Mayyuws Minh (Sin esperanza)
img img Mayyuws Minh (Sin esperanza) img Capítulo 3 Danna
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Capítulo 6 Luz al final del túnel img
Capítulo 7 Bile img
Capítulo 8 Asfalto agrietado img
Capítulo 9 Adrastea img
Capítulo 10 La fosa img
Capítulo 11 El adiós img
Capítulo 12 El valle de las dos lunas img
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Capítulo 3 Danna

Desde que tenía uso de razón Danna solo había conocido la vida en el interior del centro de capacitación de menores. Se trataba de la institución encargada de analizar a los infantes y aleccionarlos en las diferentes tareas que podrían llegar a realizar al alcanzar la edad adulta.

Hacía algunas décadas, los niños allí ingresados habían sido concebidos de manera natural e inscritos en el centro por sus propios padres, pero con la implantación del anticonceptivo temporal en la alimentación general para evitar embarazos no controlados fuera del laboratorio, todos los internos durante el periodo docente de Danna habían surgido de una probeta para mantener la densidad de población y así evitar desajustes en el equilibrio social y económico alcanzado. La razón de ser de aquel tipo de lugar era asegurarse de otorgar una clasificación justa al nivel intelectual y de capacidad de los estudiantes allí internados para poder colocarles después en algún puesto de trabajo acorde a su potencial. Así, todos los miembros de la sociedad acababan siendo encuadrados en alguna de las siguientes clases o rangos: C, C/B, B, B/A, A, y de forma excepcional, la conocida como A+, clase a la que pertenecían apenas un par de decenas de personas en toda la macro ciudad, y que eran los encargados de supervisar e intentar mejorar el raciocinio y funcionamiento de Adrastea para que se beneficiara de ello el resto de la sociedad.

Lo cierto es que los años que Danna había pasado allí internada había sido muy feliz. ¿Cómo no serlo? Se trataba de una recreación de la vida adulta adaptada a las diferentes edades de los muchachos. Asignándoles todo tipo de tareas diarias y compensando su rendimiento con beneficios y premios. Una vez que los chicos comprendían la dinámica del sistema aceptaban sin reguiñetes el que con su esfuerzo diario podían alcanzar grandes beneficios: leer libros clásicos adaptados, ver películas censuradas, pasar ratos en salas recreativas llenas de juguetes, jugar videojuegos, realizar viajes de realidad virtual, e incluso a los mayores participar en fiestas donde poder divertirse bebiendo alcohol de baja graduación, consumiendo drogas blandas o iniciándose en las prácticas sexuales. Tanto la realización de las tareas como la manera de disfrutar de los premios se utilizaban a posteriori para monitorizar a los sujetos y asignarles el rango que marcaría su estatus durante la madurez. Rango determinado por las capacidades y habilidades innatas en las que destacaban unos u otros.

Pero para Danna el tiempo como alumna del centro había llegado a su fin al haber alcanzado la mayoría de edad, y esta esperaba con paciencia junto al resto de sus compañeros de promoción a que el director les otorgase el acceso a la vida real con el rango que les acompañaría de por vida y el primer trabajo al que debían incorporarse en cuanto pusieran un pie fuera de la institución.

«Estimados alumnos. Después de todos los años que habéis pasado aquí encerrados al fin ha llegado el ansiado momento de recoger los frutos de vuestro esfuerzo y abandonar el nido para volar bien alto. Soy consciente de que la clasificación que os voy a dar puede parecer a priori injusta, pero pensar que no hay nadie en esta sociedad que no sea necesario para el resto. Sea este un rango A+, que os puedo adelantar que no es el caso, o uno C. Seáis encargados de un equipo de informáticos o reponedores de un supermercado. No existe diferencia, pues como bien sabéis desde este instante todos debéis vivir el momento. Si lo hacéis esforzándoos al máximo que os permita vuestra capacidad cuando corresponda, sin duda hallareis la auténtica felicidad que es capaz de otorgar este sistema cuyo único objetivo es mantener el «estatus quo» de nuestra utopía hecha realidad.

