Mayyuws Minh (Sin esperanza)
img img Mayyuws Minh (Sin esperanza) img Capítulo 2 El descenso a los abismos
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Capítulo 6 Luz al final del túnel img
Capítulo 7 Bile img
Capítulo 8 Asfalto agrietado img
Capítulo 9 Adrastea img
Capítulo 10 La fosa img
Capítulo 11 El adiós img
Capítulo 12 El valle de las dos lunas img
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Capítulo 2 El descenso a los abismos

¡¡¡Seis mil créditos!!! Para un simple trabajador de clase B como Vidar disponer de tal cantidad de saldo era como pasar a pertenecer a la élite. En general, el sueldo medio de los sujetos clase A era de cinco mil créditos, por lo que al menos durante una jornada, el recién parado podría disfrutar de servicios y lujos que de otra manera apenas había podido llegar a imaginar. Como aquel día no tenía que trabajar (y hacia muchísimo tiempo que tal hito no ocurría), disponía de veinticuatro horas completas para su uso y disfrute, y se prometió a sí mismo que no las desperdiciaría.

Lo primero que hizo al verse libre en la gran avenida donde se ubicaba su antiguo lugar de trabajo fue caminar entre la marabunta de gente buscando una cafetería. Vidar apenas podía recordar cuándo fue la última vez que había podido disfrutar con calma del aroma del café, y eso que es uno de esos pequeños placeres que es realmente difícil de olvidar. Halló una mesa desocupada en un café-bar de decoración «retro»; del estilo de las películas que se filmaban dos siglos atrás. En realidad, ya nadie recordaba las arcaicas tramas de aquellos filmes, pero la iconografía de su aspecto visual había sobrevivido al tiempo, y sus diferentes épocas regresaban cíclicamente como modas decorativas para los más sibaritas. Pidió un café del Himalaya solo sin azúcar y la camarera, una clase C, se lo sirvió con celeridad asombrosa. Por supuesto no se trataba de un café realizado con granos de la cordillera asiática, sino una recreación fiel de estos en alguno de los muchos laboratorios que fabricaban los diferentes alimentos en el sector industrial, ya que habían pasado unos cincuenta años desde que la civilización al completo había abandonado su antigua forma de vida dispersa por el mundo para encerrarse en el interior de aquella megalópolis y disfrutar de la auténtica revolución que prometía el vivir todos de forma sostenible en un pequeño espacio donde no existieran más preocupaciones que el día a día gestionado por Adrastea.

Vidar se tomó el café con pasmosa tranquilidad. Sentado. Mirando a través de la cristalera el ir y venir de la humanidad entre los rascacielos de fachadas ajardinadas unidas por pasarelas transitables que se erigían por toda la zona centro de la ciudad. Se sorprendió maravillándose con la sutil belleza que transmitía el perenne verde que envolvía todo y que le trajo a la mente a la «ciudad Esmeralda», capital de un cuento infantil que había leído siendo un niño titulado «El maravilloso mago de Oz», y pensó por un instante en cómo en demasiadas ocasiones no se repara en la belleza que se está acostumbrado a ver, y a veces merece la pena detenerse un instante y observar con atención alrededor para poder apreciarla. En cuanto al resto del mundo, que no había dejado de moverse durante sus fugaces divagaciones, continuaba siendo igual y a su vez diferente cada instante: unas personas corrían hacia el trabajo para no llegar tarde, otras intentando no mojarse demasiado con uno de los riegos programados en forma de lluvia, otras dispuestas a derrochar de un plumazo su salario en vicio, y algunas dirigiéndose con aire abatido hacia los módulos residenciales para descansar y poder reiniciar el ciclo estacionario por el que se regía todo. Allí no había muchas más posibilidades ni preocupaciones, y ese pensamiento de alguna manera le reconfortó mientras el amargo sabor de los últimos sorbos de pseudo café impregnaba sus papilas gustativas.

«Saldo disponible en su cuenta personal - cinco mil setecientos cincuenta créditos. Tiempo restante – veintitrés horas. Disfrute de su dinero».

