Jake, con su buena presentación y personalidad radiante, no logró entrar en el trabajo de la zapatería, pero sí en un café-karaoke que trabaja casi llegando a la ciudad. Algo lejos, pero le pagarán bien, e incluye los gastos de transporte y comidas. Tendrá más días libres, pero en ocasiones se quedará hasta muy tarde, cosa que tampoco le es una molestia mientras gane lo que le prometieron.
-Estos caballos son mucho trabajo -suelto, con cierto cansancio. Hay que reemplazar el heno del suelo, llenar el bebedero, y para colmo bañar a esas bestias gigantes una vez cada dos semanas-. Por suerte son solo dos, si no, no sé cómo haríamos.
-A ti te cansa porque todo lo que haces es... nada -resume Jake, burlón-. Yo, por mi parte, hago ejercicio. Te hace falta, querida.
-Muy chistoso -pongo los ojos en blanco.
Mientras sacamos el heno viejo en una carreta para dejarlo fuera del establo y recogerlo después, notamos como el hijo Lukasiac, Ian, está saliendo del bosque con su guitarra y un cuaderno.
-Ese chico es muy raro -menciona Jake en un murmuro. No tiene que hablar tan bajo, Ian ya está bastante lejos.
No le he comentado absolutamente nada de lo que pasó los primeros dos días de haberse mudado. Lo que menos deseo es a mi mejor amigo viendo al chico como perro rabioso. Yo misma he decido solo ignorarlo, hacer como si no existiera. Es difícil, porque a cada rato me lo cruzo saliendo de mi apartamento, en la cocina, en la sala... No hemos hablado, ni nos hemos mirado siquiera. Tampoco me agradeció por la comida que le hice aquel día, claro. No esperaba que lo hiciera.
-Sí, pero sus padres son adorables -cambio de tema.
-Oh, sí, Roy me estuvo hablando hoy en la mañana sobre lo difícil que era conseguir un trabajo fijo de electricista. Parece que simplemente se quedará con un servicio a domicilio.
-Me lo comentó ayer Ashley. Tomó confianza bastante rápido -sonrío. Esa mujer es todo un sol-. Ella ya tiene un trabajo en un ambulatorio.
Así la conversación pasa de una cosa a otra, como siempre sucede. Luego de media hora nos toca bañar a los caballos. Jake se encarga de traer a la yegua, Dolly, para ser la primera en bañarse. La guía con el arnés hasta el palo frente al establo donde los amarramos. No son inquietos mientras los bañamos, y creo que hasta les gusta.
Yo, con un cepillo, les quito la suciedad que puedan tener alrededor del cuerpo. Jake los moja con la manguera y, ya húmedos, les aplicamos champú. Es casi el mismo proceso que con los perros, o los mismos humanos. Siempre soy yo quien acaba sobre el caballo lavándole bien la melena, mientras que él se encarga de la cola. Por último, los secamos con una toalla y ya damos por terminada la tarea.
-Hace frio -se queja él, echándose algo de agua encima, ya que la que sale de la manguera está tibia.
-Deja de hacer tonterías, te vas a resfriar -le regaño, tomando la manguera, aunque él de un movimiento rápido la vuelve a tomar y me moja más con ella.
-¡Para! ¿Cuántos años tienes?, ¿seis? -le grito riéndome.
Como cualquier persona madura, tomo el balde con agua y champú para caballo y se lo echo encima. Lleno de espuma, comienza a perseguirme. Corro por mi vida, pues en el momento que logre atraparme seguramente acabaré en la piscina, que está considerablemente mucho más fría que el ambiente.
Ambos estamos descalzos, corriendo sobre el pasto, empapados de pies a cabeza... miento si digo que no es una imagen común cuando bañamos a los caballos. Las cosas suelen terminar así.
-¿Para qué corres? ¡Sabes que igual te atraparé! -me grita detrás. Yo no paro.