Y ahora, sin más preámbulos paso a nombraros uno a uno para entregaros vuestra clasificación. Acercaros cuando llegue vuestro turno y la inscribiré en vuestros chips».

Tras un clamoroso aplauso los jóvenes fueron avanzando en orden y abandonando la sala con un nuevo objetivo en sus vidas que todos parecían aceptar sin objeción. No fue el caso de Danna, la cual sintió una gran decepción al recibir una clasificación C y un puesto como prostituta en uno de los elegantes burdeles del barrio rojo de la metrópoli, cuando ella, que era lo que suele decirse una gran soñadora, había anhelado siempre llegar a ser administrativa, dedicarse a algún tema relacionado con las actividades en las que solía conseguir mejores calificaciones como primeros auxilios o tiro al blanco, u ocupar alguno de esos maravillosos puestos que recibían los trabajadores clase B en los que podían ganarse la vida sin demasiado esfuerzo. Danna no podía comprenderlo. El sexo nunca había sido algo que disfrutase demasiado cuando lo había practicado en alguna de las fiestas organizadas en la residencia, pero el continuo escrutinio de datos al que se veían sometidos desde el primer momento del periodo de capacitación había detectado el aumento del placer en quienes habían mantenido relaciones con ella. Y cotejando esa información con el resto de los datos, la inteligencia artificial había dictaminado que debido a sus habilidades sexuales innatas la prostitución debía ser su ocupación natural.

-Señor, ¿existe la posibilidad de que se me asigne alguna otra ocupación?

-Pequeña Danna, llevo aquí casi treinta años desarrollando la función de notificar los rangos que os corresponden y no existe ni un solo caso en el que Adrastea errara asignando los puestos de trabajo. Créame, si ella te ha colocado en un lupanar, acéptalo sin remilgos, pues con esfuerzo tendrás una vida plena. ¡Es incluso posible que volvamos a cruzar nuestros caminos en una situación más placentera! -respondió el director guiñándole un ojo y dándole una palmada en el trasero.

Indignada por la deleznable actitud y nula empatía del director, Danna se juró a sí misma que no permitiría que nada ni nadie eligiera su destino por ella y se alejó con paso firme de allí. En cuanto pisó las aceras del mundo real y comenzó a comprender las consecuencias que implicaba el haber dado la espalda a su sino la embargó una enorme tristeza. Recordó la clase en la que les expusieron las posibilidades que tenían para vivir aquellos sin trabajo y se puso a llorar sin poder hacer nada para evitarlo cuando le vino a la cabeza la última opción. Aquella reservada a ancianos, enfermos crónicos o desesperados: el suicidio asistido voluntario. Una simple pastilla que necesitaba la aprobación de Adrastea para suministrarse, con la cual expiraba la vida del solicitante en un instante y el cuerpo pasaba a formar parte del catálogo de órganos si este estaba en buen estado o, en caso contrario, para fabricación de productos farmacéuticos o alimentos. Por suerte el encuentro con aquel borracho llamado Vidar, la hizo relajarse y decidió unirse a él para ver que podía deparar el futuro a dos parias sin oficio ni beneficio.

Cuando terminaron el vino, sin saber muy bien que hacer en sus respectivas situaciones, los recién conocidos tomaron una calle secundaria de las que se alejaban del conglomerado central hacia los suburbios. Vidar pensó que allí podrían encontrarse con alguien en su misma situación que les instruyera en cómo sobrevivir con los escasos ingresos que otorgaba la vida sin trabajo, y Danna, que no tenía ningún conocimiento del mundo más allá de lo que había aprendido en el centro de capacitación, siguió sin objeción sus pasos.

