Acero y carne, 9002-9027
img img Acero y carne, 9002-9027 img Capítulo 2 El llanto del exilio (Continuación)
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Capítulo 6 Vida (I) img
Capítulo 7 Vida (II) img
Capítulo 8 Vida (III) img
Capítulo 9 Vida (IV) img
Capítulo 10 Vida (V) img
Capítulo 11 Vida (VI) img
Capítulo 12 Vida (VII) img
Capítulo 13 Ojos Absortos (I) img
Capítulo 14 Ojos Absortos (II) img
Capítulo 15 Tierra Blanca (I) img
Capítulo 16 Tierra blanca (II) img
Capítulo 17 Tierra blanca (III) img
Capítulo 18 Tierra blacna (IV) img
Capítulo 19 Tierra gris (I) img
Capítulo 20 Tierra gris (II) img
Capítulo 21 Tierra gris (II corregido) img
Capítulo 22 Tierra gris (III) img
Capítulo 23 Tierra gris (IV) img
Capítulo 24 Tierra gris (V) img
Capítulo 25 El tránsito de los esclavos (I) img
Capítulo 26 El tránsito de los esclavos (II) img
Capítulo 27 El tránsito de los esclavos (III) img
Capítulo 28 El tránsito de los esclavos (IV) img
Capítulo 29 El tránsito de los esclavos (V) img
Capítulo 30 Protocolo secreto número 25 (I) img
Capítulo 31 Protocolo secreto número 25 (II) img
Capítulo 32 Protocolo secreto número 25 (III) img
Capítulo 33 Protocolo secreto número 25 (IV) img
Capítulo 34 Protocolo secreto número 25 (V) img
Capítulo 35 Protocolo secreto número 25 (VI) img
Capítulo 36 Protocolo secreto número 25 (VII) img
Capítulo 37 Protocolo secreto número 25 (VIII) img
Capítulo 38 La gente de hielo (I) img
Capítulo 39 La ente de hielo (II) img
Capítulo 40 La gente de hielo (III) img
Capítulo 41 La gente de hielo (IV) img
Capítulo 42 La gente de hielo (V) img
Capítulo 43 La gente de hielo (VI) img
Capítulo 44 La gente de hielo (VII) img
Capítulo 45 La gente de hielo (VIII) img
Capítulo 46 La gente de hielo (IX) img
Capítulo 47 La gente de hielo (X) img
Capítulo 48 La gente de hielo (XI) img
Capítulo 49 Un beso vacío (I) img
Capítulo 50 Un beso vacío (II) img
Capítulo 51 Un beso vacío (III) img
Capítulo 52 Un beso vacío (IV) img
Capítulo 53 Un beso vacío (V) img
Capítulo 54 Un beso vacío (VI) img
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Capítulo 2 El llanto del exilio (Continuación)

Los grandes monumentos de la Tierra se vieron envueltos entre columnas de vapor, humo y polvo: el Vaticano, destrozado por las inundaciones y el fuego años atrás, ahora rodeado por un desolado y triste desierto, ya a nadie impresionaba con la antigua grandeza que le engalanó hacía siglos, cuando fue el centro neurálgico del catolicismo, religión que causó fascinación, terror, fervor y risas en momentos distintos del pasado; el Taj Mahal, alguna vez esplendoroso, era un puñado de ruinas en India, ya despojado de su romántico significado original, ahora símbolo, junto a todo lo demás sobre la Ti

erra, del pánico humano ante el apocalipsis definitivo; las pirámides de Guiza, cubiertas hasta más de la mitad de su altura por la arena, se veían irreconociblemente insignificantes al lado de las magníficas columnas de vapor que crecían en su camino hacia el firmamento; la Madrid de los otrora grandes reyes era ahora una ciudad fantasma en medio de un desierto ardiente que se extendía atravesando Francia, arrasando a la ya aplastada París y llegando hasta Londres, ciudad en la que permanecían apenas visibles algunos de sus rascacielos, que sobresalían sobre el yermo suelo; y de Atenas todo lo que quedaba era la Roca de la Acrópolis, desnuda, sin Partenón, sin Erecteón, sin Atenea Niké.

Al oriente, Estambul se anegaba lentamente a medida que el nivel de las aguas marinas subía, pues el Bósforo crecía para convertir en un futuro ya muy cercano al Mar Negro y al de Mármara en uno solo. Ocurría lo mismo con Bagdad, cuyos desesperados habitantes habían hecho todo lo posible para impedir el desborde del Tigris, pero esa lucha fue desde el inicio una triste y patética batalla perdida: nada impediría la marcha triunfal del río sobre la ciudad. Y Pekín había ya quedado solo como un trazado de calles que se extendían sin su antigua gloria sobre la tierra, todos sus edificios arrasados por las tormentas de frío viento huracanado y las aguas de las lluvias sempiternas que rugieron y corrieron desbocadas por sus calles como leones y toros furibundos que arrastraron, sin distingo alguno, bienes, casas y gente.

