La verdad detesto la actitud del chico, tan acida e hiriente, pero no quiero que me tenga más rabia cuando su madre le regañe.
-Sé que no es así, conozco a mi hijo -se sienta en la mesa.
Tampoco soy muy buena excusando cosas inexcusables. Que se haya molestado conmigo es aceptable, pero que le haya hablado así a ella, que estaba en todo derecho de reprenderle por su actitud... ¿De dónde sacó las agallas?
-Lo que voy a decir puede sonar algo grosero, pero ¿por qué Ian es así?
Ashley me mira y suspira de forma pesada. Llevo preguntándome eso dese el momento en que entró a la residencia, y no pretendo quedarme con la incógnita mucho más.
-La verdad nunca ha sido la persona más adorable del mundo -ella suelta una risa muy por lo bajo-. Ya sabes, no es de los amistosos -busca qué más decir-. Han pasado cosas, y con la mudanza creo que su ánimo empeoró, por eso lo entiendo un poco, aunque sigue en problemas por lo que hizo.
Por su expresión, creo que no debo indagar más en el tema: es algo personal. Como no quiero verme metiche, lo dejó ahí, con unas enormes ganas de saber qué hay detrás de Ian y su personalidad tan particular.
Ashley se despide diciendo que su esposo debe estar desesperado por que salga. Según ella, solo venía a tomar agua, y acabo metida en una discusión con su hijo.
Ahora vuelvo a estar sola en la cocina, lavando los platos pendientes y con demasiados pensamientos revueltos en mi cabeza. Entre ellos, se encuentra una seria comparación entre los padres de Ian y los míos. Los suyos, con los pocos momentos que he presenciado hasta ahora -porque, bueno, llegaron ayer apenas-, muestran mucho afecto hacia él. La forma en la que Roy me pidió que le preparáramos unos panqueques también me pareció adorable, pues el hombre comía rapidísimo para irse a vestir; con todo y eso se preocupó del chico.
De hecho, antes de irme a la fiesta, al pasar frente a ellos junto a Jake, ya que seguían charlando, Roy me preguntó si sabía cómo seguía Ian, a lo que mentí diciendo que el chico me había dicho que dormiría para dejar pasar el malestar. Al ser el hijo único, debe recibir bastante atención, aunque no la quiera.
Los Lukasiac son todo lo que los Vander nunca fueron, al menos no conmigo.
No importa donde vaya, no puedo escapar de ellos, no como quiero. Tampoco es que en la vida exista un botón de borrado, como si las cosas pudieran desvanecerse.
Con los recuerdos se vive a la buena o a la mala.
El apellido Vander es un privilegio que muchos codician. ¿Quién no quisiera todas las riquezas, propiedades e influencias que esa familia posee? Yo era heredera de ellas, y las negué voluntariamente, decisión que todos los días es refrescada en mi cabeza.
Mi padre, un actor y director cinematográfico. Mi madre, diseñadora de ropa y empresaria. Mi hermana, modelo y actriz. Por último, mi hermano, tenista profesional.
Una familia bastante afortunada. Cada quien sabía cuál era el área donde podía arrasar y buscar la fama, alcanzándola en cuestión de nada. Todos, menos la menor de los hermanos. La pequeña Miranda, quien no comprendía la vida siquiera, solo obedecía a su madre. Esta la vestía como muñeca, le alistaba en todo tipo de actividades: canto, ballet y teatro, tratando de despertar su talento, aquel que la llevaría por el mismo camino que el resto de sus parientes.
Cuando quedó bien claro que el canto era lo suyo, comenzó a ver clases en casa y a dedicar mucho más tiempo a este que a nada. La escuela fue reemplazada por una tutora, y apenas veía el mundo de vez en cuando, aunque nunca a la luz de los paparazis. De resto, hacer lo que ellos decían era de lo que trataba su vida.
