Capítulo 4
Rodrigo.
Pese al gran peso de dolor que tenía en su corazón, mi pequeña hermana se mantuvo firme y jamás dejó que otros, le dañaran el aquel trágico accidente; sabía muy bien que tocar el tema aún le tensaba su sentir y aún podrá mantenerse sonriente, pero su cara está llena de mentiras.
"Me caí del manzano, por eso mi brazo está así" "Estuve estudiando toda la noche, por eso tengo la cara fatal" "¿Yo, llorando? Tuve una pesadilla anoche, fue culpa de las películas de terror" "Ya superé la muerte de mis padres, están en un buen lugar ahora" "Estoy bien... Muy bien"
Sí. Esa era su mejor manera de superar y olvidar, engañar a los demás al igual que engañarse a sí misma.
Yo le encaré varias veces -sutilmente- que dejará de ocultarse, le aconsejé que esa no fuera la forma de auto ayudarse asegurándole que siempre me tendría a mí para acompañarla, hablar, o ser como su hombro de lágrimas. Puede ser que lo último haya sido muy exagerado esa vez, pero era mi forma de mostrarle mi apoyo, decirle que no estaba sola. No más.
Yo mismo me pregunto porque soy tan atento y amable con ella. No, no me gusta, ni la veo como una mujer cómo ya les había repetido quien sabe Dios cuántas veces a mis demás compañeros. Solo que desde que la conozco, sentí en ella lo mismo que no había sentido hace mucho tiempo: amor familiar.
Mi madre, que ahora descanse en paz, fue una mujer que desde muy joven supo valerse por sí misma por lo que criar un hijo, trabajar doble turno para pagar las deudas, ser ama de casa y cubrir los papeles de mamá y papá, nunca fueron motivo para que ella se viniera para abajo. Con lo poco que ella me daba era lo suficientemente feliz como para pedirle más o quejarme, estaba orgulloso de tener a alguien así como mi progenitora. Tan amorosa, tan considerada, una persona que siempre puso de pretexto a los demás para seguir adelante con su arduo esfuerzo.
Y como una vez dijo mi muy realista hermanita:
-Lástima que todo lo bueno, dura muy poco.
Desgraciadamente, todo lo bueno que fue tener a mi madre, fue muy poco para mí en esta vida.
Una madrugada, las alarmas sísmicas junto a gritos de personas nos despertaron, mi mamá, apresuradamente tomó mi mano para sacarnos de la cama con brusquedad y dirigirnos a las salidas de emergencia para estar a salvo. Sin embargo, justo cuando íbamos en el último tramo rumbo a nuestra escapatoria, uno de los pilares internos del edificio se desplomó encima de nosotros; por fortuna yo salí ileso, pero la pierna de mi madre quedó atrapada:
- ¡Por favor, hijo! ¡Sal y busca ayuda, corre!
Hice caso. Muy rápidamente entre súplicas y súplicas a los bomberos que llegaban a la zona logré persuadirlos para que entrarán a ayudar a mi mamá, pero, con una sonrisa de esperanza y la ayuda necesaria en camino, el edificio se desplomó por completo. Todo fue tan rápido en mis ojos, la estructura derrumbándose dejando a personas atrapadas entre los escombros, volviéndose un escenario lleno de turbiedad. Nadie sobrevivió, dijo la policía a los familiares de los desaparecidos, entre ellos estaba yo, solo y sufriendo en silencio porque la mujer que amaba me fue arrebatada. Los demás fallecidos eran despedidos por sus familiares, mientras que yo me disculpaba muchas veces entre gritos, lamentos y balbuceos. Muy en mi interior me sentía culpable, pero ella estaría decepcionada si me viera así por algo que ya no tiene remedio, así que solo pude decirle que saldría adelante con lo que se viniese y que iba a a hacer feliz con lo pequeño o grande que entrara en mi vida.
Y ella es eso, mi pequeña familia pero mi gran familia.