-¡Ni loca dejo de correr! -respondo.
Corro en paralelo a la piscina, con Jake pisándome los talones. Miro sobre mi hombro por un momento antes de cruzar la esquina hacia la zona donde está la entrada a la residencia, y en ese milisegundo que no miro por donde voy choco muy fuerte contra alguien.
Oigo un quejido justo antes de caer sobre el cuerpo que golpeo. Siento a un objeto grande caer a un lado, rozándome el brazo, y veo como hay distintas prendas regadas por ahí. Levanto más la cabeza y observo cómo Ian está a punto de asesinarme con los ojos
No solo lo tiré al suelo, sino que también regué la ropa que sacaba a lavar, y además lo estoy dejando todo empapado por el contacto que nuestros cuerpos tienen ahora. Mis manos siguen en su pecho, y nuestros ojos se conectan con distintas expresiones: la mía, una de terror absoluto; la suya, una de ganas de matar.
-Lo... lo siento -murmuro-. En serio lo siento -digo más fuerte, quitándome de encima.
-Dios, Miranda, ¿qué hiciste? -dice Jake al llegar a la escena, aguantándose la risa.
-Ser una molestia, qué raro -masculla Ian, comenzando a levantarse.
Intento ayudarle a recoger el desastre, pero al chico la basta una mirada molesta para decirme con ella que lo mejor es que me aleje. Eso hago.
-¿Cómo dijiste? -le reta Jake, cambiando por completo su rostro.
Ian acaba de recoger la ropa tirada y se levanta, yo permanezco al lado de Jake, temiendo lo que pueda suceder a continuación. Ian no responde.
-Te pregunté qué dijiste -repite mi amigo, acercándose de forma amenazante a Ian.
El chico, sin temer ni un poco por su integridad física, pasa al lado de Jake chocándole el hombro a propósito.
-¡Te pregunte qué dijiste! -alza la voz el rubio, agarrando a Ian del hombro y haciendo que se voltee.
Este deja la cesta en el suelo y se acerca a Jake sin temblar ni un poco. Lo encara, posicionando su cara a centímetros del rostro de mi amigo, mirándole fijamente.
-¿Qué quieres? ¿Qué te golpee? -pregunta Ian sin levantar ni un poco la voz. Es apenas unos centímetros más alto que Jake, y a pesar de no tener ni la mitad de la condición física de este, proyecta bastante seguridad-. ¿Quieres pelear? -pregunta de nuevo-. No te daré el gusto, animal -escupe las palabras como veneno-. No me molestes -eso dice antes de volver a tomar la cesta e irse.
Mi amigo lo sigue con la mirada, una de perro rabioso, justo como suponía que lo haría tarde o temprano.
Luego del incidente con Ian, simplemente hice como si nada hubiera pasado. Jake, con más rudeza que de costumbre, me dejó para alistarse, pues ahora debe salir más temprano para llegar a trabajar. Yo me di un baño caliente y ahora estoy en la cocina, haciéndole a mi abuelo un ejército de mini sándwiches que llevará a una junta en la ciudad. Pasará la noche en un asado con sus viejos amigos, y como olvidó que debía llevar algo me pidió hacerle esto mientras acaba de vestirse.
-Eres un ángel, cariño -me sonríe al ver que ya he terminado.
-Que te vaya bien, cuídate -le doy un beso de despedida en la mejilla y, ya que estoy aquí, adelanto de una vez la cena para todos.
Marieta, que desde mañana tendrá un horario más fuerte en el hotel, me ayuda a preparar huevos revueltos para comer con pan y queso.
-Los nuevos inquilinos son lo mejor -comenta-. En el desayuno suelo quedarme mucho rato hablando con Ashley, necesitaba a una mujer aquí.
-Vaya que sí, solo tienes a dos hombres de tu edad que están detrás de ti -bromeo.
