-Señor Ramesses y señor Rie, ¿creen acaso que mi oficina es un punto turístico para visitarla tantas veces?
Los muchachos bajaron la cabeza, avergonzados.
-En cuanto a usted, señorita Abrams. Aunque haya defendido a una amiga, empujar al señor Ramesses al suelo no es algo que pueda dejar sin castigo.
Sera desvió la mirada, avergonzada. No sabía cómo había pasado. Solo que él estaba en el suelo segundos después.
-Dos días de detención para la señorita Abrams y para el señor Ramesses, y dos semanas para el señor Rie.
-¿Qué? Pero... -protestó Rie.
-Silencio, antes de que lo aumente a tres semanas. Ahora, pueden salir de mi oficina. Excepto usted, señorita Abrams.
Sera tragó en seco al oír que sería la única en quedarse. Se volvió a sentar en la silla y esperó su castigo.
Sin embargo, de la señora no vino nada más que una sonrisa amable.
-Me alegra que te hayas convertido en alguien que protege a sus amigos, Sera. Lamentablemente, no puedo evitar enviarte a detención con ellos.
Sera sonrió y escribió: "Gracias, señora."
Cordelia la miró con una expresión que la joven no supo identificar, ¿preocupación? ¿Lástima? No había forma de saberlo.
-Prepárate, mañana será el día en que cada alumno nuevo presentará a su lobo.
Las manos de Sera temblaron al oír eso. Pero no dijo nada. No quería abusar de esa hospitalidad.
-No te preocupes, querida -la mujer puso la mano sobre su hombro y sonrió-. Estás a salvo aquí. -dijo, tomando el formulario de su mano.
Al salir, Kyria la esperaba. El día había pasado rápido y debían descansar.
Sera notó que él la miraba, irritado. No era para menos: una chica pequeña lo había derribado. Pero lo que ella no sabía es que algo dentro de él le impidió responder, temiendo hacerle daño.
Sera intentó disculparse, diciendo que no había sido su intención, pero Karim simplemente se dio la vuelta para marcharse, evitando mirar aquellos ojos gentiles y bondadosos.
-¿Estás nerviosa? -preguntó la pelirroja cuando entraron en la habitación que compartirían.
Sera se alegró de tener a alguien conocido para compartir el cuarto. La antigua compañera de Kyria se había mudado, y por eso ella se había quedado sin compañera.
-Siéntete como en casa.
Sera colocó sus pocas pertenencias en la cama de sábanas blancas y se sentó. El cuarto era normal, con ventanas grandes y cortinas color mostaza; todo el lugar estaba decorado en azul y mostaza, como los colores del colegio.
Sera no se preocupaba mucho por eso, con tal de poder descansar. Y se recostó sin preocuparse por cenar nada.
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Estaba frío y ventoso. Él la arrastraba con fuerza del brazo.
-¿Dónde está mamá? -la niña de seis años lloraba.
-Tu madre no puede ayudarte ahora, no después del somnífero que le di. ¿No crees que eres una niña demasiado caprichosa? ¿Queriendo que tu madre te proteja siempre? Niña débil. Mira lo que tu madre estéril me dio: una niña inferior y una mujer que llora por todo.
La pequeña intentó soltarse, pero el hombre barbudo era alto y fuerte, ella no tenía oportunidad.
Él siguió tirando hasta llegar a una pequeña cabaña donde vivía la anciana de la manada. Una señora de piel morena y cabellos largos y blancos, trenzados.
Ella se inclinó ante él.
-¿En qué puedo servirle al alfa de la manada?
-Necesito que le quites la loba a esta niña.
La mujer lo miró, sorprendida. Sin poder creer lo que oía.
-Lo siento, señor. Tal vez no escuché bien.
-Quita el lobo de esta niña, o tu familia será la próxima.
Y con tristeza en los ojos, la anciana lo hizo. Sera fue puesta en un círculo con dibujos de todas las fases de la luna y la estatua de la Madre, con un largo vestido y lobos a su lado, frente al dibujo.
Sera fue colocada allí y la anciana comenzó el proceso. Mientras hablaba, la niña sintió su cuerpo retorcerse. Gritó y gritó, sus venas ardían, su cuerpo y huesos dolían. Su cuerpo se dobló en forma de U y la niña sintió que algo le era arrancado de dentro, como si fuese un pedazo de su alma.
-¡Para! ¡Para! Mamá, ayúdame... Mamá... -gritaba con lágrimas en los ojos. Sin embargo, nadie acudió a ayudarla.
Sera despertó, asustada y con miedo. No podía respirar. Era sofocante recordar aquello. El dolor había vuelto a su cuerpo. La joven quiso gritar, pero sabía que era un dolor irreal.
-Sera, ¿estás bien? Dormiste toda la noche. Es hora de ir.
Ella se calmó, respiró hondo y se apresuró a ponerse el uniforme, por suerte no tenía que pagarlo.
Durante todo el desayuno, Sera pensó en la vergüenza que pasaría al no poder transformarse.
Mientras Kyria la guiaba hacia el claro, Sera ideaba diversos planes. Pero ninguno tenía un resultado satisfactorio.
Apretaba los dedos, marcando sus manos durante todo el trayecto, nerviosa.
Al llegar al claro, había una mujer allí: la profesora Sue Adams, de piel oscura y cabello rojizo.
-Hoy, los novatos presentarán a sus lobos. Los lobos suelen presentarse a los seis años, así que nada de esto debería ser difícil para ustedes. Solo necesitamos analizar su nivel de fuerza.
Sera tragó saliva. ¿Sería expulsada por no mostrar ninguna fuerza?
No había muchos alumnos nuevos. Solo Sera y tres más: una chica rubia, un chico negro y un coreano.
El claro era un lugar acogedor. Sera pudo quitarse los zapatos y sentir la frescura del césped, respirar el aire puro para prepararse.
Lo que no esperaba era un grupo de estudiantes observando todo.
-No te pongas nerviosa, los veteranos siempre nos miran -dijo Kyria.
Claro que esa información no la ayudó en nada y solo la puso más nerviosa, apretando los dedos hasta sangrar un poco. Especialmente al ver que Karim estaba allí, observándola.
Desvió la mirada y se concentró en los novatos. Cada uno se transformó perfectamente y Sera imaginó la vergüenza que sería si solo ella fallaba.
Sin opciones, dio un paso al frente. Cerró los ojos y respiró hondo.
Sera llamó a su loba. Le pidió que viniera a ella, si aún estaba allí. Y algo sorprendente ocurrió: apareció. Una loba marrón claro con manchas blancas y ojos amarillos intensos.
Sera se arrodilló ante aquella visión, pero la loba parecía herida. Caminó despacio hacia la joven, pero cuando Sera la tocó, una expresión de dolor apareció en su rostro.
La loba se apartó y el cuerpo de Sera se retorció, como cuando era niña. Quiso gritar, sin embargo, su voz no salía.
La loba desapareció y los ojos de Sera se volvieron amarillos, pero no se transformó. Solo gritó por dentro sin emitir sonido. El dolor de aquel día volvió a su cuerpo y, cuando no aguantó más, se desmayó.
Lo último que sintió fueron unos brazos fuertes que la sostenían.