Capítulo 2 CAPITULO II

A mis 17 años, cuando empezaba la preparatoria. Yo que para ese entonces no tenía recuerdo alguno, armé un alboroto al saber que mi madre quería ponerme tutor en casa, no sabía en lo que me había metido cuando le rogué que por favor me dejara asistir a esa escuela, pensé que contaba con amigos.

Fue un caos, fui víctima de muchos desastres, me hacían la vida imposible. Especialmente por una de cabellos cobrizo, traté de decirles que no recordaba lo anterior y que si había tenido acciones erróneas que me perdonaran. Era imposible, todos me evitaban, hacían como si no existiera, y cuando notaban mi presencia, ya nada se podía hacer.

Así que un día cualquiera le metí más sal a la herida. Obviamente todos sabían que venía de una familia pudiente, mi madre se encontraba al mando de la nación. Mis apodos variaban de niñita estúpida, ruca sin cerebro, futura reina del imperio narcotraficante. Estudié en esa preparatoria porque era bien cotizada en su nivel social, aunque mi madre dijera que no era necesario.

Observé por mucho tiempo a la cabecilla de mis pesadillas en la academia, tomé nota de todo lo que hacía y las horas. Noté que llevaba gimnasia a la tercera hora los días jueves y que siempre en su taquilla dejaba su ropa y una cadena de fantasía, que bien podía pasar como una bañada de oro, solía mofarse de que todo lo que llevaba costaba millas de dinero, total falacia.

Mi plan era ese, exponer que cada atuendo o joyería que portaba no eran más que baratijas. Mi actitud se asemejaba a la de una vil perra, pero, momentos desesperados, requieren medidas desesperadas. O algo así era la frase.

Para cuando llegó el momento, la maldad que tenía muy... pero muy dentro de mí, salió a flote. Veía como ella iba a bañarse con tan solo una toalla cubriendo su cuerpo, mi cerebro hizo un flash tan rápido, que cuando me hallaba corriendo, lo hacía con su ropa y joyería.

Me había colocado cerca de la escena, en mi estado de rebeldía había empezado a cortar su ropa en trozos, dejando grandes huecos en su blusa de seda recién comprada por lo que parecía. Estaba marchando todo bien pero nada es para siempre, no todo es perfecto, claro que no.

Cuando una de sus polluelas vio el desastre que había causado, hizo tal alboroto que temía por un momento quemarla viva en frente de todos, no me faltaron ganas, es más, juro que con sólo verla con mis ojos inyectados de furia se asustó hasta hacerse pipí. Pero eso no había sido un impedimento para que callase el pico, la muy perra gritó tanto que empezaron a salir de los salones a husmear lo sucedido. La dueña de las pertenencias salió vociferando que fue víctima de robo. ¿Adivinen quien tenía aún sus cosas en la mano?

Yop.

Se creó tal jarana como lucifer en el cielo.

Gritos de: perra, sobona y ratera, rata estúpida, cochina bruta, puta pobre diabla. Esos dos últimos alegaba yo mientras me sacaban cargando de la linda reunión que hubo con los directivos del colegio.

No volví jamás.

Cabe señalar que mi familia se encargó de que el escándalo no trascendiera más, pues hubiera sido para ese entonces una obstrucción en mi futura y ansiada carrera política. (Nótese mi sarcasmo). Luego llegué a una escuela privada que contaba solo con menos de 15 alumnos por cada grado, ahí todos me eran indiferentes a excepción de unos cuantos, quienes no insultaban; ellos golpeaban.

***

-¡Hey! -me zarandean-. ¡Responde!

Abro mis ojos de golpe, más no logro ver cosa alguna.

Suelto maldiciones en griego por la ceguera.

Alzo mi rostro hacia el cielo.

-¿Dios eres tú? -También me acaba de tocar, no era tan omnipresente como especifican en esos libros viejos que decían llamarse Biblia-. ¡Oh Dios mío, estas aquí! -expreso moviendo mi cabeza y manos en todas las direcciones, intentando hallar algo.

