Tengo, hasta ahora, pocos datos de Ian Lukasiac. Dado que, luego de media hora, hemos estado callados, sentados en el sillón de la sala del primer piso y mirando una película animada en el televisor, me he dedicado a enumerarlas.
Número 1: Es, sin duda alguna, la persona más amargada y gris que he conocido hasta ahora.
Número 2: Tiene una habilidad tremenda para la música.
Número 3: Gracias al número 1, no tiene amigos.
Número 4: Prefiere el café con leche.
Número 5: Su mente es más complicada de comprender que una pintura de Salvador Dalí.
El sillón de la sala es muy cómodo, tanto que hasta me he dormido en muchas ocasiones aquí. Junto al televisor plasma que tenemos en frente, sería un ambiente muy agradable de no ser porque tanto Ian como yo tenemos bastante frío, y ninguno lleva suéter. Yo, que llevo años aquí, lo soporto; Ian...
Número 6: no aguanta el frío.
Me da algo de lastima verlo, abrazándose a sí mismo y tratando de entrar en calor. No hace ni la mitad de frio que hace en invierno, pero para alguien que vivió en la ciudad, con veranos calurosos y primaveras frescas, este frío es muy penetrante. Lo dice alguien que lo pasó sus primeros meses aquí.
-Voy a buscar algo con qué abrigarnos, hasta que no lleguen tus padres o mi abuelo, nuestra única opción es quedarnos aquí -menciono mientras me levanto y lo dejo viendo la película animada de superhéroes con la que lleva bastante rato embelesado.
Él no me mira, solo asiente y se concentra en el televisor.
Número 7: puede que le gusten las películas de súper héroes.
Como conozco esta residencia como la palma de mi mano, sé que no hay muchos lugares donde encontrar mantas fuera de los cuartos. De no ser tan tarde, le pediría ayuda a Marieta, o a Chris, o a la misma Jullie, mas todos deben estar dormidos hace rato, sino estarían aquí. Pienso y pienso hasta que se me ocurre que, tal vez, en el almacén pueda haber algo. Subo hasta el segundo piso y trato de entrar, pero este está cerrado con llave. Olvidé que, por cuestiones de seguridad, mi abuelo no lo deja abierto así sin más.
Bajo con cierta decepción, hasta que me topo en la escalera con una pequeña perilla sobresaliendo de la pared de madera debajo de esta. ¡Claro, el closet! ¿Cómo no lo pensé antes?
Aquí mi abuelo guarda sus abrigos, ya que no tiene espacio en su cuarto. Él también es un hombre bastante friolento, y las chaquetas que usa son monumentales, de varias capas, que con solo tres ya llenaba su pequeño closet propio. Abro la puertecita de madera -acabo de notar que debería haber dos perillas, correspondientes a cada puerta, pero una parece haberse roto- y me encuentro con lo que esperaba: enormes abrigos. El tubo de donde cuelgan está debajo de un segundo nivel que es una simple tabla de madera, la cual sostiene otros objetos como una pila de libros de tejido, una canasta con artículos para eso mismo y, como si de un milagro se tratase, una manta bien doblada con estampado floral.
Cabe destacar que estas cosas no son de mi abuelo, sino de Jullie, quien no tiene vergüenza alguna en robarle espacio para guardar estas cosas que usa constantemente en las tardes, matando el tiempo, tejiendo ropita de bebe que manda a sus nietos en la ciudad. Con la manta se abriga, y con esa misma Ian dejará de temblar como perro mojado. Pienso en llevar también un abrigo, aunque tal vez sería demasiado. Si esto no es suficiente para calmar el frío de Ian, volveré y le ofreceré uno de estos abrigos.
Vuelvo con el chico, deshaciendo la manta y estirándola, entregándosela en la mano. Está grande y esponjosa, hecha para el frío, por lo que también es calentita. Él, ni lento ni perezoso, la toma y se envuelve en ella. Es bastante grande como para que dos personas la usen sin problemas, mas yo no estoy tan urgida por calor, y pedirle compartirla sería demasiado contando con que solo hace un rato logré que no me hablara como si fuera un bote de basura.
Gradualmente el chico luce mejor, ya no tiembla y solo disfruta de la película que ya está por terminar. Yo monto los pies en el sillón y me abrazo las piernas. De vez en cuando siento su mirada sobre mí, más cuando lo observo, sus ojos siguen pegados a la pantalla. ¿Será que sí me veía o era mi imaginación?
Doce de la noche, ningún indicio de que mi abuelo se aproxime, ya me está llegando el sueño.
-Abrígate también si quieres -suelta con una voz forzadamente amigable. Algo inesperado.
Habló como si realmente le hubiera costado decirlo un montón. No me sorprende.
-¿Seguro? -pregunto dudosa.
