Mis ojos, llenos de un azul gélido, se desvían de mi reflejo. Camino hacia el armario y abro el compartimento más alto. Allí están. Mis patines de hielo.
Saco uno y lo sostengo, la cuchilla pulida brilla bajo la luz. Acaricio la bota blanca, recordando el frío de la pista y la libertad que sentía al deslizarme sobre el hielo. La competición local para la que he estado ensayando tanto, con la que soñaba escaparme por un instante, es en solo dos meses.
No voy a poder asistir.
El pensamiento me golpea con la fuerza de un puñetazo. Es una pena enorme. Aunque amo patinar, siempre he sabido que no tengo el talento o la ambición para ser profesional. Es un hobby, un escape. Además, como princesa de la mafia, la hija de Fabrizio Koslova, no puedo exponerme de esa manera. Exige demasiada atención. Sin embargo, al ser una competición pequeña y local, pensé que podría colarla.
Justo entonces, la puerta de mi habitación se abre sin un golpe, y el aroma a perfume caro de mi madre inunda el espacio.
-Antonella, ¿ya estás lista? Llevamos prisa.
Dejo el patín con brusquedad en el armario y cierro la puerta con un golpe. Me doy la vuelta, obligándome a mantener la barbilla alta, pero sin ocultar mi desprecio.
-Sí, ya estoy lista -escupo-. Lista para este circo.
Mi madre suspira, con una expresión de tedio que conozco bien.
-Con esa actitud no vas a conseguir nada, Antonella. Intenta al menos parecer complaciente.
-No puedo tener ninguna otra actitud -le digo, la voz cargada de hielo y furia-. Ya sé lo que me dijiste, lo que tienen que hacer por la familia, pero me cuesta. No puedo ser tan calculadora y fría como tú. La repulsión que siento por esta familia, por mi padre y por ti, es demasiada.
Mi madre, Ania, da un paso hacia mí. Su rostro, inmutable y cincelado por años de calcular cada gesto, apenas se arruga. La frialdad de su mirada es un rasgo que, temo, he heredado.
-No se trata de ser fría, Antonella. Se trata de ser inteligente. De entender el juego. Tú no sientes repulsión; sientes miedo a perder tu caprichosa libertad -Su voz es un susurro acerado que me llega hasta los huesos-. ¿Crees que yo no sentí repulsión cuando me casé con tu padre? Lo superé, como lo superarás tú. Nosotras no tenemos el lujo de la emoción.
-No lo superaste. Te apagaste -le rebato, señalando el vestido con un movimiento brusco-. Mira este vestido, mira esta vida. ¡Somos adornos caros! Y me obligas a casarme con un hombre que me da asco.
Ella se acerca más, su mano se posa en mi brazo y la siento como un peso muerto.
-Antuan Mosorov nos dará estabilidad. Poder. Lo que tú haces al hablar con ese... Nikolai... eso sí es peligroso.
Me quedo helada. Mi corazón da un brinco doloroso contra mis costillas.
-¿De qué hablas?
-No soy estúpida, Antonella. Vi el chat abierto. "Nikolai". Un hombre que te da consejos, que te escucha. ¿Crees que tu padre no tiene monitoreadas todas las líneas de comunicación? No lo ha reportado porque pensó que era un flirteo inocente para aliviar el estrés pre-boda. Pero si tu futuro marido se entera de que hablas con un desconocido...
Me aparto de ella, sintiendo que el aire me falta. Sabe de "Nikolai".
-No es un flirteo, mamá. Es un... un amigo.
-Todos son amigos hasta que se convierten en enemigos -me interrumpe con dureza-. Y un desconocido puede ser un enemigo peor. Por tu vida, Antonella, deja de responderle. Olvídalo. No arruines la última oportunidad de paz para esta familia. O haré que tu padre lo encuentre y...
-¿Y qué? -la desafío. Es demasiado tarde. Ya le he dicho a "Nikolai" todo. Ya está en marcha el plan, aunque yo aún no lo entienda.
