NOCHES ROJAS EN RUSIA
img img NOCHES ROJAS EN RUSIA img Capítulo 5 JUEGO PELIGROSO
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Capítulo 6 DESPERTAR img
Capítulo 7 DESESPERO 1 img
Capítulo 8 DESESPERO 2 img
Capítulo 9 CONFRONTACION 1 img
Capítulo 10 CONFRONTACION 2 img
Capítulo 11 DIALOGO img
Capítulo 12 EL ENEMIGO img
Capítulo 13 PESADILLA img
Capítulo 14 LAS COSAS CLARAS img
Capítulo 15 DESCUBRIMIENTO img
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Capítulo 5 JUEGO PELIGROSO

ANTONELLA

El frío que se cuela por los sellos de las ventanas no es nada comparado con el hielo que tengo en las venas. Respiro lenta y profundamente. Calma. Piensa. Nunca cedas. Eso fue lo primero que me enseñó papá.

Observo al hombre del asiento de al lado. Ancho, silencioso, y peligrosamente desconocido. No sé su nombre, pero su acento ruso es inconfundible y su silencio me dice que es un profesional. Acaba de pronunciar la palabra secuestro y ahora el vehículo avanza en la noche helada.

- Detente. Hablemos. - Mi voz es baja, pero tiene el filo de un cuchillo bien afilado. Me giro completamente hacia él. No hay pánico; solo una negociación de alto riesgo.

El conductor ni se inmuta, sus ojos fijos en la carretera.

- Eres un hombre de inteligencia, lo veo. Y un hombre de negocios - prosigo, mi tono es lógico, pragmático, la astucia de los Koslov-. Sabes que hay un precio por todo en este mundo. Dime cuál es el tuyo.

- El precio no lo pones tú, Malyshka - responde, con esa voz grave, despectiva.

- Me subestimas. Soy Antonella Koslova. Conozco los tratos de mi padre, Fabrizio Koslov. Te lo garantizo: cualquier cosa que te deba o que desees, será más fácil obtenerla a través de mí que a través de este... malentendido.

Me inclino un poco, usando la confianza y el respeto que el nombre de mi padre debería inspirar.

- Un secuestro es sucio. Es peligroso para ti. Pone a mi padre en tu contra de una forma personal que no te conviene. Dime qué quieres: dinero, un favor, territorios. Yo me encargo de que lo tengas antes de que mi padre se movilice. ¿Por qué arriesgar una guerra cuando puedes tener una ganancia rápida y limpia?

Por fin, sus ojos fríos se desvían de la carretera. Me escrutan de arriba abajo, sin una pizca de emoción.

- Tu lógica es impecable, Krasavitsa - (Bella), dice, y el diminutivo es pura ironía. - Pero tu premisa es defectuosa. No estoy aquí por dinero fácil ni por una ganancia rápida.

- ¿Entonces por qué? ¿Orgullo? ¿Venganza? - le presiono, buscando la grieta en su armadura.

- Estoy aquí para enviar un mensaje - responde, volviendo la mirada al camino-. Y el mensaje requiere de la única cosa que tu padre realmente valora. La garantía.

- ¡Yo no soy una garantía! - replico con firmeza, aunque por dentro un nudo se aprieta. - Soy un ser humano, soy su hija, y no soy una ficha de cambio. ¡Esto es inaceptable!

Él suelta un resoplido.

Me hundo en el asiento, observándolo. Mi estrategia de intermediación ha fallado. La calma aún me sostiene, pero sé que estoy atrapada. Tendré que pasar al siguiente paso. Lo que sea que eso implique.

Mi mirada está fija en la ventanilla, buscando algún punto de referencia familiar. Moscú ha desaparecido por completo. El paisaje es ahora solo una extensión infinita de bosque invernal y nieve. El pitido sordo en mis oídos comienza a ser el sonido del pánico. Mi padre me preparó para la negociación, para la calma en el caos, pero no para esta sensación de estar siendo borrada del mapa.

- ¿A dónde me llevas? - La pregunta se me escapa, más dura de lo que pretendía.