-Elías porque andarás solo y con locas a estas horas...

Nuevamente escucho la voz gruesa.

¡La voz que me dijo ratera!

Ah... Me había distraído, ya capto.

-Lo siento... Me distraigo muy rápido... -me excuso. No me sucede a menudo, solo cuando me pongo nerviosa.

-¿Pretendes que crea eso? -pregunta a la defensiva.

-¿Ve que tenga esas fachas?

-Nunca se sabe, además usted está toda sucia.

Frunzo mi ceño, me siento ofendida.

-Pues me he ensuciado mientras andaba.

-Los ladrones se ensucian mientras andan.

-¿Usted me ha visto llevando a cabo actos fraudulentos acaso? -Nada más faltaba que mi sirvienta sea una malhechora.

-Papá -oigo que hablaba el niño -la señorita no ve, podrías golpearla y no reaccionaria en contra.

¿Golpe-e -mi cuerpo es sacudido cuando una mano pesada me da un zape a la altura de mi escapula.

-¡Oye! -me coloco en modo defensa moviendo mi cabeza de un lado a otro. Lista para atacar.

-¡Papá! -la voz del niño suena enfadada -eso no se le hace a una dama.

El niño se oye mas inteligente que el zopenco de su padre.

-Elías -se dirige el mayor a su hijo -¿cómo va a andar por aquí sino ve? -dice desafiante.

Buena pregunta, me escapé señor.

-Tengo nictalopía, que se conoce como ceguera nocturna sea quien seas, por lo cual caí perdida por aquí -respondo de manera pacífica, estoy evitando con todas mis ganas quemarlo vivo.

Mi madre solía decirme que así se llamaba la enfermedad en los seres normales, ello me sirve de escusa.

-Por eso que se perdió papá.

-No te creo.

-Créale a su hijo. Es en serio-. Asiento colaborando, ya que estoy segura de que ellos si me pueden ver.

-Te estoy hablando a ti, no a él. Es un niño, no sabe cuándo buscan aprovecharse de alguien.

Ahora si me siento ofendida del todo.

-¿Esta insinuando que yo quiero aprovecharme de un niño? - ¡No puedo creerlo, no lo concibo!

-¡No le estoy insinuando nada, se lo estoy afirmando! - oígo el ruido del pasto que ocasiona al caminar. Cambio mi peso de una pierna a la otra por la incomodidad de estar parada.

-¡Me está ofendiendo! -señalo con mi dedo a donde quiera que se encuentre el sujeto.

-Está señalando un árbol-. La voz se escucha ahora burlona.

Cambio el lugar de mi dedo al lado contrario de donde estaba.

-¡Aquí zopenco!

-Me está señalando a mí-. Elías, el niño que creo así lo llamó el sujeto, habla.

-¡Donde esté usted, maldito imbécil!

Ay, es que ya llegué a mi limite. Llamen a los bomberos que aquí lo incendio.

-Así no se expresa una señorita-. Ahora el tono desaprobatorio del pequeño es dirigido hacia mí.

-Le ahorro el trabajo. Yo me encuentro... - El sonido del pasto se hace más fuerte -¡Aquí!

-¡MAMÁ! -lanzo un grito espantoso al percibir tal acto. Pues nada más y nada menos, el hombrezuelo chilló cerca de mi oído izquierdo, dejándome sorda.

-¡Papá!

Mi pecho sube y baja con rapidez por las ganas de matar que me surgen desde lo más profundo de mi ser.

-Bien... Bien... Disculpe, ya corroboré que es usted ciega, y para que quede claro nada hice con mala intención.

-No soy ciega, sufro de ceguera nocturna. Sólo por las noches -recalco, intento mermar mi enfado con respiraciones largas.

-Sí, ya lo suponía, el mismo nombre lo dice.

-Se aprovechó de mí en este estado.

-Tenía que asegurarme, además no le he hecho daño -miente.

-Hay otras maneras.

-No las vi, al igual que usted -suelta con sorna.

Mi boca más grande no se puede abrir, ¡encima de faltarme el respeto, también se mofa de mi discapacidad!

