INSPIRACIÓN
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Capítulo 5 Parte Cinco

CAPÍTULO 5

Durante una revuelta en el estado de Coahuila, un peligroso criminal fue detenido por uno de los regimientos de militares de la federación, destacamentados en la zona de Cuatro ciénagas. Al mando de los soldados se encontraba el coronel Eusebio Santibáñez, y fue el mismo coronel quien detuvo al forajido Ovidio Arteaga, acusado de cuantiosos robos cometidos por toda la región. Pero en esa intervención no sólo se detuvo a ese hombre, sino a varios más que pertenecían a otros grupos de rebeldes revolucionarios.

Después del sofocamiento de esos intentos de rebelión, y mientras la hacía de carcelero de esos hombres; Eusebio hablaba con su fiel amigo Rómulo Chávez, otro militar también de alto rango. Ambos se encontraban en el improvisado campamento con que el ejército contaba a las afueras del municipio.

- Voy a pedir licencia para ausentarme unos días Rómulo - dijo Eusebio.

- Estando las cosas como están. No creo que te den el permiso hermano.

- Pero es muy importante. Debo atender un asunto familiar.

-¿Tu hermana?

- Si. Ella es muy ingenua y está indefensa. Soy lo único que tiene. Si estalla la revolución quiero que se encuentre en un lugar seguro.

- ¿Cuál es tu plan Eusebio?

- No sé. Tal vez mandarla al extranjero. Tengo una tía en San Antonio Texas.

Mientras tanto en la oscuridad de la noche y en lo alto de las colinas, varios de los rebeldes comandados por Edelmiro Rodarte; preparaban la emboscada para atacar el campamento militar, y liberar a los suyos.

Justo cuando todos dormían, los alzados armados hasta los dientes, tomaron a los militares desprevenidos. Sonaron metrallas, gritos y relinchidos de caballos por todos lados. El cabo que tocaba la trompeta alertando a sus compañeros, fue callado de un sólo tiro en la frente, y a pocos pudo poner sobre aviso. En medio de todos esos disparos y de un descuido, Eusebio que se encontraba resguardando a los presos en varias celdas improvisadas, fue herido de muerte en el pecho. Rómulo al darse cuenta fue a intentar auxiliar a su amigo, pero todo parecía inútil. -¡Te vas a poner bien Eusebio, sólo resiste! - dijo poniendo la mano en el pecho del militar tratando de frenar la hemorragia.

-¡Por favor Rómulo! - dijo Eusebio con esfuerzo y con respiraciones entrecortadas -. ¡Te encargo a mi hermana!

- ¡Pero no digas eso mano, te vas a poner bien! ¡Si esto es sólo un rozóncito! ¡Veras que tú mismo vas a reunirte con ella! ¡Tú la vas a cuidar!

- Rómulo te la encargo... mucho.

- Pero...

- ¡Es la última voluntad de tu amigo...! ¡Por favor...!

- Está bien hermano. Yo cuidaré de ella. Pero ella no me conoce y ni yo a ella. ¿Como daré con tu hermana?

- Vive en la Ciudad de México... En mi maleta está su dirección... Allí mismo está la combinación de una caja fuerte que está en la casa, en el despacho. Allí hay cincuenta centenarios y dinero. Eran para su futuro... pero úsalos para sacarla de todo esto.

- Está bien Eusebio. Pero ahora ya no hables, no te fatigues. En cuanto venga el doctor te vas a componer. Ya verás...

Pero el hombre perdió la vida en manos de su amigo. Rómulo deshecho y con rabia sacó su pistola, y cuando estaba por salir de la tienda de campaña, una bala atravesó su sien derecha y lo hizo caer muerto.

Justo allí en una de las celdas, Ovidio que había escuchado toda aquella confidencia, rápidamente tramó un plan. Y mientras veía como habían muerto esos militares; un par de hombres de los alzados junto a Edelmiro, llegaron al lugar abriendo la celda y dejándolo en libertad al igual que a todos los prisioneros. Ambos hombres cruzaron un par de miradas.

- Ahora te nos unirás, y pelearas con nosotros y por nuestra causa - sentenció Edelmiro -. Denle un arma a este.

Luego Edelmiro y sus hombres salieron del lugar, pero Ovidio sintiéndose libre y con un plan en mente; fue a hurgar en las pertenencias del coronel Eusebio. A los pocos minutos huyó del lugar llevándose la información que necesitaba, así como el uniforme militar del comandante Rómulo.

Ya en la Ciudad de México, en casa de los Santibáñez, Ovidio pidió hablar con la joven.

-¿Rómulo es usted? - dijo la joven acercándose al supuesto militar.

- Así es señorita - respondió el hombre sorprendido por la belleza de la joven.

- Soy Laorel Santibáñez... Mi hermano en sus cartas me hablaba mucho de usted. ¿Dónde se encuentra mi hermano? ¿Por qué no vino con usted?... ¿No me diga que algo malo le ha ocurrido?

