Ella comprendía la ansiedad de la otra madre por asegurar el matrimonio, por lo que sus palabras también eran una indirecta para que Isaac no interfiriera en el acuerdo.
Laura se quedó sorprendida por su reacción, pues no esperaba que fuera tan indulgente tras la descarada mentira de su hija.
"Sí, les vendrá bien un momento a solas", contestó finalmente, complacida.
Acto seguido, le dio una suave palmadita a su hija en el hombro y le dijo en un tono de advertencia: "Verena, recuerda cuidar bien de Isaac, pues ahora es tu prometido".
La chica alzó su copa y bebió un sorbo, sin perder en ningún momento la sonrisa. Aunque su aversión hacia su madre no había disminuido, la idea de que Isaac fuera su prometido hizo que se le acelerara el corazón.
"Ya no me funcionan las piernas. Y me quedaré así lo que resta de mi vida", dijo Isaac, apenas se quedó a solas con su futura esposa.
Su voz, profunda y algo ronca, era la de alguien que había pasado mucho tiempo en silencio. Además, su tono frío y distante, parecía desprovisto de toda emoción.
Sin embargo, Verena comprendió que sus palabras eran una advertencia, o más bien un recordatorio de la clase de hombre con la que estaba a punto de casarse.
"¿Y qué más?", inquirió ella, con sus ojos claros fijos en él.
Isaac titubeó. Sintió un nudo en la garganta y una sombra cruzó por su mirada al pensar en la verdad que le faltaba por decir. Finalmente, se forzó a revelarla.
"Mi hombría ya no funciona. No puedo darte la felicidad que se espera en un matrimonio, ni cumplir con mis obligaciones como esposo".
Él comprendía que la intención de su madre no era solo acallar los rumores, sino también estabilizar la posición de la empresa. Sin embargo, esa no le parecía razón suficiente para condenar a una mujer a la infelicidad. Quien se convirtiera en su esposa estaría renunciando a su propia felicidad y a su futuro. En su mente, se veía como un hombre acabado, así que le parecía que no había razón para atar a alguien más a su desgracia.
Al oír esas palabras, Verena rodeó la mesa y se detuvo justo frente a él.
Confinado en su silla, Isaac siempre tenía que levantar la vista para mirar a los demás. Sin embargo, la chica se puso en cuclillas frente a él, de modo que estuvieran al mismo nivel. Esa era la primera vez desde el accidente que no tenía que levantar la vista para mirar a alguien a los ojos.
"¿Puedo tocarte las piernas?", preguntó Verena, sin un ápice de duda en la voz. En sus ojos claros no había ni juicio ni lástima; de hecho, parecía que hablaba con un hombre sano, y no con uno que estaba paralizado de la cintura para abajo.
A diferencia de los Bennett, ella no trataba su condición como un tema tabú. Desde el accidente, la mirada de cada pariente que visitaba a Isaac estaba cargada de lástima. Aunque ninguno lo decía abiertamente, con sus expresiones le transmitían que lo veían como un hombre incompleto, por su estado.
La mayoría sabía que la parálisis a menudo conlleva la pérdida de la función sexual, y él no era la excepción. Para empeorar la situación, los rumores sobre su situación se extendieron, y la cruel verdad era que no se equivocaban. Cada palabra era una herida más profunda y asfixiante que un golpe físico.
"¿Te das cuenta de lo que dices?", respondió Isaac, clavando su profunda mirada en Verena.
"Sí", contestó ella con firmeza.
Apenas se conocían, pero al mirarla, él sintió una extraña familiaridad, aunque no sabía de dónde venía. Impulsado por el instinto, respondió: "De acuerdo".
Ante su consentimiento, Verena sonrió genuinamente, lo que hizo que entrecerrara un poco los ojos.
Por un instante, Isaac perdió la concentración. Cuando ella le tocó la pierna, él vio el movimiento, pero no sintió absolutamente nada. Siguió con la mirada el recorrido de aquellos dedos delgados, desde sus rodillas hasta sus muslos.
