Fue entonces cuando Yia vio a la mujer que la había salvado. Era una figura imponente, de unos cincuenta años, elegante y muy bien conservada. Su cabello rubio caía en ondas sobre sus hombros, y sus ojos negros y gatunos brillaban con una mezcla de frialdad y determinación. La mujer observó al hombre en el suelo con desdén antes de escupir las palabras:
-Maldita escoria.
Por un momento, Yia pensó que la mujer estaba allí para ayudarla, pero sus esperanzas se desmoronaron con la siguiente frase:
-¡Cómo te atreves a tocar a una de mis chicas!
La desconocida se volvió hacia Yia y le dedicó una sonrisa glacial.
-Eres más hermosa en persona -dijo con un tono casi halagador-. Me presento, soy Madame de la Crow.
Yia miró al hombre que yacía en el suelo mientras intentaba procesar lo que estaba ocurriendo. Su mente estaba en caos, y el miedo la paralizaba. Madame la miró con atención y preguntó:
-¿Te encuentras bien? No te lastimó, ¿verdad?
Yia, incapaz de responder, formuló una pregunta con voz temblorosa:
-¿Cómo sabe mi nombre?
Madame sonrió nuevamente, aunque esta vez con un toque de malicia. Antes de que pudiera responder, el otro hombre que había llevado a Yia al edificio entró en la habitación. Su mirada se posó en el cuerpo inerte de su compañero, y luego se dirigió a Madame.
-Madame... -comenzó a decir, pero ella lo interrumpió con un gesto de la mano.
-Saca el cuerpo de aquí. Y recuerda: sabes que no me gusta que toquen a mis chicas.
El hombre asintió sin decir nada y arrastró el cuerpo fuera de la habitación. Una vez solos, Madame se acercó a Yia, quien seguía temblando. Le ofreció un pañuelo con elegancia.
-Límpiate la sangre, linda. Ahora tu vida va a cambiar por completo. Serás parte de mi organización y harás exactamente lo que yo diga.
Yia tomó el pañuelo con manos temblorosas, tratando de asimilar lo que acababa de escuchar. Su voz salió entrecortada:
-¿A qué se refiere?
Madame se cruzó de brazos y la miró con una franqueza cruel.
-Mis hombres secuestran jovencitas hermosas, jóvenes y vírgenes, para venderlas al mejor postor. ¿Y sabes qué? Tú eres una de ellas.
El corazón de Yia se heló. Su sangre parecía haberse detenido mientras procesaba aquellas palabras. Sacudió la cabeza con incredulidad.
-Yo no puedo hacer eso -dijo con firmeza, aunque el miedo era evidente en su voz.
La sonrisa de Madame desapareció, reemplazada por una expresión fría y despiadada.
-Oh, claro que lo harás. Porque si no lo haces, no tienes idea de lo que soy capaz de hacerte.
La amabilidad inicial había desaparecido por completo, dejando al descubierto una mujer calculadora y cruel. Yia retrocedió instintivamente, pero no tenía a dónde ir. En ese momento, el hombre que había sacado el cuerpo volvió a entrar. Madame lo miró y dio una órden con frialdad.
-Lleva a Yia con las demás.
Yia comenzó a forcejear nuevamente, pero fue en vano. El hombre la sujetó con fuerza y comenzó a arrastrarla fuera de la habitación. Sus gritos y pataleos se apagaron mientras la llevaban hacia su destino, y una desesperación sin fondo se apoderaba de su corazón.
La llevó a un cuarto, el cual abrió rápidamente antes de lanzarla al suelo. Yia soltó un gemido por el impacto, mientras el hombre se burlaba de ella, diciéndole que eso y más se merecía por haber causado la muerte de su amigo. Después de eso, cerró la puerta con un portazo, dejándola sola. Yia se incorporó lentamente y miró a su alrededor. La habitación estaba llena de mujeres, más de una docena, con expresiones que oscilaban entre el miedo y la resignación.
Una chica de cabello rubio se acercó a ella y le ofreció la mano para ayudarla a levantarse.
-¿Estás bien? -preguntó la chica.
-¿Ustedes...? -comenzó Yia, pero fue interrumpida.
-Estamos aquí como tú -respondió la rubia, antes de presentarse-. Me llamo Susan.
Yia intentó contener las lágrimas, pero estas comenzaron a caer por su rostro. Susan la miró con compasión, pero antes de que pudiera decir algo más, una voz firme se escuchó desde el otro lado del cuarto.
-Deberíamos dormir. Mañana tendremos que levantarnos temprano para el ensayo -dijo una chica de cabello castaño, que luego agregó-: Por cierto, soy Sol.
Yia, confundida, preguntó:
-¿Ensayo?
Sol suspiró y la miró con seriedad.
-Dentro de una semana, Madame de la Crow hará una subasta con nosotras. Nos venderá al mejor postor.
-¿Pero cómo es posible que haga algo tan horrible con nosotras? -cuestionó Yia, incrédula.
-Todo se reduce al maldito dinero. Esa vieja bruja solo busca hacerse rica a costa de nuestro sufrimiento -dijo Sol con amargura-. Yo solo estoy esperando a que alguien me compre y salir de esta maldita cárcel.
Susan, tratando de calmar el ambiente, se dirigió a Yia nuevamente.
-Ven. Dime cómo te llamas.
-Yia -respondió, casi en un susurro.
-Yia, debemos dormir juntas. Hay pocas camas, así que es mejor compartir.
Sin saber cómo reaccionar, Yia siguió a Susan hacia una de las camas. Mientras se acomodaban, su mente seguía llena de preguntas. Estaba claro que quería escapar, pero ¿cómo? Y ¿por qué algunas de las chicas parecían tan tranquilas, como si estuvieran acostumbradas a esta situación?
Cuando ya estaban acostadas, Susan se inclinó hacia ella y le susurró al oído:
-No solo deberías tener cuidado de Madame. Algunas de las mujeres están aquí por elección. Ellas no son subastadas, solo rentadas. Pero el resto..., nos obligaron a estar aquí. A veces pueden estar celosas por la llegada de las nuevas. Solo Dios sabe qué harán con nosotras.
Yia fijó su mirada en el techo, incapaz de dormir. Su corazón latía con fuerza mientras una única pregunta resonaba en su mente: ¿Qué sería de su vida de ahora en adelante?