Capítulo 3 Pequeño refugio

-No se me ocurre absolutamente nada.

Ambos jóvenes estaban en el pequeño café que Sara había visitado junto con Samara un par de días atrás. La chica había ordenado un café frío mientras que Emmanuel ordenó un chocolate caliente.

-Honestamente, a mí tampoco -dijo su compañero, dando un sorbo a su bebida.

-La profesora se está tomando su trabajo demasiado en serio, quiero decir, esta facultad ni siquiera es de artes.

-Bueno, es una optativa de cultura general, al menos aquí haremos algo entretenido. Además un poco de arte no hace daño a nadie, ¿cierto?

Sara alzó una ceja.

-¿Siempre estás tan de buen humor?

-¿Doy esa impresión?

-Sí. Apenas te conozco, pero siento que vas por ahí deseándole amor y paz a todo el mundo.

Él se mordió el labio, evidentemente entretenido.

-Bueno, en ocasiones puedo ser bastante temperamental.

-Y extraño -añadió Sara-. Dime, ¿quién ordena un chocolate caliente cuando estamos a treinta grados?

-Si tengo la oportunidad de tomar chocolate, la voy aprovechar -expresó él, acercando la bebida hacia sí cómo para aclarar un punto-, estoy convencido que es la mejor bebida que las personas pudieron inventar.

Sara sonrió ante su actitud infantil.

-Bueno, pero debemos concentrarnos -dijo ella, tras dar un trago a su café-. ¿Qué cosa sencilla puede demostrar la belleza de la vida?

-Mmm...- Él se puso una mano en la barbilla, sumido en sus pensamientos-. No lo sé, ¿qué te hace feliz a ti?

Esa era una pregunta que Sara no esperaba, y que no sabía responder. Ya habían pasado varias semanas en las que no podía decir que tenía la sensación de ser feliz, pero existía algo que desde hace años siempre le hacía sonreír.

-Bailar -respondió, después de sopesar lo que le preguntaban. Emmanuel arqueó las cejas.

-Ah, eres bailarina.

-Era -le corrigió, con un poco de pesadumbre en su voz-. Tuve que dejarlo cuando entré a la universidad. Me quitaba tiempo de estudio.

-Oh, qué mal. -Parecía honesto con sus palabras-. ¿Qué tipo de danza practicabas?

-Ritmos latinos -respondió ella con una amplia sonrisa, y con sus ojos tornándose brillosos-, comencé las clases en primer año de secundaria y continúe hasta terminar la preparatoria, realmente es entretenido, ¡pero muy cansado!, aun así, era lo que más me gustaba hacer. La salsa es lo que más practicaba...

Parecía que Sara no terminaría de hablar pronto, pero Emmanuel la escuchaba entretenido y prestando atención a sus palabras. Él, tranquilamente, apoyo sus codos sobre la mesa y continuó tomando su chocolate mientras la universitaria seguía con su pequeño monólogo.

No fue hasta que la chica notó que su compañero casi terminaba su bebida, que dejó de hablar.

-Oh, lo siento -balbuceó, sintiendo sus mejillas arder por la vergüenza-, me salí por completo del tema.

-No te preocupes -le respondió con una sonrisa, quitándole importancia al asunto-, de hecho, creo que nos diste una gran idea para trabajar. Aún si la persona no es una experta, puede ser bastante feliz bailando...

-No.

Emmanuel parecía contrariado por tan abrupta interrupción.

-Eh... ¿disculpa?

Sara había entrado en una pequeña burbuja durante la última media hora y esta acababa de reventar. Ella no podía hacer una pintura que tuviera que ver con la danza.

-Realmente no creo que sea buena idea pintar algo así -murmuró ella, y su compañero arqueó las cejas.

-¿Puedes decirme la razón?

Sara se encogió de hombros.

-Pensemos en otra cosa.

Él frunció el ceño, algo molesto ante la actitud de su compañera, pero no discutió su decisión.

-De acuerdo, ¿algo más que te haga feliz?

Sara alzó una ceja.

