Una noche, Dallas se encontraba en la habitación de Antone, esperando que él saliera de la ducha. Su computadora estaba abierta sobre el escritorio. De repente, una notificación de chat apareció en la pantalla. Era de uno de sus compañeros de banda.
"Hombre, ¿sigues fingiendo estar en una relación con esa pobre chica? ¿No te cansas?".
Dallas se congeló. Su sangre se heló.
Con manos temblorosas, revisó todos los mensajes.
"No es tan malo", había escrito Antone unas semanas atrás. "Ella es fácil de manejar. Solo necesita unas palabras dulces y una canción triste para derretirse. Pero soy capaz de cualquier cosa para mantenerla alejada de Desmond y Chelsea. No puedo dejar que arruine el compromiso de Chelsea".
En otro mensaje, decía: "Hoy Chelsea se veía tan feliz. Mientras ella sea feliz, puedo soportar un poco más a Dallas. No es como si realmente la tocara, solo lo suficiente para mantenerla enganchada".
Las palabras se volvieron borrosas. Cada caricia tierna, cada susurro de amor, cada momento compartido había sido una mentira. Una actuación cuidadosamente interpretada. No la estaba protegiendo a ella, sino a Chelsea. La mujer con quien su hermano estaba comprometido. La mujer de la que Antone estaba secreta y obsesivamente enamorado.
Había utilizado su dolor, su vulnerabilidad y su amor. La había convertido en una marioneta en su retorcido juego de amor no correspondido.
Las náuseas se apoderaron de ella, así que se tambaleó hacia atrás desde la computadora. Un sollozo ahogado escapó de sus labios. Había sido traicionada. No una vez, sino dos. Por ambos hermanos.
De repente, se abrió la puerta del dormitorio. Ahí estaba Antone, con una toalla alrededor de la cintura y una sonrisa en el rostro. Pero esta desapareció en cuanto vio su expresión.
"Dallas, ¿qué pasa?".
Al ver la computadora abierta y la ventana del chat, su rostro se puso pálido. Lo habían atrapado.
El beso fue desesperado, con sabor a pasta de dientes de menta, así como un leve y amargo olor a alcohol. Era un olor que Dallas no había notado antes. Antone había estado bebiendo.
Su mente, agudizada por la brutal claridad de su reciente traición, reaccionó al instante. Esto no era un beso de pasión o amor, era un acto de posesión, un intento desesperado de reafirmar control.
Sus manos subieron y empujaron el pecho del hombre con fuerza.
"Aléjate de mí".
Antone retrocedió, genuinamente sorprendido. Estaba acostumbrado a que ella fuera dócil y ansiosa.
"Dallas, cariño, ¿qué pasa? Intentó acercarla de nuevo y agregó en un susurro persuasivo que sabía usar tan bien: "¿Es por lo que leíste? No es lo que parece, puedo explicarlo".
Sus palabras eran veneno. Cada sílaba era una mentira que ahora ella veía con dolorosa claridad.
"Todavía piensas en él, ¿verdad?". La expresión de Antone se transformó. Su fingida preocupación se convirtió en una mueca maliciosa cuando ella no se cedió inmediatamente. "Desmond, ese es el problema. Estás utilizando esto como excusa porque te molesta que él se case".
Agarró los brazos de la mujer con tanta fuerza que sus dedos se hundieron en su piel. El gentil músico había desaparecido, y ahora en su lugar estaba un hombre cuyo carisma apenas ocultaba una rabia oscura y posesiva.
"No importa", respondió Dallas fríamente. "Deja de fingir que te importa".
"¿Fingir?". Antone se echó a reír, un sonido áspero y amargo. "¡Yo fui quien estuvo para ti! ¡Yo fui quien recogió los pedazos después de que él rompiera tu corazón!".
La había malinterpretado. Pensaba que sus palabras se referían a Desmond. Su ego no concebía ninguna otra razón para su rechazo.
"¡Te di todo!", gruñó, acercando su rostro al de ella.
