La fiesta, más allá de ser una fiesta, es una divertida reunión de compañeros. Nuestras juntas constan de muchos aperitivos, gaseosas -o algo de alcohol, nunca demasiado-, música bailable, juegos de video, películas, karaoke... Son agradables, pues por un lado ves un grupo que juega ese popular juego de baile, y por el otro solo chicos conversando.
-¡Vamos, Alec! -porrea Britt a su mejor amigo, que está haciendo barras en el marco de la puerta de la cocina. Ya lleva veintidós, y si logra alcanzar las treinta todos los que apostamos en su contra tendremos que grabarnos diciendo lo mucho que admiramos al chico, y subirlo nuestras redes sociales.
Por supuesto, yo aposté en contra, y con mucha seguridad.
El chico cae de espaldas al suelo a solo cuatro números de alcanzar su meta, y entre risas disfrutamos de su cara echa un tomate por el esfuerzo dado.
Divertirme con mis compañeros de clases logró hacerme sentir bien luego de la vergonzosa charla con Ian Lukasiac, cuyas palabras me desanimaron más de lo que creí. En el camino a la fiesta, Jake me preguntó reiteradas veces qué me pasaba, y yo solo le dije que no sucedía nada.
Nunca nadie me había tratado así. Siempre he estado acostumbrada a caerle bien a la gente, pues hago lo posible para ser cordial y amigable. Sé bien que es imposible agradar a todo mundo, pero el que te digan en la cara que eres molesta es bastante desagradable.
Dejo la negatividad de lado, y busco con la mirada a mi amigo, que está destruyendo a los demás en el juego de baile.
-¿Ves de lo que te pierdes siempre? -me recuerda Emily-. Piénsalo dos veces la próxima vez que vayas a rechazar nuestra invitación a una fiesta.
-Lo admito, es divertido -asiento a la pelinegra.
Las tres nos separamos del resto un rato para charlar en el patio, viendo las estrellas. Me alegra haber venido hoy. Es muy probable que Emily se vaya a la ciudad por las vacaciones, así que las veces que vea a Britt serán las únicas donde disfrutaré con amigas. Tristemente, mi deseo de una chica de mi edad en el edificio fue frustrado, y en cambio recibí a un gruñón odioso.
-¿En serio te dijo todo eso? -pregunta Britt sorprendida, luego de que les he contado todo lo que pasó-. Yo lo hubiera golpeado, qué asco de tipo.
-Tú resuelves todo con golpes -Emily pone sus ojos en blanco-. No sabes que hay dentro de su cabeza, tal vez está triste por mudarse, o simplemente no era su día. Hay veces en que soy tan odiosa como él.
-¿Qué? No puedo creer que defiendas a un chico tan antipático -dice ofendida Britt.
-No lo defiendo, solo digo que Miranda no debe molestarse o tomarlo personal, no sabe que pasa en realidad.
-En realidad no estoy molesta con él ya -les interrumpo-. O sea, si fue feo que me hablara así, y me dio mucha vergüenza, pero no puedo hacer nada. Sólo lo dejaré en paz como quiere, supongo que también hablé mucho -me encojo de hombros.
-¿Ves? Ya le pegaste lo boba -me señala Britt.
Las tres reímos y no damos más cabida al tema. Aunque miento si digo que no me deja pensando un largo rato.
-Quién diría que alguien tan guapo como Jake tendría la afición de bailar en una consola -comenta la rubia, que desde siempre ha estado platónicamente enamorada de él.
-Y no es lo menos acorde a su apariencia -suelto una risita.
-¿En serio no tiene novia? -pregunta Emily curiosa.
-No, no tiene, lleva bastantes años soltero -respondo. Eso es algo que hasta a mí me sorprende.
-Me pregunto qué suertuda criatura se ganará su corazón -dramatiza Britt.
-Puedes intentarlo, si tanto te gusta. Solo digo -sugiero.
-Alto ahí, loca. Mi amor es meramente platónico -aclara-. No me imagino en una relación con él, ya es mucho que a veces me hable cuando estoy contigo.
Luego de esa muy femenina charla, volvemos adentro para ver quién ganará el torneo de baile de una vez por todas. Jake, contra todo pronóstico, es derrotado de forma salvaje por Abey, del grupo de porristas de la escuela.