Bueno, no es una broma del todo. Chris y Erick sí que están detrás de Marieta, y es que quien no querría a una mujer como ella en su vida. Eso sí, es difícil que vayan a conseguirla si no se esfuerzan. Marieta se la pasa muy bien sola y para que alguien cambie eso debe ser un montón de cosas que ni el rubio ni el castaño alcanzan todavía. O eso supongo yo.
-¿Y tú? ¿Qué tal te llevas con su hijo? Luce más sombrío que una película de Tim Burton -murmura.
-No hablamos -resumo el asunto, sin decir más de la cuenta.
-Deberías, a lo mejor se le pega tu alegría -por el comentario yo suelto una risita, y hasta allí queda todo.
Hoy ninguno del matrimonio Lukasiac están aquí. Ashley trabaja hasta tarde, y Roy se ofreció a llevar a mi abuelo a su junta, pues no quiere que este solo por ahí, menos que maneje, así que tampoco estará aquí pronto.
-Dios, qué frío -menciona Chris, que acaba de llegar-. No entiendo por qué el clima es tan cambiante en estas épocas.
-Y que lo digas -le responde Marieta-. Pero ni modo, vivimos en un páramo -se encoje de hombros.
-Mi querida Marieta, si sientes frío no dudes en que mis varoniles brazos te darán el calor que necesites -por supuesto, para este punto ese tipo de comentarios son bromas, ya que su amistad supera los sentimientos que este y Erick puedan tener por ella.
-Mi estufa calienta bastante, pero gracias -sonríe la mujer de mechones anaranjados. Los tres nos reímos.
A veces me pregunto si de verdad luchan por conquistarla o si ya se trata de un chiste interno.
Cenamos y después cada quien se va a sus pisos, nadie quiere morirse de frío aquí abajo. Donde no hay estufas el frío se concentra un montón.
Fue un largo día, en el que ahora sin siquiera buscármelo Ian hizo otra de sus movidas para hacerme, de nuevo, sentir avergonzada. Al menos en esta ocasión no fue mi intención acercármele, por lo que el enojo se me pasó rápido.
Dentro de mí, todavía deseo poder ser su amiga, un deseo que veo lejano porque no importa qué, Ian es un caso peculiar. Alguien que disfruta estar solo, que no quiere a nadie cerca, y que te trata como basura solo por hablarle. ¿Por qué rayos quiero ser amiga de alguien así?
-Al fin me llamas, tonta -me dice Britt desde el teléfono-. Dos semanas y ya te olvidas de mí.
Lo que me sube los ánimos siempre es hablar con ella.
-Uy, disculpa -me río-. Tú también podías llamar, ¿sabes?
Charlamos sobre cómo nos está yendo en las vacaciones. Ella sigue en su casa en el pueblo, aburrida a más no poder en un trabajo de medio tiempo que le consiguió su padre en una zapatería. Me pregunto si será la misma donde Jake planeaba trabajar. Cuando le comento eso, fantasea con lo increíble que habría sido que fueran compañeros.
Britt es el tipo de chica que jamás te va a defraudar ni decepcionar. No recuerdo una sola vez en todos estos años de amistad donde hayamos peleado por su culpa. Cuando hay un atisbo de riña, ella hace todo porque ambas partes, justamente, se disculpen. Aun así, no puedo compararla con Emily -ni viceversa-. Ella es madura, centrada, objetiva; es como una madre, te guía de forma sabia, te regaña cuando debe y te da en cada momento su apoyo incondicional. Mis dos mejores amigas son, por lejos, partes importantes de mi vida.
Continuamos hablando por otra hora sin parar: chicos, las travesías de Emily por España, la emoción de estar a punto de comenzar el último año de escuela...
Hasta que el timbre del apartamento rompe el hilo de la conversación.
-Espera un segundo, voy a ver quién es -le digo, bufando con fastidio, la conversación iba muy buena.
Son casi las diez de la noche, según el reloj de mi teléfono, que aún llevo en la mano mientras camino hacia la puerta.
