Pobre millonario
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Capítulo 5 Capitulo 5

Jenny suspiró al notar los labios de Elias en los suyos, besándola despacio, con ternura. Su barba le hizo cosquillas. Era la primera vez que besaba a un hombre que no estuviese afeitado, pero le gustó. De hecho, era el mejor beso que le habían dado. Con diferencia. Y eso que no había hecho más que empezar.

Elias llevó una de las manos a su rostro y luego la enterró en su pelo antes de besarla más profundamente. Ella gimió al notar que le metía la lengua en la boca. Solo podía pensar en que quería más. Era tan maravilloso que no quería que terminase nunca.

Notó que la apretaba contra su cuerpo y cuando se dio cuenta de que estaba excitado, sintió calor por todo el cuerpo. Y tardó solo dos segundos en decidir que aquel beso tampoco iba a ser suficiente. Quería acariciarlo, sentirlo. Quería acostarse con él. Quería notar el peso de su cuerpo apretándola contra el colchón mientras se movía en su interior.

No podía desearlo más.

Le sacó la camiseta de la cinturilla de los pantalones y metió las manos por debajo para apoyarlas en su estómago, y él gimió contra su boca. Todavía no había visto su cuerpo, pero estaba segura de que era perfecto. Empezó a retroceder, haciéndolo entrar en su apartamento, pero Elias se detuvo de repente y rompió el beso.

–Jenny, no puedo.

¿Cómo era posible? ¿No la deseaba? Pues la estaba besando como si la desease.

–No pienses que es porque no te deseo –le dijo él–. Te deseo más de lo que puedas imaginar, pero has bebido más de la cuenta. Me sentiría como si me estuviese aprovechando de ti.

«Aprovéchate de mí, por favor», quiso decirle ella, pero tenía razón. Había bebido demasiado. Y era probable que el alcohol le estuviese nublando el juicio. ¿Cómo que era probable? Claro que tenía nublado el juicio. Estaba invitando a un cliente a entrar en su apartamento con la intención de acostarse con él. Un hombre que no cumplía ni uno solo de los requisitos que, para ella, debía tener un hombre para salir con él. Aunque no tenía intención de salir con él. Solo quería tener sexo con él.

–Tienes razón –admitió, retrocediendo y apartándose de él, agarrándose al marco de la puerta para poder guardar el equilibrio–. No sé qué estaba pensando.

–Si te sirve de consuelo, yo estaba pensando exactamente lo mismo.

Eso hizo que Jenny se sintiese todavía peor.

–Gracias por haberme convencido para que saliese contigo esta noche –le dijo–. Me lo he pasado muy bien.

–Yo también.

–Espero que podamos ser amigos. Podríamos repetirlo algún día.

Pero sin el beso. Y con menos alcohol.

–Me encantaría.

Jenny pensó que si no cerraba la puerta pronto, corría el riesgo de volver a lanzarse a sus brazos.

Él debió de pensar lo mismo, porque le dijo:

–Tengo que marcharme.

–Gracias por la cena, y el vino, y por haberme enseñado a bailar.

–De nada. Gracias a ti por haberme hecho compañía.

La miró como si fuese a volver a besarla. De hecho, dio un paso hacia ella, pero algo en su mirada debió de advertirle lo que ocurriría si lo hacía, porque se dio la vuelta y desapareció por el pasillo.

Cuando oyó el motor de la camioneta arrancando, Jenny cerró la puerta y entró en casa.

Había estado a punto de cometer un enorme error. Había cruzado una línea que se había prometido que jamás cruzaría. Por suerte, Elias había echado el freno, pero ¿por qué en vez de sentirse aliviada se sentía tan mal?

Elias se quedó sentado en la camioneta con el motor encendido, agarrando el volante con fuerza e intentando calmar su corazón. ¿Qué era lo que acababa de ocurrir? Era consciente de que Jenny había estado bebiendo y de que él había estado calentándola en la pista de baile, pero no había esperado que se lanzase a sus brazos así. Y cuando lo había besado... Había sido increíble. Jamás había conectado tan bien con una mujer. Tanto física como emocionalmente. Por eso le había costado mucho decirle que no. Y había estado a punto de volver después.

Si hubiese estado sobria habría aceptado su invitación sin dudarlo y en esos momentos estaría en su cama, pero, por suerte, había bebido. Eso le había servido de excusa para no continuar.