La "fiesta" se vuelve más movida cuando ponen música en las bocinas a un volumen bastante alto, y como si el ritmo moviera a todos, nos volvemos un revoltijo de gente bailando. Algunos lo hacen muy bien, otros simplemente gozan de agitarse como gusanos con sal.
De un momento a otro tengo a Jake frente a mí, desparramando movimientos seguramente sacados del juego de baile. En comparación, yo solo doy pasos torpes mientras que él es un profesional. Es guapo, modelo, trabajador, divertido y además bailarín. Qué virtuoso es mi mejor amigo.
-No te vendrían mal unas clases de baile, ¿eh? -insinúa, acercándose a mí para que lo escuche por encima de la música.
-¿O sea que bailo mal? -pongo mi mano en mi pecho.
-No tanto, solo das un poquito de lastima nada más -me guiña el ojo.
Le golpeo el hombro entre risas, y así disfrutamos otro rato hasta que se hacen la una de la mañana y es hora de que nos devolvamos a la residencia.
-Adiós, chicos -me despido de mis compañeros, al menos de los que notan que me estoy yendo. Ellos responden agitando sus manos en el aire.
Emily y Britt me acompañan hasta el auto.
-Cuídate, linda -me dice la rubia-. Hablemos para salir luego.
-Te diría lo mismo, pero seguro no piso el pueblo hasta que acaben las vacaciones, así que... -Emily si encoje de hombros.
Chao, chao. Abrazos. Camino de vuelta.
Tengo bastante sueño, pues no acostumbro a dormir tan tarde. Al llegar, me voy directo a mi piso, casi sin despedirme de Jake, que decide comer algo antes. Entro con mucho silencio para no despertar a mi abuelo, cosa que es difícil a menos que haga ruidos justo en su habitación. Ese hombre es un tronco cuando duerme.
Apenas tengo energía para ponerme el pijama. Cuando lo hago, me tiro a la cama y no me doy cuenta en qué momento caigo dormida.
Se siente como un parpadeo, más han pasado horas hasta que me despierto. Lo raro es que no me levanta mi alarma, puesta a las siete de la mañana. Miro mi ventana, la cual me hace notar que aún no amanece, aunque debe estar a punto de hacerlo. Hace mucho frio, y mientras me abrazo a mí misma noto que dejé semi abierta la susodicha y aun no entramos en una época más cálida. Es un frio soportable, aunque no soy alguien que goce mucho de congelarse, por lo que me pongo un suéter.
Superando el hecho de que, conociéndome, no volveré a dormir, busco algo productivo que hacer a las seis de la mañana. Enciendo la luz y me dirijo a la ventana para cerrarla bien, pero algo llama mi atención.
Un sonido muy dulce viene de algún lado. Parece una guitarra, suena como una. Es casi imperceptible. Suena como un susurro en la distancia, ¿alguien estará escuchando música a estas horas? ¿Alguien estará tocando a estas horas? Me resigno a que quedaré con la duda de dónde provendrá tal melodía y cierro la ventana, matando mi curiosidad sin pensarlo mucho.
Suelto un suspiro y me acuesto en mi cama. Reviso mi celular, que dejé cargando anoche en la mesita a un lado. Tengo algunos mensajes, uno de Britt, preguntándome si llegué bien, y otro de un compañero solo para iniciar conversación. A ambos les contesto, solo porque abrí el mensaje y estoy segura de que no recordaré contestar después.
Ya de mañana, con todo el mundo levantado, me voy al comedor para ayudar a Jullie a hacer el desayuno.
-¿Qué tal te fue en la fiesta? -me pregunta ella sonriente.
-Genial, la pasamos muy bien -le respondo-. Tuviste que ver como bailó Jake, es todo un profesional.
De forma eventual va llegando más gente. Erick tiene una cara de muerto viviente -uno muy guapo, a decir verdad- y Chris ya se está preparando para su jornada en el hospital de la ciudad. Es enfermero, y aunque no trabaja todos los días sí que tiene horas duras y largas cuando le toca ir, tres veces por semana. Marieta se nos une, también preparándose para su trabajo en el hotel.
-Uh, panqueques, delicioso -celebra mi abuelo al entrar a la cocina.
Entre todos hablamos sobre cualquier tema que sale a flote, reímos y nos molestamos entre nosotros, justo como una familia.
