Capítulo 3 3

Al regresar a la aldea, todos les realizaron una hermosa despedida. Sabían que Selva se iria y no volvería más a casa. Su abuelo le regaló una daga con incrustaciones de esmeralda para que siempre la llevara consigo. Era un recuerdo de su origen de donde provenía ella, para que nunca olvidara su vida en la selva. Esa despedida fue la mas hermosa de la tribu, Selva fue vestida con ropaje hecho de lino brillante de color como el oro, y fue bañada con los aromas de su selva, fue lo mas hermoso que la chica paso esa noche antes que dejara la tribu.

Pasó la noche, y llegó finalmente, el día en el que todo cambiaría para ella. Todos estaban muy tristes por su partida. Dos indios y el cacique la llevaron a los límites de la aldea, en dónde la estaban esperando un monje y dos hombres blancos para llevarla lejos de su selva .

Ella comenzó a llorar a con el corazón en un puño, y a su abuelo se le partió el alma; el ver cómo la encadenaban para ser una esclava sería lo más horrible que viera jamás. Selva lloró y lloró mientras los hombres la llevaban lejos de los límites de la selva, y asumió que no volvería a ver a su tierra jamás. Por mucho tiempo, sus pensamientos fueron recuerdos hermosos de aquel lugar, de su gente, pues al lugar a dónde iba era muy diferente del que ella provenía. El cacique al llegar la aldea hay estaba su hijas vuelta llanto y le dijo a su padre.

- Te dije aquel día antes que ella naciera que cuando se fuera de mi lado mi corazon sufriría mucho.

- Lo se hija, igual que el mio esta destrozado nunca voy a olvidar como la encadenaron.

- Oh¡ padre la voy a extrañar mucho es nuestra sangre, soñare algun día en que regrese.

El cacique abrazo a su hija mirando al horizonte con el corazón hecho pedazo por aquella bella alma que le daba alegría a su madre y abuelo.

Al llegar a pueblo y ser trasladada a la capital con más esclavos entre hombres y mujeres, se sorprendió mucho al ver a mujeres blancas hermosas con maquillaje y abanicos en sus manos, cabellos como el oro y trajes distintos a los suyos. Ella solo recordaba su tierra, y más triste se ponía al hacerlo, hasta que al fin llegó a la casa La Fuente Mariposa, dónde los esclavos eran vendidos a las mejores familias de la capital.

En ese lugar eran alimentados y vestidos como europeos, y para Selva era extraño ponerse esos trajes de esclava, ya que vivió toda su vida casi a medio vestir en la selva. El dueño de la casa hizo todo lo posible para no vender a la bella india, pues ella le había robado el corazón, pero el rey había comprado a varios esclavos para la nueva casa de su hijo en la capital en la que se hospedaría por unos meses, así que el capataz no tuvo más remedio que dársela.

Antes de que ella se marchara, le regaló unos pendientes en forma de lirios con piedras de esmeraldas. Ella aceptó el obsequio emocionada, y sintió un bello sentimiento por el capataz y la despedida del mismo.

-Quise hacer todo lo posible porque te quedaras conmigo, pero el rey compró a varios esclavos... -confesó, tomándola de las manos.

-Desde que nací mi vida ha sido marcada por la tragedia -se lamentó entre lágrimas, como la última vez que tuvo que partir.

-Sé que algún día conocerás a alguien especial, y todo cambiará, mi pequeña.a

- Algún día mi bello Alber, se que fuiste bueno conmigo.

- Sabes que siento algo especial por ti, mi chiquilla preciosa.

- Oh¡ Albert cuanto te voy a extrañar.

- Yo a ti mi chiquita pero el destino es así para con las almas como tu. Ella se despidió de aquel hombre que tanto la cuido y protejio en aquella casa donde paso momentos hermosos lo que duro hay. Pero pronto conocería el verdadero amor, que la llevaría a querer con el alma, y a la vez la fria muerte.

Luego de ser vendida con ropas finas, fue llevada a la casa en la cual trabajaría como sirvienta para el príncipe de España. Al llegar a esa casa fue llevada a que otras indias la bañaran, la vistieran y la perfumaran. En ningún momento dejó que la separaran de la mochila que siempre llevaba, en la que dentro ocultaba un perfume hecho por sí misma. Era de una fragancia agradable, suave, de delicados lirios... Hecha por flores de su tierra poco vistas, el olor divino se sentía a metros de distancia.

Pasaron los días, y el príncipe llegó a la enorme morada. Ese día, los criados prepararon un gran banquete para su presentación. El príncipe Carlos le dijo a unos de los esclavo que le trajeran vino, y fue Selva la encargada de llevárselo a su habitación. Al entrar, se tropezó con los zapatos, y perdiendo el equilibrio, todo el vino se derramó en el suelo y en sus ropas.

- Anda distraída. La mandaré a azotar con el capataz, bruta. Por eso los indios son animales.

Selva solo se levantó del suelo, y tras mirarle orgullosamente a los ojos, salió corriendo entonces el fue detrás de ella porque había visto algo extraño en ella.

- Espera no corras.

Pero ella no se detuvo hasta llegar a la cocina, hay fue donde el la logro alcanza y le dice.

- Cuando doy una orden es para que me obedezcan.

- Sera con otras personas, conmigo no. Le dijo ella con altivez y orgullo por su color.

- Vaya hasta respondona la chiquilla.

- No soy una chiquilla mi nombre es Selva.

- Que interesante la contesta.

- Pues hace rato me ha dicho bruta y animal.

- Vaya vuelves a contestarme de nuevo.

- Ya basta que es lo que desea.

- Que me mires a la cara, levanta la mirada.

Selva poco a poco fue levantado el rostro, el cual tenía inclinado así abajo por respeto a las personas como le habían enseñado. Al hacerlo El hombre le miro y le dice.

- Eres lo más bello que he visto nunca.

- Porque lo dice de esa manera.

- Eres diferente a los esclavos, tu color, en todo, tu piel, el cabello, y esos ojos.

- Soy mestiza entre blanco y indio no lo vez.

- Solo veo una criatura asustada de mi.

- Bueno si, por la manera como me trato.

- También, hablas muy bien para ser una esclava.

- Tuve la dicha de ser enseñada por monjes de un monasterio, pero ya ve como todo esclavo mi destino es este, servir a los demás.

Carlos la miraba con los ojos bien abiertos, con una emoción. Sacudió la cabeza y se mesó el pelo, gesto habitual en él cuando se ponía a pesar en algo.

            
            

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