El día en que la pequeña Miranda, o bueno, el día en que yo abrí los ojos, tenía unos once años. Siempre había estado harta de los lujos, las restricciones y el encierro, pero a esa edad llegué a mi punto límite. No sabía cómo quitarme a mi madre de encima para que dejara de forzarme a ensayar canciones que nunca cantaba a nadie más que a ella.
Mi familia era una cosa frente a los medios, y otra a puertas cerradas. "Los Vander: la familia perfecta". Eso decían, la realidad era otra. Tanto a mi hermano Mike como a mí nos llevaban casi a rastras a nuestras actividades; Madison, la mayor, era diferente, amaba la atención, las cámaras, salió bastante a nuestros padres. Poco a poco Mike se fue ganando fama por su gran habilidad con el tenis a su corta edad, y yo seguía tras bambalinas, sin querer seguir los pasos de ninguno de ellos.
Tenía doce años cuando ocurrió la pelea. Mi padre me dijo que habría un concurso de canto muy popular, versionado para niños, y que con mi voz podía destrozar a todo mundo -con eso y con dinero también, claro-. Lo que reventó el globo fue que, casi como un adulto, me crucé de brazos y dije que no.
Jamás había visto a mi madre tan molesta, y a mi padre tan decepcionado. Mis hermanos actuaron de forma indiferente, cosa que me rompió el corazón. Mientras mi madre me gritaba que era una malagradecida, mi padre observaba, y Madison se llevaba a Mike para escapar de la situación. Esperaba que al menos este ultimo me defendiera, pero no hizo nada.
A fin de cuentas, era solo otro modo para aumentar ingresos, para generar más fama a un apellido.
Lo último que mi madre dijo fue: "Si no vas a obedecer, entonces vete". Por supuesto, no esperaba a que yo, con toda la seguridad del mundo y sabiendo muy bien a donde me iría, respondiera: "Me voy". Su cara fue un cuadro.
-Si te vas, estás muerta para mí -amenazó mi madre, mirándome con sus ojos azules llenos de ira.
-Me voy -repetí, con los ojos aguados.
Pensé que mi mamá iba a llorar, o a arrepentirse, mas solo tomó el teléfono y se lo puso en la oreja.
-Alexis, te quiero en la entrada ya mismo -luego colgó. Alexis era su chofer.
Hubo una discusión entre mi padre y ella, él le cuestionó si era correcto, ella estaba muy segura de su decisión.
Y yo también.
Como si nada, mi madre me escoltó hasta la entrada, donde abrió la puerta y en silencio caminó a mi lado hasta la camioneta de su chofer privado. Este obedeció las ordenes de su jefa pues, por contrato, debía de hacerlo.
Acabe, un par de horas luego, en la residencia de mi abuelo.
Y aquí he estado desde entonces, formando parte de una pequeña farsa que poco se menciona. Para mis conocidos, mis padres murieron en un accidente. Para los medios y el mundo, la hija menor de los Vander fue la que murió por una enfermedad terminal de la que nunca hablaron por lo duro que era. La farándula no me conocía más que por fotos de cuando era una bebé. Nadie me reconocería, nadie me asociaría, así como nadie conectaría al anciano Emil Vander con el famoso Hans Vander, quien juraba ante las cámaras que era huérfano desde hace mucho.
Nadie, además de mi abuelo, sabe la realidad de mi vida, que se convirtió de una vez por todas en lo que yo quería: una vida de verdad.
Nunca tuve padres amorosos, que se preocuparan por mí genuinamente. Nadie me preguntaba qué quería, qué me gustaba, o tan solo cómo me sentía. No exagero al decir que no recuerdo una sola vez que cenáramos juntos como una familia normal, o en la que habláramos de las tonterías más insignificantes.
No extraño nada de esa vida. Aunque añoro a unos padres como los que Ian tiene, puede que por eso me haya enojado tanto con su forma de menospreciar los pequeños detalles que le dan.
-Miranda, llevas un buen rato algo dispersa -me devuelve a la tierra mi abuelo.
Cuando acabé de lavar los platos, él me pidió acompañarlo a darle otra revisada a las lavadoras. No le he comentado nada de lo sucedido con Ian, y tampoco pretendo hacerlo.