-¡Buenos días! -exclama Jullie al ver al matrimonio Lukasiac entrar con cierta timidez-. No tengan vergüenza, adelante, les haremos a ustedes también.
-Buenos días -dice Ashley algo somnolienta-. ¿Podemos?
-Claro -asiente mi abuelo-. Mientras colaboren semanalmente con dinero para las compras y ayuden a cocinar o limpiar, son más que bienvenidos -les explica.
-Y sale más barato que cocinar en su piso, así que es ganancia por donde lo vean -anima Chris.
-Me agrada mucho este lugar -menciona Roy sonriente.
Ambos se unen a nosotros y ayudan a poner la mesa, aunque les insistimos que por acabar de llegar solo se sienten y dejen que les sirvamos. Ellos, en su lugar, no permiten que hagamos todo. Son absolutamente adorables, no sé cómo pueden tener un hijo tan gris y apagado como Ian.
Recordar al chico me trae un mal sabor de boca. No sé cómo soportaré cruzármelo, si es que llega a salir de su habitación seguido.
-Dudo que podamos ayudar en la limpieza por los próximos días, estaremos bastante ocupados buscando trabajo -menciona Roy mientras todos comemos-. Ashley tiene algunas
oportunidades en ambulatorios del pueblo. Yo soy electricista, así que si no consigo un puesto en algún negocio simplemente hare servicios a pedido.
-No se preocupen, entendemos que mudarse es algo difícil -comprende mi abuelo-. Mientras puedan aportar un poco estará bien.
-Aun así -prosigue Ashley-, nuestro hijo, Ian, pasa demasiado tiempo encerrado en su habitación. Él podría lavar los platos a lo menos, o cocinar. De todas formas, no hace nada muy productivo que se diga.
Tengo sentimientos encontrados hacia una charla en torno a Ian. Me gustaría conocer más de él, pero a la vez mi orgullo me hace no querer ni verlo.
-Si lo que quieren es que se distraiga fuera de su cuarto, aquí hay de todo -mi abuelo mastica un trozo de pan con café-. Tenemos caballos que cuidar, bosques para recorrer, hasta fuera de los límites de la residencia puede encontrar actividades como deportes, excursiones a la montaña, esquí...
-Creo que les podría ser de ayuda a ustedes en la residencia, tengo entendido que quienes más se encargan de esta son tú y tu nieta -me señala Roy con el tenedor.
Es cierto, y no es porque los demás no quieran ayudar, sino porque la mayoría trabaja y les cedemos el poder de ayudar cuando su tiempo se los permite. Por ello mi abuelo hace la mayor parte del aseo, dado que suele estar aquí todo el día sin hacer mucho. Yo, ahora que salí de vacaciones, tendré más tiempo para encargarme de la residencia.
-Si él quiere ayudarnos yo podría serle de tutor en cuanto al mantenimiento de varias cosas -se ofrece mi abuelo.
-No creo que quiera, pero lo convenceré -guiña el ojo Roy, y la comida sigue por otro rumbo, charlando ahora de las ocupaciones de cada uno de los presentes.
Jake no ha venido a comer, cosa que me parece extraña. Normalmente a esta hora ya está listo para ir a trabajar. Al terminar de comer, y dada mi preocupación hacia la nula señal de vida que emite el rubio, aclaro que yo me encargaré de limpiar todo y que volveré en unos minutos.
Subo a la segunda planta del edificio y toco la puerta de la habitación de Jake un par de veces. No hay respuesta. Vuelvo a tocar y esperar otras dos veces más. A la cuarta vez, el chico abre la puerta y no sé si veo a mi mejor amigo o a un fantasma. Está despeinado, con ojeras y bolsas debajo de los ojos, está algo sudado y hasta tiene su suéter de pijama sucio.
-¿Qué demonios te pasó? -le pregunto cuando entro y cierro la puerta.
Él se sienta en su sillón puff, uno de los dos que posee. No tiene muchos muebles ni decoraciones, pues la mayor parte de sus pertenencias las deja en su cuarto.
Me siento en el mismo puff con él. Tengo la confianza suficiente para acercármele de esta forma.