¿En qué había estado pensando? ¿De verdad había pensado que tener una aventura con Jenny podía ser buena idea? No tenía tiempo para algo así. No tenía tiempo para ella, ni para nadie. Tenía una misión: desenmascarar a Oliver Cameron, y no podía distraerse.

Aunque Jenny habría sido una distracción muy estimulante. Y había estado en lo cierto al pensar que debajo de aquel traje de chaqueta había una mujer apasionada y salvaje deseando liberarse. Pero debía mantenerse alejado de ella, por el bien de ambos.

Al día siguiente la llevaría al trabajo y, después de eso, su relación sería estrictamente profesional.

Jenny se despertó a la mañana siguiente con una horrible resaca, pero, sobre todo, avergonzada por su comportamiento del día anterior.

¿Cómo podía haber bebido tanto?

Y todavía peor que la humillación era tener que reconocer que se había divertido mucho. Charlando y bailando. Y coqueteando. No recordaba la última vez que había estado tan relajada, haciendo algo que no fuese trabajar. No podía olvidar cómo había bailado con Elias, ni la suavidad de sus labios ni la fuerza de su erección.

Si no hubiese sido tan caballeroso y no hubiese echado él el freno, habría terminado acostándose con él. Y lo tendría allí tumbado en esos momentos, adormilado, despeinado...

Intentó apartar la imagen de su mente y le dolió más la cabeza.

Salió de la cama y fue a la cocina, donde se tomó tres pastillas y un vaso de agua fría. En el baño se asustó al ver su reflejo en el espejo. Menos mal que Elias no estaba allí para verla, porque daba miedo.

Se duchó, se lavó los dientes y se vistió para ir a trabajar con sus pantalones vaqueros favoritos y una camisa de algodón. Los fines de semana siempre iba mucho más informal que durante la semana. Se secó el pelo y se lo recogió en una cola de caballo, se pinto los ojos y los labios. Y estaba pensando si poner la cafetera cuando llamaron a la puerta. No tenía ni idea de quién podía ser, dado que no solía tener visitas los sábados a las nueve y media de la mañana.

¿A quién pretendía engañar? Nunca iba nadie a verla. Últimamente no había tenido tiempo para amigos.

Abrió la puerta y se encontró con Elias al otro lado.

–Buenos días –la saludó este sonriendo.

Iba vestido como el día anterior, con un traje azul y zapatillas, pero había añadido un sombrero de cowboy al conjunto. Y estaba muy guapo.

Llevaba en las manos dos vasos de café de la cafetería favorita de Jenny y cuando el aroma le llegó a la nariz no pudo evitar que la boca se le hiciese agua.

No se molestó en preguntarle qué hacía allí, dio por hecho que, después de lo sucedido la noche anterior, debía de pensar que estaban saliendo juntos. Le gustó que le hubiese llevado café, pero tendría que dejarle las cosas bien claras y decirle que lo de la noche anterior había sido un error que no volvería a repetirse. Química sexual aparte, no estaban hechos el uno para el otro.

¿Por qué, entonces, tenía el corazón acelerado? ¿Por qué no podía dejar de mirarle los labios?

–¿No vas a invitarme a entrar?

Por norma, Jenny no invitaba a nadie a su casa. En especial, a clientes, porque siempre intentaba guardar las apariencias lo máximo posible.

Pero de todas las personas que conocía, Elias debía de ser una de las que menos importancia daba a las apariencias. Además, le estaba sonriendo de manera muy sexy y el café olía estupendamente. No podía decirle que no. Así podrían hablar de lo de la noche anterior y establecer límites.

Se apartó y se preguntó qué estaría pensando Elias mientras miraba a su alrededor. Qué le parecerían los muebles de segunda mano y la moqueta roída. No era un apartamento fuera de lo normal, pero el alquiler era asequible y la zona, tranquila, y tal vez los muebles fuesen viejos, pero eran suyos.

–Muy acogedor –comentó Elias.

–Quieres decir que es pequeño –replicó ella, cerrando la puerta.

Él se giró a mirarla.

–No, quiero decir acogedor. Me gusta. Me gusta que no se parezca en nada a tu imagen profesional.