-Lo siento, tengo sueño, no dormí bien -no miento, estoy bastante cansada.
-Entonces ve a dormir, haberlo dicho desde un principio, ¿no? -se ríe, y yo fuerzo una sonrisa.
Lo dejo en la lavandería revisando las maquinas, para irme directo a mi cuarto y dormir algunas horas. El clima está fresco. Ya ha pasado más la mañana, por lo que no hace mucho frio, sino una brisa agradable que me lleva a abrir la ventana de mi habitación.
Suelto un largo suspiro y me tiro a la cama. Dios, estoy muy cansada. No dormí lo suficiente por haber llegado tan tarde, así que espero no despertar, a lo menos, hasta después del mediodía.
Parpadeo un par de veces hasta que abro los ojos. Dormí justo lo que quería, son las dos de la tarde. Bostezo y me siento en la cama. Una de las razones por las que no me encanta dormir ya siendo de día es porque cuando me levanto me siento mucho más cansada, cosa que pasa luego de algunos minutos.
Me paro de la cama y camino hasta la ventana para, como hago siempre que salgo de mi cuarto, cerrarla. Me detengo al ver que Ian, con quien sigo teniendo algo de molestia, se está metiendo en el bosque, cruzando la puerta de la cerca con algo grande en su mano. Mi vista es lo suficientemente buena como para detallar que es una guitarra, una de color negro. A mi mente viene el recuerdo de que hoy mismo, cuando aún no salía el sol, escuché el sonido lejano de lo que podía ser una de esas. No se me cruzó por la cabeza que quien produjo esa melodía haya sido Ian, pues algo tan bonito no puede salir de alguien como él, ¿no?
Cómo un rayo, me voy al baño para lavarme la cara y los dientes. También me peino y cambio de ropa por algo más presentable que una simple camiseta y mono de dormir. Me pongo un suéter blanco de lana y unos jeans simples, me dejo las sandalias que uso a diario y corro a la puerta. Bajo las escaleras del edificio mentalizada en seguir a Ian al bosque. La voz de Jullie y un olor delicioso me detienen frente a la puerta de la cocina.
-Linda, ¿vas a salir? La comida casi estará lista -me avisa.
-Volveré en unos minutos, solo... iré a ver a los caballos -miento y continúo mi camino.
Viviendo en la montaña, es normal que el cielo esté nublado siempre, aunque hoy es diferente por estar entrando en el verano, que no cambia demasiado el clima tampoco. Amo los días así, todo se ve más claro y alegre. Llego a la parte de atrás del edificio, lugar en que se encuentra la piscina temperada donde de vez en cuando pasamos el rato Jake y yo. Camino en dirección a la cerca de no más de un metro y algo, hecha de madera. La puerta siempre está abierta, solo hay que mover el seguro para entrar al bosque, y eso hago justo ahora.
El bosque comienza con árboles algo dispersos, pero basta con caminar dos minutos para ver cómo este va creciendo y, de no ser por el sedero que nosotros mismos creamos, sería sencillo perderse. El sendero lleva a una pequeña zona medio despejada, donde con Erick y Marieta pusimos troncos para sentarnos y una mesa de picnic que antes estaba en el terreno de la residencia donde hacemos parrilladas. Cerca de ese lugar hay un lago, uno muy frío como para desear bañarse en él.
Ya Ian debe haber avanzado bastante con todo el tiempo que perdí cambiándome, pero supongo que parará cuando llegue a la zona despejada. Dudo que sea tan tonto como para irse a otro lado. Mi suposición es correcta, porque comienzo a escuchar una guitarra que, si mi sentido auditivo no me falla, viene de más adelante. Comienzo a caminar en silencio para que el chico no me note. Con suerte, podré verlo a escondidas e irme sin que lo note...