-Ayer cuando llegué revise un correo que me había llegado -suelta desganado-. Mi jefe me despidió, están haciendo reducción de personal -explica-. La verdad dudo que sea solo eso, nunca le caí bien. Además, creo que antes de la fiesta comencé a resfriarme.
-¿Tan mal te iba?
-Trataba de hacerlo lo mejor que podía, pero a veces hice el pedido incorrecto, o tuve problemas en la caja -se sorbe los mocos.
-¿Estabas llorando?
-Cállate -bufa-. Dije que me resfrié -yo levanto una ceja a modo de incredulidad-. Estaba demasiado mal, me dolía la cabeza, no dormí nada. Solo he pensado en lo que mis padres me dirán si se enteran, y el estrés me hizo llorar un poco -se sorbe los mocos de nuevo-. No quiero volver a vivir con ellos, Miranda, es horrible. Si no tengo trabajo en unas semanas, no tendré opción.
Sí que sabía todo aquello, aunque como mi amigo siempre parecía indiferente al tema de sus padres y su independencia, no creí que le afectara tanto. Se ve derrumbado. Entiendo que no quiera volver con sus padres, son muy estrictos, o eso me ha contado.
De alguna forma, Jake y yo huimos de lo mismo, de distintas maneras.
-Pero ese agente de modelaje te llama a veces, ¿no? -le recuerdo-. Pensé que te pagaban bien, por las horas y por tener que bajar a la ciudad.
-No es algo constante. Son solo trabajos ocasionales que no me funcionan, y no es suficiente para pagar mi habitación aquí.
-¿Y qué piensas hacer?
El silencio me responde.
Me siento mal por él. Se nota que no quiere volver con sus padres, que es su única opción si no encuentra un nuevo trabajo. Jake es dos años mayor que yo, y aunque no ha entrado a la universidad por decisión propia, cosa con la que en realidad no estoy muy de acuerdo, sé que tuvo una vida dura llena de restricciones y control de sus padres, que lo castigaban si no sacaba las mejores notas. Al final fue el mejor de su clase, eso sí, pero genero cierto repudio por los estudios al punto de que decisión darse un descanso temporal de estos. Eso le costó el techo de sus padres, quienes no aceptaron ello y lo pusieron contra la espada y la pared: o se quedaba allí bajo sus reglas o se iba.
-Amo a mis padres, y sé que me aman a mí -confiesa-, pero no quiero volver a un lugar donde me alejan de lo que quiero hacer realmente.
-Entonces habla con ellos como un adulto, no como un chico que a los dieciocho se fue de casa -le aconsejo de forma algo severa.
-Me matarán cuando les diga que quiero estudiar teatro.
Teniendo conocimiento de que sus padres querían que estudiara medicina, sí, sería un golpe duro para ellos.
-Tal vez no, ahora que has crecido -insisto, con mi brazo derecho sobre sus hombros-. Puedes intentarlo.
-Suena fácil, pero no lo es -asegura-. Entiendo que no lo comprendas, tú no pasaste por algo así con tus padres... -comenta con pesar.
-Sí... tienes razón -suelto algo de aire. No por tristeza, sino por culpabilidad.
La versión que cuento a la gente sobre mi razón de estar aquí con mi abuelo es que mis padres murieron cuando yo tenía doce años y que él se hizo cargo de mí desde entonces. Aquello no podría estar más lejos de lo que realmente pasó; sin embargo, tengo mis razones para guardar en secreto la versión original, esa que suena tan fantasiosa que, aunque la contara, no me creerían.
-Deberías descansar -le digo.
-No, me voy a dar una ducha, estoy asqueroso -se rasca la nariz-. Iré a buscar trabajo en el pueblo, si no encuentro, bajaré a la ciudad.
-Estará algo lejos -le recuerdo-. Y en estas condiciones...
-A una hora de ida y otra de venida, o un poco más, no es tanto -se encoje de hombros. Yo me levanto y él igual-. No te preocupes, un resfriado no me matará.
-Bueno, yo debo ir a limpiar -le digo-. La próxima vez que te pase algo así, sería ideal que me llamaras, para algo soy tu mejor amiga, y además vivo arriba -le regaño.
-Te llamé, pero alguien no contestó porque dejó su teléfono en silencio, como todos los días -me lanza una mirada ligeramente molesta.
Oh, creo haber visto unas llamadas perdidas en mi teléfono hace rato...
