Silemen
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Capítulo 2 Cómo imán y metal

Estoy por llegar a la escuela, ya es tarde. Papá me ha traído para ahorrar tiempo en el transporte.

Venía comiendo una barra de granola porque ni siquiera me había dado tiempo de desayunar. Solo me cambié -suerte que había escogido mi ropa la noche anterior-, me lavé la cara, los dientes y desenrede mi cabello. Era una lata tenerlo quebrado, ese punto en el no lo tienes ni liso ni chino. Un punto intermedio.

-Recuerda que hoy es mi primer día de trabajo así que asegúrate de llegar temprano a casa -me comenta mi padre.

-Descuida, iré directo a casa -le doy un beso en la mejilla antes de salir del auto.

Camino por el jardín de la escuela, está seco debido a la época en la que nos encontramos, sacó una hoja doblada de mi mochila. Mi horario.

Entró abriendo ambas puertas del instituto dejándome ver que los pasillos se encuentran casi vacíos.

Camino mientras veo la hoja de papel que estoy sosteniendo, que no me doy cuenta que un chico estaba en mi camino y me estrello contra su pecho.

-Perdón -me disculpo levantando la vista al chico.

Me sorprende lo pálido que esta y como contrasta a la perfección su cabello negro azabache. Sus ojos, grandes ojos color azul que te hipnotizan con solo verlos, me están mirando un tanto divertidos. Es alto, como veinte centímetros más alto que yo.

-Descuida -habla sacándome de mi trance -¿Eres nueva? -pregunta hablando en voz neutral.

Asiento en dirección del chico y él sólo me dedica una sonrisa de lado mientras toma en sus manos mi horario.

-Eso es... -habló pero me interrumpe.

-Ya es tarde, si sigues vagando te reportarán. Sólo voy a ser amable y te llevaré a tu clase ¿de acuerdo?

Sus palabras me sorprenden, la forma tan confiada que lo dice a pesar de no conocerme en absoluto.

Observo a mi alrededor, esperando orientarme y recordar todo de la semana pasada que vine con papá pero me siento extraña junto a él. Como si él fuera un imán y yo el metal que se siente atraído por él. Observó lo que hace. Tiene los ojos cerrados y está un poco acelerada su respiración.

Siento que debo decir algo, no creo que se sienta del todo bien.

-¿Estás bien? -pregunto preocupada ante su acción.

-Sí -vuelve a mirarme. Sus ojos han cambiado de azul a morado, más lleno de color en ellos. Quiero preguntarle si es normal que hagan eso pero el chico vuelve a hablar -. Es por aquí, vamos.

Decido hacerle caso para no perder mi primera clase en esta escuela, después de todo papá ha pagado mucho para que me aceptaran a mitad de curso.

Sigo sus pasos del edificio por dónde entré hasta un campo de fútbol desde donde puedo divisar otro edificio, uno un poco más grande que el otro del que he salido.

-Eres de por aquí ¿verdad? -preguntó haciendo que el chico se detenga a medio campo y me mire con el ceño fruncido. Claramente no piensa contestar esa pregunta.

Tengo razón, ignora por completo mi pregunta y sigue caminando conmigo detrás hasta entrar al edificio que se cierne frente a nosotros.

-Este es -dice deteniéndose frente a una puerta cerrada -. Casualmente es el mío también.

El chico está a punto de tocar pero alguien adentro se adelanta abriéndola.

-¿Qué hacen aquí? -pregunta un hombre de edad madura con algunas canas en el cabello -. Señor Dankworth, ¿por qué llega a esta hora?

Demanda el hombre hacia el chico quien parece estar demasiado tranquilo.

-Es nueva -contesta señalándome -, le estaba enseñando cómo llegar hasta aquí.

El hombre fija su vista en mí, me escanea de arriba a abajo con superioridad hasta que sus ojos se centran en un punto fijo. Cruzo mis brazos frente a mí, obviando la mirada morbosa del profesor hasta que su mirada se aparta un tanto asustada.

-Pasen, pasen -indica nervioso y un poco confundido.

