-Creí que vivía solo.
-Hay un guardés que vive en la casita que hay detrás de esta, y los lunes viene una sirvienta.
-¿No cree que deberíamos discutir la llegada de su hija? -gritó ella, al ver que no se detenía.
-Llegará dentro de dos días. Vaya a buscarla al barco -subía cada escalón pausadamente, y Laura se preguntó si le resultaba doloroso.
-¿No vendrá conmigo?
-Para eso la he contratado, señorita Cambrigde.
-No puede pretender que yo me haga cargo... -en lo alto de las escaleras una puerta se cerró de un golpe-. Bueno, eso ha sido muy provechoso- dijo ella, acercándose a las escaleras y mirando hacia arriba.Solo se veía un vestíbulo y una puerta de madera. No comprendía su indiferencia; su hija, Kelly, solo tenía cuatro años. Se preguntó si no se dejaba ver por vanidad o si realmente estaba muy desfigurado. En cualquier caso, le preocupaba Kelly, así que cuadró los hombros, subió y llamó a la puerta-. Creo que debemos hablar, señor Blackthorne. Ahora -no hubo respuesta-. Le aviso que puedo ser muy persistente si me empeño.
-Váyase, señorita Cambrigde. Yo la llamaré cuando y si la necesito.
-Por supuesto, <
Laura volvió a su habitación, entró y se quedó boquiabierta. Sería un dragón , pero tenía un gusto exquisito. La alfombra, las cortinas e incluso los marcos de los cuadros armonizaban perfectamente, con una gama de colores sensual y al tiempo relajante. En una esquina había una cama con dosel, con edredón de plumas y varios almohadones en tonos borgoña, gris claro y blanco. Cerca de la puerta había un escritorio estilo Reina Ana con un ordenador, ante la chimenea un grupo de delicado mobiliario femenino, y en un mirador formado por tres ventanas un banco acolchado muy acogedor. A la izquierda había un enorme vestidor que no podía ni soñar con llenar, aunque le hubiera encantado hacerlo, y un moderno baño, con la bañera más grande que había visto en su vida.
Dejó el bolso y el maletín sobre la cama, cruzó el pasillo y fue al dormitorio de Kelly.
Se quedó paralizada. Parecía que el dinero no era problema para Richard Blackthorne. La habitación era de ensueño: una fantasía en rosa y verde menta con una casa de muñecas victoriana, montones de juguetes nuevos y una cama situada en ángulo, cubierta con medio dosel del que colgaban cortinas transparentes atadas con lazos de sáten.
Laura recordó el cuenta de La princesa y el guisante, la cama era tan alta que la niña tendría que usar una escalerilla de dos peldaños para subir. Inspeccionó el armario y los cajones y descubrió que estaban llenos de ropa de tres tallas distintas. Comprendió que él realmente no sabía nada de su hija pero que, aún así, había pensado en todo. Volvió a su habitación y sacó la carpeta que Katherine Davenport, dueña de Esposas a Domicilios, le había entregado dos días antes.
El rostro de una niña de pelo oscuro, sonrisa dulce y ojos azules como un cielo estival, la miró desde la foto. Con un suspiro, se sentó en el banco del mirador y abrió la cortina. Se veía la costa del interior y otras islas que salpicaban esa zona de la costa sur de Carolina del Sur. El viento de Octubre azotaba la playa y los altos hierbajos se movían como hojas de palma en el trópico.
Las olas lamían y oscurecían la arena, el cielo estaba gris plomizo y cargado de humedad. Melancólico. El mejor momento para acurrucarse con un libro y soñar. Se preguntó con qué soñaba una niña pequeña, en especial una niña que había perdido a su madre y tenía que trasladarse a una isla solitaria con un padre cuya existencia desconocía.
Laura pensó que soñaría con un príncipe que la protegiera, no con un dragón que echaba fuego por la boca si alguien osaba entrar en su cueva.
Richard apoyó la espalda contra la puerta y cerró los ojos, tenía su imagen grabada en la mente y no podía borrarla. Era la mujer más bella que había visto en su vida; de esas que atraían las miradas, hacían que los hombres tropezaran y provocaban envidia a las mujeres. Solo mirar sus ojos verdes jade hacía que le escociera cada cicatriz. Era como enseñarle un caramelo a un hombre muerto de hamre; ofrecérselo e impedir que lo probara.
Apenas podía tolera su presencia allí, en su casa, su santuario. Saber que estaba cerca lo volvería loco. Deseó estrangular a Katherine Daveport por enviarle a una fémina tan exquisita. ¿No sabía Kat que no había estado cerca de una mujer desde el accidente? Hasta esa mañana, ni siquiera le había dicho su nombre,solo que estaba cualificada.
No había podido investigar su pasado a conciencia y, aunque descubrió que había ganado varios concursos de belleza, no había visto fotos, parecía que no deseaba mostrar su bello rostro al mundo. Él tenía una buena razón para no hacerlo, pero se preguntó cuál sería la de ella.
Seguía siendo preciosa con treinta años. Maldijo para sí. Había especificado claramente los requisitos que esperaba de la niñera: maternal, fuerte, suficientemente saludable como para correr tras un niña de cuatro años, y que se hiciera totalmente responsable de Kelly. No podía permitir que la niña lo viera nunca. Echaría a correr, y él no podría soportar eso de nuevo. La gente lo rechazaba por su desfiguración y no estaba dispuesto a asustar a una criatura.
Kelly. Richard apoyó los puños. Una niña cuya existencia había ignorado hasta hacía dos semanas, cuando su mujer murió. Solo servía para ocuparse de su propia hija cuando no quedaba otra opción.
Maldijo a Andrea una y otra vez por no haberle dicho que estaba embarazada cuando lo abandonó. Hubiera deseado saberlo cuatro años antes, para tener algo a lo que aferrarse mientras sufría en un mundo de quirófanos y rehabilitación, y se enfrentaba a la cruda realidad: su desgarrado cuerpo nunca volvería a ser el mismo.