Pobre millonario
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Capítulo 3 Capitulo 3

Capítulo Tres

Para ser un hombre que se pasaba el día aislado del mundo, con los caballos, Elias tenía buena mano con la gente.

La tienda a la que había llamado Jenny llevaba poco tiempo abierta y por eso quería probarla, pero doce minutos después de entrar en ella supo que no volvería. La vendedora, una señora mayor de aire severo que siempre tenía el ceño fruncido, estaba hablando por teléfono cuando ellos llegaron y ni siquiera los saludó. Cinco minutos después, cuando por fin colgó, fue directa a la trastienda, todavía sin saludarlos, y tardó en salir otros siete minutos.

Cuando por fin se acercó lo hizo con actitud altanera, mirando a Elias por encima del hombro. Y puso los ojos en blanco cuando Jenny le anunció que tenían poco presupuesto y que querían ver qué tenían de saldo.

Fue tan grosera que Jenny estuvo a punto de marcharse e ir a otra parte, pero Elias empezó a bromear y a flirtear y, solo unos minutos después, la mujer estaba riendo y sonrojándose como una colegiala. Y, todavía más sorprendente, cuando Elias comentó que el esmoquin era para un acto benéfico, la mujer le ofreció un modelo más caro por el mismo precio. Entonces Elias le contó que Jenny organizaba eventos y la mujer debió de darse cuenta de que era una clienta en potencia, y fue todo amabilidad con ellos. Aunque Jenny seguía dudando que volviese a aquella tienda otra vez.

–Qué experiencia tan interesante –comentó Elias cuando ya estaban de nuevo en la camioneta, conduciendo de vuelta al despacho de Jenny.

–Tengo que disculparme. Era la primera vez que iba a esa tienda y no volveré a hacerlo.

–¿Por qué?

–¿Después de cómo nos ha tratado? Ha sido muy poco profesional. No entiendo cómo has podido ser tan agradable con ella.

Elias se encogió de hombros.

–Me gusta darle a la gente el beneficio de la duda. Tal vez estuviese muy ocupada. O quizás tuviese un mal día y necesitaba que alguien se lo alegrase.

–Eso no es un motivo para ser grosero con nadie.

Elias la miró.

–No me digas que nunca has tenido un mal día, que no has hablado mal a alguien que en realidad no se lo merecía.

–No a un cliente.

–Entonces es que eres mejor persona que la mayoría.

O que había aprendido a separar las emociones del trabajo.

Le pareció una pena que alguien con las habilidades sociales de Elias estuviese de peón en un rancho. Podría llegar mucho más lejos en la vida con la motivación adecuada. Tal vez pudiese incluso ir a la universidad.

Jenny se recordó que lo que hiciese con su vida no era asunto suyo. Como asesora de imagen formaba parte de su trabajo ayudar a la gente a cambiar su vida, y le encantaba lo que hacía, pero Elias ya le había dicho que le gustaba ser como era. Y, en realidad, ni siquiera era su cliente. Solo tenía que aconsejarle cómo comportarse durante la gala. Aparte de eso, no tenía ningún derecho a inmiscuirse en su vida. Aunque fuese una pena ver cómo se perdía semejante potencial.

Se dio cuenta de que Elias no giraba donde debía para volver a su despacho.

–Tenías que haber girado ahí –le dijo.

–Sé adónde voy –respondió él.

–A mi despacho se va por ahí. Por este camino nos alejamos.

E iban hacia la peor zona de la ciudad.

Además, tenía que hacer un par de llamadas esa tarde.

Elias habló:

–Tal vez no te esté llevando a tu despacho.

A Jenny le dio un vuelco el corazón. ¿Qué significaba eso?

¿Y si no debía haberse subido a aquella camioneta?

¿Qué sabía de aquel hombre? Era atractivo y encantador, pero bien podía ser un asesino en serie.

Lo miró. Estaba relajado, no parecía que fuese a sacarle una pistola de repente.

Aun así, se acercó un poco más hacia la puerta, para abrirla de golpe cuando la camioneta se detuviese si era necesario.