Se tomaron las pastillas para neutralizar la resaca y poco a poco se alejaron del bullicio de la almendra central de Mayyuws Minh donde se concentraba el setenta por ciento del trabajo administrativo y el ocio, y llegaron a la zona industrial. Se trataba de un distrito en apariencia desierto, pues todos los que allí se encontraban, estaban en el interior de alguna de las líneas de montaje de las factorías dispersas aquí y allá. Vidar y Danna caminaron y caminaron, pero la extensión de la ciudad era tal que después de varias horas avanzando sin descanso entre naves industriales que parecían clonadas, decidieron arriesgarse a hacer un alto en el camino junto a uno de los bidones ardiendo que habían visto de vez en cuando en los rincones más lúgubres de aquel lugar, aun conociendo los rumores del tipo de gente que frecuentaba las calles de ese sector de la urbe.

-¡Joder! ¡Qué alegría parar un rato para desentumecer los músculos! Estoy tan cansada que hasta me echaría una siesta sobre esos cartones.

-¡Jajaja! No creas que es mala idea chiquilla. En algún momento debemos dormir algo, y sin créditos para costearnos una cápsula de reposo este lugar es tan bueno como cualquier otro.

De repente una voz procedente de entre los cartones les sobresaltó:

-¡Ja! Ustedes deben ser nuevos por estos lares. Se huele a kilómetros su ingenuidad. Han tenido una suerte enorme de haberse topado conmigo en lugar de con un grupillo de esos sucios indeseables que se han multiplicado como ratas por aquí estos últimos tiempos. No entiendo como Adrastea lo está permitiendo, pero supongo que sus razones tendrá nuestra «dueña y señora».

Quien les hablaba era un hombre de mediana edad, de ropa andrajosa y una enmarañada barba plagada de canas que cubría casi en su totalidad sus rasgos faciales, el cual se acercó cojeando hasta el calor del fuego que habían elegido para tomar un descanso, pegó un buen trago de una petaca, la guardó en un bolsillo interior de la chaqueta de paño marrón que vestía y les habló con una gran sonrisa a la que le faltaban numerosos dientes:

-Os veo asustados. ¡Je! No temáis, soy solo un viejo de nombre Dionisio. Encantado de conoceros -se presentó y continuó hablándoles-. ¿Sabéis? No sé si será casualidad, pero sobre estas mismas horas hace cincuenta años vi la luz por primera vez. ¡Je! Debo ser de los pocos que quedan vivos que llegaron a conocer el mundo más allá de la cúpula que cubre esta «maravillosa» ciudad sin esperanza. Aunque voy a ser sincero, en aquella época era tan pequeño que en mi memoria de aquello no queda más que algún que otro recuerdo disperso.

-Gracias, señor -dijo Danna -. Vidar, mi compañero y yo, estaremos encantados de compartir un tiempo con usted. ¡Estamos cansadísimos! Por cierto, mi nombre es Danna.

Vidar se limitó a asentir, y Dionisio continuó hablando:

-¡Estupendo! ¡Ja! Como les he comentado hoy debe ser mi cincuenta cumpleaños, y si no es hoy, quizá lo fue ayer o tal vez mañana. El caso es que si este mundo fuese como debe ser, ahora mismo debería estar celebrándolo en una bonita casa rodeado de mis familiares y seres queridos, sin embargo, aquí estamos alrededor de un fuego improvisado tres miserables sin nada más que hacer que lamentarse por su desgraciada vida y lamerse las heridas. ¡Al cuerno con todo! Vidar y Danna, vamos a celebrar mi cumpleaños o «no cumpleaños» como si el mero paso del tiempo sirviese para algo en este mundo de mierda que nos ha tocado habitar. Creo que tengo algunos manjares y bebida en el carro donde guardo mis más preciadas pertenencias. ¡Je! Y viéndoos, francamente dudo mucho que tengáis algo mejor que hacer que acompañarme en este día tan especial.

            
            

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