuché murmurar a Doña Elvira mientras la puerta se cerraba detrás de mí.

Álex estaba demasiado ocupado ayudando a Karla a sentarse en la mesa -mi mesa- para darse cuenta.

Desde las sombras al otro lado de la calle, los observé.

-Sigue tan hermosa como siempre -le dijo Doña Elvira a Álex, obviamente hablando de Karla-. Cuídala bien, ¿me oyes?

Karla se sonrojó y se acurrucó contra el hombro de Álex. Él le besó la frente.

La escena fue una herida fresca. Yo era el fantasma afuera, viendo a mi esposo construir una nueva vida sobre las ruinas de la mía.

Era una cobarde. Ni siquiera podía enfrentarlos.

Recordé haberle preguntado una vez, al principio de nuestro matrimonio, si quería visitar nuestra antigua preparatoria, tal vez comer algo en lo de Doña Elvira.

-¿Por qué haríamos eso? -había preguntado, con el ceño fruncido-. No hay nada para nosotros allí.

Ahora lo entendía. No quería que le recordaran el lugar donde comenzó su gran mentira.

Un escalofrío repentino recorrió la espalda de Álex, y miró hacia la ventana, sus ojos escaneando la calle. No podía verme, pero por un segundo, pensé que sintió mi presencia.

-¿Qué pasa? -preguntó Karla, dándole un trozo de pay.

-Nada -dijo él, sacudiendo la cabeza-. Solo... por un segundo, pensé en ese callejón detrás del gimnasio.

Tocó una leve cicatriz sobre su ceja. -Unos de último año me estaban dando una paliza. Me acorralaron después del entrenamiento.

-Uno de ellos tenía un tubo. Me golpeó por la espalda. Pensé que estaba acabado.

-Entonces, de la nada, escuché a alguien gritar: '¡Oigan! ¡Déjenlo en paz! ¡Voy a llamar a la policía!'.

Su voz era suave, reverente. -Estaba en el suelo, todo estaba borroso. Pero vi una figura, una chica con uniforme escolar, parada al final del callejón. Seguía gritando, diciéndome que aguantara, que la ayuda venía en camino.

Miró a Karla, con los ojos llenos de adoración. -Luego desperté en el hospital. Y tú estabas allí.

Karla sonrió, una imagen perfecta de inocencia. -Vi que te estaban rodeando. Tenía tanto miedo, pero sabía que tenía que hacer algo.

-Gracias, Karla -dijo él, con la voz entrecortada-. Me salvaste la vida ese día.

La sonrisa de Karla vaciló por una fracción de segundo mientras sus ojos se desviaban hacia el callejón que él mencionó. Fue un destello de inquietud, tan rápido que casi me lo pierdo.

Pero no lo hice. Porque yo estuve allí ese día. Fue mi voz la que gritó pidiendo ayuda. Fui yo quien llamó a la policía desde un teléfono público y corrí de regreso, diciéndole que aguantara. Yo era la chica en las sombras. Karla simplemente había sido la primera en llegar al hospital para reclamar el crédito.

            
            

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