Un momento, ¿para qué rayos lo seguí hasta aquí? Hasta este momento no me puse a reflexionar sobre lo que realmente busco haciendo esto. ¿Quiero verlo tocar la guitarra?, ¿Acaso debo ver para creer que en serio es tan bueno como escuché en la mañana? ¿Es la curiosidad que siempre me gana? Apuesto por la ultima. He hecho cosas más locas que esta por curiosidad.
Voy en silencio y con pasos cuidadosos hasta que veo a lo lejos a Ian sentado de espaldas a mí, tocando el instrumento de forma casi profesional. La melodía suena algo triste, pero no deja de ser bien desempeñada. Es sorprendente, y lo más increíble es que no se parece nada al muchacho que la toca.
Me paso de árbol en árbol para acercarme, escondiéndome detrás de sus gruesos troncos. Llego tan cerca que lo que me separa de Ian son solo unos cuatro metros. Este, perdido en su música, ni siquiera nota mi presencia. Tampoco es que haya hecho mucho ruido, soy delicada cuando quiero. Dedico los siguientes minutos a disfrutar de la canción que toca, la cual se me hace conocida, aunque no sé de dónde.
Si ya estaba algo hipnotizada con la gran habilidad que tiene para la guitarra, casi se me para el corazón cuando empieza a cantar. Su voz no es la mejor que he escuchado, pero vaya que suena bien. Es dulce, nada que ver con la manera en que habla.
Según escucho, la canción trata de una pérdida, del dolor de dejar a alguien que amas. Es muy triste, y suena como si realmente la sintiera.
¿Se tratará de eso? ¿Será que dejó a alguien allá en la ciudad? Por más que no estemos tan lejos, las relaciones a distancia a veces no funcionan si ambas personas no se ven seguido. Puede que haya tenido que terminar con una relación al venir hasta aquí, prefiriendo acabar las cosas antes de probables peleas gracias a los kilómetros de diferencia.
Algo se roba mi atención y me saca de mis pensamientos, algo que salta a mi pecho y queda allí pegado con un chicle.
Una rana, verde y babosa, está encima de mí.
Ahogo un grito mientras la miro, comienzo a respirar de forma más agitada. Un aire frio me recorre todo el cuerpo y trato con todo mi ser de no hacer ruido. No sé qué sea peor, si tener a esta criatura encima, o el que Ian se entere de que estoy aquí. Mis piernas tiemblan y la rana ni se mueve. Las odio, las detesto, les tengo un asco enorme. Es tonto, siempre me lo repito, pero se me hace imposible no correr y gritar cuando veo una.
En un intento de que, por arte de magia, se vaya, le soplo en toda la cara.
Mala idea, muy mala idea.
El anfibio salta a un costado de mi cara y siento sus viscosas patas en mi mejilla. No lo soporto más y lanzo un alarido de terror. Del susto, me caigo al piso y me muevo en este, sacudiéndome la cara. Cuando mi mano toca a la rana vuelvo a gritar. Se siente horrible. No dejo de graznar desesperadamente. De forma impulsiva vuelvo a tocar mi cara y ya no está allí, más no paro de agitarme y lanzar quejidos.
No sé a dónde ha ido la rana, y eso me aterra más, podría estar metiéndose en mi ropa, o en mi pierna, o... ¡¿Por qué no puedo salir corriendo de una vez?!
Siento como un brazo, sin ningún tipo de delicadeza, se posa en mi frente y estampa mi cabeza contra el suelo boscoso, mientras que lo que debe ser una pierna hace lo mismo con mis muslos. Ahora trato de moverme con más insistencia, pero Ian o es increíblemente pesado, o me supera en fuerza. Ambas opciones son difíciles de pensar dado su delgado cuerpo. El chico que está sobre mí mete su mano libre entre mi cabello, cerca de mi oreja. Pierdo el control de nuevo cuando siento como algo se mueve y me toca la piel. ¡La asquerosa rana está enredada en mi pelo!
-¡Quédate quieta, maldita sea! -me regaña Ian, a lo que como puedo obedezco, todavía respirando con mucha fuerza.
