El Sabor de los secretos
img img El Sabor de los secretos img Capítulo 4 Inversiones Aurora S.A.
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Capítulo 6 Vino Tinto y Mentiras Blancas img
Capítulo 7 La cacería había comenzado img
Capítulo 8 Hielo Derretido img
Capítulo 9 ¿Cuánto necesitas img
Capítulo 10 El Precio del Tiempo img
Capítulo 11 Estamos a mano img
Capítulo 12 Salmuera y Verdades a Medias img
Capítulo 13 La Cocina del Lobo img
Capítulo 14 El Banquete del León img
Capítulo 15 La Fuga del Crisol img
Capítulo 16 La Confesión y el Ultimátum img
Capítulo 17 Fuego en el Crisol img
Capítulo 18 La Transferencia Fantasma img
Capítulo 19 El Nudo de la Deuda y el Destino img
Capítulo 20 La Estrella Grabada y el Voto Oculto img
Capítulo 21 El Rescate Marcado img
Capítulo 22 Ecos en la Torre Este img
Capítulo 23 La verdad, servida fría y en directo img
Capítulo 24 La Última Cena en El Crisol img
Capítulo 25 Cenizas y Señales Digitales img
Capítulo 26 El Fantasma en la Estructura img
Capítulo 27 Bajo la Cera y el Canto img
Capítulo 28 La Marea Negra img
Capítulo 29 La Mesa de los Fantasmas img
Capítulo 30 La Capilla de los Inocentes img
Capítulo 31 El Arquitecto del Vacío img
Capítulo 32 El Aire que Falta img
Capítulo 33 El Peso del Silencio img
Capítulo 34 El Meridiano de la Sangre img
Capítulo 35 La Máscara de la Tercera Hija img
Capítulo 36 El Brillo en el Abismo img
Capítulo 37 La Jaula de Hierro y Agua img
Capítulo 38 La Selva de los Huérfanos img
Capítulo 39 La Extensión del Fantasma img
Capítulo 40 El Vuelo del Lázaro img
Capítulo 41 La Semilla Humana img
Capítulo 42 El Algoritmo de la Sangre img
Capítulo 43 El Vientre del Leviatán de Acero img
Capítulo 44 El Banquete de los Caníbales img
Capítulo 45 El Primogénito Roto img
Capítulo 46 El Último Algoritmo de Papá img
Capítulo 47 El Evangelio del Óxido img
Capítulo 48 El Ecosistema del Duelo img
Capítulo 49 El Batiscafo de los Condenados img
Capítulo 50 El Jardín después del Diluvio img
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Capítulo 4 Inversiones Aurora S.A.

POV: Ricardo Márquez

Empecé a revisar las cifras. Era un desastre, pero no por falta de ingresos, sino por una gestión de flujo de caja caótica. Pagaba a los proveedores demasiado pronto, tenía intereses moratorios abusivos en microcréditos y sus márgenes de beneficio en los platos estrella eran demasiado bajos por el costo de los ingredientes premium.

-Tus costos operativos están comiéndose tu margen bruto -dije, señalando una columna-. Estás pagando un sobreprecio del 20% en estos aceites importados. Si negocias un pago a 60 días, podrías liberar liquidez para...

Me detuve. Mi dedo se congeló sobre el teclado.

Había minimizado la ventana de la hoja de cálculo para ver un documento PDF que estaba abierto en segundo plano. Era la carta que Valeria había recibido la noche anterior. La oferta de compra del edificio.

Leí el membrete en la esquina superior izquierda. Un logotipo minimalista, gris y azul.

"Inversiones Aurora S.A."

Sentí un frío repentino en el estómago, más intenso que el de la noche anterior bajo la lluvia.

Conocía ese nombre. Por supuesto que lo conocía. Aurora no era una empresa real; era una sociedad instrumental, una "empresa fantasma" legal que utilizábamos en Márquez Holdings para adquisiciones hostiles. La usábamos cuando queríamos comprar propiedades sin que los dueños supieran que el gigante corporativo de mi familia estaba detrás, para evitar que subieran el precio.

Mi padre estaba comprando este edificio.

Y si mi padre estaba comprando este edificio, no era para mantener el encantador restaurante de la planta baja. Era para demolerlo y construir torres de oficinas o condominios de lujo. Era su modus operandi estándar: comprar barato, expulsar a los inquilinos con cláusulas legales agresivas, demoler y reconstruir.

-¿Qué pasa? -preguntó Valeria, notando mi rigidez-. ¿Es tan malo? ¿Estoy en bancarrota?

Tragué saliva. La ironía era tan espesa que casi me ahogaba. Había huido de mi padre para no ser parte de sus maquinaciones, solo para terminar escondido en la trinchera de su próxima víctima. Yo había firmado la autorización de fondos para Inversiones Aurora hace tres semanas, antes de huir. Sin saberlo, yo había financiado la bala que ahora apuntaba al pecho de Valeria.