–¿Adónde me llevas?

Él la miró y sonrió.

–Relájate. No te estoy secuestrando. Solo te llevo a tomar algo. Es lo mínimo que puedo hacer para darte las gracias.

Jenny suspiró aliviada y se tranquilizó.

–No es necesario, de verdad. La fundación me compensará por mi tiempo.

–Aun así, quiero hacerlo.

–Mira, la verdad es que tengo que volver al trabajo.

–Son casi las cinco de la tarde y es viernes.

Eran exactamente las cuatro y veintisiete y cuanto más siguiesen avanzando en dirección contraria a su despacho, más tardaría en volver.

–Tenía pensado trabajar hasta tarde.

Se detuvieron en un semáforo en rojo y él se giró a mirarla.

–¿Por qué?

«Porque no tengo vida», fue lo primero que pensó Jenny. Aunque, por triste que fuese, no era un motivo.

–Tengo obligaciones.

–Que seguro que pueden esperar a mañana –comentó Elias, acelerando cuando el semáforo se puso en verde–. ¿Verdad?

–Estrictamente hablando, sí, pero... –Entonces, ¿no preferirías divertirte un poco?

–Me divierte trabajar.

Él arqueó una ceja.

–¿A ti no te divierte trabajar? –le preguntó ella.

–No un viernes por la tarde –contestó Elias, mirándola de reojo–. Apuesto a que bailas muy bien.

En realidad se le daba fatal bailar.

–Pues no. Y tengo que volver al despacho.

–No –la contradijo él sin más.

Entró en el aparcamiento de Billie's, un pequeño bar country al que Jenny jamás habría entrado sola. Le recordaba demasiado a los locales de los que había tenido que sacar a su madre, demasiado perjudicada como para mantenerse en pie sola, en Nevada.

Y antes de que le diese tiempo a insistir en que diese la vuelta y la llevase a su despacho, Elias se había bajado de la camioneta y estaba dándole la vuelta.

Abrió la puerta y le tendió una mano para ayudarla a bajar.

–No puedo hacer esto –le dijo Jenny.

–Solo tienes que bajar hasta el suelo –le dijo él sonriendo–. Y te prometo agarrarte si vas a caerte.

Seguro que sabía que no era a eso a lo que se refería, pero intentó camelarla con una sonrisa. ¿Por qué tenía que ser tan encantador?

–Por norma, no salgo nunca con mis clientes.

–Buena norma, pero yo no soy uno de tus clientes.

En eso tenía razón.

–Pero la fundación lo es y, por lo tanto, tú también.

Era evidente que no estaba logrando convencerlo.

–Lo cierto es que no conozco a casi nadie en la ciudad y a veces me siento solo.

Jenny no había esperado que fuese tan sincero con ella. Le estaba poniendo muy difícil decirle que no.

–Seguro que ahí dentro hay muchas mujeres que estarán encantadas de tomarse una copa contigo.

–Pero yo quiero tomármela contigo.

Jenny tuvo que reconocer que, aunque fuese extraño, quería conocer mejor a Elias. Había algo en él que la fascinaba. Y no se trataba solo de que fuese guapo, aunque tampoco pudiese negar que se sentía atraída por él.

Su vida personal era tan triste que cuando un hombre guapo y sexy la invitaba a tomar una copa, ella prefería volver a trabajar. ¿Cómo era posible que se hubiese obsesionado tanto con el éxito?

Aunque siempre podía verlo desde un punto de vista profesional. Elias tenía mucho potencial. Tal vez si se conocían mejor, podría animarlo a hacer algo más con su vida.

Además, sería solo una copa.

–Una copa –le dijo–. Y luego me llevarás de vuelta al despacho.

–Prometido.

Y con una sonrisa que decía que había sabido desde el principio que iba a convencerla, le tendió la mano para ayudarla a bajar. Tenía la mano grande y callosa y cuando tomó la suya, Jenny se sintió... segura. Era como si, instintivamente, supiese que Elias jamás permitiría que nadie ni nada le hiciese daño.

