Me llevo el cigarrillo a los labios, inhalo profundamente el humo acre. Espero frente a la imponente mansión, observando las cortinas de encaje en el piso superior. Sé que ella está ahí dentro, ultimando los detalles que la convertirán legalmente en mi mujer. En mi mente, ella lo es desde hace meses, desde que se acostó en mi cama y decidió que yo era su única constante.
La tensión me recorre la mandíbula. Espero que la Princesa de la Mafia emerja, envuelta en ese vestido de novia que no he visto pero que sé que será espectacular. No es solo una novia; es la pieza central de mi alianza, la razón de mi guerra y, la única debilidad que no puedo erradicar. Es la mujer que ha venido a revolucionar mi mundo, a destruir mi control metódico con un simple beso y una voluntad de acero.
Apago el cigarrillo bajo la suela de mi zapato. Enderezo mi traje, ajustando mi corbata de seda. Debo lucir el papel: el novio tranquilo, el jefe inquebrantable. Pero mi corazón late un ritmo ajeno, impaciente. Quiero verla. Quiero que salga de una vez. Quiero que este circo termine para poderla llevarme a casa.
Me llevo la mano al intercomunicador oculto en mi puño.
-Era necesario que te arriesgaras, Boss -escucho la voz tensa de Demian.
-Sabes muy bien que no soy el tipo de jefe que se esconde detrás de un escritorio, Demian -respondo en voz baja. Este tipo de objetivos, de acción directa, me emocionan. Y quería hacerlo yo mismo.
-Lo vamos a proteger, mi Boss.
-Estén atentos.
-Siempre -responde Demian. -Las cámaras, el perímetro y todo está listo. Nada más debe salir la novia y raptarla.
-De acuerdo -digo.
Guardo silencio y me concentro en la mansión. El momento es inminente. Estoy inmóvil, atento al más mínimo ruido.
De pronto, la enorme puerta de caoba se abre con lentitud. Mi respiración se corta.
Aparece ella. Antonella.
Es hermosa, casi irreal. Está vestida de blanco, en un traje de novia que es una cascada de seda de corte impecable, ceñido en el busto y cayendo con gracia fluida, resaltando cada curva. Su cabello rubio, generalmente indomable, está recogido en un moño bajo, pero algunos mechones se escapan con deliberada sensualidad. Lleva un velo corto de encaje que deja al descubierto su rostro.
Mi cuerpo reacciona de inmediato. Siento un calor seco que me sube por el pecho, mezclando la lujuria con la adrenalina del atraco. Aprieto los puños para controlar el impulso de correr hacia ella. Ella es el botín más peligroso y valioso que he robado jamás.
Se queda inmóvil en el umbral, sosteniendo un ramo de rosas blancas. Busco alguna señal de miedo o duda en sus ojos, pero encuentro solo una determinación fría que me iguala. Es la hija de un jefe, y está lista para este pacto de sangre. El velo no logra ocultar el brillo de sus ojos, un brillo de fuego contenido.
Doy unos pasos hacia la puerta. La abro para que Antonella descienda y capto algo que no estaba en el plan: no viene sola. Una mujer, una mujer mayor y elegante, la acompaña.
-Demian, tenemos compañía.
-Acabo de notarlo. Por el dron -responde Demian.
Antonella y su madre llegan al coche.
-Señorita -le digo a Antonella.
-Mi madre viene con nosotros -anuncia ella, con un tono que no permite discusión.
-No hay problema -respondo, ocultando mi fastidio.
Antonella se desliza en el asiento trasero. Justo antes de entrar, me mira a los ojos. No puedo creer lo bella que es. La había visto solamente por fotos y videos que me enviaba de sus rutinas de patinaje artístico, pero verla de frente, cara a cara... la cámara no le hace justicia.
Ella se sube, seguida de su madre. Yo también lo hago, sentándome al volante para conducir.
