Algunas personas en la heladería estaban mirando, susurrando. Sentí sus miradas de juicio, la humillación quemándome la piel. Era como si mi vida entera se estuviera desmoronando en público, y yo no pudiera hacer nada para detenerlo. Sentí un frío glacial extendiéndose por mis venas, a pesar del sol. El dolor era tan intenso que me costaba respirar.
Yeray, mi Yeray. El niño que había acunado, que había enseñado a hablar, a leer, a reír. El niño por el que había sacrificado mi propia vida, mis sueños, mi dignidad. Ahora, él me despreciaba.
Leandro permaneció en silencio, observando la escena sin intervenir. Su indiferencia era un puñal más.
Estrella, con una sonrisa forzada, se inclinó hacia Yeray. "Ay, mi amor, no digas eso de mami Gabriela. Ella solo se preocupa por ti." Su voz, aunque suave, era condescendiente. Claramente, solo quería poner fin a la escena.
Leandro, al fin, se movió. "Ya es tarde. Vamos a cenar. Hay un restaurante de comida mexicana picante cerca." No me preguntó si me apetecía, simplemente lo anunció.
Nos sentamos en una mesa grande en el restaurante. Leandro y Estrella se sentaron uno al lado del otro, riendo y recordando platillos picantes que solían compartir. "Recuerdas cuando comimos ese mole tan picante en Oaxaca, Estrella?" dijo Leandro, sus ojos brillando.
Estrella se sonrojó, su mano apoyada en la suya. "Claro que sí, mi amor. Casi me muero, pero valió la pena."
Yo me senté frente a ellos, mi plato de comida picante frente a mí. Solo tomé un poco de arroz. No podía comer. El ardor en mi garganta, el nudo en mi estómago, no era del picante, sino del dolor en mi corazón. Bajé la mirada, intentando desaparecer.
Leandro, de repente, se dio cuenta de mi silencio. "¿Gabriela? ¿Estás bien? No has comido nada."
Lo miré, mis ojos vacíos. "No, Leandro. No puedo comer chile. Lo sabes."
Su rostro se contrajo en una mueca de sorpresa. "Pero... siempre has comido conmigo. Nunca me habías dicho que no te gustaba el picante."
Una sonrisa amarga se dibujó en mis labios. "No, nunca me preguntaste. Y yo nunca quise molestarte." Había pasado años comiendo comida picante, sufriendo en silencio, solo para no ser una carga.
Leandro me miró, sus ojos llenos de una repentina culpa. "Lo siento, Gabriela. No lo sabía. Te pido otro plato."
"No, gracias," dije, mi voz firme. "Ya no tengo hambre." Su tardía preocupación era inútil.
Leandro se quedó en silencio, incómodo.
De repente, una mujer de la mesa de al lado se acercó. "¡Estrella Ferrando! ¡Qué gusto verla! Siempre tan bella. Y usted, señor Angulo, son la pareja perfecta. ¡Qué bonita familia!"
Estrella sonrió, su mano en la de Leandro. "Muchas gracias, qué amable."
Leandro me lanzó una mirada fugaz, como si buscara mi aprobación. Pero yo no dije nada.
"¡Su amor es tan inspirador!" exclamó la mujer.
Estrella se rió, su voz teñida de falsa humildad. "Nos queremos mucho. Y Yeray es la luz de nuestras vidas."
Leandro la miró con adoración.
Yeray, ajeno a la tensión, preguntó en voz alta: "Papi, ¿ya puedo tener una mami nueva? La tía Estrella es muy bonita y me quiere mucho."
Leandro se puso pálido. "¡Yeray! No digas tonterías." Miró a la mujer, luego a mí.
"No te preocupes, mi amor," dijo Estrella, acariciándole el cabello. "Tus padres te quieren mucho."
Leandro se inclinó hacia mí, su voz un susurro. "Gabriela, por favor. Es por la imagen de Estrella. Ya sabes cómo es la prensa."
Mi sonrisa amarga volvió. "Entiendo, Leandro. No te preocupes. Todo está bien."
Leandro me miró, confundido por mi reacción. Parecía no entender que ya no me importaba.
Estrella, rápida, lo tomó del brazo. "Mi amor, vamos a pagar. Yeray tiene sueño."
Leandro se levantó, su atención puesta de nuevo en Estrella. Salimos del restaurante y nos dirigimos al estacionamiento.
De repente, un coche, a toda velocidad, salió del estacionamiento contiguo. El chirrido de los neumáticos, el sonido de los frenos.
Leandro reaccionó de inmediato. En un segundo, empujó a Estrella y a Yeray hacia un lado, protegiéndolos con su cuerpo.
Yo, que estaba un paso atrás, no tuve tiempo de reaccionar. El coche me rozó, y caí al suelo, el dolor agudo en mi pierna.
"¡Gabriela!" gritó Leandro, su voz llena de pánico.
Intentó acercarse, pero Yeray comenzó a llorar. "¡Tía Estrella! ¡Me duele la cabeza!"
Estrella, que solo había recibido un susto, se quejó. "Ay, mi amor, me duele todo el cuerpo."
Leandro, dividido, miró a Yeray, luego a Estrella.
"¡Papi! ¡La tía Estrella se siente mal!" gritó Yeray, tirando de su brazo.