-Gracias -digo agradeciendo más que nada porque dejara de verme tan morbosamente.

-Señor Dankworth, deje que la joven se siente con usted ya que es el único asiento disponible el día de hoy.

-Por supuesto -contesta el pelinegro haciendo una seña para que lo siga hasta una mesa doble que está en el fondo.

-Sigamos con la clase -continúa el maestro escribiendo ecuaciones en la pizarra blanca del frente.

Sacó lo necesario para tomar nota y no perder más apuntes.

Trato de contestar los ejercicios haciendo mi mayor esfuerzo pero no lo logró. Siempre he sido un fiasco en matemáticas.

Volteo hacia el chico quien ha terminado los ejercicios en menos de cinco minutos.

-¿Me podrías explicar? -comentó dudosa -. No logro comprender cómo hacerlos.

El chico me sonríe de una manera misteriosa, sus ojos conectan con los míos, ahora son color azul como cuando los vi por primera vez.

-Creo que lo entiendes a la perfección -me desconcertó por lo que ha dicho y se lo hago mostrar con una mueca interrogativa -. Los ejercicios, los has terminado ya.

Giro para ver mi cuaderno dándome cuenta que tiene razón. ¿En qué momento los termine?

-Creo que tienes razón -contestó aun confundida. ¿Cómo es posible que los haya contestado si soy pésima en esto?¿Y cómo logré olvidar que ya los había contestado?

-Así que, ¿qué hizo que te cambiaras de escuela? -pregunta el pelinegro dejándose caer en el respaldo de su asiento a la vez que estira sus piernas por debajo de la mesa.

-No creo poder contestarte eso. Ni siquiera sé tu nombre.

-Cierto -admite -. Soy Daniel, es un gusto rojita.

-¿Rojita? -preguntó confundida ante su exclamación.

-Tu cabello es rojizo -dice obvio.

Tomé un mechón de mi cabello, como si quisiera confirmar lo que él ha dicho. Lo cual es estúpido ya que llevo diecisiete años con el mismo tono. Un rojo pareciendo más anaranjado.

-Claro, soy Dinae.

Sus ojos emiten un brillo al escuchar mi nombre, la sorpresa está presente. No es como si mi nombre fuera muy común.

-Señor Dankworth -habla el profesor haciéndome sentir miedo de que me mande a dirección por hablar en clase -. Ya que tiene muchas ganas de participar, por favor conteste la primera ecuación.

El chico lo mira con dureza pero hace lo que le pide. Levantándose y caminando entre los pasillos del salón se acerca a la pizarra. Toma el marcador que el profesor le está ofreciendo y sin dudar coloca la respuesta.

-Tuvo suerte -agrega el hombre al ver que no tardó en contestar -. Continúe con la siguiente.

Así lo hace el chico. Coloca la respuesta de la siguiente y un segundo después coloca la respuesta de las otras tres restantes.

Sin decir una palabra le devuelve el marcador al profesor y da vuelta para volver a su asiento. Su seguridad es increíble, cómo camina entre el pasillo de las mesas dobles ganándose las miradas de cada chica de aquí, yo incluida. Hay que admitirlo, el chico es lindo.

-¿Cómo lo hiciste? -pregunto cuando el chico se acomoda en su lugar.

-¿Hacer qué? -pregunta confundido.

-Eso -señaló la pizarra -¿Cómo pudiste contestarlas a la primera y sin dudarlo?

-Creo que soy bueno en matemáticas -y es cuando me percato de algo, sus ojos son color verde.

Esto es extraño, a menos de que existan lentes de contacto que hagan eso ¿cómo es que lo hace?

La clase continúa con más ejercicios, esta vez un poco más fáciles para mí. Los contesto sin problema pero tardo mucho. El chico a mi lado los contesta sin dudar, como si una calculadora estuviera escribiendo las respuestas en un segundo.

Estoy por la tercera ecuación cuando alguien llama a la puerta haciéndome levantar la vista. Una mujer vestida con un traje rojo, un cuaderno en mano y el cabello castaño recogido en un moño alto entra.