El día que llegó al orfanato solo era una chiquilla de 9 años como yo en ese entonces; tenía moretones y rasguños en la piel, en sus oscuros e hinchados ojos se retrataba la misma miseria de la muerte, yo lo vi en ella.
Los otros niños jamás se acercaron a ella porque le tenían miedo y odio, no sé por qué la rechazaban, pero tampoco le dio importancia preocuparse por ello. Como cualquier solitario, se mantenía al margen de las personas prefiriendo los lugares menos concurridos del orfanato como la biblioteca o el aula de música, y solo lo sé porque la espiaba siempre. No soy un acosador, solo que desde ese día tenía la fuerte necesidad de estar al pendiente de ella, pendiente como un hermano mayor. Le veía disfrutar leer muchos libros, de todos los títulos y géneros que había, sus distintas reacciones a cualquier escena que recitaba me hacían reír; una niña con alegrías e iras muy potentes en cada cosa que hacía, muy diferente a la otra chica desinteresada de la realidad que se enfrentaba a las afueras de su mundo literario.
Creí que le daba miedo ser ella misma frente a los demás, pero una noche que no pude dormir lo comprendí todo. Me había despertado al azar, algo muy raro ya que suelo ser una piedra hasta la mañana siguiente, así que salí discretamente al patio de juegos a dar un paseo a que por lo menos la brisa nocturna me refrescara. De repente, al acercarme unos cuantos pasos del pequeño bosquecito que teníamos a la redonda, escuché unos gimoteos entre tartamudeos detrás de uno de los manzanos de adelante, no podía ver muy bien quien era así que solo me quedé un par de segundos para escuchar.
«Es mi culpa, siempre fue mía»
Conocía aquella voz. Una voz que se mantenía firme e indiferente durante las mañanas de clase, una voz que al mediodía, se volvía acelerada entre sus emociones mientras se sumergía en el reino de las palabras; la voz que ahora entre la oscuridad del cielo, permanecía entre la intranquilidad corrompida por la responsabilidad del desfallecimiento de dos personas que alguna vez formaron parte de su vida.
No dije nada. Solo con mis pasos le avisé de mi acercamiento como toda la persona imprudente que siempre fui. Ella me vio de reojo, y con unas acciones rápidas, se frotó la cara cambiándose de expresión. Tampoco dijo nada, solo me vio con extrañeza, tal vez preguntándose qué hacía yo a esas horas de la noche.
Estuvimos en un extraño contacto visual por los más duraderos segundos hasta que lo rompí. Me acerqué más y me senté a su lado recargando mi espalda en el tronco del manzano. La confusión invadió su cara, pero aun así no me cuestionó mi presencia. La verdad, jamás habíamos cruzado palabra hasta hoy, así que un momento como este es un poco raro para ella.
-No digas nada si no quieres, pero no te dejaré sola -anulé el silencio-. Y acostúmbrate porque a partir de esta noche, Danae, no quiero que cargues por ti misma el peso de tu dolor. Si necesitas una mano, hombro, o incluso todo el brazo -reí- yo voy a estar ahí para ti ¿ok?
- ¿Qué? -dijo, por fin.
-Yo no tengo a nadie, tu tampoco tienes a nadie -bajó la mirada, de nuevo, triste-. La soledad es la que vela por nosotros, por lo que he decidido algo en estos momentos -le animé sosteniendo su mano: -A partir de hoy nunca podremos dejar que las duras circunstancias nos separen, porque somos lo único que tenemos y no podemos quebrantarlo.
-De qué estas hab-
-Seré tu hermano mayor, y tú, mi pequeña hermana -no la dejé protestar-. Estoy consciente de que eres mayor que yo por dos meses, pero para mí, siempre serás mi pequeña. No puedes negarte a esto, no te dejaré.
Hizo caso a mi advertencia y asintió levemente, no conversamos más durante el resto de la noche.
Desde entonces, nos volvimos los mejores amigos-hermanos más inseparables de la existencia (lo siento, creo que he exagerado). La sangre y mucho menos la apariencia era similar, pero nuestro cariño mutuo fue el pegamento de nuestros vidas. Pero, mientras crecíamos, nunca pasó por mi mente: ¿Qué pasaría si un día ese cariño, ya no es suficiente?
