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Esto no me parecía para nada realista, un embrollo colosal capaz de darme una realidad alterna. ¿Qué podría decir sobre esto y aquello?
-E-Elías... -arrastro mi mano derecha hacia su rostro. Su piel es suave, su tez blanca y el cabello castaño que hace contraste con sus ojos color del sol... fascinante.
-Impresionante... -no oculto la impresión en mi voz.
-¡Elías! Te dije que te coloques las gafas.
Mi ansiedad se hace presente. Hay un niño nacido en fechas que no coinciden con las dictaminadas, si fuese el caso este niño rondaría los trece, edad de la que no parece, o aparenta.
Dirijo mi vista hacia la figura imponente que se acerca a Elías. Un hombre que posiblemente me lleva dos cabezas de altura.
Su rostro...
Me olvido por un instante del niño y observo cada detalle de la persona, desde su ropa hasta cada facción de su cara, y aunque se pueda notar a simple vista lo enfadado que esta, me es imposible obviar lo atractivo que tiene de alguna u otra forma, si es que omitimos la vena que sobre sale de su frente hacia su ojo derecho.
-¡Tú! -dice señalándome con su índice estrepitosamente a cinco centímetros de mis ojos.
Mi rostro se arruga en confusión.
Entrecierro mis ojos, es como si lo conociera de antes, cosa absurda, aunque viendo el caso... Dudo.
-¿Nos conocemos de antes? -indago. Instintivamente me acerco a inspeccionarlo de cerca.
Sus ojos se ensanchan un poco, ojos color negro que se me hacen vagamente conocidos.
-¿Yo? -él mismo se señala con aire de insuficiencia, para después hacer un ademán restándole interés, observa el reloj colgado de su muñeca y me mira.
-Son las 11, sino se quiere quedar atrapada otra vez por la noche en un bosque donde la violen o asesinen. Dado que hay múltiples opciones, ya debería de estar yéndose.
Mi quijada se descuelga al escucharlo, o sea ni me ofrece desayuno. Su mal genio me descompone todo el día.
-Los modales se han perdido con el paso de los tiempos -espeto viendo mal al mezquino.
-A usted no debe importarle mis modales, tenga la decencia de agradecer por haber aceptado que duerma aquí -sonríe de lado, aunque parece una mueca de disgusto
Me quedo sin habla, no estoy acostumbrada a este tipo de trato puesto que soy la máxima autoridad en el territorio.
Es...
-NOTICIA DE ÚLTIMO MINUTO
Elías, su padre y yo volteamos rápidamente al televisor cuando sale aquel aviso.
Y lo siguiente es lo que confirma mi juicio próximamente.
-Se ha dado a conocer la desaparición de la Gobernadora Ignes Balboa Aktach; personas cercanas refieren que en ningún momento la vieron abandonar el castillo, por lo cual se sospecha de un posible secuestro, ya que todo apunta que la desaparición fue en su mismo lecho. Las autoridades se han pronunciado alegando que se encuentran trabajando para dar con su paradero. En breves momentos nos enlazaremos con la ex gobernadora, su madre Victoria Aktach de Balboa.
Mierda.
Si empezaban a buscarme no sólo serían humanos comunes y corrientes. En estos momentos era seguro que Los mayores estuvieran muy enterados del tema.
Frita... frita como un pescado.
-Apaga eso Elías -dice el grandulón con la mirada posada en la tv, específicamente en la foto que se muestra por toda la pantalla. Su vista no deja la imagen, hasta que el hijo lo obedece y termina por apagar el aparato. Es ahí donde se esfuma todo rastro de mi fotografía.
Mi vista vuela rápidamente hacia Elías, quien me ve con la curiosidad marcada perfectamente en él.
Sé que es capaz de notar mi verdadera apariencia, solo los humanos no lo notan.
De repente se gira hacia su padre, quien parece estar concentrado en sus pensamientos.
-¿Por qué ella tiene los mismos ojos que yo?
Tiemblo. Yo deseo saber lo mismo. Y no solo son los ojos, su cabello castaño es igual que el mío.
