El se acercó lentamente con los brazos cruzados , y cuando abrió sus manos y las colocó a los lados de mi cuerpo, puse mi palma sobre su pecho.
- No puedo hacer esto contigo, entiende que no soy presa que esté a la altura del cazador que eres. Me harás polvo con un solo roce, y me quiero más que eso.
Cerró los ojos calmado, pero respirando fuerte.
No hablaba, y sin embargo, sentía que podía escucharlo gritar por dentro.
- ¡Quédate Melody! - ¡¡Joderrrrrr!!
- No puedo hacerlo Marcelo, no tengo la fuerza de voluntad de resistirme a tí, no voy ni siquiera a comprobarlo. Se que no puedo, y tú no quieres que pueda.
- ¡ Pruebame! - ahora sí, me miraba a los ojos, inclinado hacia mí sin importar lo más mínimo, estar en un baño de damas.
- Esa palabra tiene doble sentido. Lo sabes ¿Verdad?. - mis manos que aún estaban húmedas por el agua del grifo, se sentían más húmedas aún por la fina capa de sudor que coloreaba mi cuerpo.
- Por eso la dije Melody, no puedo dejarte ir, eres como un castigo, que estoy pagando. Tenerte sin poder tenerte es mi penitencia. Quédate, oblígame a pagarla - sus ojos se cerraron de nuevo y mi mano subió de su pecho a su cuello, mojando su camisa en el camino. Acaricié el cabello que le caía en la nuca y me acerqué a su boca.
Gimió bajito cuando notó el cálido aliento de mis labios, pero no podía. No podía besarlo. Me perdería en su boca, no iba a pasar por lo mismo dos veces.
Esta vez no.
- No puedo. - después de pronunciar aquellas dos palabras, me incliné, pasé mi cuerpo por debajo de sus brazos y salí de allí, como cervatillo asustado.
Lo dejé en aquella posición amenazante. Aquella posición que le hacía fácil el acceso a mi boca y la entrada a mi piel. Si una sola vez lo tocaba, esa sola vez bastaría para que me tuviera siempre.
Si lo dejaba besarme, si me dejaba tocar por esa boca, estaría perdida.
Aquella noche, no pude dormir.
Habíamos quedado en vernos, para que me diera información sobre su camino al éxito, pero, dadas las circunstancias el nunca llamó y yo lo creí mejor así.
Más sin embargo, no me sentía mejor.
Me desvelaba el color extraño de sus ojos, lo sardónico a la par que sincero de su paradójica sonrisa.
Me había robado el sueño, la posibilidad de llamarlo y decirle que sí, que podía resistirme a él. Que me comportaría como una profesional y aguantaría el tipo, hasta el final de aquellos cinco meses.... Pero en el fondo, sabía que me mentía a mi misma.
Eran las tres de la mañana cuando recibí un mensaje suyo.
* Mi mente es incapaz de proyectar otra imagen que no sea tu boca*
Y ahí estaba. Otra vez volvía a la caza. Esa simple frase me movió los labios hasta crear una sonrisa.
Era como estar enamorada de un hombre que había visto solo una hora, de toda mi vida.
* Es mejor que no vuelvas, porque no te dejaré irte *
Otro mensaje sin respuesta de mi parte.
Otro, que me hacía taparme la cara con un cojín y apretar mis piernas con otro en medio, para calmar, o intentar calmar las palpitaciones que estaban castigando mi clítoris.
La pregunta que se imponía era...
¿Como un hombre como ese, podía estar pasando mensajes a una chica como yo a las tres de la mañana?
No lo entendía, más allá del capricho.
Quizás eso era. Un capricho.
Tal vez, el me veía como algo deseable que se le era negado.
* No hay nada que desee en este mundo, que no seas tú. No puedes entender por qué, y yo no puedo decírtelo, pero creeme que me estoy consumiendo de tanto desearte. Dueles *
¡Oh Dios bendito!
Cada nuevo mensaje, me ponía más a la defensiva. Me encantaban sus palabras, pero me aterraba lo que estaría dispuesto a hacer por conseguirme.