- ¡Lo prometiste, Rodrigo! -chilló.
-Sé lo que he hecho, pero no es mi culpa, es que...
-Cállate. No quiero oír más de ti ¡Solo cállate y déjame! -Me dio la espalda tratándose de contener.
-Mírame. Mírame y escúchame -rogué, poniendo una mano en su hombro. Esta, por el enojo, se apartó rudamente intentado irse-. Por favor... -supliqué.
- ¡¿Qué te escuche?! -Se volvió a mí- ¡Me pides a mí que te escuche! ¡¿Que te oiga decir de nuevo como te largas y me dejas...?! -su voz se suavizó en angustia al preguntarme lo segundo.
-Yo no quería esto, y lo sabes ¿Verdad? -me acerqué dedicándole una sonrisa débil.
-Entonces, dime, ¿Te irás? -en sus ojos había una frágil esperanza, que dependía de la respuesta de mi decisión.
En ese momento me encontraba entre la espada y la roca. Sé que es pared, pero la historia de Excalibur en la leyenda del grandísimo monarca de Camelot, Arturo Pendragon, es una de las obras más fantásticas que me presentó Danae; más bien, me obligó entre regaños sobre mi gran falta de compresión lectora. Solo por casualidad, y por ella, se volvió mi libro favorito, por lo que es mi centro de referencias.
Lo que me estaba atormentando era que la señorita Amanda, alias, la «la consejera del mal», me había avisado en la tarde que una familia vendría a visitarme y conocerme, que se interesaron en adoptarme un día que me vieron en el patio leyendo a mi poderoso rey junto a Danae. No estaba emocionado por saberlo, pero tampoco le reste importancia; mi madre estaría aliviada de saber que mi futuro estaría asegurado en compañía con otros adultos responsables, eso me alegraba, y por un momento le vi solución al contarle a la consejera del mal de que si también podían acoger a Danae, así ambos seríamos felices.
Lo siento, pero no se puede.
Aquella respuesta me desanimó aún más, ni irnos juntos pudo ser lo mejor. Después de hablar con la consejera, me fui directamente a su habitación para enfrentarme nuestra situación, y pues ya saben lo que pasó al contarle.
-Tengo que hacerlo, Danae... -le dije con frustración, estaba a punto de darle mis razones cuando ella me interrumpió.
-Bien. Perfecto. Excelente, Rodrigo, te felicito -arremetió con sarcasmo.
No lo tomó bien.
-Solo vete y cuídate, ¿quieres? Porque eres lo único que tengo... -gimoteó, ya no pudo reprimirse-. De verdad estoy demasiada molesta, pero es inevitable llorar porque es difícil que yo crea que este sea un adiós verdadero. Muchas veces pasamos está situación, y aunque por cosas mágicas nunca sucedió ahora es algo difícil de evitar. Me escucho egoísta al reclamarte que te vayas, yo sé que entre quedarse o irse, es mejor dejar de lado a esta pocilga -bromeó- y confío que tú saldrás adelante, hermano. Yo.... Solo puedo desearte lo mejor...
Mi dulce hermana. Sus reclamos se convirtieron en buenos deseos.
Pese a su bella sonrisa, sus lágrimas no dejaban de brotar, pequeñas consecuencias de la alegría y tristeza.
Quiso agregar algo más en sus palabras, pero la abracé para calmarla, inmediatamente su plañir se volvió más profundo que hasta se estremecía en mis brazos queriendo romper nuestro contacto, pero a la vez no quería soltarse. Era un momento de congelamiento entre nosotros, el tiempo pareció detenerse; las paredes se volvieron el escenario de nuestros más significativos recuerdos. Cada momento que habíamos disfrutado en compañía.