Debido a otras prioridades, Vidar hacía años que no acudía a un centro de realidad virtual. En su juventud, el abstraerse del mundo y viajar a lugares mágicos de la mano de esa tecnología había sido su pasatiempo favorito, pero poco a poco lo había ido dejando de lado dando preferencia a placeres más adultos como el sexo, las drogas o la bebida. Pero aquel día, como podía permitírselo, decidió darle una oportunidad a su niño interior y se dirigió al centro de realidad virtual, donde contrató un viaje galáctico de dos horas en una sala VIP.

Desde su más tierna infancia a Vidar siempre le habían fascinado las historias acerca de todo aquello más allá de los muros de Mayyuws Minh: las tierras inhóspitas, los bosques, las montañas, los océanos y en especial espacio exterior y sus insondables misterios, por lo que no era de extrañar que su mente en los espacios en blanco fantaseara con épicas travesías entre los astros recorriendo parajes jamás mancillados por el hombre, y la tecnología de la realidad virtual permitía hacer que tales anhelos tomasen forma ante sus ojos. Haciéndole sentir por breves instantes ese gran explorador espacial que siempre había fantaseado llegar a ser.

Se sentó en el sillón masajeador, se colocó las gafas y seleccionó mentalmente gracias a la conexión inalámbrica de su chip el trayecto que quería realizar. Había escuchado hablar muy bien de una curiosa novedad independiente titulada: «Siendo aún un niño me enamoró una estrella». Un viaje virtual hasta los confines de la galaxia que adaptaba con bastante fidelidad la trepidante fantasía visual del poemario de un viejo autor caído en el olvido. Por lo que haciendo caso a las recomendaciones se embarcó en él.

Las dos horas se le pasaron volando mientras visitaba uno a uno los planetas del sistema solar, cruzaba agujeros negros, paseaba por planetas desérticos donde alguna vez habían florecido y caído en desgracia antiguas civilizaciones galácticas, recorría inmensos planetas artificiales o disfrutaba de idílicas puestas de sol en un auténtico paraíso al otro lado del universo. Como suele ocurrir cuando la mente se ha evadido de la realidad, al finalizar el viaje Vidar se quedó desorientado y con una extraña sensación de vacío, pero un grotesco sonido procedente de las entrañas de su estómago le recordó que se aproximaba la hora del almuerzo, y decidió, ya que podía permitírselo, comerse una gran hamburguesa y después acudir a un centro estético para que le dejaran hecho un pincel para darse la noche más loca de su vida.

«Saldo disponible en su cuenta personal - cuatro mil setecientos cincuenta créditos. Tiempo restante – veintiuna horas. Disfrute de su dinero».

Una vez saciada el hambre, Vidar se sometió a uno de esos tratamientos de cambio estético temporal que tan de moda se habían puesto en los últimos años en la alta sociedad. Estos, hacían tomar a quien pudiese permitírselo el aspecto que desease durante veinticuatro horas. Vidar miró el catálogo de rostros y seleccionó el de un modelo rubio de ojos azules y mentón cubierto con barba de tres días que le otorgaba una apariencia que exhalaba masculinidad. Para el cuerpo eligió uno de bronceado medio, esculpido en el gimnasio, pero sin exageraciones. Cuando finalizó el tratamiento, aunque fuese por tiempo muy limitado, Vidar era un hombre muy diferente al que había entrado en el local, y estaba dispuesto a aprovechar su nuevo aspecto en la discoteca.

«Saldo disponible en su cuenta personal - tres mil quinientos créditos. Tiempo restante – diecisiete horas. Disfrute de su dinero».

Como casi todas las tardes se dirigió a «Limbo», el local de ocio más concurrido de la ciudad. Debido a que la sociedad estaba estructurada en tres turnos de trabajo, y que bajo la cúpula que cubría la urbe no existía diferencia entre el día y la noche, allí siempre había movimiento, por lo que para acceder tuvo que esperar una buena cola. Allí, personas de todos los géneros, etnias y edades esperaban su turno para acceder al vicio y desenfreno que brindaba aquel lugar.