Para cualquiera, el gesto podría haber parecido un coqueteo, pero Isaac sabía que esa no era la intención. Era un hombre parapléjico, así que su cuerpo no reaccionaba de la cintura para abajo.
Verena detuvo la mano en su muslo. Luego, le dio unos golpecitos suaves, antes de preguntarle: "¿Sentiste eso?".
Isaac negó con la cabeza.
Ella prosiguió con la auscultación, acercándose cada vez más a la base del muslo, hasta que el hombre reaccionó por instinto y le sujeto la mano.
"¿Qué pretendes?", inquirió él, en un tono que sonaba a una advertencia.
Verena soltó una risa suave, retiró la mano sin oponer resistencia y explicó: "Isaac, quiero ayudarte".
"¿Ayudarme?", repitió el aludido, con un dejo de burla en la voz. "¿Y con qué, exactamente?".
"A sanar tus piernas".
Esa afirmación resonó en el silencio.
Parecía ridículo, pero algo en la expresión inquebrantable de Verena encendió en él una inesperada chispa de esperanza. Sin embargo, la realidad lo golpeó segundos después, y lo hizo soltar una risa amarga. Incontables expertos habían estudiado su caso sin encontrar una cura y, aun así, estaba permitiendo que las palabras de una desconocida hicieran tambalear su resignación.
"¿Te das cuenta de lo cruel que es una broma así para alguien con una discapacidad?", preguntó Isaac.
Desde su perspectiva, habría preferido el desprecio directo a una falsa esperanza. Tras eso, le soltó la mano.
"Hablo en serio", insistió la joven, sin quitarle los ojos de encima. Ella solo había ido a la ciudad por él, y no planeaba abandonar su propósito tan rápido.
"Entonces, dime por qué quieres ayudarme. ¿Y qué te hace pensar que puedes lograrlo?", soltó él, mirándola con frialdad.
Verena vaciló por un instante. Comprendió que su interlocutor no la recordaba.
"¿De verdad no recuerdas lo que pasó en el Cuartel del Dragón, en Clokron?".
Isaac, no tenía dudas de que nunca la había visto, pues esa mujer era increíblemente hermosa, así que su presencia llamaba la atención en cualquier parte. Si se hubieran cruzado, sería imposible que la hubiera olvidado.
Por eso, negó con la cabeza y respondió: "He estado muchas veces en allí, pero jamás te he visto".
'Con que así son las cosas. Tal vez su pérdida de memoria tenga algo que ver con su accidente', pensó Verena, soltando un suave suspiro.
No estaba segura de los detalles de su condición, así que tendría que investigarlas antes de actuar.
Sabía que, sin el accidente, no había forma de que él la hubiera olvidado. Nadie olvida a la persona que una vez cortejó, a menos que pierda la memoria. Y en su caso, la amnesia parecía la única explicación lógica.
"Isaac, todavía no conozco el alcance de tu condición, pero cuando revise tu historial médico, tendré el panorama claro. Mientras tanto, ¿podrías no rechazarme?".
El aludido mantuvo su mirada fija en ella, mientras el silencio se extendía entre los dos.
Al ver esos ojos que parecían traspasarlo, sintió que su determinación habitual flaqueaba por primera vez.
"De acuerdo", respondió, tras lo que pareció una eternidad. Un instante después, añadió: "Si logras sanar mis piernas, le daré a la familia Willis todo lo que quiera. Pero mi condición hace que nuestro matrimonio sea imposible. Una vida a mi lado sería condenarte a la soledad".
Verena se quedó inmóvil, pero cuando la realización la golpeó de lleno, desvió instintivamente la vista hacia la entrepierna de su interlocutor.
"¿Tú...?", comenzó ella.
Esa mirada hizo que Isaac se pusiera rojo de vergüenza. Cuando sus ojos volvieron a encontrarse, la franqueza en la expresión de la chica le provocó el incómodo impulso de romper el contacto visual.