Llegó una citación de Don Ramiro de la Garza, el abuelo de Eduardo. El patriarca de la familia De la Garza. Mi ex suegro. Mi corazón latía con una mezcla de pavor y una débil esperanza. Era un magnate de la vieja escuela, creía en las deudas de honor. Quizás, solo quizás, intervendría.
Entré en su estudio, una habitación cavernosa llena de muebles antiguos y el olor a dinero viejo y poder. Don Ramiro estaba sentado detrás de un enorme escritorio de caoba, su rostro sombrío, sus ojos cansados. Me miró con una mirada que contenía un destello de algo parecido a la piedad.
-Valeria -comenzó, su voz sorprendentemente suave-. Lamento de verdad lo que has soportado.
Sus palabras, tan inesperadas, trajeron un nuevo escozor a mis ojos.
-Gracias, señor. Pero dejé de esperar piedad hace mucho tiempo.
Suspiró, pasándose una mano por su cabello plateado.
-Eduardo ha ido demasiado lejos esta vez. Está cegado por esa mujer Cantú. Siempre fue un muchacho difícil, pero esto... esto es inaceptable.
-Es demasiado tarde para disculpas, señor De la Garza -dije, mi voz plana-. El matrimonio ha terminado. Irreparablemente. No hay vuelta atrás.
Asintió lentamente.
-Lo veo. Y lamento el papel que jugué al arreglarlo. Creí que era lo mejor, para ambas familias. -Sus ojos contenían una genuina tristeza-. Pero también sé que Benjamín es inocente. La narrativa de Eduardo es... defectuosa. El muchacho no dañaría intencionalmente a nadie, y mucho menos robaría secretos de la empresa sin una causa justa.
Una oleada de alivio me invadió. Alguien me creía. Alguien veía la verdad.
-Simplemente intentó exponer a Sofía Cantú como la fraude que es, señor. Estaba protegiendo la empresa de Eduardo, irónicamente. Y pagó un precio muy alto por ello.
-Ciertamente. -Don Ramiro tamborileó los dedos sobre el escritorio-. Lo que me lleva a por qué te llamé aquí. La reputación de mi familia también está en juego. Y la tuya. No permitiré que la estupidez de mi nieto manche más el nombre De la Garza. -Me miró, su mirada aguda-. ¿Qué quieres, Valeria? ¿Qué se necesita para que retires las acusaciones contra Eduardo y ceses toda acción legal con respecto a Corporativo Moreno?
Sentí una fría oleada de cálculo.
-Quiero que Corporativo Moreno sobreviva. Quiero que sus activos sean descongelados. Quiero que se restablezcan las líneas de crédito. Y quiero que termine la campaña de desprestigio contra mi hermano y mi familia.
Se reclinó, sus ojos escrutándome.
-¿Y a cambio?
-Retiraré todos los cargos contra Sofía Cantú por su intento de asesinato de Benjamín. Firmaré un acuerdo de confidencialidad sobre los asuntos de Eduardo y sus... excentricidades. Y me iré de la ciudad, del país si es necesario, y nunca más molestaré a la familia De la Garza. -Lo miré directamente a los ojos, mi voz firme-. Desapareceré.
Permaneció en silencio por un largo momento, sopesando mis palabras. Conocía su cálculo. La reputación de su nieto, la imagen de su familia, contra la supervivencia de una empresa más pequeña y asediada. Un sacrificio doloroso de mi parte, pero necesario. A él no le importaba la justicia, solo la reputación y el control.
Finalmente, asintió.
-Muy bien. Me aseguraré de que Corporativo Moreno se estabilice. Y la narrativa pública cambiará. Pero entiende esto, Valeria. Esta es una oferta única. Una vez que te vayas, no habrá vuelta atrás.
-Entiendo, señor. -Sentí una victoria hueca. Un futuro, pero a un precio terrible.
Al salir del estudio de Don Ramiro, casi choco con Eduardo. Estaba en el pasillo, apoyado contra la pared, una sonrisa depredadora en su rostro. Debió haber estado escuchando.
-Así que, la esposa obediente viene a rogarle al abuelo -se burló-. Qué patético.
Apreté la mandíbula.
-Vine a salvar lo que intentaste destruir, Eduardo. Mi familia. Mi hermano.
-¿Y qué le prometiste a cambio? ¿Tu silencio eterno? ¿Tu patética devoción? -Se rio, un sonido corto y sin humor-. Ya he destruido a tu familia, Valeria. Tu hermano es un lisiado, un paria. Tu empresa es una broma. ¿Y tú? Eres un juguete desechado.
-Te equivocas, Eduardo -dije, mi voz peligrosamente tranquila-. No nos destruiste. Solo me mostraste el monstruo que realmente eres. Y mi hermano, lisiado o no, tiene más integridad en su dedo meñique de la que tú jamás tendrás.
Sus ojos ardieron de furia.
-No me tientes, Valeria. Todavía puedo aplastar lo poco que te queda. Todavía puedo asegurarme de que tu hermano se pudra en una prisión federal. Todavía puedo asegurarme de que Corporativo Moreno colapse por completo.
-Puedes intentarlo -repliqué, mi mirada inquebrantable-. Pero tengo fe en la gente, Eduardo. Algo que nunca entenderás. Y tengo fe en la verdad.
Se burló.