Cada risa, lágrima, temor y furia; vuelven a mi corazón y mente tan rápido, como si estos cuatro años de hermandad disminuyeran en segundos de memorias emocionantes, como si este emotivo abrazo fuera la conclusión de nuestras vidas y que por medio de este acto de afecto el resumen de nuestras épocas infantiles dan click al botón de reproducir.
Todas las payasadas, las metidas de pata (que fueron en su mayoría de mi parte), las discusiones de ambos, y los castigos (de nuevo, mayormente por mi culpa) que nos impusieron los maestros.
Nuestras tardes de lectura en las que salíamos peleados por nuestros debates de que personaje debió morir o no. Cada quien en su papel de expertos dando argumentos ridículos sin posición.
Al igual que esos descubrimientos "arqueológicos" que hicimos en el patio trasero esa vez, nunca olvido las tremendas carcajadas de Danae burlándose de que yo había hecho un escándalo en el recreo por un supuesto hueso de bebé de Tiranosaurio que encontré en una de las cajas de arena. Pues, resultó ser una pata de pollo, si ya sé que fui muy torpe y crédulo ¿Que esperaban? Tenía solo diez años, aún creía en el hada de los dientes en ese entonces.
Otro flashback en el que ahora Danae fue el centro de atención cruzó por mi mente, me reí.
- ¿Qué es tan gracioso, bobo? -dijo, rompiendo el abrazo, ceñida.
-De nada -sonreí con inocencia.
- ¿Si...? -entrecerró los ojos cruzando los brazos.
-De verdad.
-Estas mintiendo, te conozco -arrugó la nariz con negación. Diablos, sí que me conoce.
-Um, solo paso por mi brillante mente la vez que una niña torpe se sobrepasó con el polvo para hornear, y vaya que su idea de «masa infinita» fue un fiasco. De haber sido así, todos nos hubiéramos alimentado de galletas por un mes, pero como fue un fracaso, resultó que por un mes tuvimos que limpiar la cocina, pero bueno, nada mejor que la limpieza -bufé en broma.
-Hazte el gracioso -me tiró un puñetazo al hombro.
- ¡Auch! -fingí dolor- No bromeo, tú fuiste culpable de que pareciéramos galletas de jengibre antes de entrar al horno -dije, frotándome el hombro-. Además, ninguno se salvó de las mentadas de la señora del mal que estuvieron de la freg-
- ¡Hey! -me regañó.
-Digo, digo. Ninguno estuvo a salvo de los regaños de la consejera del mal, y recuerda que aún después de una semana seguía apareciendo trozos de masa seca por lugares que ni yo sabía que podía encontrar...
-Ya sé. Agh, Rodrigo, me hiciste acordarme de los lugares que me dijiste -hizo una mueca de disgusto.
- ¿En serio? -la miré divertido- Entonces, no te importará que te lo vuelva a mencionar...
- ¡En tu vida me vuelvas a contar tus cosas íntimas! -amenazó con el dedo
- ¿Has entendido Aithusa?
- ¡Ha! ¿Con que esas tenemos Kilgharrah? -le seguí el juego- ¡Soy el dragón de las tierras de Albión, soy el Gran Dragón Blanco!
-Vaya tonto que eres, no soy Kilgharrah, nunca podría ocupar el papel del sabio Gran Dragón de la vieja religión-sonrió con malicia-, ¿Sabes? Gracias a mi es que vives, sino, hubieras sido utilizado para el mal por Lady Morgana...
-Espera, solo una persona puede salvar a los dragones -me sorprendí- ¡No puede ser! Mis honorables respetos para ti.
-No te preocupes, Aithusa, un joven dragón como tú suele desconocerme -extendió su mano.
Tome su mano inclinándome para besar sus nudillos con alta delicadeza y elegancia.
-Lamento esta falta de respeto, mi lord.
-No hay por qué «mi luz del sol»
En la lengua dragona ese es el significado del nombre Aithusa.
-Eres el señor de los dragones. Eres hijo de Balinor, el último Dragon Lord, eso te hace merecedor de aquel título. Eres el hechicero más grande que unificará la vieja y la nueva religión de los cinco reinos -exclamé con un alto nivel de respeto.