-¿Qué te hace feliz a ti?

-Me gusta enseñar. -Le dedicó una sonrisa-. Pero no creo que podamos poner eso en una pintura.

Sara refunfuñó para sí.

-Bueno, es que además de la comida no se me ocurre otra cosa, ¿sabes?

Emmanuel parpadeó un par de veces, antes de entrecerrar sus ojos marrones.

-En realidad, esa no es una mala idea.

Sara ladeó su cabeza, evidentemente confundida ante la actitud del muchacho.

- ¿A qué te refieres?

-Bueno, podríamos decir que si hay algo que muestra la belleza de la vida en lo sencillo, es una simple comida -dijo él-. El solo comer cuando tenemos hambre nos da felicidad.

Sara dio un sorbo a su café mientras repasaba las palabras del universitario en su cabeza. Hasta cierto punto, creía ella, eso podía tener sentido.

-De acuerdo... pero, basándonos en eso, ¿qué podríamos pintar?

Emmanuel se encogió de hombros.

-Voto por una hogaza de pan.

Sara arqueó las cejas, algo incrédula a lo que escuchaba.

-¿No es eso pasarse de la mano en lo sencillo?

-¿Nunca has comido un pan caliente en el desayuno? -le cuestionó-. Si solo eso te alegra la mañana, a alguien que tiene hambre le arregla el día entero.

Sara no podía discutir con eso, y no era como si ella fuera una experta en el arte para sugerir algo mejor, por lo que, dando un último trago a su bebida, le sonrió.

-Bueno, en ese caso ¿te parece si empezamos de una vez? , tengo todavía un par de horas libres antes de mi clase de las once.

-Comencemos, ¿hay alguna papelería por aquí?

-En todo el campus hay - dijo ella, con una pequeña risa- Tal vez no podamos conseguir las pinturas, pero con que hoy podamos comenzar el dibujo es suficiente.

Ambos salieron del local, charlando alegremente. Emmanuel se ofreció a llevar la bolsa de donación de Sara, pero ella se negó, alegando que no era muy pesada.

Camino a la papelería, se encontraron con Samara y Noé.

-¡Samara, hola!, ¿qué haces...?

Sara fue interrumpida por un abrazo asfixiante de parte de la castaña, haciéndola reír, lo cual fue incómodo, pues su amiga se estaba encargando de sacarle el aire.

-¡Hola! -Samara rompió el abrazo, y Sara, recuperando el aliento, le dio una cordial sonrisa a Noé cómo saludo, quien la devolvió-. ¿Oh?, ¿a dónde van? -Preguntó ella, con sus ojos cafés mostrando curiosidad por el moreno-. Te vi ayer en varias de mis clases.

-Perdonen. Él es Emmanuel. -El aludido sonrió-. Está conmigo en artes, íbamos directo a la papelería para comenzar un proyecto. -Sara miró a Samara-. ¿Nos acompañas?, tal vez podríamos comer después.

Noé respondió por ambos.

-Ya íbamos a buscar algo de comida antes de nuestra próxima clase.

-Sí, otro día hablamos. -Samara comenzó a caminar junto con Noé. El chico caminaba con demasiada firmeza, a comparación con los ligeros pasos de su amiga-. ¡Suerte con el trabajo!

Sara devolvió el gesto a su amiga, con el ceño ligeramente fruncido.

-¿Pasa algo?

La joven se giró hacia Emmanuel, quién la miraba con aparente confusión.

-Oh, no es nada -respondió ella, continuando el camino-, es solo que en los semestres anteriores hablaba más con ella. Me molesta un poco no verla cómo antes. Desde que sale con Noé casi no me la encuentro.

-Ah, ya veo.

Ambos llegaron a la papelería y compraron los materiales necesarios para comenzar a trabajar.

-Yo tengo pintura en mi casa, mañana la traeré para seguir trabajando, ¿te parece? -dijo Emmanuel, mientras llegaban a una mesa vacía en el campus de la universidad.

-¡Claro!, solo dime cuánto cuestan y te pagaré una parte...

-No es necesario.

