-¿No dices nada? ¿Es eso una admisión de culpa, Eliana? -Su voz era un gruñido bajo, teñido de un filo aterrador. Metió el cambio, acelerando, dejando la ciudad atrás. El camino se oscureció, los edificios dando paso a senderos sinuosos y desolados. Me estaba llevando a algún lugar remoto.
Mi estómago se revolvió, una repentina ola de náuseas. Asomé la cabeza por la ventana, vomitando bilis sobre el asfalto. El dolor en mi abdomen, el persistente dolor de la pérdida, se intensificó.
-¡Asqueroso! -gruñó Bruno, tirando de mi cabeza hacia adentro-. Lo haces solo para ser difícil, ¿verdad? -Aceleró el motor, el auto virando salvajemente por una pendiente empinada y rocosa.
Cuando finalmente llegamos a un traicionero sendero de montaña, cerca de un acantilado escarpado, me sacó del auto. Mis piernas, todavía débiles por el hospital y la tortura, se doblaron debajo de mí. Me arrastró, ignorando mis jadeos de dolor, su agarre como hierro.
Más adelante, cerca del borde del acantilado, estaba Belén. Sus lágrimas fluían libremente, su cuerpo temblando dramáticamente. Una pareja mayor, claramente sus padres, se acurrucaba cerca de ella, con aspecto traumatizado. Y detrás de ellos, dos figuras corpulentas con pasamontañas negros. Los "secuestradores".
-¡Bruno! -chilló Belén, corriendo a sus brazos-. ¡Están aquí! ¡Los malos! Y Eliana... ¡estaba con ellos! -Me señaló con un dedo tembloroso, una nueva ola de sollozos histéricos sacudiendo su cuerpo.
-Eliana, libera a su familia -ordenó Bruno, sus ojos ardiendo de indignación-. Esto ha ido demasiado lejos.
Miré a Belén, a sus padres, a los hombres enmascarados, las piezas de esta elaborada farsa encajando. Había montado todo el secuestro, implicándome para solidificar su estatus de víctima. Mi corazón, ya destrozado, sintió otra grieta.
-Yo no hice esto, Bruno -grazné, mi voz ronca-. Esta es su mentira. Todo.
-¡Mentirosa! -gritó Belén, lanzándose sobre mí. Me tacleó, sus pequeñas manos arañando mi cara, sus afiladas uñas clavándose en los vendajes frescos de mis dedos. Una sacudida de dolor agonizante me atravesó. Grité, instintivamente apartando la mano.
Chilló, tropezando hacia atrás.
-¡Está tratando de empujarme por el acantilado! -gimió, colapsando dramáticamente a los pies de Bruno.
Bruno la atrapó, su mirada ardiendo con renovada furia.
-¡Monstruo! ¡¿Cómo pudiste?! -La ayudó a levantarse, su brazo envuelto firmemente alrededor de ella.
De repente, una de las figuras enmascaradas, que había estado inmóvil, hizo un gesto leve, casi imperceptible, a la otra. Los padres "secuestrados", al ver su oportunidad, huyeron. Los hombres enmascarados, en lugar de detenerlos, parecieron asentir, y luego uno se volvió hacia mí, sus ojos brillando con intención maliciosa. Me agarró del brazo, tirando de mí violentamente hacia el borde del acantilado.
-¡No! -grité, luchando contra su agarre. Esto no era parte del guion de Belén. Esto era real.
Belén, aferrada a Bruno, gimió:
-¡Bruno, tenemos que irnos! ¡Son peligrosos! ¡Por favor! Mi familia está a salvo, ¡vámonos! -Sus ojos, sin embargo, tenían un brillo frío y calculador, una orden silenciosa para el hombre enmascarado.
Bruno vaciló, un destello de duda en sus ojos. Una fracción de segundo. Pero luego, miró el rostro aterrorizado de Belén, a sus padres "traumatizados" corriendo por la ladera. Tomó su decisión.
-Eliana, tú te buscaste esto -dijo, su voz plana, desprovista de emoción-. No puedo salvarte de tu propia locura. -Me dio la espalda, su brazo todavía alrededor de Belén, y la condujo a ella y a sus padres por el sinuoso sendero, desapareciendo en la oscuridad de los árboles.
Lo vi irse, a mi esposo, al hombre que amaba, abandonándome a mi suerte. De nuevo. El último hilo de esperanza, de creencia en su bondad, se rompió.
El hombre enmascarado se quitó el pasamontañas. Era un rostro que reconocí vagamente de la empresa de Bruno, un empleado descontento que había expuesto por malversación de fondos años atrás. Sus ojos eran fríos, llenos de un resentimiento latente.
-Belén quería esto -gruñó, su voz gutural-. Dijo que merecías pagar por arruinarle la vida. Y por lo que le hiciste a mi familia. -Me empujó hacia el precipicio, el suelo desmoronándose bajo mis pies-. Esto es por Belén, perra.
Mi corazón martilleaba contra mis costillas, un pájaro atrapado. El viento aullaba, azotando mi cabello alrededor de mi cara. Luché, pero él era más fuerte. Miré hacia la negrura agitada del océano, a miles de pies más abajo. Esto era todo. Así terminaba.
Me empujó con todas sus fuerzas. Sentí la sacudida nauseabunda, el suelo desapareciendo bajo mis pies. Mi cuerpo se retorció, cayendo al vacío. Un grito primario se desgarró de mi garganta, un único y desesperado clamor mientras me precipitaba hacia la negrura tinta. El aire frío pasó zumbando, robándome el aliento. Mis heridas gritaron en protesta, una sinfonía de agonía.
Cerré los ojos, aceptando mi destino. La traición definitiva. El final definitivo. Justo antes de golpear el agua, sentí una extraña sensación de paz. Al menos ya no tendría que cargar con el peso de sus mentiras.
A kilómetros de distancia, en su auto a toda velocidad, Bruno lo escuchó. Un grito débil y distante llevado por el viento, un sonido que atravesó el rugido del motor. Miró nerviosamente por el espejo retrovisor. Belén, acurrucada a su lado, se movió.
-Bruno, me duele la cabeza -murmuró, fingiendo debilidad-. ¿Podemos irnos a casa? ¿Por favor?
Dudó, su mirada fija en la montaña que desaparecía. El grito. ¿Había sido real? ¿Había sido Eliana? Una punzada de algo, fugaz e inoportuna, se agitó en su pecho.
-Solo un poco más, cariño -murmuró, su voz tensa. Pisó más fuerte el acelerador, apartando el pensamiento, el sonido, la mujer, de su mente. La montaña se desvaneció en la oscuridad, y con ella, el eco de una vida que había descartado tan descuidadamente.
Golpeé el agua con un impacto que me sacudió los huesos, el frío shock robándome el último aliento. El océano me tragó entera, un abrazo oscuro e indiferente. La conciencia parpadeó, luego se desvaneció.