* Sé mi amigo *
Eso le respondí, casi lo borro cuando analicé la estupidez que le había escrito, pero su respuesta me llegó tan rápido, que ni yo tuve tiempo de borrarlo, ni se cómo tuvo tiempo el, de contestarlo tan instantáneamente.
* Te quiero para más que eso. Y lo sabes.*
Una chica como yo, con una casi nula, experiencia sexual. Con un solo novio de dos meses en toda mi vida, no era el tipo de mujer que interesaba a hombres como él.
Tenía que haber algo más, un algo más, que yo no estaba viendo.
* ¡¡¡ Ríndete !!!*
Fue el siguiente mensaje que me mandó.
El había estado de acuerdo en dejarlo todo, solo en el tema laboral que nos unía. Pero de pronto, cuando vió a Cameron, cambió obviamente de parecer.
Era una pena que yo también hubiese cambiado de parecer.
Ya no podía seguir con ese proyecto de trabajar con él a diario y que no pasara nada. Era imposible. Haberlo conocido me imposibilitaba.
Tenerlo controlando hasta lo que hablaba no era algo que me había planteado con él. Ni con nadie.
Lo mejor era dejar las cosas así, yo buscaría a otra persona para mi trabajo de curso y él seguiría su vida tan tranquilo. Cómo antes de conocernos.
* Adiós Marcelo *
Fue todo lo que dije como despedida.
* Hasta pronto Caperucita *
Y ahí estaba su desconcertante respuesta.
Un adiós era definitivo, pero un hasta pronto, era un claro indicio de que no iba a dejarme marchar.
No respondí nada más.
Nadie es cazado si no se pone en la posición de la presa.
Y yo no pensaba ponerme, seguiría con mi vida, al margen del señor Santorini.
En la mañana estaba muerta de sueño, como de costumbre.
No había un bendito día que me levantara sin sueño.
La maldita alarma me daba gritos en el oído y estaba a nada de lanzarla por la ventana, pero la cristalería de la misma era un poco cara, y mis padres no estarían felices con eso.
Después de una ducha caliente, me lave los dientes y me vestí con unos jeans y una camisa de raya diplomática antes de subirme a unos tacones azules, pasar muy poco maquillaje por mi rostro y cepillar mi pelo, dejándolo suelto, justo antes de bajar a desayunar.
Con el bolso en la mano y mis espejuelos de sol en la otra cerré la puerta de mi habitación, extrañada de no encontrarme a mi Golden acostado en la alfombra esperando para moverme su cola, a modo de saludo canino.
Había voces en el comedor y algún que otro ladrido juguetón de mi perro.
Descendiendo por las escaleras de mi casa, con todos las cosas de la universidad en mi bolso, siento una inconfundible voz mezclarse con la de mi padre.
Casi me caigo por las escaleras cuando lo ví.
En la sala, bebiendo café y lanzando el juguete a mi perro estaba Marcelo.
Conversando animadamente con mi padre y mi madre y enamorando a mi golden con su gentil apoyo a sus juegos matutinos.
- Buenos días hermosa - me dijo mi madre, que se me acercó embutida en un vestido que no se cómo la dejaba respirar y unos tacones que podrían fracturar el tobillo de alguna inexperta mujer que los usara.
Ni si quiera respondí cuando me besó la mejilla.
Mi mirada no se apartaba de la de el. Así como la suya no salía de las curvas de mi cuerpo.
- Ven cariño, saluda a marcelo.- me decía mi padre, sin imaginar que el único saludo que Marcelo quería darme, incluía a su lengua dentro de mi boca y mis manos tirando de su pelo.
Y mientras el mencionado se levantaba del sofá donde antes había estado con una pierna cruzada a la altura de la rodilla, las mías casi se escuchaban temblar de las sensaciones que aquel majestuoso hombre provocaba en todo mi ser.
- Buenos días, señor Santorini- dije, por fin caminando hasta el.
Mientras mi madre se situaba al lado de mi padre, yo le ofrecía mi mano a Marcelo para marcar las distancias.
Distancias, que él, acortó cuando tiró de mi mano y me estrujó contra su cuerpo, dejando un beso en mi mejilla, del lado que mis padre no veían lo que hacía su boca en la esquina de mi oreja.
- Buenos días... Caperucita...