Abro la puerta, quitando primero el seguro y sin ver por el lente antes, para quedarme mentalmente con la boca abierta.
-Te llamo luego -le digo como puedo al ver a Ian Lukasiac afuera de mi apartamento, con las manos en los bolsillos.
Cuelgo y guardo mi teléfono en el bolsillo de mi pantalón de pijama. Dios, estoy usando un pijama de gatos...
El chico permanece callado, como si se preguntara cuál es la razón por la que llamó a mi puerta. Yo me pregunto lo mismo, pues lo que menos esperaba era que el castaño más odioso del páramo viniera hasta aquí.
-¿Necesitas algo? -pregunto, viéndolo directo a los ojos. Él aparta la mirada.
Está a punto de decir algo, pero se arrepiente y cierra la boca. Lo miro bien, está temblando, y vaya que esta noche es fría. La temperatura ha bajado desde hace rato, y aun siendo el principio del verano, tanto las mañanas como las noches pueden ser iguales que cualquier otro día del año. Solo en los cuartos hay estufas, por lo que entiendo que muera de frio afuera, y más si solo trae puesta una playera. Como si eso no fuera poco, hay posibilidades de lluvia según el pronóstico del clima. De hecho, si llega a llover, no solo se podría ir la luz por un rato, sino que también tendríamos que aguantar el frío sin importar en qué parte de la residencia estemos.
-Si no vas a decir nada, buenas noches -me harto, no tengo porque esperar mil años a que se decida a abrir la boca después de cómo me ha tratado.
Comienzo a cerrar la puerta, mas él, como un rayo, me detiene con el pie. Vuelvo a abrirla.
-¿Puedo entrar? -pregunta, con la misma cara con que me mira siempre.
No hay nada distinto en su rostro: mismos ojos aburridos, misma expresión seria, hasta puedo decir que le fastidió muchísimo mirarme en estos momentos.
-¿Por qué querrías?
-¿Puedo? -medio gruñe.
¿Y este qué? No puede llegar a mi puerta, pedirme entrar de esa manera, y no decir ni por favor, que es lo menos que espero. Es imposible entender a Ian, su forma de actuar no tiene ni pies ni cabeza.
Luego de unos segundos de puro silencio, manteniendo la mirada, le doy espacio para que pase. Me gustaría saber la razón de que esté aquí, y lo que vendrá después.
Ian pasa, da un pequeño vistazo del apartamento y ubica una silla -una de las dos sillas de la pequeña mesa de comedor, respectivamente- y se posiciona allí. Pone su pantorrilla sobre su otra pierna y permanece con los brazos cruzados, en una posición algo incomoda. Sigue temblando, pero se adecúa poco a poco al calor de mi sala.
Voy hacia la pequeña cocina y lleno el hervidor con agua. Este aparato no dura más de dos minutos en calentar, así que en medio del perpetuo silencio solo espero a que el tiempo se cumpla. Pongo café instantáneo en dos tazas, algo de azúcar y, cuando el agua está lista, la echo en cada taza.
-¿Negro o con leche? -pregunto al aire, sin siquiera verlo.
Pasan instantes donde espero su respuesta.
-Leche.
Echo leche en ambas tazas y las llevo a la mesa cuadrada de madera, adornada con dos manteles blancos de plástico barato. Le paso a Ian su taza, o más bien la de mi abuelo. Él, como no es raro viniendo de su parte, mira la taza con duda hasta que se decide a tomarla.
Es una escena peculiar de observar. Ian Lukasiac, amargado por naturaleza, sentado frente a mí en mi apartamento, como si fuéramos viejos amigos disfrutando de un café. La verdad, y aun con todas las estupideces que me ha dicho, tengo tanta curiosidad hacia su persona que me está gustando este momento.
Espero con ansias a que, de un segundo a otro, me cuente qué sucedió, qué cosa lo trajo hasta aquí, la razón de su extraña decisión de terminar en la puerta de alguien que le fastidia tanto como ha dicho ya antes.