-Y lo silenciarán. Y te enviarán a un lugar donde ni el Sol te recuerde. Ahora, sé la hija que debes ser. Baja y sonríe a Antuan Mosorov. La cena espera.
Mi madre sale de la habitación con la misma elegancia silenciosa con la que entró. Me quedo sola, la respiración agitada, la imagen de Dmitri, mi "Nikolai" secreto, en mi mente. La amenaza de mi madre ha hecho que mi miedo se esfume y sea reemplazado por la determinación.
No voy a dejar de hablarle. Y si él es peligroso, entonces soy suya. Es mi única esperanza.
Me miro en el espejo por última vez, ajusto el escote ofensivo y salgo de la habitación, lista para el "circo", sabiendo que en seis días mi vida terminará... o comenzará de la manera más violenta posible.
La mansión de mi padre rezuma un lujo frío y opresivo. Cada pieza de arte, cada mármol, grita poder y falta de alma. Bajo la gran escalera, siento los ojos de todos clavados en mí, sobre todo los de mi padre, Fabrizio, que asiente con una sonrisa de aprobación al ver el vestido revelador.
Al final de la escalera, esperando en el salón principal junto a una mesa preparada para el banquete, está él: Antuan Mosorov.
Es un hombre que huele a dinero viejo y desesperación. Su traje caro no puede disimular la flacidez de su cuello ni la avaricia lasciva de su mirada. Tiene al menos sesenta años.
Me acerco, obligándome a dibujar una sonrisa profesional en mi rostro. Extiende una mano regordeta y me la da.
-Antonella, Te ves... exquisita.
El tono de su voz me da arcadas.
-Gracias, Antuan -respondo, retirando mi mano con prontitud.
Nos sentamos a la mesa. Mi padre y mi madre inician una conversación de negocios, dejando a Mosorov y a mí en un incómodo silencio que él rompe con una sonrisa viscosa.
-Ya estoy deseando que llegue la semana que viene, querida. Para que seas oficialmente mía.
Bebo un sorbo de agua, mis dedos temblando ligeramente. Decido no contenerme. Si voy a explotar, que sea ahora.
-Dígame, Antuan -le inquiero, inclinándome hacia él con una falsa dulzura-. Con toda franqueza. ¿A usted no le da vergüenza casarse con una chica que, por edad, podría ser su nieta?
El rostro de Antuan se contrae. Mi padre interrumpe su conversación, sus ojos, repentinamente peligrosos, se clavan en mí. Pero Antuan sonríe de nuevo, una sonrisa que no llega a sus ojos.
-Mi querida Antonella. Esa altanería que tienes, ese fuego... lo vamos a voltear. Seré tu marido. Y te entregarás a mí. Y todas las noches, Antonella, vas a mantener esas piernas abiertas para que te folle a mi placer.
Mi respiración se corta por la crudeza de la amenaza, pero no bajo la mirada.
-¿Placer? -Me río, un sonido hueco y burlón-. ¡Por favor, Antuan! ¿A quién quiere engañar? Después de que use la pastilla azul para que se le pueda levantar... ¿cuánto tiempo me quedará? ¿Cinco minutos de agonía? ¿O tres? ¿Cuánto dura un viejo como usted para darle placer a una mujer?
Antuan se levanta de golpe. Sus ojos brillan con una furia contenida. Me agarra el antebrazo con una fuerza sorprendente, sus dedos se clavan en mi carne y me saca del comedor. Miro a mi madre, mientras avanzamos y la veo sacudir la cabeza decepcionada.
-Tú no estás aquí para sentir placer, pequeña zorra. Estás para complacerme. Y para traer a este mundo al hijo que mi nombre y mi legado necesitan.
Me suelto de su agarre con un tirón brusco, mis ojos llenos de desafío y asco.
-Señor Mosorov -le digo, mi voz un susurro venenoso que solo él puede escuchar-, prefiero que me arranquen los ojos a dar a luz a un hijo suyo. Y le aseguro algo: antes de ser suya, me voy a escapar.