-No -dije, forzando mi voz a sonar neutral. Cerré el documento rápidamente, sintiéndome sucio-. No estás en bancarrota. Pero la situación es... delicada.

Me giré para mirarla. Sus ojos color miel estaban llenos de miedo, y por primera vez, me di cuenta de lo joven que era. Tenía mi edad, quizás menos, pero cargaba con el peso del mundo. Y yo era, técnicamente, el enemigo.

-Ricardo, dime la verdad -exigió ella, apoyando las manos en la mesa, invadiendo mi espacio personal-. ¿Esa carta legal? ¿Qué significa? Dicen que quieren comprar y que mi contrato de alquiler podría ser nulo.

Podía decirle la verdad. Podía decirle: "Mi padre es el dueño de esa empresa. Si vendes, te echará en un mes. Tengo el dinero para salvarte en una cuenta en Suiza, pero si lo toco, sabrán dónde estoy".

Pero no podía. Si revelaba quién era, ella me echaría a la calle. O peor, me entregaría a mi familia por una recompensa o por odio.

-Significa que necesitas un abogado -dije, eligiendo mis palabras con cuidado quirúrgico-. Y significa que necesitas dinero rápido para blindar tu contrato actual antes de que se ejecute la venta.

-Dinero rápido -Valeria soltó una risa seca y amarga-. Genial. Solo necesito encontrar un árbol que dé billetes en lugar de manzanas. Tengo cincuenta mil dólares de deuda, Ricardo. Nadie me va a prestar más.

Se alejó de la mesa y volvió a los fogones, atacando las verduras con una furia renovada.

-Voy a perderlo -dijo, dando la espalda. Su voz se quebró, solo un poco-. Todo por lo que trabajé. Voy a terminar cocinando hamburguesas en una cadena rápida.

La vi encorvarse sobre la sartén.

Miré mis manos, las manos de un pianista que había aprendido a tocar la melodía del dinero. Sabía cómo arreglar esto. Sabía dónde estaban las lagunas en el contrato de Inversiones Aurora porque yo mismo había ayudado a diseñarlas para casos de emergencia. Podía ser el topo. Podía sabotear la adquisición desde dentro, usando mi conocimiento sin revelar mi identidad.

Era peligroso. Era una locura. Pero al ver la espalda temblorosa de Valeria, recordé la promesa de mi padre: "Cuidaré de ella". Él pensaba hacerlo casándola conmigo a la fuerza. Yo podía hacerlo de otra manera.

Me levanté de la silla.

-No vas a perderlo -dije con una firmeza que la hizo girarse.

-¿Ah, no? ¿Y tú cómo lo sabes, señor contador?

-Porque soy muy bueno con los números -caminé hacia ella hasta quedar frente a frente. El olor a salvia me envolvió-. Y veo cosas aquí que tú no ves. Puedo ayudarte a reestructurar esto. Puedo ayudarte a ganar tiempo. Pero tienes que confiar en mí.

Valeria me escrutó. Sus ojos viajaron por mi cara, buscando una mentira.

-¿Por qué harías eso? Apenas me conoces. Me pagaste dos meses de alquiler. Ya has hecho suficiente.

-Digamos que... -busqué una excusa, algo que sonara plausible para un hombre que vive en una habitación alquilada-... odio ver cómo los grandes aplastan a los pequeños. Es un defecto personal.

Valeria sostuvo mi mirada unos segundos más. Luego, asintió lentamente.

-Está bien, Ricardo. Tienes acceso a los libros. Pero si hundes mi barco más rápido, te juro que te usaré como ingrediente en el estofado.

Sonreí, pero por dentro estaba helado. No sabía si podría salvarla de mi propio padre. Pero estaba seguro de una cosa: la guerra había llegado a la cocina, y yo acababa de cambiar de bando.

En ese momento, el teléfono de Valeria sonó. Ella lo miró y palideció.

-Es el banco -susurró.

-No contestes -ordené-. A partir de hoy, yo hablo con ellos.

Valeria me miró, sorprendida por mi tono de autoridad, ese tono que solía usar en las juntas directivas. Antes de que pudiera cuestionarme, tomé el teléfono de su mano y rechacé la llamada.

-Vamos a cocinar primero -dije, remangándome la camisa de franela barata-. Los números se piensan mejor con el estómago lleno. ¿En qué te ayudo?

Valeria me miró como si fuera un alienígena, pero luego me pasó un cuchillo.

-Corta las cebollas. En brunoise fina. Y no llores.

Tomé el cuchillo. Mientras empezaba a cortar, supe que me había metido en un lío del que no podría salir solo con dinero. Pero por primera vez en años, mientras las capas de la cebolla caían sobre la tabla, sentí que estaba haciendo algo real.

Lo que no sabía era que mi teléfono prepago, guardado en mi bolsillo, estaba a punto de recibir un mensaje que complicaría todo aún más. Un mensaje de un número desconocido con una sola foto adjunta: una imagen borrosa de mí, entrando en este edificio anoche.

Alguien me había visto.

            
            

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