Ese episodio se repetía una y otra vez en su mente, el sentimiento de la furia que la había embargado al ver cómo planeaban asesinarla, el gesto de desprecio en los espectadores. Lo soñado parecía real.
Cuando despertó se sintió temblando, su rostro lucía empapado de sudor, su pulso estaba frenético. Temió volver a caer en esa pesadilla, sin embargo cuando el sueño la volvió a vencer no hubo nada.
Ya bien despierta y levantada de la cama, se dirigió a su ventana a inspeccionar su alrededor. Lo mismo de dos días atrás.
Tenía que hablarlo con alguien, se repitió constantemente por la mañana, y nadie parecía ser buena opción, todos se veían... al igual que ella: asustados.
A excepción de su mamá, pero no contaba con el coraje de contárselo, no a... su madre.
Podría llamar a su padre y charlar sobre ello, la idea decayó cuando se percató que ni por su cumpleaños accedió a llamarla.
Su padre siempre fue difícil de encontrar, iba de un lado a otro, es más ni siquiera lo comunicaba, por lo que fue un gran argumento para su madre a la hora de sacarlo a rastras de su casa. No se opuso, cogió sus maletas en mano y dijo que volvería en cualquier momento. Ya habían transcurrido cinco años.
Se encaminó hacia el descampado al que frecuentaba cuando se sentía acorralada entre sus propios pensamientos, sacó un perchero y una cajetilla de cigarro para pasar el mal sabor de boca que la perseguía desde temprano, pero la curiosidad del porqué el sueño, estaba ahí; la inquietaba, zumbaba insistentemente para encontrar una razón sujeta a tan horrible pesadilla.
Horas más tardes se las ingeniaba en busca de una excusa válida para dárselas a sus amigos. Había desaparecido gran parte de la tarde.
***
-Mary Mary no ha venido a cocinar ya tres días -alegó Sonya a su madre, a la espera de que le brindara algún tipo de información.
Kaela, así es como se llamaba su madre, se limitó a guardar silencio al mismo tiempo en que servía el lonche para el padre. Sin emitir palabra alguna le tendió un recipiente y con un ademán con la barbilla ordenó lo de siempre.
El padre y los pastores ocupaban las mismas obligaciones y en el orden jerárquico, el padre encabezaba la lista.
Ocultando una pequeña sonrisa se despidió de su madre.
Si ella no le daba respuestas, otra persona estaría más a gusto dándoselas.
No tocó al ingresar a esa fría habitación, no lo necesitaba.
¿Cuántos pecados cometía al día?
En algunas ocasiones perdía la cuenta.
El padre Celestino era tan bueno como tan perverso, en eso se empataba con Sonya.
Repetía a diario la palabra de Dios frente a decenas de personas, sin embargo entre las cuatro paredes de su habitación algo más oscuro que su propia persona no existía.
Él era perturbador...
Y quienes lo rodeaban aún más...
-Mi queridísima Sonya -saludó al ver a la muchacha cruzar su puerta. No ocultó sus fechorías, se mostró tal cual.
-¿A quién la penitencia, padre?
No la alteraba el acto que presenciaba, estaba más que acostumbrada. Y como todas las veces quiso saber el turno de quien.
-Felix, se quiere integrar a la comunidad, y como ya sabes -ronroneó sin culpa-, debo verificar la veracidad de sus palabras.
Sonya elevó y bajó su cabeza asintiendo.
-Te ayudaré si me das respuestas luego -negoció, dejando el recipiente que cargaba sobre la mesita de noche y empezó a caminar hacia las dos figuras postradas.
Un grito amortiguado se escuchó.
-El pecado te llama a gritos -terminó por susurrar el hombre.
Celestiano llevaba la mitad de la edad de Sonya sirviendo a la congregación católica del pueblo, aunque prácticamente él la vio nacer y crecer, fue también el primero en percatarse de la oscuridad que emanaban de sus orbes mieles.
Su parecido era catastrófico.
***
Mary Mary era una anciana que rápidamente había obtenido el corazón de Sonya, la señora transmitía tranquilidad e inspiraba una completa confianza, cuestión por la cual Sonya en sus delirios la adoptó como una vieja amiga.
Mary Mary callaba lo que se enterase.
Mary Mary tenía un pacto de amistad irrompible con Sonya.
Mary Mary le debía su calma, su vida.
Por ello, al saber que su vieja amiga había tenido problemas familiares en su hogar, Sonya no lo pensó dos veces en ir a ayudar.
Ya frente a la casa de su confidente personal, pensó detenidamente en las posibilidades que pudiese encontrar.
En algunas ocasiones, ella solía ser muy pacífica, en otras era una...
-Maldita perra hija de puta.
Eso.
Reconoció con agobio el autor de esa voz, creyó haberse deshecho de la escoria que jodía la paz de su amiga, sin embargo aquí volvía.
Estiró sus labios en una sonrisa petulante, burlona.
-Camillito -saludó.
Intentó que sus pasos se vieran decididos al darlos, pues ella temblaba. Pelear con semejante hombre no era opción, no sabía defenderse a puños.
Su metro y setenta y dos centímetros encaró a Camillo, uno de los hijos de Mary.
-He venido a ver a tu madre, retírate por tu bien.
-¿Si no qué? -Contratacó el hombre, quien no era tan alto, apenas se diferenciaban de un par de pulgadas-. ¿Vas a volver a dormirme y arrojarme al río?
La sonrisa de la muchacha automáticamente se formó en su rostro, aunque segundos después se convirtió en una de decepción.
No comprendía cómo pudo haberse salvado.
Hierba mala nunca muere, concluyó.
-Pensé que ya estarías muerto, hasta velamos un conjunto de tu ropa días más tarde -aclaró cínica.
-Voy a matarte.
Sus gruñidos le ponían los pelos de punta a Sonya, pero no fue impedimento para mostrarse con una seguridad envidiable.
-Ponme un dedo encima y veras. Celestino está en camino, él te está observando.
Las facciones de Camillo cambiaron, su altivez decayó y poco a poco sus gruñidos disminuyeron.
El padre Celestino era lo más parecido al diablo para algunos del pueblo.
El hijo de Mary Mary retrocedió un par de pasos alarmado.
-Te mataré -aseguró, y desapareció.
Ni se inmutó al tener una amenaza de respuesta. Ya estaba acostumbrada.
Hizo su camino dentro de la casa de su amiga con sutileza, temía encontrar algo que no le gustase, y la halló.
Entonces la curiosidad la embargó.
Imaginó a Camillo ahogándose en su propia sangre, y quiso ser la razón.