Lo dejo asearse y me voy de nuevo a la cocina. En el camino me encuentro con las dos amigas universitarias que pasan la mayor parte del tiempo fuera de aquí, quienes me saludan cortésmente y se van. Ya en el primer piso, despido a Chris que está por irse y sin más entro al comedor, donde me espera el desorden que prometí limpiar.
Despejo la mesa de los platos y utensilios que tiene encima, para pasarle un trapo y así limpiarla. Pongo frente a cada silla un mantel y me cercioro de que quede justo como cada día: inmaculada.
Cuando termino con la mesa paso a lavar lo demás. Pongo los platos en orden, al igual que los vasos y cubiertos, para así comenzar a mojarlos y enjabonarlos.
A penas llevo dos platos cuando escucho que alguien entra. Volteo, pensando que es mi abuelo, o tal vez Jullie, mas no es ninguno de ellos.
Es Ian Lukasiac, mi nuevo vecino, con pinta mañanera y una cara seria. Hacemos contacto visual por unos cuantos segundos. Él lo rompe, lanzando un bufido casi inaudible y dirigiéndose al refrigerador. Seguramente sus padres le mandaron aquí a tomar el desayuno, pues dudo que el chico, aun siendo como es, entre así sin preguntar a un lugar nuevo para él. Lo sé por eso y porque hay un plato tapado con servilletas que tiene un papel encima, que muestra el nombre del alto chico que se sirve un vaso de agua justo a mi derecha.
-Tus padres te apartaron el desayuno -suelto con naturalidad-. Está allí -le señalo con la mirada. El plato yace a unos centímetros de la loza que debo lavar.
Ian toma su vaso de agua con toda tranquilidad, como si no me hubiera escuchado. Sus ojos son oscuros, y es la primera vez que los veo porque ayer no se quitó los lentes en ningún momento. También detallo su nariz, algo peculiar por lo delgada que es, y que en cualquier otro rostro luciría rara. Deja el vaso en la barra de mármol beige y se dirige a donde está el plato. Le quita la servilleta de encima, o eso escucho, ya que prefiero no seguir viéndolo. Solo me hace vivir sus duras palabras de nuevo.
Y parece que no ha terminado con su desfile de quejas.
-Qué asco, ellos saben que detesto esto -murmura mirando el plato con panqueques.
-¿No te enseñaron a valorar la comida que te dan? -de alguna manera me hiere su comentario, puesto que junto a Jullie hice esos panqueques.
-Nadie te pidió opinar -dice a la defensiva.
Ya he lavado la mitad de los platos, y quiero terminar rápido para poder largarme y dejar solo a ese odioso chico.
-Deberías ser más agradecido. Me pidieron hacer unos extras para ti.
-Lo pidieron ellos, yo no, así que no es mi problema.
Toma el plato y se dirige a la mesa, o eso pensaba yo, ya que segundos después escucho como algo cae en una bolsa plástica.
Oh, ha tirado los panqueques a la basura.
Cierro la llave, me seco las manos y me volteo, echa un demonio.
-La forma en la que actúas es realmente terrible -niego con la cabeza-. ¿Cómo puedes hacer eso cuando tus padres, aún apurados por salir a buscar empleo, se acordaron de dejarte algo de comer?
-Cállate, ¿quieres? -escupe-. Tengo bastante con estar en este estúpido lugar como para tener que soportar a una desconocida que me reprende como si fuera mi madre -justo ahora seguiría peleando, pero me he quedado callada al mirar detrás de su hombro. A lo lejos, en la puerta al comedor, su madre presencia la escena-. Parece que no te quedo claro ayer, así que te lo diré de nuevo: no me molestes, ni opines sobre cosas que no te incumben, ni me dirijas la palabra. Eres un fastidio.
-¡Ian, basta! -entra Ashley, envuelta en humos de enojo-. ¿Qué te pasa? ¿Por qué le estás hablando así?
El chico no reacciona. No luce asustado por un posible castigo, ni arrepentido por haber dicho de más. Permanece estoico, y mira a su madre justo de la misma manera en la que me miraba a mis instantes atrás.
-Si sigues actuando así hablaré con tu padre y... -continua Ashley.
-No me importa.
Ian se marcha de la cocina así sin más.