Sara frunció el ceño.

-Oye, no quiero que tus cosas se gasten así cómo así.

-Para eso son. -Él le sonrió-. En serio, no te preocupes por ello.

Sara frunció los labios, pero no insistió más.

-De acuerdo.

Comenzaron el trabajo, o más bien, Emmanuel lo hizo. Él enseguida comenzó a hacer el boceto de la pintura con tal velocidad y delicadeza que Sara solo podía observarle impresionada.

-¡Wow!, ¡eres muy bueno!

-Gracias, pero estoy seguro que tú no eres tan mala en esto.

-No. La verdad es que soy incapaz de hacer algo así.

- No digas eso. Si te hace sentir mejor, yo no bailo muy bien que digamos.

-Oh, pero cualquiera puede aprender. Es fácil.

No estuvieron mucho tiempo ahí, pero trabajar con el moreno fue agradable. En cuánto Sara tuvo que retirarse, Emmanuel se ofreció a guardar el trabajo en su casa, la acompañó hasta la entrada de su clase y se fue.

Terminando sus clases de la mañana, y pensando en las tareas que comenzaban a encargarle, Sara salió de su facultad, dirigiéndose hacia la iglesia cercana al campus. La joven, mientras salía de las instalaciones, miró con algo de pena a unas alumnas quejándose de su pesado horario de clases, esperaba que en el futuro ella no tuviera que quedarse tan tarde en la universidad.

Un silbido y un grito le hizo apretar los dientes, notando de reojo a un par de hombres del otro lado de la calle. Sin saber si les reclamaba los volvería peor, decidió ignorarlos.

Pero eso no funcionó. Enseguida, pudo escuchar pasos aproximándose detrás de ella.

-¿No sabes hablar?

La voz no era gutural, ni sonaba cómo si salieran de las penumbras, pero el tono y la frialdad con la que las palabras salieron de la boca del hombre causaron que los vellos de su cuerpo se erizaran por el miedo. Enseguida pudo sentir la adrenalina recorrer su cuerpo y miró desesperada al final de la calle, donde se hallaba la iglesia.

«Dios, solo un poco más» pensó ella al cielo, rogando por el que no entraran al templo con ella, al mismo tiempo que maldecía el horario de las oficinas de la iglesia.

Con el corazón en un puño, llegó a la entrada, y el alma casi se cae a sus pies cuando escuchó pasos detrás de ella subir por los escalones de puerta.

Estaba tan enfocada en entrar que por accidente chocó con alguien que iba saliendo.

- ¡Ouch! -exclamó el desconocido, sobando su barbilla. Parecía ser un chico de su edad.

-Lo siento -murmuró Sara, apenada, girándose levemente. Los hombres que la seguían se detuvieron en la entrada.

El joven parecía dispuesto a reclamarle, antes de notar su nerviosismo.

-¿Estás bien?

-Ah, sí, eh... ¿sabes dónde puedo dejar esto para donar?

El chico alzó una ceja hacia ella.

-Al fondo a la derecha está el jardín, ahí está la oficina parroquial. -El castaño posó sus ojos sobre la entrada, donde seguían los dos desconocidos-. Te acompaño.

Sara reprimió un suspiro de alivio.

No le tomó mucho tiempo llegar al lugar indicado. Una monja, bastante joven, la recibió. Ella estaba cubierta por un hábito gris, y su redondo rostro mostraba su piel morena y bellos y amables ojos oliva. Tenía un aire de gentileza que, Sara pensaba, casi nadie tenía.

-¡Hola!, ¿en qué te puedo ayudar? -le preguntó con una dulce voz, haciendo sonreír a la joven.

-Quiero donar esto -respondió, mostrando la bolsa.

Minutos después, la religiosa le dio un pequeño «Dios te bendiga», y Sara salió del pequeño lugar. Entró nuevamente al templo, encontrándose con el castaño discutiendo con otro joven de cabello pelirrojo, con la diferencia de que dicho joven vestía una túnica marrón, con un cordón atando su cintura.

