Capítulo 4 Breves pensamientos

Apenas llegó a su casa, después de un largo viaje de auto en donde su madre insistía en que le hablara más sobre Emmanuel, Sara fue a su baño para tomar una ducha.

Suspiró cuando el agua caliente hizo contacto con su piel, cerró sus ojos y disfrutó de la paz del momento. Comenzó a lavar su cabello distraídamente, mientras que pensaba en lo que tenía pendiente. ¿Sería prudente comenzar su ensayo esa noche? Probablemente, pero se hallaba bastante agotada, y su cuerpo le exigía simplemente acostarse y dormir en cuanto tuviera la oportunidad.

Su mente divagó hasta llegar a la tarde de ese día. Un escalofrío recorrió su cuerpo al recordar el miedo que la invadió, y agradeció mentalmente al joven que halló en el templo.

También pensó en su compañero, quien le brindó compañía hasta que pudo retirarse. Ese chico era bastante extraño, debía admitir. Era muy... amigable, y evocaba gran confianza como pocos hacían. Sara dudaba que pudiera ser temperamental, como él se jactaba de ser.

Ella frunció el ceño mientras enjuagaba su cabello. Parecía ser muy dulce con ella, pero apenas lo conocía, ¿realmente sería buena idea ser cercana a él?

Su sonrisa apareció en su mente, y Sara deseó que la respuesta fuera sí.

Terminó su ducha, se vistió y fue a cenar con su familia. Sin embargo, el cansancio pronto les venció, por lo que su rato de calidad no duró mucho.

Sara fue a su habitación, con su mascota siguiéndola con alegría

-¿Eh?, ¿hoy dormirás conmigo, Galleta? -Sara apagó la luz mientras hablaba.

El can, sin dejar de mover su cola de un lado a otro, simplemente se subió a la cama de la joven y se recostó bajo la almohada. Sara rio, enternecida.

-Te recuerdo que ese es mi lugar. -Sara movió con cuidado al perro, y lo puso a los pies de su colchón, antes de acomodarse ella misma.

Antes de poder dedicarse a dormir, recibió un mensaje. La joven, alzando una ceja, tomó su celular de su mesita de noche y leyó el texto.

«Noé quiere que lo vea esta noche en su casa... ¿Crees que sea prudente?»

Sara frunció el ceño, antes de responder a Samara.

«Si no quieres verlo, lo dudo»

«¿Crees que se enoje?»

A Sara no le gustó esa pregunta.

«Sería una razón muy estúpida para enojarse, ¿no? Es tarde Samara, y por lo que veo no quieres ir.»

«No lo sé, ya una vez se lo dije y tardó mucho en perdonarme.»

Sara frunció el ceño.

«No tiene por qué molestarse por eso»

« ¿Tú crees?»

«Estoy segura.»

«De acuerdo, le diré que no.»

«Bien. Te veo mañana.»

Sara dejó su celular a un lado, esperando que, de verdad, su amiga le hiciera caso. Ella no dudaba que Noé y ella no disfrutaran de su tiempo juntos (la joven se sonrojó al pensar en lo que probablemente hacían), pero consideraba que el chico podía llegar a ser muy receloso con Samara.

Respiró profundamente, no le daría muchas vueltas al asunto.

-Buenas noches, Galleta.

El perro, como si le hubiera entendido, dio un largo bostezo y se recostó completamente, cerrando sus ojos. Sara, por su parte, se quedó mirando al techo, escuchando el sonido del aire acondicionado de fondo.

Estaba bastante cansada, pero no podía dormir.

«¿Qué pasa?»

Sara se mordió el labio. Una voz, que ella conocía como su consciencia, la molestaba y la consolaba durante la mayoría de las noches.

Ahí, en esa velada silenciosa, la voz habló de nuevo.

-¿Sabes?, No lo sé -susurró como respuesta.

« Habla, corazón ¿Te sucede algo?»

«Eh, lo mismo de siempre» pensó esta vez.

«Repítelo entonces, ¿o no quieres hablar de ello?»

«Ah...no, realmente no.»

Habiéndose agotado, Sara cerró sus ojos, frustrada con ella y con ella misma. No valía la pena darle vueltas al asunto, no podía cambiar lo sucedido, y solo lograba lastimarse cada vez que recordaba lo pasado.

Y aun así, parecía que su mente solo sabía hacer precisamente eso: recordar lo que le hacía daño.

Pensó en Dulce, en su gentil rostro y en su sonrisa. Recordó lo que había leído aquel día, y en lo avergonzada que había estado después de ello. Se preguntó en lo que hubiera pasado si su amiga nunca hubiera salido con ese tipo, si no hubiera intentado ocultarse, si se lo hubiera dicho, si hubiera tenido más tiempo en analizar aquello...

Sara se llevó una mano a la boca para reprimir un jadeo. Su madre ya la había consolado incontables noches durante el verano, no la iba a molestar más.

«¿Qué sucede?»

-Estoy cansada de todo -confesó, en agonía, a la mujer de su cabeza mientras reprimía un sollozo- Quiero irme.

«¿Irte?, ¿a dónde?»

«A donde esté ella» pensó, desesperada «Quiero estar con ella.»

«Eso no es posible»

«Tampoco es posible que venga, ¿entonces qué hago?»

Sara se giró para ocultar su húmedo rostro en su almohada. No podía parar de llorar, y eso solo la hizo maldecir por lo bajo.

Antes no se sentía tan mal todo el tiempo, ya ni siquiera se reconocía.

-Por favor -suplicó en un susurro, a nadie en particular-. La quiero aquí, la extraño...

Sus súplicas no pararon ahí, nunca lo hacían. No podía hacer nada más que esperar una llamada que parecía nunca llegaría.

«Yo te contactaré» le había dicho la vieja mujer, después del fiasco de funeral «No quiero que te pase algo si te involucras en esto»

Después de lo que le pareció una eternidad, y de que su perro se despertara e intentara lamerle la cara en un intento de calmarla, Sara se quedó completamente dormida, abrazada a su mascota.

Esa era su rutina últimamente, pero esa noche en particular, fue una realmente mala.

            
            

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