Me concentré en el silencio que siguió. No era un silencio de calma, sino el silencio depredador que precede a la llegada de algo poderoso, el tipo de silencio que solo una presencia Alpha podía imponer sobre el bosque y sobre mi manada.
Cerré los ojos por un instante, reuniendo mi compostura. Si el hombre que venía era realmente mi mate, no podía permitirme reaccionar como una cachorra asustada. Yo era Destiny Thomson, la Alfa. Y mi mate sería mi igual.
Justo cuando abrí mis ojos color ámbar, listos para confrontar el destino, fui golpeada por la sensación más abrumadora que había experimentado.
No fue un sonido, ni una imagen. Fue el aroma.
Me inundó, cortando el aire de pino y carne asada como una cuchilla fría. Un olor a tierra húmeda, especias picantes, y el cuero antiguo de un guerrero que nunca ha conocido la rendición. Era Kraven Smith. Un aroma fuerte, masculino, que prometía la seguridad de las montañas y la disciplina del hielo. Era la esencia de la Tradición.
El efecto fue inmediato y brutal. La sangre se me calentó, espesa y exigente. Un calor desconocido me recorrió desde la base de la columna hasta el cuello, y de pronto, todos mis sentidos se concentraron. No era un simple perfume; era una llave biológica que encajaba en la cerradura de mi loba.
Mi respiración se enganchó. Quise levantarme, correr hacia él, tumbarme a sus pies, dominarlo, todo al mismo tiempo. La dualidad de la necesidad y el poder se volvió un tormento delicioso en mi interior.
Mío, rugió mi loba en un susurro ardiente que solo yo pude escuchar.
Y entonces lo vi.
Cruzó el umbral. Kraven Smith, el Alfa del Este.
Era todo lo que las historias contaban, pero magnificado. Un hombre masivo, vestido con una armadura de cuero oscuro y pieles que solo acentuaban el ancho de sus hombros. Su movimiento era preciso, pesado y deliberado. No caminaba; reclamaba el espacio que pisaba.
Sus ojos, de un frío gris metálico, barrieron la sala con una autoridad que casi superaba la mía, hasta que se fijaron en mí, sentada en el dais. En ese momento, el gris frío se incendió con un reconocimiento primitivo. No había dudas, ni negociaciones. Había destino.
La manada se movió a su paso como las aguas ante un barco. Yo sentí la Marca de la Luna quemarme en el vientre, justo en el punto de encuentro con el vínculo. Era una agonía deliciosa, la necesidad de que su toque mitigara el dolor del anhelo.
Kraven ignoró a todos, incluidos mis Betas que intentaron darle la bienvenida formal. Sus ojos nunca abandonaron los míos.
Cada paso que daba era una promesa de dominación sensual, una declaración de que no había venido a pedir, sino a tomar.
Se detuvo al pie de los escalones. Su mandíbula cuadrada, marcada por una barba bien recortada, se tensó.
-Destiny Thomson -Su voz era profunda y resonante, como una avalancha en el corazón de las montañas. No era una pregunta, era una afirmación. Una posesión verbal.
Me levanté del trono, sintiendo que mis piernas temblaban bajo el peso de su atención. Me obligué a no dar un solo paso hacia él, sino a esperar que él subiera. Yo era el Alfa en mi territorio.
-Kraven Smith -respondí, mi voz rasposa, pero firme-. Has llegado.
Él no sonrió. Nunca sonreía, según los rumores. En su lugar, sus ojos grises se clavaron en mi boca.
-La Diosa de la Luna no se equivoca -declaró, y comenzó a subir los escalones. Con cada escalón que ascendía, el aroma a cuero y especias se hacía más potente. Mis fosas nasales se dilataron. El aire se volvió más fino, y sentí que mi loba arañaba mi control, rogando por el contacto-. He esperado este día por demasiado tiempo -dijo Kraven. Se detuvo a menos de un metro de mí. El calor que emanaba de su cuerpo era palpable, una invitación al infierno que ardía entre nosotros.
Extendió su mano, una mano grande y áspera que había forjado su propio imperio. No para acariciar, sino para reclamar. Su intención era tan cruda que era un lenguaje erótico en sí mismo: tomar mi barbilla, obligarme a mirarlo.
Pero antes de que pudiera tocarme, hice lo impensable. Usé la técnica que desarrollé para apaciguar a un lobo furioso: coloqué mi palma abierta justo en el centro de su pecho, un lugar reservado solo para el contacto más íntimo, o para el desafío.
La tela de su túnica era áspera y caliente bajo mi mano. Pude sentir el latido poderoso de su corazón, un tambor más fuerte que todos los de la sala.
-Aquí, Kraven Smith -dije, bajando mi voz para que solo él me escuchara, dejando que un poco de mi propia sensualidad se filtrara, un juego de poder que él pareció saborear-. Yo soy la Alfa. Me tomas a mí, tomas mi manada. La unión se sella con el respeto y la sumisión mutua.
Sus ojos brillaron con celo. Su mano, que había estado a punto de tomar mi rostro, se movió como un rayo. No me apartó. En su lugar, deslizó su mano sobre la mía en su pecho, aprisionándola entre su cuerpo y su ropa, un gesto de dominio sutil.
-La sumisión mutua, ¿eh? -Su aliento caliente acarició mi oído, enviando un escalofrío que me hizo arquear la espalda-. Muéstrame cómo se ve eso, Destiny.
Se inclinó, y sin darme tiempo a reaccionar, me besó.
No fue un beso tierno. Fue un asalto posesivo de labios y lengua, un reclamo territorial tan público y crudo que mi manada lanzó un rugido de aceptación y triunfo. Su sabor era fuerte y dominante, como su aroma. En ese beso, sentí la promesa de años de deseo reprimido y la certeza de que este hombre sabía exactamente cómo gobernar mi cuerpo.
Cuando se separó, me faltaba el aliento. Mi rostro estaba ardiendo y mi mente racional había sido completamente aniquilada.
-Ya está hecho -susurró, con una sonrisa sombría, casi una mueca de victoria-. Ahora, a la cámara. Hay leyes de la Luna que no esperan.
Me tomó de la mano, y sin esperar una respuesta, comenzó a guiarme fuera del dais, ante los vítores ensordecedores. El Festival había terminado. El vínculo comenzaría ahora.
Mientras Kraven me arrastraba con una urgencia que igualaba mi propio ardiente deseo, solo podía pensar: Esta es la noche en que me uno a mi Alfa. Mi único mate.
La cama era grande y fría, pero no por mucho tiempo.