El Caballero Escocés
img img El Caballero Escocés img Capítulo 5 El Salvaje Escocés – Chapter 5
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Capítulo 5 El Salvaje Escocés – Chapter 5

El Salvaje Escocés – Chapter 5

Aquello resultaba hasta ofensivo. Arran no tenía la menor idea del juego que ella estaba jugando, pero no iba a ganar. Deslizó un brazo por su espalda y la atrajo hacia su cuerpo, sosteniéndola firmemente. Alzó una mano hasta su mejilla, acariciándosela con el pulgar.

-¿No admitiréis entonces la verdad?

-¿No me creeréis vos? -preguntó ella con tono dulce.

Pudo ver que sus ojos verdes se oscurecían con un brillo malicioso, el fulgor del engaño.

-Ni una maldita palabra.

Margot sonrió y alzó la barbilla. De repente, Arran se dio cuenta de que ya no le tenía miedo. Siempre se había mostrado algo temerosa hacia él, pero, en aquel momento, no veía rastro alguno de aquel miedo.

-Sois terriblemente desconfiado -dijo ella-. ¿Acaso no he sido perfectamente franca con vos? ¿Por qué habría ahora de comportarme de una manera distinta? Sigo siendo vuestra esposa, Mackenzie. Pero, si no me creéis, supongo entonces que tendré que convenceros, ¿no?

Arran sintió que la sangre empezaba a agolparse en sus venas. Escrutó su rostro, aquella esbelta nariz, las oscuras cejas.

-Me habéis sorprendido -admitió mientras recorría con la mirada el tentador escote de su vestido-. ¿Era eso lo que deseaba vuestro mezquino corazoncito? Pero sabed una cosa, esposa mía. No soy ningún estúpido. La última vez que os vi, estabais huyendo. No voy a creerme que de repente habéis encontrado un lugar para mí en este lugar de vuestro cuerpo -y le dio deliberadamente unos golpecitos con el dedo en el pecho, justo en el lugar del corazón.

Ella continuaba sonriendo impasible, aunque Arran pudo distinguir el leve rubor que empezaba a colorear sus mejillas.

-Estaré ciertamente encantada de demostraros que estáis en un error. Pero, por favor, ¿nos daréis antes de cenar? Es obvio que necesitaré de todas mis fuerzas para ello.

El pulso de Arran se aceleró todavía más con una mezcla inflamable de furia y deseo.

-No puedo por menos que preguntarme dónde está aquel frágil capullo de flor que me abandonó.

-Se ha convertido en un rosal -le dio una palmadita en el pecho-. Un poco de comida, si sois tan amable, para el señor Pepper y para el señor Worthing.

-¡Fergus! -gritó él, con la mirada todavía clavada en el rostro de Margot-. Trae a lady Mackenzie y a sus hombres algo de pan y de comida. Y date prisa.

Cerró luego los dedos sobre su codo, hundiéndolos en la tela de su vestido, y se la llevó consigo. Ella no dijo una palabra sobre su mano sucia manchándole la ropa, al contrario de lo que antaño habría hecho, sino que consintió, obediente. Casi como si hubiera esperado que la tratara de aquella forma. Como si se hubiera preparado para ello.

Arran era consciente del revuelo y de las voces que lo envolvieron mientras los presentes estiraban sus cuellos para ver a la misteriosa lady Mackenzie y a los dos perros de presa que la seguían de cerca.

-No era necesario que os presentarais con una guardia armada -le espetó mientras la conducía hacia el estrado, lanzando una mirada sobre su hombro a los dos ingleses-. Le habéis dado un susto de muerte a Sweeney.

-Mi padre insistió en ello. Una nunca sabe cuándo se topará con un salteador de caminos -lo miró de reojo.

Arran siempre había pensado que Margot tenía una belleza extraordinaria y, de alguna manera, en aquel momento era aún más hermosa. Pero no le habitaba ya el antiguo anhelo que antaño había sentido por ella, ya que ahora lo único que sentía era desdén. Hubo un tiempo en que su sonrisa lo habría obligado a aceptar su mal comportamiento, pero ya no. Debería negarle la comida, arrojarla a una habitación y mantenerla allí encerrada en castigo por haberlo abandonado.

Margot se quitó la capa y ocupó de buen grado el asiento que él había dispuesto para ella en el estrado, pero sentándose en el mismo borde. Su escrupulosa naturaleza todavía parecía acechar detrás de aquel frío exterior.

-Vuestros hombres pueden sentarse allí -dijo él, señalando una de las mesas de abajo.

Los guardias vacilaron, pero ella les indicó que obedecieran con un discreto gesto.

Arran resistió el impulso de recordarle que ella no era la reina allí, sobre todo ahora, pero se sentó a su lado y mantuvo la boca cerrada. Por el momento.

-Veo que has estado disfrutando de compañía -comentó Margot al tiempo que posaba la mirada en la muchacha que había estado sentada en su regazo y que en aquel momento se hallaba fuera del estrado, haciendo pucheros.

-Sí, de la compañía de los de mi clan.

-¿De hombres y mujeres por igual?

Arran la agarró de la muñeca una vez más, apretándosela ligeramente.

-¿Qué os pensabais, Margot, que me había dedicado a vivir como un monje? ¿Que después de vuestro abandono, mantendría incólumes mis votos y me prosternaría cada noche ante el altar de vuestro recuerdo?

Ella sonrió mientras liberaba su brazo.

-No tengo ninguna duda de que os habréis prosternado ante el altar de otras damas -desvió la mirada mientras enredaba un dedo en uno de sus rizos.

-Ya, y supongo que vos os habréis mantenido como una casta princesita - resopló él.