Cuando Vidar entró, lo primero que hizo fue acercarse a la barra y pedir un primer cóctel de licor de alta graduación con drogas para poder meterse lo antes posible en aquel ambiente sobrecargado de humo, repetitiva música electrónica y gente deseosa de gastar sus créditos disfrutando lo máximo posible en el proceso.

Tras consumir de un trago el contenido del vaso Vidar se dirigió a la pista de baile y se desató la locura. Saltó. El ritmo de su corazón se aceleró. El mundo comenzó a girar a su alrededor. Danzó. Bebió más. Fumó. Siguió bailando hasta que sus piernas no respondieron. Entró en una cabina privada junto a un hombre y una mujer donde liberó sus instintos sexuales más primarios. Continuó bebiendo, fumando y follando hasta que cuando se quiso dar cuenta caminaba trastabillando borracho entre la muchedumbre de una calle sin saber muy bien hacia donde ir. El chip le avisó.

«Saldo disponible en su cuenta personal - trescientos créditos. Tiempo restante – tres horas. Disfrute de su dinero».

Trescientos créditos que no daban ni para pagar la estancia en una cabina de descanso «low cost», por lo que se acercó a una máquina de vending y allí compró un cartón de vino tinto y una caja de pastillas para anular los efectos nocivos del alcohol y las drogas.

«Saldo disponible en su cuenta personal - quince créditos. Tiempo restante – dos horas y cincuenta y cinco minutos. Disfrute de su dinero».

Con tan insignificante cantidad de créditos no podía adquirirse nada, por lo que en pocas horas pasaría a formar parte del fondo global de mantenimiento de los escasos servicios públicos de la ciudad que realizaban los droides y drones que se movían entre la marabunta de gente sin hacerse apenas notar, pero eso a Vidar, ebrio como estaba, no le preocupó ni lo más mínimo en aquel momento. Se sentó en un banco, abrió el vino arrancando una esquina del cartón con los dientes y pegó un buen lingotazo. Sin importarle lo que pudiese opinar la gente que pasaba en un flujo constante a su alrededor. No fue hasta el segundo trago del cartón cuando reparó en la presencia de una chica que estaba sentada en el banco junto a él.

Se trataba de una chica de unos dieciocho años. De pelo castaño a media melena, piel clara con muchas pecas y ojos brillantes color miel. Su atuendo era humilde, de esos monos genéricos que solían vestir los individuos de clase C. La joven lloraba desconsoladamente.

Con la mente abotargada, Vidar tardó unos segundos en reaccionar, pero en cuanto asimiló la situación en la que se encontraba la joven, le tendió el cartón de vino y dijo:

-¡Ja, ja, ja! Chica, ¡no hay nada en este mundo de mierda que merezca que se derramen las lágrimas! ¡Hip! Hazme caso y da un buen trago a esto. Muchacha, no sé qué es lo que te aflige, ¡hip!, pero ya verás como las penas te parecerán menos penas tras beber un poco de esta basura barata, ¡je, je, je! Mi nombre es... ¡Hip! Vidar.

-Gracias, es usted un hombre muy amable -respondió la chica. Apartó las lágrimas de sus ojos con la mano y aceptó el ofrecimiento del desconocido tomando un buen sorbo de la bebida -. Perdone que le sea tan directa. Suelo serlo. Mi nombre es Danna, y lloro de impotencia, pues no tengo nada que hacer ni ningún sitio a donde acudir.

-¡Ja, ja, ja! ¿Qué quieres que te diga chiquilla? ¡Pues ya somos dos! -dijo Vidar con lengua de trapo al ver que no tenía ninguna notificación de Adrastea asignándole un nuevo puesto de trabajo, y al darse cuenta de que tal desgracia tampoco le importaba demasiado se echó a reír a carcajada limpia entre la marea de gente indiferente que por allí transitaba.

            
            

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