-Oye no te pases, parece burla. En vez de ser el dragón blanco pareces un guiverno, por algo Sir Gwaine te mató en las tierras peligrosas.
-Oh, vamos Merlín, cierra la boca -hice una imitación, parecido al otro personaje de nuestro programa favorito.
Sí. Estábamos tan obsesionados con la leyenda del rey Arturo, que hasta nos vimos una serie basada en esa misma. Nos encantaba sentirnos en ella y de vez en cuando, interpretar a sus personajes.
-No eres el indicado para ser Arturo, chico obtuso -arqueó una sonrisa.
- ¿Obtuso? -Reí- ¿De verdad soy un "obtuso", o has estado bebiendo mucho en la taberna, holgazán?
- ¿La taberna? Mi lord, yo solo fui en busca de hierbas especiales -hizo una reverencia.
-Pues, eso no fue lo que me dijo Gaius cuando fui a buscarte. De tantos sirvientes que hay en el reino, tuve la fortuna de que mi padre nombrara a uno tan irritante e inútil como tú, Merlín. Eso sin contar por qué mi armadura aún no está pulida como te lo pedí.
-Irritante e inútil no son las mejores cosas de mí, Arturo, puedo asegurártelo. Y no es mi culpa de que Uther me nombrara tu sirviente -hizo un gesto de pensar, igual que el mismísimo personaje de la serie- bueno, si lo es. Salvarte el cuello de aquella bruja me hizo un héroe, pero me condenó a trabajar para un egocéntrico príncipe que solo piensa si sus pertenencias están pulidas o no.
- ¿Te crees mejor que yo, Merlín?
-Tal vez.
- ¿Desde cuándo un simple sirviente se cree mejor que el príncipe heredero al trono de Camelot?
-Oh, Arturo, yo soy más que un simple sirviente. Soy el Gran Emrys -extendió los brazos en modo poderoso.
-Eres un hechicero, debería mandarte a la hoguera -dije con superioridad.
-Los Pendragon jamás cambiarán de idea... -dijo con rabia- por eso, estás condenado a tu perdición. La Triple Diosa te ha juzgado, Arturo Pendragon.
-Espera un momento -detuve la actuación-, eso ya no es de Merlín. Te escuchas como Morgana.
-Entonces ya no soy un Dragon Lord, ahora soy la Sacerdotisa de la Vieja Religión.
-Y mi media hermana.
Asintió con entusiasmo.
-Que quiere matarme para tener el trono -agregué con diversión-, por qué así, la magia podrá volver a ser permitida en el reino.
-Sí, sería un placer matarte, pero no quiero gobernar nada para hacer el bien. Solo hacer el bien y ya ¿No crees?
-Y matarme -di una carcajada.
-Por supuesto, pero ese no es mi destino -me guiñó el ojo, recordando cómo era el final para los hermanos Pendragon-. Tú y yo somos como Morgana y Morgaus, ellas son hermanas unidas y separadas a la vez como nosotros -sonrió al aire.
- ¿Porque siempre me comparas con personajes femeninos, Danae? -le reclamé en broma- Primero con Aithusa, ahora con Morgaus; solo falta que me digas Igraine.
-Igraine ya está muerta, tonto. Si al caso, te comparo con Hunith, la mamá de Merlín.
Me puse serio por su mal chiste y luego entendí la referencia.
-Claro, vas a dar la vida por mí.
-Siempre, mi hermano.
Así, nuestro gran juego de actuación llegó a su fin.
Entre bromas y amenazas de poder, entre dragones y guivernos, Aithusa y Kilgharrah, Morgana y Morgaus, Merlín y Arturo, solo estábamos nosotros.
Unas últimas risas y chistes antes del adiós.
El golpe de la puerta y la voz del mal anunciaron el cierre del capítulo quebrantando el momento.
- ¿Quién? -gritó Danae.
- ¿Rodrigo está aquí, jovencita?
-Estoy aquí, señorita-respondí.