-Lamento interrumpir profesor McCabee pero el director quiere a todo el alumnado en el gimnasio.

-Descuide Srta. Lee. Ahora los llevo.

La mujer nos regala una sonrisa amistosa antes de salir.

-Como siempre interrumpiendo sus clases profesor -habla un chico de enfrente.

-Como siempre hablando cuando no es necesario señor Denver -contesta el profesor haciendo que los demás rían -. Vamos, terminaremos el tema para la siguiente clase.

Todos salen en grupos. Daniel camina junto a una pareja. Un chico de cabello castaño y piel morena, más bien bronceada, es sólo unos centímetros más bajo que él. La chica es de cabello rubio, su piel clara dejando ver unas cuantas pecas en las mejillas, sus labios tienen un color rosa pálido haciéndola ver hermosa.

-¿Vienes? -habla Daniel sacándome de mi trance.

Sin contestar, los sigo. Los alumnos de otros salones igual están saliendo. La escuela es grande, incluso más que en la que solía ir.

-Tenemos que darnos prisa -comenta la rubia viendo a ambos chicos -. Saben que si no somos de los primeros en llegar no alcanzaremos lugar.

Sin avisar jala del moreno y Daniel quien a su vez toma mi mano haciéndome caminar cerca de él.

Llegamos a lo que es el gimnasio, es grande y amplio pero no lo suficiente para la cantidad de alumnos que están entrando. Las gradas están casi llenas, tuvimos suerte de que encontráramos cuatro lugares juntos.

La chica me jala para sentarme a su lado, dejándonos a ambas entre los chicos. Daniel a mi lado y su amigo al otro extremo entrelazando su mano con la rubia.

-Eres nueva ¿eh? -comenta la chica viéndome a los ojos. Tienen un color verde claro. Son hermosos.

-Sí -me limito a contestar.

-¿Cómo te llamas? -pregunta el chico a su lado -. No espera, quiero adivinar.

-No creo que lo adivines -le comenta Daniel uniéndose a la conversación -. Jamás había escuchado su nombre.

-Puedo adivinar -asegura el chico. Me detalla minuciosamente, viendo cada detalle de mí.

-¿Entonces? -habla Daniel con una sonrisa en su rostro.

-Te llamas Nadia -contesta el chico seguro de sí mismo.

-No, lo siento -niego -. Vuelve a intentar.

-Camille, Carly, Samantha. Tienes cara de Samantha.

-Lo siento hermano -comenta el pelinegro riéndose de su amigo -. Te dije que no lo lograrías. Su nombre no es muy común, jamás lo había escuchado.

-¿Entonces cuál es tu nombre? -me pregunta la chica.

-Dinae.

Ambos me miran sorprendidos, es claro que nunca habían escuchado ese nombre y no los culpo. Yo tampoco he oído mi nombre en otro lado. Muchas veces me han confundido y llamando Diane.

-Tienes razón, no es para nada común -contesta la chica. Dándome una sonrisa amistosa, se presenta -. Es un gusto chica, mi nombre es Clarans y él es Saldon.

Les sonrió en respuesta justo cuando la voz de un hombre se hace presente.

Todos dirigen su vista al frente en dónde hay una tarima puesta con sillas en una fila formando un semicírculo. La mujer que interrumpió la clase está sentada en una de ellas junto a otras cinco personas.

Detrás del podio de madera esta un hombre de traje negro ajustado perfectamente a sus músculos. Cálculo que está cerca de los treinta años por lo bien que se conserva. ¿Está bien fantasear con un hombre mayor que claramente podría ser mi padre?

-Buenos días alumnos de esta honorable institución -saluda. Su voz masculina, gruesa. Estoy segura que con solo susurrarle un hola a una chica le causaría un orgasmo -. Como se imaginaran, esta es una junta para informarles sobre los eventos que se aproximan.

»En dos semanas será Halloween y, como cada año, haremos una fiesta para recolectar dinero y ayudar a las personas necesitadas. El evento será en sábado para no interrumpir las labores escolares -su discurso es interrumpido por un celular. Por un instante pienso en que se enojara por ello pero sólo saca el aparato de su bolsillo dejándome en claro que el que sonó fue el de él -. La Srta. Lee les dirá lo demás.