Jenny se sintió obligada a darle una explicación, pero tuvo la sensación de que él no la esperaba ni la necesitaba. Así que le hizo un gesto para que la siguiese hasta la minúscula cocina.

–¿Quieres leche o azúcar?

–No gracias.

Jenny abrió un armario para sacar el azúcar.

–Bueno, ¿qué te trae por aquí esta mañana?

–Te dije que te pasaría a recoger.

Ella lo miró por encima del hombro.

–¿Sí?

–Para ir a por tu coche. Lo dejaste en el trabajo ayer, ¿recuerdas?

–Ah, es verdad.

Se le había olvidado. Algo poco habitual en ella. Entonces, ¿él tampoco estaba interesado en una relación?

En ese caso, tenía que sentirse aliviada, ¿por qué se sentía decepcionada?

«A ti te pasa algo, cielo», se dijo a sí misma mientras se ponía azúcar en el café.

–También quería darte algo –le dijo Elias.

Jenny dejó la cucharilla y cuando se giró vio que lo tenía detrás, vio su mirada y lo vio inclinarse hacia delante, y supo lo que iba a darle. Antes de que le diese tiempo a impedirlo, la estaba besando.

Al principio fue un beso suave y dulce, pero pronto se volvió más apasionado. Elias la abrazó y la apretó contra su cuerpo, le metió la lengua en la boca y consiguió que se excitase.

Jenny había tenido la esperanza de que la sensación de que el beso de la noche anterior había sido embriagador hubiese sido fruto de su embriaguez, pero en esos momentos se estaba dando cuenta de no era una ilusión, de que era cierto.

Era todavía mejor de lo que recordaba.

En un momento, volvió a tener ganas de acariciarle todo el cuerpo.

Y eso que había querido establecer límites con él. Aquello estaba mal, pero no podía evitarlo. Era como un tsunami de emociones encontradas.

Se separaron muy despacio, como si ninguno de los dos quisiera hacerlo. Elias suspiró y apoyó su frente en la de ella.

–Me había prometido a mí mismo que no iba a hacerlo, pero te he visto... y no he podido resistirme.

Ella deseó que lo hubiese hecho.

–Yo estaba a punto de decirte que lo de anoche fue un error, que no podemos volver a vernos para nada que no sea de trabajo.

–Sí, pero aquí estamos.

–No va a funcionar, Elias.

–Lo sé.

–Queremos cosas completamente distintas en la vida.

–Lo sé.

–Y en estos momentos no tengo tiempo para una relación.

–Pues no la tengamos.

–Entonces, ¿qué?

Él se encogió de hombros.

–¿Por qué no... tenemos algo informal, solo para divertirnos?

Jenny se quedó pensativa.

Ella no tenía tiempo para diversiones, aunque la noche anterior lo había pasado muy bien. Y tampoco le haría ningún daño relajarse de vez en cuando.

–Tengo una idea –le dijo él, acariciándole la mejilla con el dorso de la mano–. ¿Por qué no pasas de ir a trabajar hoy?

–No puedo.

Pero quería. Quería estar con él. Era diferente de los demás hombres a los que había conocido.

Tal vez fuese porque vivía de manera despreocupada, pero estar con él era demasiado... fácil.

–Claro que puedes –le dijo Elias–. Es solo un día.

–La gala es dentro de tres semanas y queda mucho por hacer.

–Pero es sábado, ven a dar una vuelta conmigo.

–¿Adónde?

–Adonde sea. Podríamos ir de picnic.

Jenny no había ido de picnic desde... bueno, no recordaba la última vez.

Era una idea tentadora, pero no quería que Elias se hiciese ilusiones con ella.

Aunque eso no significaba que no pudiesen ser amigos.

–Iré, pero solo si vamos como amigos.

–¿Y si yo quiero más?

Ella retrocedió para apartarse de sus brazos.

–Entonces, nuestra relación tendrá que ser solo profesional.

–De acuerdo, amigos.

Jenny tuvo la sensación de que había sido demasiado fácil convencerlo.

–¿Podemos marcharnos ya? –le preguntó él.

–¿De picnic?

Elias asintió.

–¿Adónde?

–Conozco un lugar. Creo que te gustará.

Ella pensó que no debía ir, pero quería hacerlo.

Y nunca hacía lo que le apetecía.

Tal vez se mereciese tener un día de diversión.

–Iré a calzarme.

                         

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