En cuestión de segundos, el chico me deja libre y se levanta. Me siento con rudeza y me abrazo a mí misma. Observo a Ian con la rana entre las manos, caminando unos metros lejos, posándola en la rama baja de un árbol. La criatura escapa sin pensarlo un segundo.
Él limpia sus manos en sus pantalones y toma la guitarra que había dejado sobre uno de los troncos, para volver a donde estoy yo, con una mirada llena de enojo.
-Graci...
-¿Eres estúpida? -tiene el ceño fruncido, mirándome con todo menos comprensión-. Me tienes harto.
-Yo... -paro de hablar cuando noto mi voz rota. También siento la piel debajo de mis ojos mojarse.
Estoy llorando.
-¿Te vas a poner a llorar por eso en serio? -comenta en tono burlón-. Solo era una rana, no te iba a matar -gruñe fastidiado.
Yo no respondo, solo me quedo mirando la cara del chico, con diversos sentimientos encontrados.
-No entiendo por qué eres tan insistente -se acomoda el cabello-. ¿Quieres que repita lo molesta que eres? Y ahora me espías como una psicópata...
¿Para qué vine en realidad?
Hoy mismo, hace nada, recibí un trato terrible de su parte, al igual que ayer. No sé qué rayos pensaba al seguirlo hasta acá y espiarlo. Él tiene razón, parezco una loca, y una tonta. Solo logré avergonzarme más. No pensé bien las cosas, ¿Qué otra cosa creí que iba a pasar? ¿Qué iba a salir desapercibida? ¿O que, de darse cuenta de que le estaba escuchando, iba a ser amistoso de la nada? Tal vez he visto demasiadas películas. La vida real no es así.
Me seco las lágrimas -de miedo y, ahora, de vergüenza-, me levanto y con la poca dignidad que me queda me sacudo la ropa.
-Lo siento -suelto de forma muy forzada-. No te molestare más, lo prome...
-Deja el drama -me interrumpe, sentándose de nuevo en uno de los troncos, sin dejarme ni acabar de hablar-. Vete y ya.
Ya no me mira, está concentrado en lo suyo.
En serio, ¿por qué creí que sería diferente? Ayer intenté ser buena con él, me trató como basura. Hoy le intenté corregir una forma errada de actuar, me trató como basura. Ahora se repitió lo mismo. Debería solo olvidarme de que Ian Lukasiac es mi vecino y regresar a lo bien que estaba todo antes de su llegada.
Muevo mis pies sin ganas en el camino de vuelta, alejándome lentamente. Cuando hay una distancia prudente, dejo que un par de lágrimas salgan de mis ojos, botando la decepción y la tristeza. El chico de verdad me odia, ¿por qué eso tendría que dolerme? A penas lo conocí ayer, y ni en un solo momento ha sido amigable.
Soy demasiado inocente, demasiado tonta. Pienso que todo el mundo me tratará bien si yo los trato bien, pero no es así. Hay gente que es odiosa, amargada y gris, así de simple.
¡Ian, pedazo de idiota! ¿Qué te costaba al menos fingir una actitud agradable?
¿Pero qué digo?, eso hubiera sido peor. La hipocresía duele más que una actitud venenosa. Tal vez es lo único bueno que se le puede ver a Ian: es un asco de persona, y no trata de ocultarlo.
Al llegar a la cerca de la residencia, me cercioro de que no haya muchas sospechas de lo que pasó. Me limpio el cabello de las ramas y hojas que se pegaron en el suelo, también la cara. Recuerdo cómo toque a ese asqueroso animal, por lo que me voy mentalizada en lavarme las manos y la cara, creo que cuando me duche también volveré a lavar mi cabello.
Entro, esperando que no haya nadie, más mi mala suerte continua y me encuentro a Erick. Al mirarme cambia su expresión a una de confusión.
-¿Estás bien? Tienes los ojos rojos... -me dice preocupado.
-Oh, sí -actúo natural, hasta sonrío-. Tengo alergia, sabes cómo me pongo con eso -miento, aunque no del todo. Sí tengo alergia a veces por el polen.
