La paz en la mansión Kensington duró poco. Esa misma tarde, Scarlett colapsó dramáticamente en el salón. Ethan la llevó al hospital. El diagnóstico seguía siendo vago, pero los médicos insistían en una cirugía compleja.
Necesitado de liberar tensión, Ethan dejó a Scarlett dormida y se dirigió a un lugar que pocos conocían: un campo de tiro subterráneo en la zona industrial, lejos de los clubes sociales donde iba a ser visto. Quería ruido y violencia controlada.
Entró en el "Bunker 9". El aire olía a pólvora rancia y aceite. Alquiló una cabina y una pistola de alto calibre. Mientras cargaba el arma, escuchó disparos en la línea contigua. No era el ritmo errático de un aficionado. Era un metrónomo de destrucción. Pum-pum. Pausa. Pum-pum.
Ethan se acercó discretamente para mirar. En la línea vecina, una figura vestida completamente de negro, con ropa táctica ancha y una gorra calada, disparaba un rifle con una precisión aterradora. Los blancos móviles a cincuenta metros caían uno tras otro.
Ethan observó la postura: pies plantados, hombros relajados, respiración controlada. Era la postura de un profesional. Un mercenario o un militar de élite.
La tiradora (por la forma de las caderas dedujo que era mujer) bajó el arma y se quitó los protectores auditivos un momento para ajustarse la coleta. Ethan sintió una extraña punzada de familiaridad en la nuca. Algo en la línea de su cuello, en la forma en que inclinaba la cabeza...
"No seas ridículo", pensó. "Iris le tiene miedo a los truenos. Se escondía debajo de la manta en las tormentas. Esta mujer es una máquina de matar".
La mujer pareció sentir su mirada. Se giró bruscamente, subiéndose la braga del cuello para cubrirse la nariz y la boca. Solo sus ojos quedaron visibles por un segundo bajo la visera de la gorra. Eran oscuros, insondables.
Ethan dio un paso adelante. -Buena puntería.
La mujer no respondió. Recogió su equipo con movimientos rápidos y eficientes, metiendo el rifle en una bolsa de deporte, y salió por la puerta trasera hacia el callejón oscuro.
Ethan salió tras ella, movido por la curiosidad. -¿Oye?
Llegó al callejón justo a tiempo para ver las luces traseras de un sedán negro y común alejándose despacio, sin chirriar ruedas, sin llamar la atención. Un profesional hasta para irse.
Ethan se quedó allí, bajo la luz parpadeante de una farola. Sacó su teléfono.
-Liam, busca si hay mujeres militares o contratistas de seguridad privada operando en la ciudad.
-¿Señor? -Liam sonaba cansado-. ¿Esto tiene que ver con la señora Iris?
-No -dijo Ethan, mirando hacia donde el coche había desaparecido-. Esto es otra cosa. Hay alguien en esta ciudad que me está poniendo nervioso.
En el sedán negro, Iris se quitó la gorra y soltó un suspiro tembloroso. Eso había estado demasiado cerca. Ethan frecuentaba clubes de élite, no agujeros como ese. Su mundo se estaba haciendo pequeño. Necesitaba tener más cuidado.