El padre desvía la mirada y procede a cerrar sus orbes con fuerza, es como si quisiera evitar soltar algo de lo que después se pueda a arrepentir.
Le arranca el control remoto al niño de las manos a la vez que hace su camino a una puerta azul de madera que se encuentra apegada de otra.
-Cumpliré 7 años, ya me doy cuenta de las cosas y si tú no me las dices, las buscaré por mi propia cuenta.
Miles de pensamientos se forman en mi cabeza. Tiene siete años, ha roto el pacto de reproducción. Su existencia rompe múltiples reglas y no solo para mi nación, su sola existencia llevaría a una guerra entre especies.
-Estas castigado, ve a tu habitación -gruñe el papá.
Este niño tiene la capacidad para conversar como si fuera una persona mayor, su propio aspecto físico es la de un niño más grande comparado con la edad que lleva encima.
Me encontraba desconcertada.
¿Qué tenían que ver ellos conmigo? Más importante aún ¿Por qué aquel hombre se me hace tan conocido?
***
Ya hacía alrededor de una hora que los dos hombrecitos de la casa hicieron retumbar sus puertas dejándome sola en la sala, sin nada que hacer, sin nada que comer.
Según lo que voy observando de la pequeña casa, se halla en una montaña poco baja, en la cima para ser más exacto. Sin embargo, no es de gran altura como las que se dejan ver al rededor.
Dirijo mi vista con pesar hacia la cocina y lo único que encuentro es una zanahoria, con una tristeza inmensa la cojo y procedo a comérmela, luego termino por irme a dormir nuevamente.
Despierto por segunda vez consecutiva en el sillón donde amanecí con tortícolis. Siendo ya la una de la tarde.
¿A qué hora almorzaban?
O sea, tengo hambre.
En casa solemos comer cinco veces al día, nuestra alimentación es distinta a la de cualquier ser humano porque dependemos de la energía que nos proporcionan los alimentos para poder utilizar los poderes, así que sin comida yo estoy muerta en vida y es probable que la apariencia que imito desaparezca.
Murmullos se empiezan a oír de una de las habitaciones. Me invade el desespero al no captar las voces claras, entonces me levanto sin vacilar para ir a chismosear. No es que sea ético... Pero algo me pierdo, algo que sé no debe pasar desapercibido.
Me quito los zapatos haciendo un sobre esfuerzo sin realizar ruido y doy pasos en puntita para evitar crear alboroto.
Me asomo con cuidado a la puerta semi-abierta donde se distinguen las dos figuras sentadas en una cama. Ahí está Elías y su papá.
Ahora si oigo con claridad.
-... pero se ve como yo.
-Hay muchos como tú, no es la única, Elías.
-Se parece, lo he notado.
-No tienen que ver nada contigo.
-Quiero la verdad papá.
-No... -la silaba sale dudosa, hace que mis nervios se afloren-, no es momento.
-¿Cuándo lo será? ¿Me dirás al menos cuando se supone que debo conocer a mi madre?
Un sentimiento extraño se instala en mi pecho. Niego, aun cuando sé que nadie me ve. Es imposible.
-Ella es tu mamá. La persona que se muestra feliz, haciendo que todo el pueblo no haga más que odiarla. La que ni siquiera se tomó la molestia de saber si estabas con vida. Esa señora Elías, es tu madre-. La dureza en su voz achina mi piel; mi corazón se acelera al entender a quien se refiere.
Mis oídos se llenan con un sonido agudo que hace sostenga mis manos a cada lado.
El dolor se presenta cuando el niño se para frente a mí, no retrocedo por el impacto pero mis rodillas fallan y caigo a la altura de él. Tiene el rostro bañado en lágrimas.
-N-no es cierto... -Mis ojos se conectan con los suyos cuando lo digo.
Mi cuerpo se descompone.
Revoltijo en mi estómago.
Dolor al pecho.
Nudo en la garganta.
Y un dolor de cabeza insoportable.