Sara se acercó, con la certeza de que no era muy buena idea interrumpirlos.

-Llegará rápido, debes irte. No hay que llamar su atención, sabrá que tramamos algo...

-Solo espero a que ella salga. -El castaño apretó los dientes-. No pienso dejar a alguien más solo aquí...

-Yo la cuidaré como hago con Judith, con Camila, y con cualquiera que pasa por esa puerta. Además, dijiste que parecía universitaria, ¿no? dudo que esté en peligro.

El castaño fulminó con la mirada al seminarista, su rostro comenzaba a tonarse rojo de la ira.

-Eso no me hace sentir mejor. Además, ¿ya te viste en un espejo?, estás a punto de desmayarte del cansancio.

-No dormí en toda la noche, tuve que cuidar la habitación de...

-Eh...

Sara llamó su atención, y ambos voltearon a verla. El castaño dio un suspiro aliviado.

-Ya no hay nadie afuera. -El chico vaciló, antes de darle una mirada significativa al seminarista-. Debo irme, ¿necesitas algo más?

-No. De verdad, muchas gracias -dijo ella, con una tímida sonrisa.

El chico solo le dio un asentimiento de cabeza.

-Descuida, adiós.

El castaño le sonrió antes de dar media vuelta e ir hacia la gran puerta de madera de la iglesia.

Sara suspiró, y miró con más calma a su alrededor.

Hacía mucho que no entraba a un templo. Al no ser hora de misa, el lugar estaba casi vacío. El altar se encontraba intacto, y los mosaicos de las ventanas, con imágenes de santos y santas, le daban una iluminación colorida al lugar. Las butacas de madera se encontraban perfectamente alineadas para cualquiera que deseara sentarse a orar. En una orilla, al fondo de la iglesia, se encontraba el confesionario, también vacío, y, casi al lado del altar, se encontraba el sagrario.

-¿Necesitas algo?

El seminarista la miraba con curiosidad, probablemente porque ella no tenía un rostro que reconociera en esa parroquia.

Si debía ser sincera, el pelirrojo era muy apuesto, pues tenía un rostro fuerte adornado por dos grandes orbes almendras. La morena se sonrojó ligeramente ante su atención y negó con timidez a la pregunta, antes de ver de nuevo la entrada junto al santuario.

Sara titubeó, antes de dirigirse ahí. Ella había estado en uno parecido antes, cuando era muy pequeña, pero nunca había comprendido su significado hasta que Dulce se lo explicó, lo que mostraba que, o no había puesto atención al catecismo a sus ocho años, o no lo enseñaban correctamente, o ambas cosas.

Ella entró, haciendo una ligera reverencia en la entrada e hincándose en una de las butacas más alejadas del altar, a diferencia de una mujer mayor que había elegido una de las butacas de la primera fila.

La joven se santiguó torpemente y, en un susurro, comenzó a orar.

-Hola. -Sara no tenía ni idea de lo que hacía-. Lamento no haber hablado contigo en un tiempo. -Dio un suspiro-. Han sucedido... bastantes cosas. Bueno, tú lo sabes. Ella... -Sara se mordió el labio con frustración-. No me ha llamado, y no sé nada del caso... odio no hacer nada, aunque... ella dijo que podía pasarme algo si lo hacía... ¿en verdad es así?

Alzó su mirada.

-Hoy tuve un buen susto, ¿sabes? -Rio con molestia-. En serio, odié ese momento. Me gustaría...

Sara se quedó callada un momento, ¿exactamente qué era lo que quería expresar? Todo era muy confuso, era cómo si reconociera cada una de las emociones que pasaban por su mente, pero sin poder ponerlas en palabras.

-Solo quiero... quiero... -Ella frunció los labios, mientras tragaba saliva fuertemente, intentando deshacerse del nudo que se formaba en si garganta-. Quiero estar tranquila, ¿es mucho pedir?- susurró, mirando donde guardaban el Santísimo, donde se suponía la escuchaban-. Hace tiempo que no lo estoy, y no sé qué hacer.

