Mientras tanto a la hacienda Los Moró, llegó Arnulfo Legorreta con sus pistoleros. Iba dispuesto a cobrar la deuda que don Jacobo había adquirido con él gracias a Úrsulo Jaquez, que pidió dinero falsificando su nombre y firma en unos pagarés. Rosalidia al ver llegar a los hombres armados, puso sobre aviso al viejo en su despacho. Don Jacobo ordenó a la mujer ir a encontrar a Octaviano al camino, y evitar que trajera a su sobrina a la casa. Por lo mismo, le dio algo de dinero a Rosalidia como liquidación de ambos y otra fuerte suma para su sobrina. Terminó pidiéndole a la mujer huir con su pequeño hijo Mariano, y que evitara ser vista por esos hombres. Después de un rato, Arnulfo entrando como dueño y señor fue directo al despacho de Jacobo.
-Vengo por mi dinero viejo Moró.
-Ya le había dicho que no cuento con esa cantidad.
- Ese no es mi problema Jacobo. No pienso irme sin mis 40 000 pesos. Así que vende algunas de tus tierras...
-Ahorita nadie está comprando con la supuesta guerra que se viene...
- Pues estás de suerte... Yo bien podría aceptar las tierras que colindan con tu otra hacienda El Pénjamo, en pago.
-Esas tierras valen casi los 400 000 pesos... Eso sería como regalártelas.
-Mira Jacobo no tienes opción... -dijo Arnulfo poniendo su pistola sobre el escritorio del hombre.
Justo cuando Octaviano estaba por dejar el pueblo, se detuvo. Rosalidia a caballo y con su hijo en brazos, le salió al paso revelándole a su esposo las órdenes de don Jacobo.
-¿Por qué nos detenemos? - dijo Inspiración asomándose por la ventanilla de la carreta -. Me voy a congelar oiga.
Tanto Octaviano como Rosalidia guardaron silencio.
-¿Quién es esta... mujer Octavio? - preguntó la joven sintiéndole casi en automático cierta rivalidad a Rosalidia.
-Discúlpeme señorita. Vamos a tener que regresar a Cuatro caminos -respondió Octaviano -. Debo llevar a mi esposa Rosalidia y a mi hijo a casa de su madre. Es de vida o muerte.
Cuando Octaviano iba a subir con él a Rosalidia, Inspiración le propuso que fuera dentro junto a ella, ya que el frío no daba tregua a nadie. El hombre se sintió incómodo y se quiso oponer, pero la joven insistió.
Ya al ir las dos mujeres en la carreta, Inspiración trató de controlarse.
-Disculpe que la incomode señorita - dijo Rosalidia -, pero debo decirle algo.
-¿De qué se trata?
La mujer le reveló lo que sucedía en la hacienda. Así como la orden de don Jacobo para que Octaviano no la llevara a la casa. Pero Rosalidia no le comentó sobre el dinero que su tío le había enviado; ya que pensaba que el viejo moriría a manos de Arnulfo y ella se quedaría con el dinero. Así mismo quería que ella evitara a toda costa que Octaviano fuera a la hacienda.
-Si me lo matan ¿qué voy a hacer yo sola con nuestro hijito?
- No se preocupe Rosalidia... Octavio no irá a la hacienda. Iré yo sola.
Llegando a la casa de los padres de Rosalidia, ésta se quedó allí junto a su pequeño hijo.
-Usted también se quedara aquí señorita. Don Jacobo me la encargó. Yo iré a buscar al señor. Tengo que ver en que puedo ayudarlo.
-No señor. Usted es quien se va a quedar. Su esposa y su hijo lo necesitan.
Luego la mujer echó a andar con su maleta. Pero Octaviano fue tras ella.
-Usted es lo más preciado para su tío. No voy a dejarla ir.
- Sepa que no me va a poder detener Octavio.
- Ya me lo había advertido don Jacobo, que usted era demasiado terca pero se quedó corto palabra.
Inspiración lo ignoró y continuó caminando. Entonces Octaviano fue y habló con su esposa. No podía permitir que la joven fuera sola a ese lugar. Pero Rosalidia molesta también le iba impedir a él acompañarla.
- Si te largas con ella... ¡Será mejor que te olvides de mí y de Mariano!
- ¡Ellos me necesitan mujer...!
- ¡Tu hijo y yo también te necesitamos!
- ¡Pero ustedes están a salvo y ellos no!
- ¡No vas a ir Octaviano...!
- En cuanto vea que ellos están seguros regresaré... Toma- dijo entregándole unas monedas-. No es mucho pero les alcanzará mientras vuelvo.
La mujer tomando el dinero y guardándolo en su sostén, se dio la media vuelta.
Justo cuando Inspiración llegó al camino que iba a la hacienda, Octaviano la alcanzó en su caballo.
- De esta manera no llegará nunca señorita -dijo bajándose del animal.
-No necesito que me ayude usted... Vuelva con su familia. Ande -dijo molesta.
-¿Por qué está tan enmuinada conmigo?
-¡Porqué quiero...!
-Esa no es una respuesta... Venga la llevaré en mi caballo.
-¡No! - dijo ella y continuó caminando-. ¡No quiero nada de usted!
- Pues así molesta y todo y aunque no quiera la voy a cuidar, y la voy a acompañar.
- ¿Pero que no entiende...? ¡Aléjese de mí! ¡Qué no ve que no lo soporto!
- Yo tampoco a usted, así que estamos a mano. Y más le vale que suba al caballo.
- ¿Y la carreta? ¿Dónde la dejó? ¡Ese carruaje debe ser de mi tío! Se lo quiere quedar ¿verdad? No si luego luego a hacer leña del árbol caído...
-No podemos ir en la carreta, llamaríamos la atención... Suba ya - dijo el hombre subiendo al caballo para luego extenderle su mano-. Venga.
- ¡No quiero que me ayude! ¡Y deje de mirarme así...!
-¡Ah chirrión! ¿Pos así como?
-Pues así como si...
-¿Como si qué?
-Como si yo le gustara... Usted es ca-sa-do. Y tampoco me hable con tanta autoridad.
- ¿Qué dice?
- No quiero que la gente piense que usted y yo pues tenemos algo.
- Ya veo porque no deja que le ayude. Ya sé que es lo que le molesta tanto de mí. Es sólo porque se enteró que soy... casado ¿no?
- ¡No me haga reír! ¡Sépase que su vida no me importa ni tantitito así y...!
- ¡Deje de comportarse como una niña berrinchuda! - gritó Octaviano -. Si la ayudo no es por usted, téngalo por seguro... Le prometí a don Jacobo cuidarla.
Entonces Inspiración resignada subió a las ancas del animal.
- Yo en caballo... y con este clima...
-¡Y agárreme fuerte! - dijo Octaviano sujetando con una mano la rienda, y con la otra las dos manos de la joven, que lo rodeaban por su cintura.
Al estar tan cerca, a ambos les agradó la sensación de sentir el cuerpo del otro. Mientras él dirigía al caballo, ella lo observaba discretamente; y fue allí mismo que en su estómago una sensación extraña comenzó a revolotear. Y él por su parte, al sentir las manos de ella aferradas a él, sonrió y las apretó cálidamente contra su pecho.