Cabe aclarar que no lo hace.
Mi teléfono suena, algo a lo que Ian ni siquiera reacciona pues está muy ocupado tomando su café. Viendo su rostro, no parece disfrutarlo. Bueno, dudo que si el disfruta algo se llegue a notar.
-¿Por qué cortaste de repente? -pregunta Britt-. Me preocupaste.
-¿No es exagerado preocuparse por eso? -suelto una risita.
Me levanto de la mesa con la taza en la mano, alejándome un poco. No porque la presencia de Ian me incomode y no desee que escuche de que hablo, sino más bien por pura costumbre.
-Sabes como soy -se excusa-. Pero, en serio, no eres de colgar así, ¿pasó algo?
-No pasó nada, solo atiendo a una visita -le digo. Volteo hacia el chico, que no me mira a mí ni cuando lo menciono de forma indirecta.
-Bah, aburrido -se queja, como si fuera ella quien lo está haciendo-. Entonces te dejo, solo escríbeme cuando puedas, ¿quieres?
-Lo haré, descuida -sonrío para mí misma. Britt es casi como tener un novio.
-Hasta luego -se despide, y yo cuelgo.
Vuelvo donde Ian, que apenas sube la mirada cuando me siento y me tiene de nuevo en frente.
Luce como si quisiera evadirme, como si no hubiera invadido mi sala y tampoco deseara que le preguntara sobre ello. Pienso en hacerlo, en atacarlo con preguntas y entender por qué está aquí, pero no lo hago. No tiene gracia que hable cuando sé que no lo quiere, y que es claro que no vino para charlar o hacer las paces, sino por algo personal, una razón suya que no me incluye a mí en la ecuación.
Eso me molesta.
-No sé qué rayos haces aquí -comienzo-, pero ya he interactuado contigo lo suficiente como para saber que no quieres que te pregunte, ni que me meta -lo miro a los ojos-. Ahí tienes el sillón y el televisor, por si deseas ver algo -le señalo a un lado-. En el refrigerador no hay algo que funcione como cena, solo bocadillos. Come lo que gustes -su rostro, por fin, suelta una expresión distinta por poco: luce desprevenido-. Si todavía tienes frio, dímelo y te traeré una manta -me levanto-. Mi cuarto es el que está al fondo del pasillo, puedes tocar la puerta cuando desees.
Mantengo el contacto visual un poco más. Por fin saqué algo distinto de él, una mirada diferente que no me muestra fastidio o ganas de irse a otra parte, hasta se desprenden de sus ojos unos hilos de curiosidad. Con todo y eso, no dice nada.
-Supongo que tus padres no te dejaron llave y no puedes entrar a tu apartamento -me encojo de hombros, respondiendo a algo que no ha preguntado-. Si es así, no tengas vergüenza de dormir en el sillón, o en el cuarto de mi abuelo, dudo que le moleste -suspiro, tomando las tazas vacías y dejándolas en el lavaplatos-. Vete cuando quieras. Buenas noches.
Sin más, me voy a mi habitación, sorprendida por lo poco que indagué en el tema.
Tuve problemas con Ian, pero algo que dijo Emily sigue en mi mente: no sé qué hay detrás de él. Quién sabe qué pase en su cabeza, en su vida, en su familia... Solo conozco su terrible actitud, puedo empezar desde ahí. Sigo sin comprender por qué continúo tratándolo bien si el solo me ha dado palabras hirientes; sin embargo, yo no soy así: no soy rencorosa, no soy alguien que guste estar de malas con otro. Tal vez solo soy demasiado ingenua.
Me mensajeo un rato con Britt, y omito todo lo de Ian. De seguro, si se entera de que el chico está en mi misma sala, venga y lo mate. Sin conocerlo ya lo detesta con las joyitas que le he contado, así que mejor dejar esto en secreto.