Qué ridículo. Casi no lo conocía. Y, además, era muy capaz de cuidarse sola.

Lo soltó en cuanto estuvo en tierra firme, pero en cuanto echó a andar por el camino de gravilla con sus altísimos tacones se dio cuenta de que no iba vestida de manera apropiada.

–Pareces nerviosa –comentó Elias cuando estaban llegando a la puerta.

–Voy vestida demasiado formal.

–A nadie le importará, confía en mí.

Jenny avanzó.

Elias se dispuso a abrir la puerta y a Jenny le asaltó un torrente de recuerdos. Una habitación llena de humo y con olor a alcohol y a desesperanza. Música country tan alta que uno casi no podía pensar, mucho menos mantener una conversación, aunque nadie fuese allí a hablar. Se imaginó a parejas bailando apretadas en la pista de baile y besándose en los rincones.

Y cuando Elias abrió la puerta casi le dio miedo encontrarse allí a su madre, caída al final de la barra, con un vaso de whisky barato en las manos, pero no vio eso, sino un local limpio y bien cuidado. La música estaba a un volumen respetable y el ambiente no olía a tabaco y a alcohol, sino a carne a la brasa y a salsa barbacoa.

En la barra había varios hombres viendo un partido en una enorme pantalla plana, pero casi todas las mesas estaban vacías.

–Por aquí –le dijo Elias, llevándola a la zona que había detrás de la pista de baile, donde no había nadie.

Jenny se sobresaltó al notar que le ponía la mano en la espalda. ¿Por qué tenía que tocarla tanto? No era profesional.

Aunque tampoco lo fuese tomarse una copa con él.

No quería que la malinterpretase ni que pensase que estaba interesada en una relación que no fuese profesional. Aunque pensaba que ya se lo había dejado claro.

Se sentaron a la mesa y pronto llegó una camarera a tomarles nota. Era una mujer mayor, con rostro amable, con un delantal en el que ponía que las costillas a la brasa de Billie's eran las mejores del oeste.

–Hola, Elias –dijo la mujer sonriendo–. ¿Lo de siempre?

–Sí, señora.

Luego se giró hacia Jenny y la miró sorprendida. Debió de ser por el traje.

–¿Y para tu amiga?

Jenny se sintió obligada a explicarle que no era su amiga y que aquello era como una reunión de trabajo, aunque, en realidad, tenía que darle igual lo que pensase de ella una extraña.

–Una copa de chardonnay, por favor.

–¿El blanco de la casa le vale?

–De acuerdo.

–Ahora mismo vuelvo.

Cuando se hubo marchado, Jenny comentó:

–Supongo que vienes mucho por aquí.

Elias se encogió de hombros.

–De vez en cuando.

–¿Y dónde trabajas exactamente?

–En el rancho Copper Run, está a las afueras de Wild Ridge.

–Nunca he oído hablar de Wild Ridge.

–Está más o menos a dos horas al noroeste, en las montañas de San Bernardino. Era un pueblo minero.

–¿Y haces cuatro horas de trayecto cada vez que tienes que reunirte con tu profesor?

–Nos vemos dos veces por semana, jueves y domingos en la biblioteca. Vengo los jueves por la tarde y me quedo en un hotel, y vuelvo al rancho los domingos después de la clase.

–¿Y a tu jefe le parece bien que te tomes tantos días libres?

–Es un hombre generoso.

Más que la mayoría.

–¿Cuánto tiempo llevas trabajando para él?

–Ocho años.

–¿Y has pensado alguna vez en hacer algo... diferente?

–¿Como qué?

–No lo sé. Volver a estudiar, por ejemplo.

–¿Para qué? Me gusta lo que hago.

¿Pero no quería mejorar? Era evidente que se trataba de un hombre inteligente. Podía aspirar a mucho más.

La camarera volvió con la copa de vino de Jenny y una cerveza para Elias.

–¿Os traigo la carta? –preguntó.

–No, gracias –respondió Jenny.

–¿Estás segura? –le dijo Elias–. Te invito a cenar.

–No puedo, de verdad.