Sin más que decir, baja del podio entregándolo a la mujer para después contestar su llamada. Ella le da una sonrisa grata y continua con el anuncio.

-El evento será de disfraces. Se hará un concurso individual y uno en parejas, siendo los tres ganadores los que escogerán y entregarán el dinero recaudado a la caridad de su elección -escucho a la pareja a mi lado discutir sobre que pareja representarán -. Enviaremos un correo a sus padres para informarles sobre esto. El evento iniciará a las siete de la noche concluyendo a las doce. Si bien, no es obligatorio, invitamos a todos a participar.

»Los boletos tendrán un costo de 1,5 libras en lo que queda de esta semana y la siguiente y 2 libras el día del evento. Recuerden que el alcohol está prohibido en este tipo de eventos y quien sea sorprendido consumiendo o agregándole a las bebidas será reprendido según el reglamento.

El director regresa tomando el mando de nuevo. Indica unas cuantas cosas más antes de darnos la orden de regresar a nuestros salones.

-¿Ustedes asistirán? -pregunta Claras en dirección al pelinegro y a mí.

-No lo sé -admito -. Tengo sólo un par de semanas aquí y no conozco nada. Papá no me dejaría asistir.

-¿Qué hay de ti, Daniel? -pregunta Saldon regalándole un guiño cómplice.

-Es obvio que no me perdería esto por nada -ambos chicos chocan sus manos para después reír en una forma extraña.

-Ignoralos -me dice la chica entrelazando su brazo al mío -. Esos idiotas son los que ponen alcohol a las bebidas. No sé cómo lo hacen sin que el chico que cuida las mesas los vea.

-Ya te lo dije amorcito -Saldon aparta a la chica de mi lado para depositarle un beso corto en los labios -, él y yo tenemos nuestros métodos y decírselos a alguien más podría ser el fin de nuestro reinado.

Vuelven a reír a carcajadas. En el salón de clases ya hay algunos en sus lugares. Un grupo de tres chicos sentados en el escritorio dirige su vista hacia nosotros. El chico a quien el maestro calló antes de salir está en medio de los otros dos.

-Chicos ¿quién es su nueva amiga? -dice viéndome nada discreto junto a sus amigos.

-Ella -comienza Clarans - es alguien de quien te debes mantener alejado si no quieres que Mérida te deje tres metros bajo tierra.

La chica me jala hacia mi lugar dándome cuenta que ella y Saldon se sientan justo frente a nosotros.

-¿Quién es él? -pregunto sin dejar de ver al chico. Tiene el cabello castaño, casi rubio, los ojos café y una piel bronceada de ensueño.

-Harthan, el capitán de rugby. Es buen chico pero un idiota con las mujeres. Además de que Mérida es su novia.

-¿Mérida? -pregunto.

-Soy yo -la voz de una chica se hace presente. Es alta, tiene los ojos azules igual que Daniel pero no tan intensos como los de él, su cabello es platinado, corto hasta los hombros.

-Disculpa, yo...

-Descuida, ¿eres nueva? -asiento -. Espero que te integres bien al grupo, la mayoría son unos idiotas pero estarás bien con ellos -dice señalando a los chicos.

-Gracias, soy Dinae -contestó.

-Mucho gusto, Dinae. Bien, ahora tengo que dar un anuncio.

Se da vuelta caminando hasta el frente del salón posicionándose frente a Harthan. El chico la abraza por la cintura para después darle un beso. Ella le susurra algo al oído y el chico asiente.

-Hey -grita el castaño -. Mi chica les dará un aviso.

Todos prestan atención silenciando sus conversaciones.

-Como líder de grupo es mi deber hacer que todos convivan en armonía. Así que haré una fiesta en mi casa el sábado por la noche. Cómo la que el director planea pero será una semana antes, sin disfraces y en esta si estará permitido el alcohol -todos gritan y alaban a la chica.