Detrás de nosotros, aparecen tres camionetas negras más. Son mis hombres, ya posicionados. Custodiarán nuestra ida hacia la iglesia.
Apenas salimos de la propiedad, Antonella rompe el silencio.
-No era necesario que me acompañaras, mamá.
-Sabes que tu padre no iba a permitir que fueras sola -dice su madre, Ania, con voz cansada-. Creía que ibas a volarte, a fugarte de tu propio matrimonio.
-¿Y quién no querría huir de un hombre que es un asqueroso y un golpeador? -replica Antonella.
El comentario me sobresalta. Aprieto el volante con tanta fuerza que mis nudillos se vuelven blancos.
-Eso que pasó ayer tú te lo buscaste -responde Ania, con una frialdad que me hiela la sangre-. No debiste torear a Antuan de la manera en que lo hiciste, y mucho menos amenazarlo.
Escucho el crujido en el volante. El imbécil de Antuan se atrevió a golpearla. Sigo escuchando en silencio, pero mi sangre hierve. La rabia me consume.
Antonella niega con la cabeza, su voz es baja, pero cargada de desafío.
-Yo no le amenacé. Simplemente le dejé las cosas claras: que no iba a permitir que me tocara en la Noche de Bodas, y nunca. Que este matrimonio simplemente sería una transacción más, pero que dentro de la mansión, seríamos completamente extraños. Y yo iba a procurar ser amable con él en público, sí, pero no iba a obtener absolutamente nada más de mí.
-¿Y para eso tenías que amenazarlo con publicar todas esas pruebas que, según tú, tienes? -pregunta Ania, su voz es un reproche seco.
Aprieto aún más el volante. ¿Pruebas? ¿Antonella tiene pruebas sobre Antuan y su padre Fabricio? Esa información me interesa sobremanera. Me llena de un renovado fervor estratégico.
Antonella responde a su madre con una frialdad que me recuerda a mí mismo.
-Y para eso tenía que amenazarlo. Porque solo así, mamá, me aseguro de que mantenga sus sucias manos alejadas de mí. Él solo entiende el lenguaje de la pérdida.
Sigo conduciendo, pero mi atención está fija en el espejo retrovisor. La actitud de Antonella me fascina. No hay sumisión en ella; solo un carácter de acero. Me encanta esa resistencia, la forma en que lucha por sus ideales y defiende su integridad. Las mujeres dóciles me aburren. Las que tienen fuego y saben devolver un golpe, incluso verbalmente, me encienden.
La observo a través del espejo, viendo el desafío en sus ojos y la tensión en su mandíbula. Es una belleza indomable. Pienso en las pruebas que tiene. No es solo una novia; es una amenaza andante para el régimen de su padre. Y eso, me gusta incluso más. Estoy casándome con una guerrera.
Tomo el desvío tal y como lo habíamos planeado. La carretera se estrecha y nos adentramos en una zona más boscosa.
-Discúlpeme, señor -dice Ania, la madre de Antonella, su voz es inicialmente cortés-. Esa no es la ruta.
No le presto atención. Sigo conduciendo.
-¡Señor, le estoy hablando! -insiste la señora, ahora con un tono alarmado-. Esa no es la ruta hacia la iglesia. ¡Si no se detiene...!
No la escucho. En cambio, presiono el botón que pone los seguros en todas las puertas.
El pánico se desata.
-¡Usted no sabe lo que está haciendo! ¡Inmediatamente le ordeno que haga lo que le estoy pidiendo!
Miro por el retrovisor. Antonella no dice absolutamente nada. Su rostro es inexpresivo, pero sus ojos lanzan destellos.
Extiendo mi brazo hacia la parte trasera del asiento y extraigo una bolsa de lona oscura que contiene la ropa de Antonella.
-¡Antonella, por el amor de Dios! ¿Qué está haciendo? -grita Ania.
-Lo siento, mamá, pero yo no me pienso casar -dice Antonella con calma gélida.