–Llamadme si cambiáis de opinión –les dijo la camarera.

–Gracias, Billie –le respondió Elias mientras se alejaba.

–¿Billie? –repitió Jenny–. ¿Es la dueña del local?

–Sí. Lo abrió con su marido hace treinta años. Tienen dos hijos y tres hijas. El mayor, Dave, es el cocinero y la más joven, Christine, atiende la barra. Earl, el marido, murió de un infarto hace dos años.

–¿Cómo sabes todo eso?

–Hablo con ella –le dijo él antes de darle un sorbo a la cerveza–. ¿Y tú de dónde eres?

–Crecí en Shoehill, Nevada –le respondió, dándole un sorbo a la copa de vino que, sorprendentemente, estaba bueno.

–No me suena.

–Es un pueblo pequeño. El típico lugar en el que todo el mundo está al corriente de la vida de los demás.

Y en el que todo el mundo conocía a su madre, la borracha del pueblo.

–¿Sigues teniendo familia allí?

–Lejana, pero hace años que no la veo. Soy hija única y mis padres han fallecido los dos.

–Lo siento mucho. ¿Es reciente?

–Mi padre murió cuando yo tenía siete años y mi madre, cuando estaba en la universidad.

–¿De qué murieron?

Elias hacía muchas preguntas y ella no estaba acostumbrada a revelar tantas cosas de su vida privada a sus clientes, pero no quería ser grosera.

De modo que continuó:

–Mi padre, en un accidente. Era camionero.

Se quedó dormido al volante. Dicen que sobrevivió al golpe, pero transportaba un tanque de combustible líquido que explotó.

–Dios mío –murmuró Elias, sacudiendo la cabeza.

–Mi madre se lo tomó muy mal.

En vez de superar la muerte de su padre, se había refugiado en la bebida.

–¿A qué se dedicaba ella?

–A cualquier cosa que le hiciese ganar dinero.

Aunque, gracias a la bebida, ningún trabajo le duraba demasiado y habían estado mucho tiempo sobreviviendo gracias a ayudas.

–¿Y cómo murió?

–De cáncer de hígado.

Ni siquiera había dejado de beber después de que se lo diagnosticasen. Se

había rendido sin luchar.

De hecho, Jenny sospechaba que había sido un alivio para ella, que su madre se había ido matando poco a poco. Y lo habría hecho antes si hubiese tenido el valor necesario. Y, en cierto modo, ella deseaba que hubiese sido así. No se imaginaba a sí misma siendo tan débil como para no poder luchar por la vida y por el bienestar de su hija por haber perdido al hombre al que amaba.

Había querido mucho a su madre, pero Fiona había sido frágil y delicada. Cosas que ella no sería jamás.

–Debió de ser muy duro –comentó Elias.

–Hacía tiempo que no la veía, y estaba tan ocupada con mis estudios que no tuve tiempo para sentirme mal. Era mi primer año en la universidad de Los Ángeles y no quería bajar la media de sobresaliente.

–Una meta muy alta.

–No podía perder la beca.

–¿Y la mantuviste?

–Cuatro años.

Él le dio un trago a su cerveza.

–Debes de ser muy lista.

Parecía impresionado, como si no conociese a muchas personas inteligentes.

–Mereció la pena trabajar duro. Me gradué con matrícula de honor y empecé a trabajar en una de las empresas de organización de eventos más prestigiosas de San Diego.

–¿Y cómo terminaste en Vista del Mar?

–San Diego era demasiado caro para alguien que acababa de empezar y mi jefe tenía un local aquí. A mí me gustaba mucho esta zona, así que cuando abrí mi propia sucursal, decidí hacerlo aquí.

–¿Y por qué decidiste abrir tu propio negocio?

Jenny le dio otro sorbo a su copa.

–Haces muchas preguntas.

Él tomó un cacahuete del cuenco que había en la mesa y se lo metió en la boca.

–Soy curioso por naturaleza.

Además, era encantador y sabía escuchar. Parecía interesarle realmente lo que le estaba contando.