-¡Me está volviendo a faltar el respeto!

-No he dicho más que la verdad, señorita. Ahora si me disculpa, mi hijo y yo nos retiramos. Suerte-. Se despide, haciendo que trague en seco.

No se pueden ir.

-Evsss - balbucear nunca fue mi fuerte.

-¿Dijo algo? -Elías se atreve a preguntar-. Papá la señorita está perdida, ¿No crees que sería mejor si la acompañamos a su casa?

Cada vez ese niño me cae mejor, lástima que con su padre sea todo lo contrario.

-¿Hijo cuántos años tienes? ¿18, 20? -que sarcástico el majadero de su progenitor.

-Papá, tú dijiste que deberíamos ayudar siempre con lo que esté a nuestro alcance -estiro mis labios levemente -señora, ¿sabe más o menos por dónde vive usted?

Ahora era el turno de quedarme callada. ¡Me dijo señora!

-La señorita no sabe de donde es -la molestia vuelve a adornar la voz del mayor.

-¿No recuerdas? -indaga dulcemente el hijo.

-No... -Agacho la cabeza mostrándome cabizbaja. Necesito que me crean.

-Debemos llevarla a su casa-. Sentencia la voz del pequeño.

¡Bieni! Espera... ¡No!

No puedo ir a mi casa. Me espanto. Se presentan distintos escenarios sangrientos en mi mente.

-Suficiente -la respuesta dura no se hace esperar-; tú jovencito no puedes tomar decisiones tan a la ligera mientras estoy yo acá. Así que nos vamos, estoy seguro que alguien más la ayudará.

...

Que feo su corazón.

-¡Padre! - Suena angustiado el pequeño -podría sucederle cualquier cosa, ¿No somos caballeros? -mete presión.

-Elías... -Desde donde sea que estoy, se oyen los dientes del señor chirriar de lo apretados que deben encontrarse por su molestia.

Lo festejo internamente, ¡Já!.

-Siempre prima el buen ejemplo y las buenas acciones, padre.

¿Ese es un niño hablando?

Sí que van cambiando los tiempos.

***

Es sorprendente como pasa el trascurrir de las horas... ayer estaba discutiendo, hoy estoy encima de un sillón al lado de un gato que al parecer no sabe eso de que la higiene viene en sus principios gatunos.

¿Cómo llegué aquí?

Ni idea.

¿Me desmayé?

Probablemente

¿Me secuestraron?

Posiblemente por mil.

Lo que veo ahora es parecido a la casa de Blanca nieves y sus veinte enanitos que tenía según el cuento que encontré en mi habitación. Por un momento siento asfixia al ver lo pequeña que es; mis pies sobresalen del diminuto sillón, hay un televisor frente a mi que parece una caja, no una tv como tengo en la mansión –esas son grandes y planas. Tiene además estantes en cada esquina lleno de libros, he de admirar aquel detalle porque yo no suelo leer, no me gusta.

Un par de pasos se aproximan.

-¡Papá, ya despertó!

Muevo mi cabeza con rapidez causando un dolor agudo en el cuello. Lo más probable es que me esté convirtiendo en gato, porque sale un maullido parecido por mis labios.

Mamá amanecí chueca.

-¿Elías? -se supone que me trajeron ellos.

-¡Buenos días, señorita! -Su entusiasmo rebalsa mi dolor de cabeza haciéndolo más punzante.

Recorro velozmente el aspecto del niño quien por lo visto no pasa de los diez años. Lleva puesto unos pantalones cortos y una camiseta con una caricatura estampada.

Se coloca frente a mi y casi quiero arrepentirme de lo dicho.

No es solo un niño.

Tiene los mismos ojos de alguien que conozco perfectamente.

La conozco muy bien.

Los he visto en algún espejo, pienso.

Si. Son del mismo color que los míos.

Y eso me lleva a pensar en que...

Él me ve como en realidad soy.

Es uno de los míos. Mi misma especie.

Algo andaba mal.

Muy mal.

            
            

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