-Si te lo piensas tanto mejor me quedo la manta para mí solo -bufa y pone los ojos en blanco. Se saca los zapatos y sube los pies al sillón al igual que yo.
Tomo un extremo de la manta y me meto dentro de ella, recibiendo de inmediato el calor. Debo acercarme más para que ambos quepamos bien dentro y no queden espacios para que el frío pase, por lo que nuestros brazos no solo se tocan, sino que están pegados uno del otro. Nadie comenta ni se queja al respecto. Yo ignoro el cosquilleo en mi estómago.
Los minutos sigues corriendo, y yo pestañeo sin notarlo. La película acaba y de una vez comienza otra, que también parece ser del interés de Ian puesto que no la cambia ni hace algún movimiento o expresión que indique que quiera hacerlo.
Mis parpados fallan cada vez más, diciéndome que o me duermo a voluntad, o mi cuerpo lo hará sin mi consentimiento. Supongo que eso pasa porque de un segundo para el otro mis ojos se cierran y me llevan a la dimensión desconocida de los sueños.
Suelo tener sueños raros, muy raros. No porque vea cosas sin sentido, sino por las personas que salen en ellos. Son poco constantes, aunque sí lo suficiente como para parecerme curiosos. En algunos, me veo vestida con ropa cara, casi igual a una princesa, en la que solía ser mi habitación hace muchos años. En otros, tengo a Madison mirándome directo a los ojos, con una expresión de enojo.
En esta ocasión, es mi madre.
Dayana Vander luce espectacular, vaya que sí. Usa un vestido largo de color crema repleto de piedras preciosas, brillante como una estrella. Su maquillaje es simple pero radiante, resalta sus ojos azules, sus labios perfectos y sus facciones delicadas.
-Miranda, cántame -me pide con una voz dulce.
Es un recuerdo.
Cuando abro los ojos por completo, me encuentro con casi la misma oscuridad en la que estaba antes de despertar. No recuerdo haber apagado la luz, ni mucho menos haberme ido a dormir. Un sonido me llama la atención: lluvia, una no muy fuerte. Mis ojos se dirigen a la ventana y, efectivamente, la luz de la luna me muestra lo suficiente como para notar las gotas en el vidrio. No se ve demasiado, y creo saber por qué.
Es usual que con la lluvia haya fallos eléctricos de un par de horas, aunque eso pasa si es muy fuerte. Puede que lleve un buen rato así y por estar dormida no me haya dado cuenta. La verdad no me molesta para nada, pues en cambio hace que todo el ambiente se haga más tranquilo. Hacía tiempo que no llovía tan fuerte, suelen ser pequeñas lloviznas.
Acomodo un poco mi cabeza para seguir durmiendo, y apenas comprendo en donde tengo apoyada la cabeza. Debí haberlo supuesto cuando sentí el calor de una piel ajena y un peso de más en mi espalda. Sigo sentada, mas en algún momento me incliné hasta que acabé entre el hombro y el cuello de Ian, quien -por comodidad, creo yo-, me rodeó con su brazo. Su cabeza también está apoyada sobre la mía, haciendo que prácticamente durmamos abrazados.
Por un segundo pienso en lo incomodo que es tener a un chico que me ha tratado tan mal así de cerca, pero la idea se desvanece cuando caigo en que siento de todo menos incomodidad justo ahora.
Tengo, en cambio, demasiada comodidad, como si pudiera quedarme así por muchas horas más. El calor y calidez que hay debajo de la manta que nos cubre me hace más difícil querer moverme. Trato de hacerme creer que es eso lo que me lleva permanecer en esta posición, pero sé dentro de mí que la verdad es distinta. No es esta temperatura perfecta en contraste al frio del exterior, no es el sueño y las ganas de seguir durmiendo, mucho menos es el hecho de que tengo flojera.
No, no, no tiene que ver con nada de eso.
Tener a Ian tan cerca de mí, con su mejilla descansando en mi cabeza, y mi cabeza escondida en su cuello, me proporciona una extraña alegría. Alegría, nerviosismo... ¿no se juntan esas dos cosas cuando hay algo más? Las famosas mariposas en el estómago me atacaban desde hace rato y quería ignorarlas, pero justo ahora son innegables. Los deseos de que la luz no llegue nunca también están presentes.
Me doy un momento para aspirar el olor de Ian, y encuentro que su perfume es muy delicado, o tal vez es solo un buen jabón. No lo sé, pero me hace querer aún más estar aquí.
Y lo peor es que temo lo que siento, pero no quiero parar. Cierro los ojos de nuevo y, dentro de la emoción, busco el sueño. Este poco a poco me atrapa nuevamente.
Me despiertan unas ligeras palmadas en el brazo, seguidas de un jalón en el mismo. Cuando abro los ojos casi de golpe veo a Ashley, mirándome con una sonrisa. Noto que, a la vez, hace lo mismo con su hijo, junto a quien estaba aún dormida. Es de día, muy de mañana todavía, ella parece acabar de llegar de su turno de noche.