Se hacen las once y media, y sigo sin sueño. Miro videos en mi laptop mientras mato el tiempo, tiempo en el que en verdad muero por saber qué estará haciendo el hijo de los Lukasiac en mi sala. Escucho un poco el televisor, así que a lo mejor solo se puso a ver una película. Dios, la pregunta me sigue rondando en la cabeza. ¿Qué demonios hace aquí en realidad?
Pasan un par de minutos en los que deseo ir a tomar agua -tomar agua y saber qué hace Ian-, así que me levanto de mi cama y entro a la sala, encontrándome con las luces y el televisor encendido, pero a un castaño acostado a lo largo del sillón, dormido, con la cabeza encima del apoyabrazos. Tomo algo de agua y me dirijo hacia el sillón. Me arrodillo en el espacio entre este y la mesa de café para apreciar a Ian de cerca.
Cuando duerme tiene la cara tan relajada que casi parece otra persona. Sus pestañas son cortas, pero abundantes. Tiene el pelo sobre la cara, tapándole la mitad de esta. No había notado lo largo que era, al menos la parte de arriba, pues a los lados lo tiene más corto. Es casi agradable así, no está a la defensiva, no dice cosas tontas, solo descansa y sueña con quién sabe qué.
Oh, santo señor de la papaya, acaba de abrir los ojos.
Se sobresalta un poco al verme, aunque no lo suficiente como para lucir asustado. También me sobresalto, y sí que estoy aterrada.
-Dios... -se queja en un murmullo-. ¿En serio me mirabas mientras duermo?
Se sienta y se acomoda el cabello.
-Esa no es forma de hablarle a quien te dejó entrar a su apartamento a pesar de cómo la has tratado -suelto algo enojada, aun cuando prefería callarlo.
Por primera vez, parece que algo que digo le afecta, pues baja un poco la cabeza y relaja su cara de molestia.
Quedamos así, yo arrodillada sobre la alfombra, y el sentado en el sillón, echando a un lado el sueño. Me sorprende que no respondiera, lo admito.
-Acertaste, mis padres se fueron y no me dejaron la llave -suelta de la nada.
-Bueno, tardaste un poco en decirlo -bufo, sentándome a su lado, manteniendo cierta distancia prudencial.
De nuevo el silencio. Él parece absolutamente cómodo con ello, y yo, por mi parte, busco la forma de hacerlo dormir de nuevo.
¿Qué rayos hago así? Este es mi apartamento, mi sala, mi sillón... ¡Hay un plato con migas de mis galletas saladas en la mesa! No entiendo qué hago actuando como la intrusa.
-¿Por qué? -le pregunto, con algo de rudeza, sin mirarlo.
-Sé un poco más específica -responde de inmediato, cosa que no me esperaba.
-¿Por qué pasas de detestarme a estar aquí como si nada?
-¿Cuándo te dije que te detestaba?
-Me tratas como a un insecto que no deja de volar alrededor de tu cabeza.
-Eso es muy diferente -suspira Ian.
¿Qué está pasando por la mente de este chico?
-Pienso que tengo derecho a entender, entonces, por qué me tratas como basura -vuelvo yo.
-Porque me molestas y eres bastante fastidiosa -va al grano.
-¿No es eso grosero?
-¿Prefieres que sea un hipócrita y lo niegue? -vaya, supongo que en eso tiene razón.
-No, aunque tratar de ser amistoso te sentaría bien -esto parece un juego de tirar la cuerda.
-Como si me interesara ser amistoso.
Justo ahora sería un buen momento para echarlo de mi apartamento, a todas estas.
-Ya entiendo por qué no tienes amigos -mascullo, levantándome del sillón y yéndome a la cocina en busca de algo que masticar.
Dije eso para herirle al menos una vez, pero el chico no se ve afectado para nada.
-Tardaste bastante en darte cuenta -asiente, casi animado.