-Mi novia es lo máximo -grita Harthan y los demás del equipo lo apoyan.

-Dinae -me llama la chica -. Puedes pedirle mi dirección a Daniel o Saldon, tú también estás invitada.

Le sonrió en agradecimiento antes de que la puerta se abra.

La maestra llega saludando a todos y reprendiendo a los chicos sentados en su escritorio.

-Literatura -bufo por lo bajo causando una risa en el chico a mi lado.

-Parece que no te gusta ninguna materia -dice acercándose sigilosamente a mí.

-Sólo estoy esperando la clase de francés -admito.

-¿Te gusta francés? ¿Has visitado París?

-Sí y no. Tome un curso en mi anterior escuela. No he ido a París pero sí a Quebec.

-Está en Canadá ¿cierto? -pregunta mientras la maestra empieza a dejar actividad en la pizarra.

-Sí

-¿De dónde eres? -pregunta -. Por el acento que tienes no suena a que eres de Inglaterra.

-No, soy de Estados Unidos.

-¿De qué parte? -pregunta.

Al momento en el que termina su pregunta los recuerdos de mí en Maine llegan a mi mente. Todas esas veces que me escapaba de la vista de mi madre en el parque cuando solo tenía ocho años.

-De... -me interrumpe.

-Adivinare, eres de Maine -me quedo helada ¿Cuál era la probabilidad de que adivinara de que parte soy? -¿Acerté?

-Sí -bueno, tal vez tuvo suerte.

-Genial.

Empezamos a copiar lo que la maestra a escrito. Me concentro en el trabajo sin poner atención a nada más. Por desgracia francés no me toca hoy.

La jornada escolar ya ha acabado, tuve que pasar a dirección por mi uniforme antes de la hora de salida. Ahora tengo que ir a casa pero no recuerdo cómo llegar.

¡Gracias papá, por traerme y no dejarme ver el camino para cuándo regresará!

-Nos vemos mañana -Saldón y Claras se despiden dejándome a solas con Daniel.

-Bueno, tengo que irme. Mi hermana me está esperando -el chico se da la vuelta para irse pero hablo.

-Espera -me encara con una ceja arqueada -. Yo... no recuerdo cómo llegar a casa y estaba pensando en que tal vez tú podrías indicarme cual es el camino.

Mirándome divertido asiente. Caminamos hasta la entrada del instituto, muchos ya se han ido así que la parada de autobuses está un poco vacía.

-¿Recuerdas la calle? -pregunta el chico sacando una caja de chicles de su mochila.

-Sí, en Sullivan Street -. Sus ojos se abren de sorpresa.

-Tal vez te suene extraño pero yo voy en esa dirección -dice con curiosidad.

-¿Tú hermana vive ahí? -pregunto recordando lo que dijo.

-Sí, yo vivo con ella.

Quiero preguntarle sobre sus padres pero me sentiría como una idiota si me manda al carajo por algo que no me incumbe.

-Bien, me alegro de no tener que ir sola. Aun no me acostumbro a caminar sola por estas calles.

El chico ríe ligeramente de lado. Es lindo, y los rayos del sol ocultándose tras las nubes lo hacen ver majestuoso.

Vuelvo a sentir esa fuerza que me empuja hacía el chico. Esa fuerza me hace creer que me estoy volviendo loca.

Sus ojos han cambiado de color a morado una vez más, se ven hermosos pero aún me sigue asustando que eso pase.

Un autobús se detiene frente a nosotros. El chico se aproxima a éste haciéndome una seña de que lo siguiera.

Él paga la tarifa de ambos para después dirigirse a la parte de arriba del autobús. Esto sólo lo había visto en películas y cuando me imaginaba las historias que papá me contaba cuando vivía aquí hace tiempo, jamás me imaginé que lo estaría haciendo.

-Entonces no irás a la fiesta de Mérida y ni hablar del evento de la escuela

-Tendría que pedirle permiso a papá. En Maine no me dejaban ir a fiestas, mi madre decía que eso afectaría mis calificaciones.

Suspiro ante el recuerdo de todas esas fiestas que me perdí, incluidas las fiestas que mi mejor amiga hacía.