-Mamá, ¿Qué pasa? -pregunta un confundido Ian, quien me descubre mirándolo. Le da lo mismo.
-Les recomiendo seguir durmiendo en sus respectivos apartamentos -dice.
Ella nos ayuda a levantarnos con más rapidez de la que esperaba, y hasta dobla la manta que usábamos. Un miedo se aloja en mi estómago, ¿y si le molesta que hayamos dormido juntos? Tiene sentido, no es como que nos conozcamos mucho y somos un chico y una chica, solos, toda una noche... ¡Espero que no piense nada fuera de lugar! Ay, qué vergüenza, qué estará pesando de mí.
Ian ni siquiera reacciona al hecho de que pasamos toda la noche acurrucados. Él parece seguir medio dormido.
El chico solo bosteza, se acomoda el cabello y comienza a avanzar para subir, así que Ashley prácticamente me lleva del brazo por el mismo camino. Todo ha pasado en cuestión de segundos.
-Estábamos viendo una película -aclaro, diciéndolo muy alto-. Era tarde, por eso...
-Ay, linda, descuida -ríe ella-. Solo los desperté porque Roy y tu abuelo durmieron en la ciudad y llegarán en una hora. Si los encontraba así seguramente pensaría mal y terminarían ustedes dos en una charla innecesaria -la mujer, mientras subimos las escaleras, me cuenta todo eso como si nada-. Mi esposo jura y perjura que Ian anda por ahí buscando a quien embarazar. Yo, por otro lado, conozco a mi hijo -el susodicho está delante de nosotras, haciendo de que no existimos.
Ante la escena solo puedo reírme con ella, pues estoy bastante perdida. Debo analizar todo lo que dijo para entender bien toda la cháchara que se montó. No es hasta que llegamos al último piso que vuelvo a verle la cara a Ian, aunque esta no tiene nada diferente.
-¡Me alegra que al fin se lleven bien! -aplaude Ashley-. Se veían tan adorables cuando dormían -ella está demasiado feliz, demasiado-. Hasta les tomé una foto, solo como recuerdo.
-Mamá, borra esa foto -se queja un Ian adormilado.
El comentario, de alguna manera, me duele un poco.
-No lo haré -dice juguetona su madre-. Adiós, Miranda, dormiré un rato, debo volver al trabajo en la tarde -comenta con fastidio y abre la puerta de su apartamento para, posteriormente, entrar en este.
Ian me mira, asiente vagamente a modo de despedida -supongo-, y entra. Nada más.
Yo me quedo parada viendo la puerta cerrada frente a mí, con la manta enrollada en mis brazos, sintiendo como la soledad se adueña del ambiente al no tener el calor que Ian me dio por horas sin que ninguno de los dos dijera nada al respecto.
Quisiera ahogar a las mariposas que tengo en el estómago.
Con una mezcla entre felicidad y vergüenza por la forma en que Ashley nos encontró, me doy una vuelta para ir a mi apartamento.
No es hasta que estoy frente a la puerta que recuerdo, como una tonta, que dejé las llaves adentro.
-Miranda, idiota -mascullo con la frente en la puerta.
Deben ser, como mucho, las siete de la mañana, y apenas a esta hora la gente comienza a despertarse para ir a trabajar. Marieta debe seguir durmiendo, al igual que Erick, pues ella llegó tarde y él siempre es un vago cuando no trabaja. Tal vez mi única salvación sea Jake, que de seguro llegó a la residencia justo cuando la luz se había cortado. Puede que esté durmiendo, así como puede que no. Ya que igual debo regresar la manta a donde pertenece, bajo un piso para así tocar su puerta un par de veces.
Nada, seguro está muerto del cansancio.
Para no perder mi tiempo esperando sin sentido, me dedico a continuar mi bajada con parada en el closet de la escalera. Allí dejo la manta perfectamente doblada, justo como la tenía Jullie antes de que la quitara de su lugar. Al final, acabo en la cocina haciéndome un sándwich y pensando, pensando mucho.
Estúpido Ian.
No quiero tener estos sentimientos.
Sí, quiero tenerlos.
No sé realmente si los quiero o no.
Creo que esta es la segunda vez que siento que alguien me gusta, pues la primera vez fue un chico que conocí en la escuela hace unos dos años, y se siente bien que alguien te guste, sobre todo por esas tontas mariposas. Es bonito esperar a ver a esa persona y atesorar hasta lo más insignificantes momentos. Sobre todo, te da cierta emoción al pensar en qué sentirá.