-¿Qué diablos suce... no se había marchado ya?
El hombre grande me escanea con la mirada, mostrándose enojado.
Vuelvo mi vista al niño.
Debe ser una maldita broma.
-Papá...
-Elías.
-¿Una madre puede no saber que su hijo existe? -consulta Elías, observándome.
Un gruñido brota de los labios de éste otro parado y con actitud molesta. Altivo contesta:
-¿Cómo podría no saberlo? - Quiero decirle que yo no sé qué mierda pasa-. Un niño se hace gracias a dos personas, es una parte de ti, no puede no saberlo -se gira de manera brusca dirigiéndose a mí, que yacía aún en el piso-. Señora o señorita, ¿puede largarse de mi casa ya?
Estás pendejo.
-No.
La palabra abandona mis labios sin siquiera meditarla.
Me pongo rápidamente de pie y enfrento al sujeto. Si éste algo sabía, necesitaba saberlo yo también.
-¿Escuché bien? -reitera, colocando una mano alrededor de su oreja en señal de no haber entendido lo que dije.
Paso saliva con dificultad al ver la pose que adopta.
-No...No me voy a marchar... si antes no me presta su baño -ahí está mi cobardía, haciendo acto de presencia. Los ojos del señor se inyectan con rabia. No es un buen momento para nadie.
-Al pasadizo, de frente -informa de forma escueta con los dientes apretados.
Agradezco en voz baja y camino apresurando mis pasos.
Inhalo exhalo, inhalo exhalo una vez cierro con el pestillo la puerta del cuarto de baño, tanteo la pared para poder encender el interruptor.
Conseguida la hazaña me dirijo al espejo que está por encima de lavabo.
Mis ojeras se ven más pronunciadas y mis ojos a punto de reventar. No me sorprende ver a mi piel perdiendo su color. Estoy volviendo a ser yo.
Mis ojos pronto dejan de ser marrones y pasan al amarillo, mis ojeras se reducen una milésima de centímetro y mi piel toma su color natural, nívea con tintes pálidos.
No pasan ni treinta segundos cuando ya tengo a alguien tocando desesperadamente la puerta pidiéndome salir. Mi audición ya está en perfecto estado, y el no ser definitivamente un ser humano normal tenía la capacidad de escuchar, ver a kilómetros u oler sea el caso que fuese.
El corazón frenético de aquel hombre se retumba con total claridad, que por un momento me da la impresión de que se le desprenda del pecho.
Pongo una mano en mi boca cuando oigo improperios hacia mi persona.
Enfurezco por tal muestra de irrespeto, así que dándome fuerzas murmurando por lo bajo, rodeo el mango de la puerta con mis delgados dedos y la aprieto. Escucho otra lisura más, no escatimo y jalo.
Un vértigo me recorre de pies a cabeza cuando logro ver la figura frente a mí, lo imponente que se veía por la mañana a lo de ahora.
Su insistencia por marcharme ya no está.
Su respiración se ha quedado estancada de donde sea que venía.
Ni uno de los dos nos movemos, él no deja de verme como si de un sueño se tratase o pesadilla, yo intento descubrir el porqué.
Hace un amago de querer hablar, más no consigue pronunciar ningún sonido, sus labios se entre abren quedando congelados por un breve momento.
Es ahí donde la furia lo asalta.
Me toma del brazo y empuja de nuevo al cuarto de baño cerrando con el seguro tras de él. No hago resistencia.
Sus orbes marrones se hacen negros, su piel se vuelve roja de coraje y como si de brillantina fuera hecho, empieza a brillar por las gotas de sudor que recorren su frente y en la vena sobresalida que tiene en parte superior de su cabeza.
Desde mi posición observo su cuerpo tenso, su agarre en mi brazo se ajusta causando un leve dolor.
¿Por qué no aparecía Elías ahora?
Este ser me iba a comer.
-¿Qué mierda haces aquí? -escupe de manera ruda y directa.
La existencia de Dios era lo último a estas instancias. Mentalmente solo pido una cosa.
Sálvame, Elías.