Se puso de pie, sintiéndose demasiado cansada, y con un leve dolor de cabeza. La chica salió del lugar dando la espalda al lugar y arrastrando sus pies, lo que le hizo ganarse una mala mirada de una mujer mayor que hacía una reverencia antes de dirigirse a la salida.

Sara ignoró a la desconocida y caminó lentamente, bufando ligeramente al escuchar sus pasos resonar en la vacía iglesia, pues a ella le gustaba pasar desapercibida. En su camino, ofreció una pequeña sonrisa al seminarista, quien devolvió el gesto.

Ella no esperaba hallar a Emmanuel en la entrada del templo.

-¿Sara? -El joven la miró con sorpresa-. Creí que ya te habías ido a casa.

-Eh... -Sara se sonrojó ligeramente, no esperaba encontrarse con un conocido por ahí-. Sí, pero quise estar un rato aquí después de la donación.

-Oh, de acuerdo. Ya es algo tarde -El joven de piel canela miró hacia el cielo. El día comenzaba a teñirse de naranja, con leves toques de tinta rosa en las pocas nubes que había-, ¿quieres que te acompañe a la estación?

-Pues... -Sara permaneció pensativa un momento. ¿Prefería caminar sola hacia la estación?, ¿o era mejor que le acompañara el chico con el que había charlado solo un par de veces? Ya era hora pico, lo que significaba que habría varios estudiantes caminando hacia allí, pero también muchos hombres adultos... -. Si no es mucha molestia, te lo agradecería. Sólo déjame enviar un mensaje a mi madre para que sepa que voy en camino, ¿sí?

-Está bien.

Tan solo le tomó un par de minutos comunicarse con su madre, después de recibir un «ven con cuidado», ambos universitarios emprendieron camino.

-¿Vienes seguido a la iglesia cuando no hay donaciones? -Él cuestionó, con algo de curiosidad.

-No realmente -confesó ella-, pero estaba vacía, así que aproveché para orar un poco.

Él alzó una ceja.

-¿No te gusta que la iglesia esté llena?

-No. Siento que todo lo que haces llama la atención. -explicó-. Hace un momento solo había una mujer conmigo en el sagrario y no parecía muy amistosa.

-Ya veo.

Conforme se acercaban a la estación, vieron a un hombre mayor con un pequeño carro de nieves y botanas, donde estudiantes se encontraban a su alrededor, esperando comprarle algo.

-¿No quieres un helado? -preguntó el moreno, mirando de reojo a un hombre con una bicicleta, ofreciendo varios productos de comida chatarra-, no me vendría mal uno de chocolate.

-Suena rico, pero el metro va a estar lleno...

Justo cuando Sara estaba hablando, tornaron la esquina, donde un montón de gente se encontraba amontonada.

-¿Qué sucede? -cuestionó Emmanuel a un chico que parecía ser un estudiante cómo ellos.

- El metro estará fuera de servicio por unas horas debido a fallas -contestó el desconocido con una mueca.

-Demonios. -Sara rebuscó entre sus cosas-. Le pediré a mis padres que vengan a recogerme.

Unos frustrantes minutos después, la universitaria recibió su respuesta.

-Tardarán dos horas en llegar -se lamentó ella, pensando en qué lugar esperarles.

La biblioteca de su facultad cerraría pronto y en el campus ya no había ningún conocido, pero ahí había más seguridad.

-¿Puedes acompañarme de vuelta a la universidad? -preguntó ella, decidiéndose por el campus-, es mejor si espero allá.

-Con el tráfico que se hará, no es la mejor idea ir ahí -le dijo él, alzando una ceja-. ¿Te parece si te acompaño al parque que está a unas cuadras?

La chica titubeó, antes de maldecirse mentalmente. Por años su madre le había dicho que debía tener una actitud más firme con quienes no conocía y no podía simplemente ponerlo en práctica.

-Simplemente te acompañaré para que no estés sola de noche -le dijo él con voz suave, sorprendiéndola un momento, pues la mirada que le brindaba parecía darle a entender que sabía a donde se dirigían sus pensamientos.