Así era todo visto desde la superficie de la Tierra, pero desde la silenciosa indiferencia del espacio exterior, el planeta pareció de repente transformado, mientras miles de pequeñas luces blancas y brillantes rodearon la esfera planetaria, alejándose de ella, como si de súbito se hubiese convertido el mundo en un cúmulo estelar. Era un espectáculo tan hermoso y aparentemente tan delicado y suave, que nadie jamás habría imaginado, siendo un espectador externo, el profundo dolor que causaba a la humanidad semejante acontecimiento. Las luces se alejaron de la Tierra con lentitud, creando patrones en el espacio mientras conformaban filas, acercándose organizadamente y poco a poco a medida que avanzaban. Luego se apagaron sus propulsores y solo quedó el brillo indirecto de sus cuerpos metálicos iluminados por la luz solar. Fueron acoplándose las unas a las otras, creando superestructuras espaciales llamadas navecosistemas, pequeños mundos autosuficientes cada uno, que durante los próximos cientos de años llevarían a sus ocupantes hacia el nuevo hogar humano, cual balseros ilegales salvando las distancias en el mar cósmico de un universo transitable. Sabían cuál sería su destino y se perdieron, entonces, en la negrura del espacio, entre las estrellas. La Tierra lograba así su cometido, finalmente expulsando a esos hijos ilustres, a la vez que ingratos, quienes la habían maltratado tanto, pero aún seguiría regocijada en su prolongada venganza, pues quedaban todavía a su merced las más de las gentes, cuyos cuerpos y espíritus serían blanco de su ira. Estos, para mayor placer en sus sanguinarias intenciones, no tenían recursos para defenderse, en cuanto los que siempre habían sido los marginales de las sociedades humanas: los pobres, los ineptos y los estúpidos. Ellos verían y vivirían en propias carnes el desenlace final de ese proceso que había dado inicio años atrás y que había desembocado en ese horroroso cataclismo final. La Tierra sería otra.

Los telescopios de observación que habían dejado los que lograron huir les mostraron como a lo largo de los años amplias porciones de tierra firme fueron desapareciendo a medida que el mar la engullía y los márgenes de los lagos y ríos fueron desbordados. Además, dejó de existir hielo en los polos, en Groenlandia, en los glaciares continentales y en el permafrost canadiense, nórdico y ruso, pues todo rastro de nieve y hielo se había fundido por completo. De esta forma, lo jamás antes visto se vio: las tierras árticas y antárticas podían distinguirse claramente, desprovistas de todo gélido albedo. Por su parte, los desiertos ardientes crecieron, extendiendo sus pardas manchas a medida que los incendios consumían el verde de las selvas y los bosques en África y América. Y después, por las ironías lógicas y crueles de la naturaleza, la Tierra bajó su temperatura rápidamente por las mismas causas que antes la hicieron arder, reapareciendo los casquetes helados de los polos, los cuales no se conformaron con estacionarse en los extremos del eje de rotación terrestre, sino que, con velocidad horrorosa, avanzaron determinados y firmes hacia los mismísimos trópicos y, no contentos con detenerse allí, siguieron su ruta imparable hasta el ecuador, convirtiéndose muy pronto la Tierra en un gélido desierto esférico, cubriéndose toda de blanco al unirse los casquetes de ambos extremos, congelando la totalidad del mundo. La superficie de nuestro planeta se hizo tan lisa y reflectante como la de una blanca esfera de cristal y terminó el mundo definitivamente yermo y muerto. Luego de tantos millones de años de vida, la Tierra había logrado al fin zafarse de todos esos terribles parásitos que la atormentaban.

Mensaje del autor.

Saludos a todos, mis queridos lectores. Solo deseo presentarme ante vosotros en esta primera publiación que hago en esta plataforma. Soy Ángel Eduardo Araujo, escritor venezolano y solo espero que podáis disfrutar de las palabras que en esta oportunidad os hago llegar con humidad y con el deseo de que podáis encontrar en ellas una experiencia literaria que os haga sentir reconfortados. Este ha sido el primer capítulo de mi novela Acero y Carne: 9002-9027. Esta novela fue publicada originalmente en 2017 en Amazon, así que, si no queréis esperar hasta mi próxima publicación, podéis comprarla allí en formato Kindle. De verdad os agradecería muchísimo vuestras palabras hacia este texto, ya sea para eligiarla o con sentido crítico. Lo más importante para mí, en este momento, es entrar en contacto con mis lectores.

            
            

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