La agarró y la empujó hacia la cama. La fuerza le sacó el aire de los pulmones.
Antes de que Dallas pudiera reaccionar, Antone estaba sobre ella, inmovilizándola con su peso. Al rasgar el cuello de su vestido, la tela azul se rompió con un sonido que resonó como el desgarramiento de sus últimas ilusiones.
Sus ojos eran salvajes, una mirada desesperada y hambrienta que ella nunca había visto antes.
"¿Por qué sigues tan obsesionada con él?", gruñó por lo bajo. "Yo estoy aquí, soy yo quien te ama. ¿Por qué no puedes verlo?".
La humillación y un profundo miedo invadieron a Dallas. Empujando sus hombros, empezó a forcejear, pero él era demasiado fuerte.
"Antone, detente", espetó. "No quiero esto".
Pero su rechazo solo parecía alimentar la rabia del hombre. Estaba borracho, enojado y descontrolado.
"Eres mía, Dallas", siseó y su boca volvió a caer sobre la de ella. Era una ráfaga de besos mojados y agresivos que la hicieron sentir como si se estuviera ahogando.
Pero luego él comenzó a hablar, una confesión rota y arrastrada contra su piel.
"¿Por qué él obtiene todo? Obtiene la empresa, y la obtiene a ella. Es tan perfecta... ¿Por qué no puede mirarme a mí?".
Ahora estaba llorando. Sus lágrimas calientes caían sobre la mejilla de Dallas. No estaba hablando con ella. Su desesperada súplica no era por Dallas. Era por Chelsea.
Las piezas encajaron con una terrible velocidad. Los mensajes, su obsesión, esta violento descontrol estando borracho. A pesar de que él estaba sobre ella, su mente estaba con Chelsea. Estaba representando una fantasía enfermiza, y Dallas no era más que el reemplazo.
El frío en sus venas se convirtió en hielo. Era una violación tan profunda que trascendía lo físico.
Con una oleada de adrenalina, levantó la mano y le dio una bofetada. El sonido resonó en la habitación silenciosa.
Antone se quedó congelado, con la cabeza girada hacia un lado. El salvajismo en sus ojos fue reemplazado por una confusión aturdida.
"¿Quién soy yo, Antone?", preguntó Dallas. Su voz temblaba de rabia y una profunda tristeza en su alma. "¿Con quién estás ahora?".
Al parecer, el golpe hizo que Antone recuperara la sobriedad. Su mirada se aclaró, y por primera vez, pareció verla de verdad. Ahora veía el vestido rasgado de Dallas, el terror en sus ojos y la marca roja en su piel donde sus dedos se habían hundido.
Una expresión de horror se apoderó de su rostro.
"Dallas... Yo... lo siento mucho", balbuceó mientras se apartaba de ella. "No quería... Estaba borracho".
Intentó agarrarla, pero ella se apartó como si pudiera quemarla.
"Lo siento", suplicó él, con voz quebrada. "Por favor, Dallas. Te amo".
Pero esas palabras ya no significaban nada, era un guion memorizado del que él no podía desviarse.
Dallas se sentó y juntó la tela rasgada de su vestido. Su cálida presencia se había convertido en gélido veneno. A pesar de que estaba temblando, tenía la mente extrañamente tranquila. Lo peor ya había pasado. No había más ilusiones por romper.
"Todo lo que dijiste... ¿Fue porque estabas borracho?", preguntó.
"¡Sí! Por supuesto", respondió él, demasiado rápido. "Solo estaba diciendo tonterías. Te amo, Dallas. Solo a ti".
Ella lo miró a los ojos y vio la mentira. Antone era un buen actor, pero ahora ella conocía el guion. Conocía todas sus líneas, y estaba cansada de interpretar el mismo papel.
Por lo tanto, se levantó y se dirigió hacia la puerta.
"Dallas, espera", suplicó él, agarrando su mano. "No te vayas".
Dallas cerró los ojos mientras el agotamiento la invadía. Estaba cansada de esta casa, de esta familia y de sus juegos. Era hora de terminar con esto.