Fuga a sangre y fuego
img img Fuga a sangre y fuego img Capítulo 5 Martes 18 de noviembre de 1986
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Capítulo 6 La vida no es sólo un sueño img
Capítulo 7 Domingo 23 de noviembre 1986 img
Capítulo 8 La Calma presagia tempestad img
Capítulo 9 Jueves 25 de julio de 1974 img
Capítulo 10 El palacio negro de Lecumberri img
Capítulo 11 En el mismito infierno img
Capítulo 12 El Rutas, camino a la perdición img
Capítulo 13 En las fauces de "la ley" img
Capítulo 14 Ora la bebes, o la derramas img
Capítulo 15 El que la hace, la paga img
Capítulo 16 Venganza policiaca img
Capítulo 17 ¿Victima o victimario img
Capítulo 18 Lunes 27 de diciembre de 1982 img
Capítulo 19 La desesperación, mata img
Capítulo 20 Ya les pagué... ¿dónde está mi hijo img
Capítulo 21 Esperando un milagro img
Capítulo 22 Sábado 25 de diciembre de 1982 img
Capítulo 23 Del purgatorio al infierno img
Capítulo 24 Una herida que nunca sanará img
Capítulo 25 Esto aún, no se acaba img
Capítulo 26 Una hiena sanguinaria y rencorosa img
Capítulo 27 ¡Y me mató...! img
Capítulo 28 Una herida que nunca sanará img
Capítulo 29 ¿Quién es quién img
Capítulo 30 Una entrevista, una charla img
Capítulo 31 ¡El gran día! img
Capítulo 32 A contra reloj img
Capítulo 33 El que espera... img
Capítulo 34 El tiempo sigue corriendo... img
Capítulo 35 Y ahí estábamos... img
Capítulo 36 Sin Caretas img
Capítulo 37 Y comienza el mito, o la leyenda... img
Capítulo 38 Y a torcer el destino... img
Capítulo 39 Las primeras fugas de prisión img
Capítulo 40 Ningún plan es perfecto img
Capítulo 41 Atrapado, encerrado y fugado img
Capítulo 42 Una fuga anunciada img
Capítulo 43 En 4 hasta los ratones caen... o se escapan img
Capítulo 44 Las rutas de escape img
Capítulo 45 Nada puede fallar img
Capítulo 46 El momento de la verdad img
Capítulo 47 ¿Y ahora qué sigue img
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Capítulo 5 Martes 18 de noviembre de 1986

Recién habíamos terminado con la nota de la confesión de Andy Limón y los motivos por los que le había quitado la vida al periodista Antonio Menéndez, la cual fue publicada al día siguiente en la mayor parte de los diarios de la capital.

Fue entonces cuando, nos enteramos de un interesante caso que para muchos resultó difícil de asimilar y prácticamente imposible de creer.

Estamos acostumbrados a oír y a ver, que una madre de familia es toda abnegación y sacrifico, sobre todo cuando se trata de sus hijos, sólo que, cuando resulta todo lo contrario a estos estereotipos, hay un impacto terrible en nuestras mentes que, nos hace dudar sobre si lo que vemos o lo oímos es cierto o sólo se trata de una fantasía.

Todo comenzó esa tarde, del 18 de noviembre, eran como las cinco cuando yo me disponía retirarme a la redacción de Sin Caretas, para hacer una nota de las que venían en el boletín oficial de la Procuraduría, lo normal cuando no hay nada que sea verdaderamente relevante, así que me dirigía hacia la salida de la oficina de prensa de la dependencia cuando...

-Pepe... Pepe... -oí que me llamaban con voz susurrante, busqué con la mirada y descubrí a Orteguita que me hacía señas para que me acercara- ven... ven...

Dada la discreción y lo sigiloso con las que actuaba, no dude y fui a su busca, me hizo entrar a una de las oficinas y sin más me dijo:

-Tienen a una mujer asaltada, drogada y violada en el hospital de Balbuena... los patrulleros que pidieron el apoyo de una ambulancia, no la han reportado aún con el Ministerio Público, así que no hay nadie que cubra la nota.

No lo dudé, saqué un billete y se lo entregué, sabía que él no rechaza un dinerito extra:

-Gracias, Orteguita... te debo una... -le dije estrechando su mano.

-No me debes nada, pero si quieres... pues hay una pendiente... ojalá y sea una buena nota, para que valga la pena -me contestó bromista como siempre.

-De inmediato me fui al hospital Balbuena, el cual, hacía algunos años, era conocido como el hospital de la Cruz Verde, y desde mucho antes, ya daban atención de urgencias.

Ingresé al área correspondiente y con la mirada localicé a unos patrulleros que llenaban unos informes, me acerqué a ellos y los saludé:

-Buenas tardes, oficiales... -les dije- soy José Núñez, reportero del diario Sin Caretas... espero que me puedan ayudar... qué saben de la persona que reportaron.

