Sol sostuvo mi mano izquierda, mientras Susan tomó la derecha. Ambas estaban tratando de apoyarme. Les agradecí en silencio; en ese momento, su gesto significaba todo para mí.
Una a una nos iban llamando. A medida que avanzaban, las mujeres se quitaban las máscaras para que los hombres pudieran observarnos con claridad.
-Susi -anunció Madame de la Crow.
Era la chica que me había estado molestando en los vestidores la semana pasada. La vi avanzar con pasos decididos hasta quedar junto a Ana. Con cuidado, se retiró la máscara.
-Ella tiene 24 años, su costo para iniciar la subasta es de 15 millones. ¿Quién comienza?
El auditorio quedó en silencio. Algunos hombres intercambiaron miradas, susurraron algo entre ellos y la señalaron, pero nadie hizo una oferta.
-¿Nadie? ¿Qué les parece 10 millones? -insistió Madame de la Crow.
El silencio continuó. Finalmente, la chica fue enviada detrás del escenario. Antes de desaparecer, me lanzó una mirada llena de odio. ¿Era mi culpa? No lo sabía, pero no podía evitar sentirme culpable.
El tiempo seguía avanzando, y una por una las mujeres eran subastadas. Algunas eran peleadas con cifras altísimas, otras eran compradas de inmediato, y otras, como Susi, no despertaban interés alguno.
Mientras tanto, Sol y Susan seguían sosteniendo mis manos discretamente, para que nadie lo notara.
-Sol.
Sentí cómo su mano se apretaba un instante contra la mía antes de soltarse. Una punzada de angustia atravesó mi pecho mientras la veía caminar al frente, junto a Madame de la Crow.
-Ella tiene 25 años, pero que su edad no los engañe; su belleza es espléndida -anunció ella, mientras Sol se quitaba la máscara. Su rostro, sereno y elegante, quedó a la vista de todos.
-Y solo por esta ocasión, su costo será de 5 millones.
Era obvio que Madame quería humillarla por lo ocurrido en la última subasta. Esa cifra inicial era una burla descarada.
Sin embargo, antes de que el silencio pudiera prolongarse, un joven se levantó. Vestía un impecable traje azul marino y se movía con una confianza abrumadora. Su piel ligeramente bronceada, sus lentes, y esa energía autoritaria que emanaba lo hacían destacar.
-25 millones -declaró con firmeza.
El auditorio quedó en shock. Incluso Madame no pudo ocultar su sorpresa, aunque rápidamente recuperó la compostura.
Parecía que otro hombre iba a ofrecer más, pero una simple mirada del chico de traje azul lo hizo callar. La tensión en la sala era palpable.
-Si nadie ofrece más... ¡Vendido al joven hombre de traje azul!
Susan y yo observamos a Sol regresar sin expresión alguna. Aunque su rostro no mostraba nada, volvió a colocarse a mi lado y tomó mi mano, esta vez con un poco más de fuerza.
Sabía que ella tenía miedo, igual que yo, pero era mucho mejor controlándolo. Yo, en cambio, todavía luchaba por mantener la calma.
-Susan.
Esa presión familiar regresó a mi pecho mientras la veía avanzar hacia el escenario. Susan caminaba con la cabeza en alto, aunque sabía que en su interior estaba igual de asustada que todas nosotras. Cuando se quitó la máscara, su rostro quedó expuesto para los hombres.
-Esta linda mujer de mejillas rosadas cumplió 20 años hace poco, por lo cual la subasta comenzará con 20 millones.
El auditorio quedó en completo silencio por unos segundos hasta que una voz grave rompió la tensión.
-Doy 20 millones por esa mujer rubia.
Busqué al dueño de la voz y encontré a un hombre mayor, probablemente entre 60 y 70 años.
-22 millones -ofreció otro hombre, esta vez más joven, aunque debía rondar los 45 años.
El primer hombre no se dio por vencido y volvió a alzar la mano con tranquilidad.
-25 millones.
-26 millones -respondió el segundo hombre, con un leve desafío en su tono.
-28 millones -ofreció nuevamente el hombre mayor, dejando al segundo fuera de la contienda.