Y entonces lo hace. Antonella empieza a rasgarse la tela del vestido de novia. Se quita el velo, el traje de seda se desgarra con un sonido seco. Debajo, lleva un corsé de compresión, bajo el cual se pone rápidamente una playera negra que saco de la bolsa. Termina de desvestirse, dejando ver unos leggings ajustados, también negros, que resaltan la forma atlética de sus piernas. Ya no es la novia; es una guerrera.
Ania la mira, atónita.
-¡Tú ya tenías planeado todo esto!
-Sí -responde Antonella, sin una pizca de remordimiento-. Y es una lástima que estés dentro del auto, pero con o sin ti, los planes continúan.
Detengo el auto. La detención es brusca. Antonella baja por su lado. Rodea el auto para sacar a su madre, abriendo su puerta.
-¡Antonella, te vas a arrepentir de esto! Por favor, recapacita y piensa las cosas. Tu padre va a estar muy enojado.
Antonella se detiene frente a su madre.
-Sinceramente, madre, me importa un rábano lo que mi padre piense, si se enoja o no. Es mi vida, y mi vida no le pertenece a él. Solo mía. Y yo haré con ella lo que quiera. No me voy a obligar como lo hiciste tú. Y sabes que te amo. Pero no pienso complacer a nadie por encima de mi felicidad y lo que yo quiero.
La madre rompe en llanto.
-¡Hija, por favor! -solloza Ania.
Antonella la abraza, con una fuerza que busca infundirle calma.
-Apóyame en esto, por favor. Solamente, apóyame.
Ania cede con un suspiro tembloroso.
-¿Y me vas a dejar aquí? -pregunta.
-No -responde Antonella, mientras hace una seña a una de las camionetas de custodia. -Uno de los autos te llevará de regreso, o llegarás a la iglesia. Dirás que me escapé, que fui forzada, que no estás segura de nada. Inventa lo que sea para que quedes como víctima. Te amo, mamá.
Le da un beso rápido en la mejilla y vuelve a subirse al auto. Meto primera. El Rolls-Royce se pone en movimiento ahora. Dos de mis camionetas nos siguen de cerca. La otra lleva a su madre directo a la iglesia, para que dé las "buenas nuevas".
Ya dentro del auto, escucho una exhalación profunda de Antonella.
-Tengo la adrenalina a mil -confiesa ella, frotándose los brazos.
No respondo. Estoy concentrado en la ruta de escape.
-Eres amigo de Nikolái, ¿verdad? -pregunta ella, rompiendo el silencio de nuevo.
Sigo en silencio.
-No hablas. ¿Eres mudo?
Sonríe, abre los brazos en un gesto amplio de liberación.
-¡Soy libre!
Solo puedo observarla por el rabillo del ojo. La camisa negra, los leggings, la sonrisa salvaje en su rostro... Es un terremoto de mujer. Y ahora es mío.
-Oye -insiste Antonella, su tono cambia de la euforia a la impaciencia-. Dime tu nombre. Es de mala educación no responder a las preguntas que te hace una persona.
Sigo conduciendo, concentrado.
-¿No vas a decirme nada? -repite ella. -Llevamos meses de comunicación y jamás has dicho tu nombre. Sé que eres el hombre de Nikolái, pero... ¡Dímelo!
-No soy Nikolai-me hacia pasar por el, que es otra cosa.
-Entonces eres su amigo-silencio de nuevo-háblame.
Se desespera.
-Los captores no hablan con sus víctimas -respondo finalmente, mi voz es profunda y carente de emoción.
El silencio se instala en el auto, pesado e instantáneo.
Miro por el retrovisor. Noto cómo la sangre abandona su rostro; palidece al instante. La euforia se desvanece.
-¿Qué quieres decir? -pregunta, su voz es apenas un susurro.
-Lo siento, Princesa -digo, mi mirada se encuentra con la suya en el espejo, y la mantengo firme-. Yo no te estoy salvando. Te estoy es secuestrando.