- Detente ahora. - Mi voz es ahora un escalpelo, dejando la diplomacia a un lado. - Te lo advierto, tu posición se complica con cada kilómetro que nos aleja de la capital. Tú sabes quién es mi padre. ¿Crees que eres el único que tiene hombres esperándolo? En el momento en que sepa que no estoy en mi apartamento, tu cabeza será la moneda de cambio.

- Ya hemos pasado ese punto, Koslova - replica, su tono monótono, sin el menor rastro de preocupación.

- No lo has entendido - espeto, mi respiración se acelera, obligándome a luchar por mantener la frialdad-. Mi padre no enviará un mensaje. Enviará un ejército. Te está buscando ahora mismo. Cuando te encuentren, no habrá un juicio ni una negociación. Habrá una ejecución lenta y dolorosa. No importa quién seas o para quién trabajes, no vale la pena. Libérame ahora, aquí mismo, y yo intercederé para que solo te rompan las piernas.

El silencio se extiende, pesado, mientras el todoterreno se desliza por una carretera secundaria

- Eres muy valiente al amenazar a un hombre cuyo nombre desconoces. Me gusta. Es puro Fabrizio Koslov.

- Mi valentía es la menor de tus preocupaciones. La furia de mi padre es la que debería mantenerte despierto.

- Tu error, Antonella, es pensar que tu padre me está buscando a mí... o que me importa.

- ¿Y qué crees que va a hacer? ¿Permitir que su hija sea tomada por un... un peón?

- No soy un peón.

La simple afirmación, seca y absoluta, es más poderosa que cualquier fanfarronería.

- No me estás reteniendo tú. Tú estás siendo retenida por el hombre que tu padre más teme en este mundo. Y ese hombre... ese hombre no se detiene a mitad de camino para negociar con la mercancía. No le preocupa que le busquen, Antonella. De hecho, lo que más desea es que lo encuentren.

- ¿Y tú... - Logro preguntar, mi voz apenas audible-... qué eres tú para él?

- El que te lleva a casa. Mi casa. Ahora, cierra la boca. El viaje será largo, y te prometo, princesa, que vas a necesitar todas tus fuerzas cuando lleguemos.

El motor sigue rugiendo, y solo queda el frío abrumador de la noche y la conciencia de que he pasado de negociar mi libertad a ser rehén de una guerra entre titanes.

El aire se congela en mis pulmones. Sus palabras, "El que te lleva a casa. Mi casa," resuenan con una certeza tan brutal que el miedo da paso a algo mucho más caliente y peligroso. Rabia. Pura, hirviente rabia Koslova. La sensación de impotencia es una ofensa personal.

- ¡Te vas a arrepentir de cada palabra que has dicho! - Estallé, mi voz es un latigazo. El control se rompe y dejo que el temperamento familiar tome las riendas. Me inclino, sin importarme la distancia, la amenaza, o su tamaño. - No tienes idea con quién te has metido. Mi padre no solo te encontrará a ti; él rastreará a cada hombre que te haya ayudado a sacarme. Él no tiene límites, ¿entiendes? ¡Tú y tu estúpido mensaje van a desaparecer! ¡Va a ser un error que nadie en tu jodida organización va a poder pagar!

El conductor, ese coloso silencioso, finalmente reacciona. Y no es con miedo, no es con una amenaza.

Se ríe.

Una carcajada baja, ronca, que retumba en el pequeño espacio del auto. Es una risa genuina, pero desprovista de humor. Es la risa de un depredador que encuentra el coraje de su presa adorablemente patético.

- ¡¿Te ríes?! - Mis ojos deben estar llameando. No puedo soportar la burla. Me siento humillada, expuesta. - ¡No hay nada gracioso en esto, estúpido! ¡Cuando Fabrizio Koslov ponga sus manos sobre ti, no te quedarán ganas de reírte!

- Oh, claro que sí, Kisa (Gatita) - responde él, y su voz está cargada de una altivez que me asfixia. Su risa se extingue, pero una sonrisa lenta y cruel permanece en la comisura de sus labios. Es la sonrisa de un rey ante un desafío infantil. - Tu ardor es impresionante, Antonella. Pero tu ceguera también. Eres como una cachorrita que le gruñe al lobo.

- ¡Yo no soy una cachorra! - replico, con la respiración entrecortada por la indignación. Mi cuerpo entero tiembla con la necesidad de golpearle.