-¿Verdad? ¿Qué verdad? ¡Sofía intentó matar a Benjamín! ¡Él me lo contó todo, Eduardo! ¡Confesó que trabajaba con Pérez! ¡Robó tus datos! ¡Intentó incriminar a Benjamín por ello!
Me miró, un destello de algo en sus ojos, pero fue rápidamente enmascarado por la ira.
-Sofía nunca haría tal cosa. Es inocente. Solo estás tratando de desviar la atención.
Le di una sonrisa fría y amarga.
-Estás tan ciego, Eduardo. Tan total y desesperadamente ciego. Eliges creer las mentiras porque es más fácil que enfrentar la verdad. Pero un día, la verdad vendrá por ti. Y cuando lo haga, estaré observando.
-Estarás muy lejos, Valeria -se burló-. Desaparecida. Olvidada.
-Quizás -dije, dándome la vuelta para irme-. Pero el recuerdo de tu crueldad te perseguirá, Eduardo. Siempre.
Me alejé, dejándolo allí de pie, su rostro una nube de tormenta. Mi corazón era una piedra en mi pecho. Tenía que concentrarme. Benjamín. Corporativo Moreno. Mi futuro.
Durante las siguientes semanas, trabajé incansablemente con el equipo legal de Don Ramiro. Los activos de Corporativo Moreno fueron descongelados. Se restablecieron las líneas de crédito. La narrativa pública comenzó a cambiar lentamente, pintando a Benjamín como una víctima de las circunstancias, no como un criminal. Eduardo, sorprendentemente, se mantuvo al margen. Probablemente estaba demasiado ocupado con Sofía.
Benjamín, aunque todavía se recuperaba, era implacable. Había estado trabajando en algo, una copia de seguridad oculta.
-Valeria -susurró una noche, su voz débil pero emocionada-, la encontré. Una grabación. La confesión de Sofía. Toda la conversación con Pérez, detallando el robo de datos, la incriminación, todo.
Mi corazón dio un vuelco.
-¡Lo hiciste, Benjamín! ¡Encontraste la prueba!
Inmediatamente trabajamos para sacar la grabación. No directamente, sino estratégicamente. Una filtración a un periodista independiente de confianza. La grabación se filtró en línea, de forma anónima. Se volvió viral. Internet explotó.
La grabación fue devastadora. La voz de Sofía, clara como el agua, detallando su plan malicioso. Su desprecio casual por Eduardo. Su alegre admisión de incriminar a Benjamín. Su risa escalofriante mientras describía cómo empujó a Benjamín del balcón, haciéndolo parecer un accidente.
El mundo se tambaleó. El público estaba indignado. La reputación de Eduardo, ya inestable, se desplomó. Sofía Cantú se convirtió en una paria de la noche a la mañana, su imperio en las redes sociales colapsando.
Pero casi tan rápido como apareció, la grabación fue borrada de internet. Eduardo, con sus vastos recursos y poder, la había silenciado. Otra victoria, fugaz y arrebatada.
La policía, sin embargo, la había escuchado. Y tenían su propia evidencia. Se inició una investigación completa sobre Sofía Cantú. Los resultados fueron rápidos e innegables. Benjamín Peña fue exonerado oficialmente. Sofía Cantú fue acusada de múltiples cargos, incluyendo intento de asesinato y espionaje corporativo. La justicia, al parecer, no podía comprarse por completo.
Fui a la oficina de Eduardo, agarrando una copia del informe policial. Él caminaba de un lado a otro, su rostro demacrado. Sofía, desafiante y con el rostro surcado de lágrimas, estaba con él, aferrada a su brazo.
-Eduardo de la Garza -dije, mi voz fría y firme-. Se acabó. Benjamín es libre. Sofía está acusada. Y estoy aquí para asegurarme de que enfrente las consecuencias.
Se giró, sus ojos ardiendo hacia mí, luego hacia Sofía.
-¡No puedes hacer esto, Valeria! ¡No puedes acusar a Sofía de asesinato! ¡Fue un accidente! ¡Benjamín la atacó!
-La policía no está de acuerdo -dije, sosteniendo el informe-. Y tampoco la grabación. Confesó, Eduardo. Lo empujó. Intentó matarlo.
Sofía gritó:
-¡No! ¡Eduardo, no la escuches! ¡Está mintiendo! ¡Siempre me ha odiado!
Eduardo miró de Sofía a mí, su rostro desgarrado. Finalmente estaba viendo la verdad, pero todavía se aferraba a su ilusión.
-¿Vas a dejar que meta a Sofía en la cárcel? -exigió, su voz temblando con una mezcla de ira y miedo-. ¿Después de todo? ¿Después de que confesó? ¿Después de que me salvó la vida?
-No te salvó la vida, Eduardo -dije, mi voz plana-. Te usó. Te manipuló. Casi destruyó todo lo que tenías. Y casi mata a mi hermano. -Miré a Sofía, mis ojos llenos de un frío desprecio-. Merece pagar por lo que hizo.
-¡No! -rugió Eduardo, parándose frente a Sofía, protegiéndola-. ¡No la tocarás, Valeria! ¡No te dejaré! -Dio un paso hacia mí, sus ojos ardiendo-. Haré todo lo que esté en mi poder para detenerte. Destruiré Corporativo Moreno de nuevo. Me aseguraré de que te arrepientas de esto.
Encontré su mirada furiosa, mis propios ojos fríos e inquebrantables.
-Inténtalo, Eduardo. Porque esta vez, no tengo nada que perder. Y todo por ganar.