Antuan me mira, y por un instante, veo una oscuridad abisal en sus ojos, la promesa de una crueldad infinita.
-Tendrás una correa de diamante en tu cuello, Antonella. Y será muy corta. No irás a ninguna parte. Ahora, sonríe y regresaremos a esa mesa. O te juro que la luna de miel comenzará esta noche.
Me siento de nuevo, mi pulso a mil. La amenaza es clara. Me obligo a tomar los cubiertos, saboreando el terror y la rabia.
La conversación de negocios entre mi padre y Antuan se reanuda, pero la atmósfera sigue tensa, cargada con la electricidad de nuestro enfrentamiento. El viejo, sin embargo, parece no tener vergüenza ni pudor. Se vuelve hacia mí, intentando arrastrarme a su mundo.
-Ya que vas a ser mi esposa, Antonella, deberías saber cómo manejo las cosas. Tu padre y yo estamos discutiendo el nuevo problema de logística en la distribución. Fabrizio insiste en que el socio de San Petersburgo es débil, pero yo creo que su estrategia es...
Antuan se extiende en detalles sobre los tejemanejes de su organización, sobre porcentajes de riesgo y nombres de territorios. Yo lo escucho con una cortesía mecánica. A diferencia de lo que mi padre cree, estoy muy bien preparada. Tengo títulos en Administración de Empresas y Contaduría, además de manejar más de cinco idiomas. Comprendo perfectamente el entramado criminal al que se dedican, la estructura de sus negocios. Pero, honestamente, no me interesa. Su mundo de violencia y traición me es profundamente ajeno.
Mientras Antuan divaga sobre la debilidad de un transportista en los Urales, su mano, fría y pesada, se desliza bajo la mesa. Encuentra el corte lateral de mi vestido, justo donde expone mi muslo. Su tacto es un asalto, una invasión territorial que me hace apretar los dientes.
Retiro mi pierna con brusquedad, llevándola ligeramente hacia atrás. El movimiento es sutil, casi imperceptible, pero firme. Antuan me mira con una mezcla de sorpresa y advertencia en sus ojos, pero continúa hablando, como si mi rechazo físico fuera una mosca que debe ignorar.
La cena, finalmente, llega a su fin. Los platos son retirados y mi padre comienza la fase de "planificación" de la boda.
-Ya contratamos a la mejor organizadora, mi cielo. Pero hay detalles. El menú, las flores, la luna de miel. ¿Qué opinas, Antonella?
-Opino que hagan lo que les parezca mejor -respondo, sin cambiar mi expresión. No pienso intervenir, no voy a prestar mi voz a esta farsa-. Ya que esta boda no es mía, no me conciernen los detalles. Encárguense ustedes.
Mi pasividad irrita a mi padre, pero Antuan lo tranquiliza, encantado con la idea de tener el control total.
-Excelente. Más tiempo para disfrutar de ti a solas -dice Antuan.
-Mañana a primera hora irás a la boutique. Tienes que probarte ese maldito vestido que encargamos -ordena mi padre, ignorando mi comentario.
Me levanto de mi asiento, sintiendo el impulso de huir antes de asfixiarme.
-Con permiso. Me retiro.
-¡Espera, Antonella! -Antuan me llama, con un tono posesivo-. ¿No le das un beso a tu futuro marido antes de irte?
Lo miro, mi expresión dura como el diamante.
-Tendrá su oportunidad en el altar, Antuan. Buenas noches.
Doy media vuelta, pero la voz helada de mi padre me detiene.
-Vamos a hablar tú y yo, Antonella.
No me giro. Sigo caminando hacia las escaleras, sin apresurarme, pero sin detenerme.
-Cuando quieras, padre. Ya sabes dónde encontrarme.
Subo los escalones, dejando atrás el silencio de la sala. Ya no hay miedo en mi voz, solo una resignación amarga que se ha convertido en desafío. Mi única esperanza ahora viste de negro y se esconde tras el nombre de "Nikolai".