-Bueno -replicó Margot con tono frívolo-. No puedo decir que me haya mantenido completamente casta. Pero ¿quién de nosotros lo es? -giró la cabeza y lo miró directamente a los ojos, con una tranquila sonrisa en los labios, algo subido el color de sus mejillas.

¿Qué clase de juego era aquel? ¿Estaba flirteando con él, echándole en cara su mal comportamiento? Aquello no tenía sentido y además apestaba a engaño. ¿Quién era aquella mujer? La mujer que lo había abandonado se habría escandalizado ante la mera sugerencia de que su castidad no había sido perfecta, prácticamente virginal. Pero aquella mujer estaba jugando con él, haciéndole sugerencias y sonriéndole de una manera que habría hecho que a cualquier hombre le flaquearan las rodillas.

Se volvió para ordenar al joven criado que les sirviera vino y, al hacerlo, advirtió que la mitad de sus hombres continuaban mirándola boquiabiertos.

-Está bien, está bien -rezongó con gesto irritado, indicándoles por señas que se ocuparan de sus propios asuntos-. ¿No puedes tocar algo más animado, Geordie? - se dirigió a su músico.

Geordie dejó su flauta, recogió la fídula y empezó a tocar de nuevo.

Cuando Margot se estaba llevando su copa a los labios, Arran le dijo: -Ahora que ya habéis hecho vuestra gran entrada, supongo que me enteraré de lo que os ha traído a Balhaire. ¿Ha muerto alguien? Vuestro padre, ¿ha perdido su fortuna? ¿Os estáis escondiendo de la reina?

Ella se echó a reír.

-Mi familia goza de muy buena salud, gracias. Nuestra fortuna sigue intacta y la reina, por lo general, no se ocupa de mí.

Arran se repantigó en su sillón, estudiándola.

Ella sonrió con coquetería.

-Parecéis escéptico. Me había olvidado de lo muy desconfiada que era vuestra naturaleza, pero debo reconocer que eso es algo que siempre me gustó de vos.

-¿No debería desconfiar de vuestra persona? ¿Cuando os habéis presentado aquí después de no haber dicho una palabra en todo este tiempo?

-¿Podéis sugerirme una mejor manera de volver con vos? -le preguntó ella-. Si os hubiera mandado algún recado, me habríais rechazado. ¿No es verdad? Pensé entonces que quizá si me veíais antes de oír mi nombre... -se encogió de hombros.

-¿Qué?

-Que tal vez entonces os daríais cuenta de que vos también me habíais echado de menos -esbozó una sonrisa dulce. Esperanzada.

Ahí estaba otra vez, aquel torrente de sangre corriendo por sus venas, acompañado de otra cascada de imágenes con las largas piernas de su esposa enredadas en torno a su cintura, con su sedosa melena extendida sobre su pecho. Ahuyentó aquella imagen en especial. La verdad era que no podía soportar evocarla.

-Yo no os he echado de menos. Os aborrezco.

Lass mejillas de ella se arrebolaron, y bajó la mirada a su regazo.

-Respecto a vos, ¿desde cuándo empezasteis a echarme de menos, leannan? ¿Desde que no considerasteis suficiente el dinero que os mandaba?

-Habéis sido sobradamente generoso conmigo, milord.

-Sí que lo he sido -aseveró él con gesto inflexible.

-Respecto al momento en que empecé a echaros de menos tan ardientemente - fingió meditarlo mientras jugueteaba con su collar de esmeraldas-. No puedo precisarlo. Pero es una noción que ha echado raíces en mí y que continúa creciendo.

-Como un maldito cáncer -se burló él.

-Algo así. Siempre esperé que iríais algún día a buscarme para aseguraros de mi bienestar, en lugar de enviarme a Dermid, que fue lo que al final hicisteis.

-¿Pensasteis que viajaría hasta Inglaterra para daros caza como un zorro detrás de una gallina?

-«Caza» es una palabra fuerte. Yo preferiría «visita».

-Pero no recibí de vuestra parte invitación alguna de visita, ¿verdad?

-¡No la necesitabais! ¡Sois mi marido! Pudisteis haber ido a verme en cualquier momento que os hubiera apetecido. ¿No lo habíais hecho antes? -le preguntó con una mirada lasciva-. ¿No me echáis de menos, Arran? ¿Un poco, quizá?

-Os he echado de menos en la cama -respondió, sosteniéndole la mirada-. Y ha pasado demasiado tiempo desde entonces.

El rubor volvió a colorear las mejillas de Margot, pero se las arregló para no bajar la vista.

-¿Tanto ha sido?

La mirada de Arran se deslizó hasta su boca. Una eternidad. Se sentó muy derecho, inclinándose hacia ella.

-Un tiempo larguísimo, muchacha. Tres años, tres meses y un puñado de días. La sonrisa de Margot se borró de golpe. Entreabrió ligeramente los labios y parpadeó varias veces como mirándolo con sorpresa.

-Sí, leannan, sé muy bien durante cuánto tiempo me he visto libre de vuestra carga. ¿Eso os sorprende?

Algo en los ojos de ella pareció apagarse.

-Un poco -admitió en voz baja.

Arran esbozó una sonrisa lobuna. El pulso le estaba atronando en las venas, acusando el familiar ritmo del deseo. Se apartó el pelo de la sien y dijo:

-Lástima que ahora todo esto me sea tan indiferente.

Allí estaba otra vez, un fugaz brillo de emoción en sus ojos. ¿Había acertado el golpe? Tampoco le importaba demasiado... porque nunca lograría compensar el golpe que él había recibido de ella.

                         

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