-Quién querría ser amigo de alguien tan odioso -continúo lanzándole veneno mientras busco algo en los gabinetes debajo de la barra.
-Muy buena observación.
-No entiendo como tus padres te soportan.
-Tampoco yo -bufa, mirando el televisor, como si nada.
-¡¿Qué te pasa?! -le grito, golpeando la barra-. Dije cosas horribles y es como si todo te diera igual -estoy frustrada. Él me hizo sentir mal, y ahora yo no puedo siquiera darle un pellizco.
Ian apaga el televisor, se levanta y se dirige hasta donde estoy yo. Se acerca hasta que lo único que nos separa es la barra y me mira a los ojos.
-No puedo enojarme de algo que es verdad, ¿no crees? -dicho eso, se da media vuelta y sale de mi apartamento.
Me quedo estupefacta mirando la puerta. Dije cosas tan idiotas solo para hacerlo sentir mal... Pensé en actuar de forma madura y terminé como una niña de primaria: lanzando ofensas para que no se notara que yo estaba dolida.
Soy mejor que esto.
Algo dentro de mí mueve mis pies -la culpa, posiblemente-, y termino saliendo detrás de él. Abro y cierro la puerta para encontrármelo a punto de bajar las escaleras. Lo detengo tomándolo de la muñeca y el voltea con cierta confusión, preguntándose de seguro qué estoy haciendo.
Yo tampoco sé que hago, lo único que tengo bien en claro es que sin ninguna razón deseo saber quién es realmente Ian Lukasiac, y que no lo lograré actuando así.
-¿En serio no te importa no tener amigos? -es lo que sale de mi boca, casi sin pensarlo.
Ian me ve como si no se lo creyese. Me lo imagino pensando: " ¿Y esta qué?, ¿se volvió loca?"
-Puedo valérmelas por mí mismo, no necesito a nadie aparte de mis padres -responde.
Su respuesta me da un dato importante: sí valora a sus padres bastante. Sin embargo, no estoy satisfecha con eso solamente.
-No es lo que pregunté -insisto.
-¿Qué te interesa? Déjame ir -forcejea para que suelte su brazo, mas no lo hago.
-Quiero ser tu amiga -admito por fin.
-Buen chiste.
-No es un chiste -niego con la cabeza-. Si de verdad no me quieres cerca, si en el interior lo que deseas es que te deje en paz y me juras que no hay ni un mínimo chance de que podamos ser amigos, dímelo ya, a los ojos, y te dejaré en paz -suelto-. Sé que en el bosque te prometí que nunca volvería a molestarte, pero quiero conocerte
Mi frase queda en el aire, choca con las paredes, y se pierde. Ian no mueve un musculo, podría decir que está algo tenso. Suspira, rompe el contacto visual y mira hacia el suelo.
-La verdad nunca prometiste nada, no te dejé terminar lo que decías, ¿recuerdas? -su voz suena algo forzada, y creo que nunca me ha hablado de manera tan neutral como ahora.
Es cierto, en medio de mi lloriqueo estuve por prometerle no fastidiarlo más, y él me detuvo solo para echarme más rápido. La forma en que lo dice me hace pensar que, tal vez, si quiere que me acerque y que sea su amiga. Mi loca imaginación hasta llega a teorizar que no me dejó prometer aquello a propósito.
Nadie dice nada más, para ambos quedó claro que el punto final es que, aunque no quiera admitirlo, no me detendrá si quiero ser su amiga. Algo en el ambiente me dice que será difícil romper las barreras del chico, pero me tiene maravillada su forma tan peculiar de ser...
¿Maravillada?
Obvio ese pensamiento, porque caigo en cuenta de algo más importante.
-Eh... Ian... -le llamo, aún con mi mano en su muñeca-. La llave del apartamento la dejé en mi habitación.
Su rostro, antes relajado, ahora se vuelve en una expresión de resignación.
-Genial -murmura.