-Bueno -murmuró ella. -, solo dame un segundo para avisar.

La chica tecleó un rápido mensaje de texto, pare después recibir una llamada de su madre.

-¿Mamá?, oh... es un compañero de la facultad... no, se llama Emmanuel... eh, de acuerdo.

En resumen, la mujer al otro lado de la línea le había exigido hablar con el universitario. Sara no pudo evitar sentirse cómo una niña pequeña, pero no es cómo si no entendiera a su mamá.

-Quiere hablar contigo.

Emmanuel tomó el celular y saludó a la mujer con cortesía.

-Buenas tardes señora... oh, tengo clases con ella, estamos haciendo un proyecto juntos. -Unos segundos después, el moreno se ruborizó un poco-. No señora, solo estudiamos juntos...

Sara deseó que la tierra se la tragara en ese momento.

Un par de palabras más y el chico le devolvió el celular a la chica, quién colgó.

-No sé qué te dijo, pero lo siento -expresó ella, haciendo reír a su compañero.

-No te preocupes, así son las madres -dijo él-, supongo que si yo tuviera una hija en este mundo, reaccionaría igual.

Ambos caminaron con calma hacia el pequeño parque, el cual estaba lleno de estudiantes, esperando un taxi o un autobús que les pudiera llevar a casa.

-¡Qué día! -murmuró para sí Sara-. Esperaba que esto no pasara tan seguido este semestre.

-No hay mucho que podamos hacer, ¿cierto? -A Emmnuel le brillaron los ojos al ver otro puesto de helados cerca de ambos-. ¿Quieres algo?

Sara le sonrió.

-Bueno, siempre es un buen momento para chocolate.

-Opino lo mismo, vamos.

Compraron su helado y fueron a una banca para sentarse y esperar, en un cómodo silencio, a los padres de la chica. El cielo era de un bello y oscuro tono azulado, con toques anaranjados, avisando que la noche pronto llegaría.

-Al menos el aire es agradable -expresó Sara, después de un rato, cerrando sus ojos al sentir una ligera brisa acariciar su rostro-. Es lindo estar aquí.

Su compañero dio un ligero asentimiento de cabeza, mientras seguía disfrutando de la nieve chocolatada.

-¿No comes muy rápido? -dijo entre risas la joven, mientras abría su mochila, buscando algo.

-No, solo disfruto mi comida -Se defendió él-. ¿Falta un rato para que lleguen, no?, ¿no prefieres estirar las piernas?

Sara no respondió enseguida, sacando su celular para revisar, nuevamente esa semana, si había recibido una llamada importante.

Nada.

-Ya anocheció.

Las palabras de Emmanuel le hicieron alzar la cabeza. Las primeras estrellas de la noche hacían su aparición, pero eran rápidamente opacadas por la iluminación de la ciudad.

-¿Quieres caminar? -preguntó el moreno, de nuevo.

-Claro -dijo ella después de un rato-, no había estado en un parque desde hace mucho.

-¿En serio?, ¿por qué?

Sara se encogió de hombros.

-No hay razón.

Se pusieron de pie y recorrieron el lugar con calma. Tan solo unos minutos después, Emmanuel señaló un pequeña casa gris de dos pisos.

-Ese es mi hogar -le dijo él, con una pequeña sonrisa.

-Oh, parece lindo. -Sara apreció ver una gran variedad de flores plantadas en la entrada del lugar. En su mente deseó que ningún desconocido las arrancara.

-Un día te invitaré a comer. También a Samara. -dijo él-. Mi madre cocina delicioso, aunque claro, no tanto como yo.

Sara rio.

-No puedo creer eso.

La mirada de Emmanuel se enterneció.

-Bueno, tal vez tengas razón en no creerlo. -Se giró hacia ella-. Sigamos caminando, ¿te parece?

-Sí -Sara no había notado lo tensa que había estado hasta que en ese momento relajó sus hombros-, me gustaría salir así más seguido.

Un rato después, los padres de Sara llegaron, y la joven al fin pudo ir a su hogar.

            
            

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