Me vieron con cierta burla y uno de ellos me respondió.

-Nosotros no hemos reportado a nadie... ora si la regó.

-Lástima... en fin... ya tendré más suerte preguntando a los médicos por la mujer que fue asaltada y violada... ellos se van a llevar el crédito por esto.

-¿Cómo sabe que fue asaltada y violada?

-¿Quién...? Ustedes no reportaron a nadie...

Ambos se rieron con franqueza y luego...

-Se trata de una mujer, de unos 25 años, dijo llamarse Elizabeth Zarate, y en efecto, ella asegura que la asaltaron, la drogaron y la violaron... un grupo de viciosos de aquella peligrosa colonia, fue precisamente ella la que nos detuvo con su carro, en la avenida Fray Servando Teresa de Mier y Francisco del Paso y Troncoso, nos cerró el paso para pedir apoyo, se veía mareada, confundida y desorientada -dijo uno de ellos

-Pero eso no es todo, venían dos menores con ella, también los recogió la ambulancia y los están atendiendo para revisar que no traigan lesiones graves, o cualquier otra cosa que pudiera haberles pasado, hasta ahorita no han dado ningún reporte. -dijo el otro oficial.

Les di las gracias y les pedí sus nombres para incluirlos en la nota, busqué una caseta telefónica y llamé a la redacción para dar la noticia, al no haber material fotográfico, sabia que ellos utilizarían el de alguna ambulancia circulando.

Regresé al hospital decidido a esperar el parte médico, la noticia no sólo era impactante, sino que además resultaba interesante, por eso había que seguirla hasta su conclusión.

Mientras esperaba, casi dos horas después de que yo llegara, agentes de la Procuraduría ingresaron al nosocomio, los vi hablar con un médico, después se instalaron en la sala de espera, casi enfrente de mí.

-¿Aún no hay noticias de la señora o de los niños? -les pregunté sorpresivamente, al tiempo que les mostraba mi identificación.

Ambos se miraron y luego me vieron sabiendo que ya tenía parte de aquella noticia.

-No, aún no tienen informes de la señora... al parecer se encuentra en estado delicado y están esperando a que evolucione... -dijo uno de ellos.

-Los que no la libraron, fueron los niños... están determinando si ya llegaron muertos o murieron al llegar... también los drogaron esos desgraciados malvivientes. -dijo el otro agente visiblemente consternado.

-Ojalá y la señora pueda identificarlos o darnos un retrato hablado de ellos, quiero atraparlos y darles una golpiza que los mande al hospital, para que paguen un poco del mucho mal que hacen con sus vicios -explotó el otro agente.

-Eso no lo puedes publicar -me dijo su compañero

-No te preocupes, yo también siento lo mismo que tu pareja, esos malditos merecen que se les apliqué eso de ojo por ojo y diente por diente, aunque ni así aprenden -le respondí con toda la sinceridad que pude ya que a mi también me impacto saber aquello.

Así comenzaba una noticia que me iba a tener muy ocupado los siguientes días, haciendo indagatorias, buscando respuestas y lo principal, saber que grupo de delincuentes eran los que habían cometido tal atrocidad.

Dejen que les cuente como sucedieron los hechos y juzguen ustedes mismos lo que pude recabar e informar por medio de las páginas del periódico para el que trabajo.

La señora Elizabeth Zarate, es una atractiva mujer de 25 años, con buena presencia, rostro delicado, de facciones finas, cuerpo bien diseñado y una sensualidad natural que la envuelve transmitiéndola a su paso. El día de los hechos, llegó como era su costumbre, a recoger a sus dos hijos: Enis, de 3 años y a Ernesto, de 1 y meses, a la Guardería número 45 del Seguro Social, en la Avenida Sor Juana Inés de la Cruz, en Tlalnepantla de Baz, en el Estado de México donde los tenía registrados.

En cuanto los tuvo en su poder los colocó en el asiento trasero de su auto y se puso en marcha, tal y como cotidianamente lo hacía, sin prisas ni movimientos raros, simplemente era una rutina que ejecutaba con normalidad.

Sólo que esta vez había algo diferente en ella, se mantenía seria y pensativa, estaba desconectada del mundo, nadie podía saber lo que pasaba por su inquieta mente en aquellos momentos y mucho menos imaginar lo que estaba por suceder.

Mientras conducía con la mente extraviada en alguna parte de sus macabros planes, no respondía a nada de lo que la pequeña Enis, le preguntaba con su alegre y cantarina vocecita infantil, Liz, como la llamaban todos, llevaba la mirada dura y el pulso acelerado, en su mente los recuerdos comenzaron a presentarse de manera cronológica y con tal claridad que le pareció estarlos viviendo.