–Algunos de los clientes más importantes de la empresa trabajaban con ella gracias a mí, pero yo solo me llevaba una parte muy pequeña de los beneficios.

–Así que fue por dinero.

–En parte. También quería dedicarme a la asesoría de imagen. Y la verdad es que me gusta ser mi propia jefa.

Aunque no estaba siendo fácil. Los clientes grandes de su anterior trabajo habían preferido quedarse con una empresa de prestigio. Y en los dos años que llevaba como empresaria, la fundación era la cuenta más importante que había conseguido. La gala sería muy importante, porque asistirían a ella políticos y personajes famosos.

–Parece que te ha ido bien –comentó Elias.

–He trabajado mucho.

–¿Cuánto tiempo llevas haciéndolo con la fundación?

–Desde febrero.

–¿Y eres amiga de Ana Gomez y Ada Saint?

–No, conocí a Ana porque organicé la boda de una amiga suya. Le impresionó mi trabajo y, al buscar a alguien para organizar la gala, pensó en mí. Y a Ada casi no la conozco.

–¿Y qué sabes de la fundación?

–A parte de lo que hacen por la comunidad y de la información que me han dado para la gala, no mucho. ¿Por qué me lo preguntas?

–Por curiosidad –le dijo él, llamando a Billie, que estaba atendiendo a otra mesa, con la mano–. ¿Y qué haces en tu tiempo libre?

–La verdad es que no tengo tiempo libre.

–¿Y qué haces en tus días libres?

–No tengo días libres.

Él arqueó las cejas.

–¿Me estás diciendo que trabajas siete días a la semana?

–Normalmente, sí –contestó Jenny, levantando la copa y dándose cuenta de que la tenía completamente vacía.

–Todo el mundo necesita tomarse un día libre de vez en cuando.

–Me tomo algún día, pero mi negocio está en estos momentos en una etapa crucial. La gala de la fundación va a servir para darle un impulso a mi carrera, o para terminar con ella.

Eso pareció sorprenderle.

–¿Tan importante es?

–Sí. El prometido de Ana, Ward Miller, está implicado en la organización, así que asistirán personas muy importantes. Justo la clientela que necesito para que mi empresa crezca.

–No pensé que fuese tan importante –comentó Elias, como si la idea lo pusiese nervioso.

–No te preocupes. Lo harás bien. Te prepararé tan bien que nadie se dará cuenta de que es la primera vez que hablas en público.

Billie apareció con otra copa de vino y otra cerveza.

–Gracias –le dijo Elias.

–Habías dicho una copa –le recordó Jenny, mirando la hora en el teléfono móvil.

–¿No estás disfrutando de mi compañía?

Sí que estaba disfrutando. Estaba disfrutando de lo lindo. De hecho, se sentía cómoda hablando con él.

Tal vez porque la escuchaba de verdad. Hasta le gustaba ponerse nerviosa cuando la miraba fijamente con sus ojos azules.

Sabía que aquello no estaba bien, pero todo el mundo tenía derecho a soñar. Podía imaginarse cómo sería estar cerca de él. Aunque eso no fuese a ocurrir.

Tenía un plan.

Su vida ya estaba organizada y no había lugar en ella para un hombre como Elias.

Aunque estaba segura de que sería divertido estar con él una noche o dos, todo en su interior le decía que no era buena idea.

–Yo no he dicho eso –le respondió–. Es solo que tengo mucho trabajo.

–¿Y qué pasaría si no lo hicieses esta noche?

Jenny se sorprendió.

–¿Qué quieres decir?

–¿Se vendría abajo tu negocio? ¿Se terminaría el mundo?

Aquello era ridículo.

–Por supuesto que no.

Elias alargó la mano por encima de la mesa y tomó la de Jenny mientras la miraba a los ojos.

Jenny se sintió aturdida. ¿Cuánto tiempo hacía que un hombre no la hacía sentirse así?

Demasiado.

–No vuelvas al trabajo –le pidió Elias, derritiéndola con la mirada–. Pasa el resto de la tarde conmigo.

            
            

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