El hombre de pie sólo atinó a quitarse su gorra militar. Entonces la bella joven comprendió el motivo de esa visita, por lo que echó a llorar desconsolada cayendo al piso de rodillas.

Ovidio que no era un desalmado después de todo, la tomó en sus brazos para reconfortarla.

Así que haciéndose pasar por Rómulo Chávez, le explicó que debían huir del país para proteger su integridad en el caso del estallido de la revolución.

Tanto la jovencita que recién había cumplido quince años y su nana Escolástica, se negaban a abandonar la casa. Ella no podía perder la que fue la casa de sus padres. Entonces Ovidio con todo el descaro planeó robarse el dinero y los centenarios por la noche, justo cuando las mujeres estuvieran durmiendo. Fue al dar las dos de la mañana cuando Ovidio llegó sigiloso al despacho. Pero se llevó una gran sorpresa al abrir la caja fuerte, ya que no estaba el dinero ahí. Al parecer, apoderarse de esa pequeña fortuna no sería sencillo. Tuvo que regresar a su habitación con las manos vacías.

Por la mañana, Ovidio cambió de planes y pensó en huir. Si no iba a obtener el dinero, tampoco estaba dispuesto a hacerse cargo de la joven.

Y mientras desayunaban, la nana Escolástica aprovechó el momento para hablar a solas con el supuesto militar.

- Yo sé muy bien que usted no es el joven Rómulo. Así que dejese de embustes. ¿Qué es lo que quiere en esta casa?

- No sé a qué se refiere Escolástica.

- Hace tiempo conocí al joven Rómulo, hará como dos o tres años, cuando mi niña se encontraba en el colegio - dijo la anciana arrojándole una fotografía donde aparecía el verdadero Rómulo- ¿Qué es lo que pretende farsante?

- Pues se lo voy a poner fácil. Yo soy lo único que tienen. Eusebio está muerto al igual que Rómulo. Yo vi como los mataron a los dos... Pienso irme hoy mismo de la ciudad... Le ofrezco la oportunidad de librarse de tener que cuidar a esa señorita, yo puedo encargarme de ella, llevarla sana y salva con su pariente en San Antonio.

- ¿Y usted cree que puedo confiarle a mi niña a un desconocido que sólo dios sabe que intenciones tenga?

-Según sé, la revolución está por estallar. Dígame ¿qué piensa hacer usted sola con una chiquilla?... Si usted me da parte del dinero con que la señorita cuenta, yo podría conseguirle un hogar en los Estados Unidos, lejos de la guerra que se avecina.

- Ya veo. Lo que usted quiere es el dinero de mi niña - dijo la mujer comenzando a toser-... Escúcheme muy bien. Yo le daré todo el dinero si usted... se casa con la señorita Laorel.

- ¿Como?

- Yo estoy enferma - dijo la anciana-. No tardaré en dejar sola a mi niña. La única seguridad que tengo de que ella quedará protegida, es que usted se case con ella.

- Pero...

- Como usted dijo... No tengo más en quien confiar. Y así le será más difícil botar por ahí a Laorel... Así que ya lo sabe. Sólo con esa condición usted verá el dinero de mi niña.

- Está bien.

Así en una discreta cena, Escolástica trajo al juez. Ocultándole todo el plan a la joven, la hizo firmar el acta de matrimonio haciéndole creer que se trataba de un poder notarial. Después de eso Ovidio firmó con su nombre real, convirtiéndose legalmente en el esposo de la joven Santibáñez. El mismo juez y la vieja nana firmaron como testigos.

A los dos días justo al amanecer, Escolástica amaneció muerta. En medio de esa lluviosa mañana, Ovidio tuvo que cavar un lugar en el jardín de la casa. Después del entierro de la nana, el hombre se preparó para marcharse; ya que nunca miró el dinero prometido.

-Debo retirarme señorita. La situación es muy tensa y yo... Tuve que desertar para poder venir por usted y cumplir la promesa que le hice a su hermano, pero ya que usted insiste en permanecer aquí, yo debo continuar con mi camino.

El hombre hizo el intento por salir, pero la joven le salió al paso.

- ¡No me deje por favor!

- Lo siento. Pero como le expliqué, no puedo quedarme más.

-¡Escuche! ¡Me iré con usted! ¡Tengo algo de dinero!

Pero Ovidio que sabía que la caja fuerte estaba vacía, pensó que se trataba de una farsa.

-No lo sé. Necesitaremos dinero y yo no cuento con mucho señorita.

-Yo retiré lo que había en la caja fuerte por consejo de mi nana. Ella temía que algún ladrón nos robara...

El hombre raspó su garganta incómodo.

- No señorita. Ese dinero es suyo y yo...

- Nada de eso. Disponga de el como usted lo desee. Pero no me deje sola... Escolástica ya me ha dejado. No tengo a nadie más que a usted.

Entonces Ovidio miró fijamente a los ojos a la joven. Algo en ellos lo hizo por un momento imaginar su vida al lado de ella. Su delicada fragancia no sólo se había impregnado en su ropa, sino en su mente y corazón.

                         

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