Todo se había ido precipitando, dos años antes, cuando conoció a Ramiro Acosta, un hombre muy agradable y simpático, se conocieron en el restaurant al que ella acostumbraba a ir a comer, ambos trabajaban cerca del lugar y por lo mismo se habían visto en diferentes ocasiones, fue por ese tiempo que él se acercó a su mesa y le pidió permiso de sentarse con ella a comer.

Liz aceptó mostrando una indiferencia que no sentía, ya que le emocionaba tener de cerca la presencia de aquel hombre que le gustaba.

Su matrimonio no era todo lo feliz que ella había deseado y al sentirse cortejada de nuevo por un hombre como aquel, se dio cuenta que la vida aún tenía muchas cosas por ofrecerle, tal vez su felicidad estaba en otro lado y no en los brazos del hombre que la había desposado cuatro años antes y que le había engendrado dos hijos para luego caer en una rutina matrimonial, asfixiante, misma que al paso de los días les estaba resultando insoportable a ambos.

Sentarse a comer con Ramiro, se convirtió en algo cotidiano, disfrutaba mucho de su plática, su presencia, sus ocurrencias y los frecuentes halagos que vertía sobre de ella a la menor provocación, era tal y como deseaba que fuera un hombre con ella.

Tenía una forma de ser tan cautivante que la hacía reír y disfrutar cada minuto que estaba a su lado provocando que ella deseara estar más tiempo junto a él.

Al poco tiempo de convivir a la hora de la comida, comenzaron las invitaciones por parte de Ramiro, para verse después del trabajo, salir a tomar algo juntos, convivir, en fin, disfrutar de su compañía.

Ella, en un principio se negó, no porque quisiera serle fiel a su marido, no, tampoco porque no deseara vivir una aventura en los brazos de Ramiro, tal vez era algo que ya deseaba en su fuero interno.

Se negó porque deseaba que él insistiera, quería que le dijera cosas hermosas para convencerla, que la hiciera sentir joven y hermosa, seductora, cautivadora, como se había sentido seis años atrás, antes de casarse y volverse una mujer frustrada y amargada.

Y para su satisfacción, Acosta, insistió, siguió conquistándola, le gustaba aquella mujer, lo motivaba, con sus 25 años, uno sesenta de estatura y un cuerpo excitante y sensual que, si bien no tenía las medidas de una modelo, mantenía una figura que hacía que los hombres voltearan a verla al pasar.

Tenía todo para que él deseara llevarla a la cama. Para que él deseara tenerla como amante y disfrutar sin compromisos. Sobre todo, porque era casada y eso le evitaba tenerla pegada a su lado, como esas novias empalagosas que ya no soportaba.

Sabía, por experiencia propia, que las mujeres casadas son las más ardientes de las mujeres, cuando no están con el marido, son más liberales y más dispuestas a experimentar cosas que las hagan vibrar de pasión.

Prefería a una mujer casada y con hijos que, a una joven soltera que busca encontrar una relación que perdure hasta que la muerte los separe, algo que él no tenía en mente bajo ninguna circunstancia, se sabía joven y atractivo, así que deseaba disfrutar de ello por unos años más, después de todo, la vida se vive una sola vez.

El que Liz se negara a aceptar sus primeras invitaciones no lo desanimaron, por el contrario, por experiencia sabía que las mujeres casadas que más se resisten a dar el paso definitivo hacia la infidelidad son las que con más pasión se entregan una vez que se deciden, por eso tenía que insistir, esa mujer le fascinaba y la quería disfrutar en la intimidad, encerrados de un cuarto de hotel de paso, estaba convencido que no tardaría mucho en realizar sus deseos.

La primera salida, y contra lo que Liz se imaginara, fue a tomar una copa a un bar, él se portó amable como era su costumbre y sobre todo, muy caballeroso, ni siquiera intentó abrazarla y mucho menos besarla, la hizo sentir como pocas veces se sintió a lo largo de su vida, por fin había encontrado a un hombre que la respetaba y le daba el lugar que ella se merecía, por supuesto que aceptó salir en una segunda cita, fue hasta la tercera vez que salieron cuando él se lanzó con todo.

Primero, fue ese beso que le diera al subir a su carro, suave, tierno, dulce, mismo que se intensifico y se volvió demandante, apasionado, intenso.

Sus labios se succionaron y se entregaron con plenitud, lo que provocó que ya no hubiera más preámbulos, los dos sabían que se deseaban y querían disfrutar de sus cuerpos plena y totalmente, sin vanas promesas, ni falsos juramentos.

Ramiro se sentó al volante y comenzó a conducir sin decirle nada a ella.

Cuando los hermosos ojos de Liz vieron que el carro se enfilaba hacia la entrada de un hotel de paso, sintió una emoción tan grande como en su primera vez con un hombre.

                         

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