-Ya es hora, joven. Será mejor que vaya bajando a la recepción -y con eso último, la maldad de los consejos se marchó.
-A sí que esto es un... -me dio pesar terminar la frase.
-Es un adiós, Arturo Pendragon -me sonrió con ese gran destello de tristeza y felicidad en sus ojos.
Le devolví la sonrisa de la misma forma y me acerque a ella para darle un beso en su frente. Ambos, en vez de llorar a mares como hace unos momentos, nos despedimos más alegres que nunca.
Tomé mis pocas pertenencias, como ropa y cosas personales, y un libro especial: "Las aventuras del joven Rey de Camelot". Esto es más que significativo, así que con un gusto lo metí en mi mochila y salí de la habitación con un último intercambio de miradas sensibles con mi hermana.
No les contaré todo el aburrido y largo trayecto directo a mi nueva familia, lo resumiré: maldita perdición que me llevó la pata hasta la Patagonia.
Era una familia de, al parecer, nacionalidad inglesa, porque su pésimo español de la ya saben quién (le prometí a Danae que dejaría las malas palabras) me estaba hartando demasiado. Muchas veces, durante el camino, les tuve que corregir ciertas palabras de la manera más paciente y amable que existe en todo mí ser.
Cuando llegamos a la lujosa casa quedé con la boca abierta, tanto así que creo que literalmente me entraron moscas en la boca y creo que me comí una por error. Mi familia tenía la pinta de ser ricos desde la primera vez que los vi, y vaya que se mostró al cual su posición: Los Berrycloth. Un apellido tan poco común pero muy importante al mencionarlo, eran una pareja millonaria con pocos años de casados que no podían concebir hijos, aunque a mi parecer fue muy extraño, era muy joven su matrimonio como para rendirse así de fácil el tener hijos. Ósea, es muy poco tiempo para, ya saben, tener oportunidades apasionantes y que un bebé surja como producto de tal acto.
En fin, al llegar a la sala de estar, habían otros dos chicos que no parecían ser sus hijos, pues, como ya les había mencionado, no era posible. Ambos eran de mi edad, estaban bien vestidos y arreglados, con ropa fina y muy limpia, a diferencia de mí que usaba ropa vieja y gastada, que fue heredada de otros camaradas que se habían ido. Creí que al principio me tratarían como bicho raro por ser tan diferentes: "niño rico odia a pobre". Pero no fue así, su calidez y empatía me hicieron entrar en confianza y muy rápidamente me acoplé a su trato, y así como pasó el tiempo, a su estilo de vida familiar.
El nombre de los chicos eran Michael y Annabelle, ellos habían llegado mucho antes que yo por separado; Annabelle llegó hace un año cuando sus padres la abandonaron, y Michael, unos tres meses después de ser salvado por unos padres alcohólicos y drogadictos que casi lo mataban. Era gracioso ver nuestras vidas con malas causas distintas para terminar en la misma consecuencia correcta.
Adelaide y Jacob Berrycloth se comportaron muy bien al principio, pero al pasar los días su comportamiento y trato se volvió tan seco y distante, como si nosotros no les importáramos en lo absoluto. Y no era de esperarse, ya que mis nuevos hermanos -por así decirlo- también estaban extrañados de lo que estaba sucediendo así que supusimos entre los tres que tenían algún problema con sus negocios, pues una noche les había escuchado hablar sobre el asunto de un supuesto "mal manejo de recursos experimentales", por lo que ya no le di más vueltas.
Un día, fuimos a la iglesia, que ya era normal ir en esos tiempos. Esa vez, conocimos a un amigo muy cercano de Jacob, el señor Yannick Sleigh Vinográdov, un nombre tan largo para una corta persona. Le estaba contando algunas ideas de una supuesta arma pacífica que quitaría los males que mencionaba uno de los libros de la biblia, dijo muchas veces la palabra apocalipsis y paz en un tono muy intenso, como si eso fuera tan serio que hasta se haría realidad, vaya lunático que se veía.