Y ese es, justamente, un problema gigante: dudo mucho que Ian llegue a sentir algo por mí. Apenas ayer logré que no me espantara de su presencia, y ahora que descubrí que tengo una atracción distinta a solo una amistad es frustrante echar cabeza en cómo rayos lograré dar a conocer lo que siento, o a contagiárselo. Pienso lo que una idiota, pero no dejo de preguntarme eso. ¿Es posible enamorar a Ian? Digo, tampoco creo que el chico nunca haya tenido sentimientos por nadie,
A quién engaño, no me cabe en la cabeza que alguien pueda aguantárselo. De hecho, no sé ni cómo yo lo he aguantado.
Ah, cierto, a veces le entro a lo estúpida.
En fin, ¿Qué se supone que haré con estos sentimientos? No quiero ilusionarme y pensar que tengo una oportunidad, y que mágicamente el odioso vecino que tengo caerá enamorado de mí tan de repente como yo lo he hecho.
Pero puedo intentarlo.
-Tonta, tonta, tonta -susurro mientras niego con la cabeza, ya he acabado mi sándwich.
Cuando mi abuelo llegó con el padre de Ian, este último me preguntó de inmediato qué había pasado con Ian al no tener las llaves. Le respondí lo necesario, y le dije que vimos unas películas. Luego solo subió porque, al parecer, tampoco es que hayan dormido mucho, pero se la pasaron de maravilla. Por otro lado, mi abuelo me pidió que le hiciera un café.
-¿Entonces sí te llevas bien con Ian? -pregunta él, rascándose su cabello blanco. Se ve cansado, y cómo no. Conociéndolo duraron horas jugando dominó y bebiendo con consideración.
-Creo que sí -sonrío, pues yo tampoco sé muy bien la respuesta-. No hablamos mucho, pero es agradable cuando se lo propone -miento olímpicamente con lo último.
-Me parece genial -muestra su dentadura que, aunque luzca perfecta, tiene varios dientes falsos-. Me preocupada que por su actitud tan cerrada ustedes chocaran.
Ay, abuelito, no tienes idea.
-Yo también lo pensaba, pero poco a poco espero que me considere su amiga -menciono mientras lleno el hervidor con agua.
-No dudo que lo consigas.
Preparo el café y luego se lo entrego. Tomo su llavero de la mesa sin que lo note y subo a mi apartamento, para al fin asearme un poco. Dejé mi teléfono aquí, por lo que debe estar lleno de notificaciones que tengo una pereza inmensa de revisar. Después de que me meto a bañar, me cepillo los dientes y me pongo otro conjunto de ropa, tomo al susodicho y lo reviso. Como supuse, hay varios mensajes de WhatsApp y de otras aplicaciones. Emily me escribió, también mi abuelo preguntando si todo estaba bien por aquí, y otros contactos que decido contestar más tarde. Por último, veo un mensaje de Jake que me envió a eso de las dos de la mañana diciendo que la residencia sin luz a esa hora parecía un castillo terrorífico, acompañado con emoticones riéndose.
Todo indica a que no nos vio a Ian y a mí durmiendo juntos.
Voy hacia la sala y busco en los gabinetes de la cocina a ver qué puedo masticar. Me encuentro unas bolsas de palomitas de microondas, y eso es lo que termino haciendo. Mientras espero a que estas terminen de calentarse, enciendo el televisor en busca de algo que ver. No soy alguien que suela ver muchas series de drama o acción ya que, aunque suene tonto, prefiero las caricaturas.
Busco las palomitas que ya están listas, las dejo en un bol, me sirvo un vaso con jugo y voy hacia el sillón para ver la serie de Disney que está pasando. Es chistoso que a mis diecisiete años me divierta tanto viendo el canal que, según muchos, es de niños. La verdad no me interesa, pues me gusta y es de lo poco que veo en la televisión.
Me he acabado la mitad de las palomitas en cuestión de minutos. Por eso cuando veo películas con mis amigas es imposible compartirlas, al final me las como todas yo sola. Podría decir que son de mis bocadillos favoritos.
Mi momento de distracción con el programa es interrumpido por mi teléfono, que comienza a sonar, avisándome que tengo una llamada entrante. Como quién suele llamarme es Britt, casi atiendo sin revisar que sea ella, mas noto que su nombre no es el que está en la pantalla.
De hecho, no hay ningún nombre. Es un número desconocido.
-¿Hola? -respondo-. ¿Quién es?
-¿Miranda? -pregunta de vuelta la voz de la otra línea. El estómago se me revuelve.
-¿Quién es? -insisto.
El joven tarda unos segundos en responder, segundos en los que considero colgar, porque escuchar su voz no ha hecho más que sacarme de mi lugar.
-¿No me reconoces en serio?
No quiero admitir que lo reconozco. Sin importar los años, su voz sigue teniendo ese tono característico que podría diferenciar. ¿Hay una posibilidad de que sea alguien más y que mi mente me juegue una mala pasada?
No lo sé, pero si es él, será mejor que cuelgue de inmediato.