- Lo eres. Y tu furia es... un espectáculo divertido, lo admito. Pero es inútil. ¿Crees que el hombre que tu padre más teme no consideró sus represalias? ¿Crees que alguien tan importante pondría su propio cuello en el cepo por un simple capricho? No. Yo no tengo que arrepentirme de nada, Malyshka. El único que se va a arrepentir es tu padre.

Me hundo en el asiento, exhausta no por la pelea, sino por la futilidad de la misma. Él es invencible. Es impenetrable. Mi rabia no es más que un entretenimiento para él. La distancia entre Moscú y yo aumenta, y la única certeza es que estoy en las manos del enemigo más peligroso de mi padre.

Bajo la mirada. La garganta me duele por gritar.

- Eres un monstruo - susurro.

El conductor simplemente asiente, como si le hubiera dado el cumplido más alto.

- Lo soy, Antonella. Y es una pena que lo hayas tenido que descubrir de esta manera. Ahora, termina con el drama. Me gusta el silencio. Y tu sabes que es mejor para ti obedecer.

El silencio se congela. Pasa lo que se siente como una hora, pero solo me concentro en una cosa: memorizar. Intento grabar cada árbol, cada curva, cada tenue cartel en cirílico. Pero nunca he estado en esta parte de Rusia; el paisaje de taiga infinita es un lienzo extraño que no consigo cartografiar. La desesperación se agudiza y la pregunta sobre mi madre, la que me niego a pensar, me pincha: si el peor enemigo de mi padre me tiene a mí, ¿dónde está ella?

De repente, el vehículo frena.

A través de la oscuridad del bosque, emerge una vista sorprendente. No es una choza, sino una formidable estructura de madera oscura, elegante, con luces cálidas en las ventanas. Una cabaña lujosa. Nos acercamos a una alta verja metálica. Mi captor teclea un código en un panel junto a su ventanilla. El pesado metal se desliza.

Mi captor apaga el motor. El silencio es un estruendo. Abrocha su abrigo y rodea el capó.

Este es el momento.

Mi mente grita la historia de Irina. Sé lo que les pasa a las mujeres secuestradas. No voy a ser una víctima pasiva. No voy a esperar.

La puerta de mi lado se abre. Su figura se cierne sobre mí.

- Sal. - Su voz es grave y directa.

Relajo mi cuerpo, haciendo un esfuerzo para parecer fatigada y sumisa. Llevo la mano al tirador de la puerta. Él se inclina justo cuando voy a salir, su guardia baja por la expectativa de que cooperaré.

Es ahora.

Con un movimiento rápido y coordinado, toda mi fuerza se concentra. Lanzo mi rodilla y luego la punta de mi bota contra su zona baja. El impacto es seco y espeluznante.

Él se dobla sobre sí mismo. Un gemido gutural de dolor puro escapa de su garganta, y su peso se desploma hacia el suelo nevado.

¡Estoy libre!

Corro. El frío me quema los pulmones y la adrenalina me dispara. No miro atrás. Escucho un grito ahogado y el sonido de la nieve crujiendo bajo las botas de los otros hombres que ahora corren hacia mí. No importa. Solo importa la reja.

Llego al metal abierto, que aún se desliza lentamente. En lugar de intentar pasar por la abertura, me agarro a los barrotes, intentando escalar desesperadamente el borde. Necesito llegar al bosque. Necesito la oscuridad.

Estoy a punto de lanzar mi cuerpo al otro lado cuando un dolor agudo y un peso de acero se cierran alrededor de mi tobillo. Soy jalada hacia abajo con una fuerza aterradora.

Caigo en la nieve. El aire me abandona. Y ahí está él, justo detrás de mí, respirando con dificultad, pero con una mano implacable. Su olor a cuero y frío me envuelve; estoy atrapada entre la verja y el peso de su cuerpo.

- No tienes a dónde ir, Antonella - sisea, su voz tensa por la agonía, pero su control es absoluto.

Lucho, intento arañarlo, golpearlo, pero me sujeta la mandíbula con la otra mano. Siento un pinchazo rápido y agudo en el cuello, justo detrás de mi oreja.

- Lo siento - susurra contra mi piel.

Todo se vuelve lento. El mundo se vuelve borroso, pesado.

La prisión.

                         

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