-Perfecto. ¡Vendido al hombre de la tercera fila!
Susan bajó la cabeza mientras regresaba a mi lado. Mordía su labio con fuerza, claramente intentando no romperse frente a todos. La conocía lo suficiente para saber que estaba al borde de las lágrimas.
Esto era horrible. Tomé su mano y la apreté con fuerza, intentando darle ánimos. Ella me regaló una sonrisa débil, pero sus ojos reflejaban lo afectada que estaba.
La subasta continuó, y cada vez era más difícil mirar. Algunas mujeres parecían contentas con sus compradores, otras no tanto, pero ninguna tenía derecho a quejarse. Las que no eran escogidas sabían perfectamente cuál sería su destino, y eso era aún peor.
Sentí un nudo en el estómago por ellas. Aunque muchas nunca me trataron bien, nadie merecía ser vendida como si fuera un objeto. Pensé en las que habían quedado atrás, en las personas que tal vez los amaban y los estaban esperando. Posiblemente nunca las volverían a ver.
Mi mente estaba llena de pensamientos amargos. Todo lo que había logrado con esfuerzo me lo habían arrebatado injustamente, y ahora estaba aquí, enfrentándome a un futuro incierto.
Y entonces, llegó el momento que tanto temía.
Mi turno...
-Yia.
Me quedé congelada. Mi cuerpo no respondía. Quería creer, necesitaba creer, que esto solo era una pesadilla de la cual pronto despertaría, pero sabía que no lo era. Esto era real.
-Yia.
Madame de la Crow volvió a llamarme, esta vez con un tono más serio. Aun así, no pude moverme. Fue hasta que Sol y Susan apretaron mis manos que logré salir de mi estado de shock.
Di un paso al frente, temblando. Las manos me sudaban, y mi mente estaba llena de preguntas sin respuesta. ¿Qué era peor? ¿Quedarme aquí con Madame de la Crow o ser comprada por uno de esos hombres, sin saber qué harían conmigo?
Finalmente llegué junto a Madame de la Crow. Respiré hondo antes de retirar lentamente la máscara que cubría mi rostro.
-Ella es nuestra última mujer. Es la más joven de la subasta, tiene 19 años. Pueden imaginarse la calidad que les estoy ofreciendo.
Sentí las miradas de todos los hombres sobre mí, como lobos hambrientos. Mi cuerpo se tensó instintivamente, y quise desaparecer.
-La subasta comenzará con la cantidad de 50 millones.
-50 millones.
La voz grave hizo que levantara la mirada. La oferta venía de un hombre mayor, calculé que debía tener unos 75 años. Al verlo, sentí una náusea que me revolvió el estómago.
-53 millones.
Otra voz se alzó. Esta vez era un hombre más joven, quizá de unos 30 años, con un marcado acento francés. Cuando lo encontré con la mirada, me sonrió. Bajé los ojos de inmediato, incapaz de sostener su mirada.
-55 millones.
Una tercera voz intervino, sorprendiéndome. No creí que alguien ofreciera más. Mi vista buscó al tercer postor y lo encontró. Era un hombre joven, probablemente de 25 años, aunque podría estar cerca de los 30.
-60 millones. Yo quiero a esa Mujer para mí.
El hombre mayor volvió a ofrecer. Su tono y la forma en que me miraba hicieron que mi estómago se revolviera de nuevo. Era repugnante.
-63 millones.
El francés no se quedó atrás y aumentó la oferta. No podía creer las cifras que estaban ofreciendo por mí.
-65 millones.
El tercer hombre no parecía dispuesto a dejar que los otros dos se quedaran con la subasta.
Yo no podía procesarlo. ¿Realmente todo ese dinero era por mí? Por una simple mujer que no valía la pena. Con esa cantidad podrían ayudar a tantos orfanatos como el que me crió. No entendía cómo funcionaban las prioridades de la gente rica.
-No pienso quedarme así. Esa mujer se irá conmigo. 67 millones.
El hombre mayor volvió a alzar la voz, y el asco me invadió de nuevo. Su mirada era insoportable. Un miedo helado me recorrió. No quería irme con él. No podía.