-Estoy seguro que si lo hablas, si dices lo que realmente quieres hacer te dejarán hacerlo.

-Gracias -le sonrió amablemente para después regresar la vista a la ciudad.

Media hora después llegamos a la calle de mi nueva casa. Desde este punto puedo recordar completamente el camino.

-Gracias por traerme hasta aquí -digo viendo al chico -. Creo que a partir de ahora puedo ir sola, mi casa está al fondo de la calle.

Sonríe ampliamente, estirando sus brazos por detrás de su cabeza.

-Igual yo -contesta después de un rato -. Vamos.

Caminamos recorriendo toda la calle. Árboles sin hojas son visibles en el jardín de varios vecinos. Casas coloridas en las que no había puesto mi atención antes.

El chico se detiene frente a una color azul pastel.

-Esta es mi casa -informa. Su casa está a tres casas de la mía.

-Supongo que te veré después -es lo único que se me ocurre decir para despedirnos.

Giro para seguir mi camino hasta casa pero el chico me detiene tomándome del brazo.

-Espera ¿cuál es tu casa? -pregunta realmente intrigado.

-Es... -dudo -, es la última.

-Ok -se limita a contestar antes de girar y caminar a la puerta de su casa.

Sin comprender lo que ha pasado camino hasta casa. Como papá ha dicho en la mañana, aún no llega.

Le mando un mensaje avisando que he llegado a casa. Después de cinco minutos responde:

Papá:

"Salgo en tres horas ¿quieres algo para cenar?"

Dinae:

"¡Compremos pizza!"

Me responde con un pulgar arriba y eso es suficiente para mí. La casa es de un solo nivel, todas aquí lo son.

Camino a mi habitación cerrando detrás de mí. Saco las libretas de mi mochila revisando una por una para realizar la tarea.

Una hora y media después alguien llama a la puerta. Es hasta ahora que me doy cuenta que no tenemos timbre.

Me quedo pensando en quién podrá ser. No conozco a nadie aquí como para que vengan a visitarme.

Vuelven a tocar. Me levanto de mi cama para ver quién es. Una vez más tocan.

-¡Ya voy! -grito un poco irritada ¿qué no pueden esperar un poco?

Abro la puerta encontrándome con Daniel al otro lado. Lleva una mochila negra colgando de su hombro izquierdo.

Aún lleva puesto el uniforme a excepción del suéter. Su camisa está un poco abierta de arriba y desfajada, la corbata ligeramente holgada y el cabello revuelto apuntando en todas direcciones.

-¿Ya terminaste de analizarme? -su voz me saca de mis pensamientos.

-¿Qué haces aquí? -pregunto avergonzada.

-Bueno, eres nueva así que supongo que quieres los apuntes que te has perdido.

-Sí, yo iba a... -me interrumpe.

-He traído los míos -dice señalando su mochila -. Aunque son muchos.

Su sonrisa no desaparece. Le devuelvo la sonrisa antes de hablar.

-Gracias.

-Entonces ¿me dejarás pasar o quieres ponerte al corriente aquí en el pórtico?

-Claro adelante -me hago a un lado para que él entre -. Sólo tengo que avisarle a mi padre que estás aquí.

El chico asiente divertido y se sienta en una silla del comedor mientras yo camino a mi habitación por mis libros y mi celular para avisarle a mi padre que Daniel está aquí.

De regreso al comedor el chico no está.

-¿Daniel? -llamo al chico. Escucho un ruido en la cocina. Camino hasta llegar y encontrarme con el chico revisando el refrigerador - ¿Estás tratando de robar nuestra comida?

El chico se sobresalta haciendo que se pegue en la cabeza.

-Perdón -se disculpa, sobando la parte golpeada -, sólo quería preparar algo para comer. No era mi intención fisgonear.

-Descuida -rio ante su expresión.

¿Por qué no me costó tomarle tanta confianza como para dejarlo revisar nuestro refrigerador?

Preparamos algunos bocadillos antes de empezar con las tareas. Como había dicho Daniel; son demasiadas.