-Tú tienes alergia hasta del agua -bufa burlón y entra a la cocina. Dada la hora, puede que vaya a almorzar.
Yo tengo hambre, aunque primero iré a lavarme. Debo verme patética y, además, estoy asquerosa.
Todavía siento las patas de la rana encima de mí y me dan escalofríos.
Llego a mi piso y entro a mi apartamento, tratando de olvidar todo lo que pasó antes y solo empezar de nuevo. Me lavo la cara en el baño, con mucho jabón. Me miro al espejo y ya no parece que estuve llorando. Puedo ir a comer tranquilamente.
Suelto un suspiro de fastidio y me seco bien la cara. Casi a punto de salir del baño escucho el teléfono fijo de la sala sonar. No es raro que nos llamen, mi abuelo tiene muchos amigos, puede que hasta sea algún familiar que yo no conozco mucho. Voy hacia el teléfono negro y lo descuelgo, poniéndomelo en la oreja. Es viejo, aunque sirve a la perfección.
-¿Hola?, ¿Quién habla? -pregunto.
-¿Miranda? Soy Ashley, tu vecina. Tu abuelo me dio su teléfono fijo por si necesitábamos algo, espero no molestar.
-Oh, para nada, señora Lukasiac -sonrío, con solo escuchar su tono de voz tan amable y cariñoso me siento mejor-. ¿Qué necesita?
-Dime Ashley, linda -aclara-. Y, cómo no sé bien a qué hora lleguemos, tampoco sé qué comerá Ian. Sabe cocinar, más no nos dio tiempo de comprar nada, así que quisiera pedirte que le guardes algo de comida -demonios, no puedo negarme si me lo pide así-. Sé que él es difícil de tratar, pero puede que poco a poco se sienta bien contigo -qué buen chiste-. Hasta podrían ser amigos, no tiene ninguno, la verdad. Creo que hay que tenerle algo de paciencia.
Lo siento, señora, pero ya su hijo me dejó en claro que me detesta, y ya yo le prometí alejarme. Eso pienso.
-Claro, no se preocupe, me aseguraré de guardarle algo para almorzar -eso digo.
Luego de agradecerme. Cuelga.
Genial, justo cuando menos quiero tener algo que ver con él.
Almuerzo junto a mi abuelo -quien habló sobre contratar a alguien que arregle la lavadora defectuosa, pues la susodicha ya no enciende-, Erick, Jullie y Jake, quien acaba de llegar solo para comer, pues saldrá y seguirá entregando currículos en donde sea.
-En una zapatería necesitan a alguien, y cuando el gerente me vio dijo que hablaría con el jefe y si le parecía bien mi currículo podía entrar a trabajar el lunes -comenta mi amigo-. Me dijeron que llamarían, de todas formas, no me fío de nada.
Estamos comiendo espaguetis, muy buenos, por cierto. Los preparó Erick con Jullie. Cuando todos acaban de comer, vuelvo a ofrecerme para limpiar todo. Nunca me ha molestado limpiar la cocina, por ello suelo ser yo quien es voluntaria para hacerlo. Espero a que todos se vayan para, con un mal sabor de boca, hacerle a Ian sus propios espaguetis. Comimos mucho, así que no quedo nada. No me esmero demasiado, solo sofrío carne molida y le pongo salsa de supermercado. Dejo listos los espaguetis en forma de caracola y me enfoco en acabar rápido la salsa.
Simplemente dejaré la comida en el horno y una nota en su puerta, en algún momento la verá y vendrá a comer. Dudo que se enoje también por guardarle algo de comer. Aunque, viendo lo que pasó en la mañana... bah, que haga lo que quiera. No lo hago por él, sino por su madre.
Limpio la cocina rápido y tomo un papel y bolígrafo -siempre pegados con un imán al refrigerador para dejar notas- y pongo lo siguiente:
Tu comida está en el horno.
Ni más, ni menos. Luego, lo dejo en la puerta de la familia Lukasiac.
Después de todo lo que ha pasado, la verdad es que por mí se puede morir de hambre.