Cuando terminó la misa nos dirigimos a casa, pero a unos cuantos metros me di cuenta que no era el camino correcto a la mansión, sentí la necesidad de preocuparme. Le pregunté a Adelaide con disimulo a dónde íbamos muchas veces, nunca me respondía y se mantenía erguida en el asiento de adelante, me estaba ignorando, era sorda o yo hablaba muy pero muy bajito en ese momento.
De repente, Michael y Anna empezaron a toser y dormirse, yo me sentí igual. Poco a poco me fui cayendo en el respaldo del asiento hasta que no sentí nada. Todo oscuro.
Cuando desperté no había nada más que una simple cama fría en la que estaba acostado, situado en la muy esquina de un cuarto con paredes pálidos y muy asfixiante para alguien claustrofóbico.
El tiempo pasó y jamás tuve respuestas de él porque estaba ahí en esa "prisión" o mínimo quienes estaban detrás de esto. En lo único que estaba consciente era que a cada cierto tiempo me traían mis alimentos o bebidas, me medicaban antes de ir a dormir y ya, se volvió un ciclo rutinario por quien sabe cuánto tiempo, perdí la noción del tiempo y espacio. Me sentí como Kilgharrah después de que Uther lo mandara a encadenar a esa cueva por más de 20 años. A Mike y a Anna fueron las pocas veces que llegué a verles, su expresión era fría y cansada cada vez que los veía en la hora de aseo personal. Anna se volvió pálida llena de ojeras, estaba mal; en cambio Michael, se veía desinteresado del mundo pero se veía saludable.
Muchas noches pensé en Danae, ella creía que ahora estaba feliz y cumpliendo mis sueños en expectativa, sin embargo terminé peor de lo que ya estaba. Sin saber en dónde estaba o que hacía ahí, no fui culpable de nada y creo que tampoco fallé en nada en mi vida. No me cuestiono más porque nunca hay respuesta por ninguna parte, esto se volvió lo mismo y lo mismo hasta que me aburrí, asegurándome que algún día iba a perecer.
Fue cuando inesperadamente la vi, si, a mi pequeña hermana. Drogada y lastimada, casi con parte de su abdomen y vientre calcinado, estaba inconsciente, tenía las mejillas mojadas y los ojos hinchados, había olvidado por completo su expresión y rostro en ese estado de dolor. Fue ahí que me dic cuenta que habían pasado quizás unos tres años de verla. Se veía mayor, ese aspecto infantil y joven había madurado un poco en ella, era toda una señorita.
Tan pronto como esos hombres de blanco la dejaron en su cama, corrí a su lado para ver que estaba bien y si tal vez, aún vivía. Su herida era grande y profunda, la extensión de la quemadura le consumió todo aquel pellejo de su piel carbonizándolo, agradecido estaba que no estaba desangrándose, pues el calor hizo que esta misma cicatrizara en las orillas de la piel morena y chamuscada de ella. Sentí vergüenza por lo que iba a hacer, pero era necesario por su bien, le quité su camiseta y bajé con cuidado su pantalón, esto con el fin de que la frialdad de la habitación le diera aire fresco a la herida y desinflamara. Me sentí un maldito al envolverme en otra gran confusión con ella aquí, y con esto que le hicieron, peor aún.
Antes de que los hombres salieran murmuraron algo sobre de que ya todos estaban aquí por fin, que había costado mucho encontrar a Primera y a Segunda. Pude comprender un poco más la situación, ya que esos hombres solían llamarme Tercero; a Anna le llamaban Cuarta, y a Michael Quinto. ¿Que éramos?
No pude contestarme, pues Danae despertó con amargura, y al verme lo único que pudo hacer fue soltar más lágrimas. Le calmé para que hiciera silencio y no se forzara. Le hablé con tanta ternura como en los viejos tiempos y solo me respondió de la manera más característica que podía hacer:
-Te odio. Egoísta.
Le sonreí y le acaricie su rostro silenciándola.
Volví a ti hermana. Nuestra promesa fue más fuerte que la circunstancias.