Diego miró a ambos lados de la salida de la cueva. Si aquello era el futuro, las cosas no parecían haber cambiado mucho. Pero un sonido aún más ensordecedor que el producido por el agua perdiéndose en el interior de la gruta se impuso, obligando al hombre a levantar la vista.
En un principio pensó que podía tratarse de un trueno, fruto de alguna tormenta que se avecinaba. Sin embargo, ante su asombro, descubrió cómo una extraña forma planeaba veloz el cielo. Retrocedió un par de pasos buscando el resguardo de la cueva.
-Es un avión, planea como las aves rapaces y ruge como las fieras -informó Antoine ante la sorpresa de Diego-. En realidad sirve para transportar a personas y enseres.
-¿Ahí dentro hay personas? -preguntó el hombre enarcando las cejas casi sin poder creerlo.
No llevaba ni un minuto en el futuro, y le parecía imposible lo que su amigo le estaba descubriendo.
-Sí, y espera a ver las ciudades donde viven en este tiempo -continuó Antoine-, los edificios son tan altos que hay veces que en los últimos tramos la niebla no se disipa en todo el día, pero sin duda lo mejor de todo es la realidad virtual.
Diego miró su amigo incrédulo mientras ambos hombres volvían a internarse en la cueva para retroceder los siglos necesarios que les llevarían de vuelta a su tiempo.
No podía evitar cierta inquietud ante la propuesta de Antoine, sin embargo, la curiosidad y el poder que le daría tener puertas intertemporales dentro de su propio hogar ganaban con creces la contienda que se lidiaba en su interior.
-Está bien -cedió por fin Diego-. Te doy mi consentimiento para que construyas el edificio aquí mismo.
-Créeme amigo, es un emplazamiento único -aseguró Antoine satisfecho-. Además, tú mismo podrás controlar las puertas temporales.
-¿Cuándo se podrán utilizar con seguridad? -preguntó Diego ansioso.
-Aún tengo que construir la habitación de los espejos que lleven a los diferentes tiempos y, antes de eso, he de hacer la antesala... -respondió Antoine pensativo
-¿La antesala?, ¿qué antesala? -preguntó Diego extrañado.
-¿Qué antesala va a ser, amigo? La habitación masónica para nuestra logia...
-Por la que nunca pasa el tiempo -interrumpió Diego recordando a qué se refería.
Antoine afirmó satisfecho.
-¡Un momento! -exclamó Diego haciendo que su amigo parara en seco al instante.
-¿Qué ocurre? -preguntó Antoine inquieto.
-Si ya he dado mi consentimiento para que la casa se construya en este lugar, ¿por qué en el futuro aún no existe?
Antoine no pudo evitar sonreír. Esa era una de las preguntas que muchos viajeros en el tiempo inexpertos se hacían. Diego, como era de esperar, también desconocía
todas las reglas que regían este tipo de viajes.
-Fácil -concluyó su amigo-, porque en nuestro tiempo aún no está construida.
Diego lo miró extrañado mientras intentaba poner en orden las teorías aún no reveladas, pero sí imaginadas.
-Entonces, ¿me estás diciendo que... el futuro puede cambiarse?
Antoine volvió a sonreír ante el descubrimiento de Diego.
-Querido amigo, si no pudiéramos cambiar los acontecimientos venideros, ¿para qué demonios construiríamos puertas intertemporales? -preguntó Antonie mientras le hacía entrega de un extraño libro.
Las doradas letras del título que presidían la cubierta resplandecieron bajo la luz tintineante de la lámpara de aceite. Por un instante, a Diego le pareció que cobraban vida bajo los destellos frenéticos que la llama proyectaba sobre estas.
-Praeterita, praesentia et futura, in uno loco -pronunció Diego mientras leía lo que mostraba la cubierta marrón de cuero-. ¿Y este libro? -preguntó desconcertado descubriendo las blancas páginas que lo conformaban.
-No es un libro -aclaró Antoine-. Es un acta mutato.
Una inesperada corriente de aire volvió a hacer bailar la llama de la lámpara proyectando fantasmagóricas sombras sobre el agua, que se descubría oscura bajo los pies de ambos hombres. Por un instante, la luz de la llama ganó a la penumbra reinante haciendo posible que Diego vislumbrara su propio reflejo en el agua subterránea, que le devolvió la imagen más nítida y perfecta que jamás había visto.