Dos horas después hemos terminado con Literatura.

-Una menos, faltan cinco -comenta el chico riendo un poco.

Son las ocho de la noche cuando el auto de mi padre se estaciona en la entrada.

Camino a la puerta para recibirlo y Daniel se pone de pie cuando entra.

-Buenas noches señor -saluda el chico extendiéndole la mano -. Mi nombre es Daniel Dankworth, vivo a tres casas de la suya.

Mi padre le da un apretón con una sonrisa cansada.

-Mucho gusto joven.

Sin más, se va a su habitación cerrando la puerta detrás de él.

-Creo que no le caí bien a tu padre -susurra el pelinegro.

-Sólo está cansado -dije recogiendo mis cosas -. Deberías irte, es tarde.

Asiente y empieza a guardar sus libros de nuevo en la mochila.

-Te veré mañana en la escuela.

Asiento acompañándolo a la puerta. Y de nuevo esa sensación de que algo me atrae al chico. Me mira confundido, como si también lo sintiera, sus ojos cambian de color. Un morado intenso es visible en ellos. ¿Cuántas veces he visto ese color en sus ojos?

Me detengo a verlo y cuando estoy a punto de hablar él cierra los ojos y gira para salir. Sin decir adiós, camina por la calle que sólo es iluminada por las luces provenientes de lámparas en puntos estratégicos de las aceras.

Sigo sin entender que es lo que causa el cambio de color en sus ojos ¿Es una enfermedad?

Dejándolo pasar, cierro la puerta con llave y camino a la habitación de mi padre tocando ligeramente antes de abrir.

-¿Cómo te fue en tu primer día? -pregunta cuando me ve. Apaga el televisor y se incorpora en la cama para verme mejor.

-Es lo mismo que iba a preguntarte -me siento a su lado dejando caer mi cabeza en su hombro.

-Estuvo cansado, no es para nada igual que en Maine -admite -. Tuve que hacer muchos análisis antes de venir a casa ¿qué tal tú?

Bufo por lo alto.

-Regular. Conocí a varios de mi grupo.

-Ese chico ¿Daniel? -asiento -. Creo que es alguien... especial.

-Especial ¿cómo? -pregunto confundida

Sacude la cabeza desechando cualquier idea que le llegó.

-Nada, cosas mías. Mejor pidamos comida.

Voy a la sala, tomo mi celular y busco el número de alguna pizzería cerca de aquí. Pido una de pepperoni y media hora después llega. Nos sentamos a comer en la mesa que está en la cocina, hablando de cosas triviales que salen a conversación. Riendo sobre recuerdos juntos.

-Papá -lo llamó -. En el instituto harán un evento para recaudar fondos para la caridad. Me gustaría ir.

Bajo la mirada esperando su respuesta.

-Puedes ir -acepta.

-¿En... enserio?

-Sí, eres joven. No puedo esperar que vivas tu vida si no sales y disfrutas -acaricia mi mejilla delicadamente -. Te negué muchas salidas en Maine por culpa de tu madre, no lo haré aquí.

-Gracias.

Se levanta y me abraza por los hombros. Respira profundo y decidido dice:

-A partir de ahora, si quieres salir a disfrutar con tus amigos, salir a caminar, a fiestas o eventos puedes ir -me quedo callada viéndolo -. Sólo avísame en donde estás, con quién y a qué hora regresarás. No en días de escuela y tampoco quiero que te aproveches de mi confianza.

-¿Eso es un sí para la fiesta este sábado y el evento escolar? -pregunto sin ocultar la alegría.

-Sí, querida -besa mi cabeza y camina de nuevo a su habitación -. Sólo llega antes de la una de la mañana y sólo si ese chico Daniel te deja frente a la puerta, siento que ya confío en él.

-Dalo por hecho -sonrió ampliamente y mi padre desapareció en su habitación.

No puedo contener la felicidad. Por fin podré salir con chicos de mi edad, a fiestas juveniles y no sólo a las que mi familia organizaba o asistía.

¿Es así cómo se siente ser adolescente?

                         

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