Con casi cinco siglos de historia, cada año es venerada por miles de fieles, dentro y fuera de su basílica en Zapopan, uno de los municipios que conforman la zona metropolitana de Guadalajara: la capital del occidental estado de Jalisco.
Betin es un peregrino que va andando por la avenida. El chico madrugó, pero sabe que va a valer la pena el desvelo. Ha subido de rango, puesto que va a cumplir seis años. Es muy viejo para pedir limosna por las calles, ahora vende chicles en los cruceros y aprende el negocio familiar. Su apariencia es la de un pordiosero: pantalones de brinca charcos pues la prenda deja al descubierto los tobillos delgados, no hay calcetines, botas viejas y desgastadas, un abrigo que le regalaron en las Navidades pasadas, robado por su puesto, pero abrigador. Hoy es un excelente día para llenar los bolsillos de dinero y otras chucherías.
En una hora empezará a amanecer en la ciudad de Zapopan. Luis camina a medio metro de distancia de la joven Wendy, lleva en su bolsillo dos carteras. La sucia gorra de red le cubre parte del rostro superior y del cabello grasoso. Tiene botas negras de trabajo, mezclilla en color gris, chamarra con doble vista, interior oscuro, exterior un cuadrado en color rojo y azul. Wendy no corre con la misma suerte que su acompañante, no hay nada en su bolsa de mano. El vestido que usa es una talla de niña, el abrigo tejido de franela con algunos agujeros ya no conserva el color original porque se perdió con el tiempo y ahora es pardo. Su rostro es tan agradable que la gente siempre la recuerda.
Matteo camina entre los peregrinos sollozando, sujeta la cuerda que limita las comitivas. El sombrerito se le cae de la cabeza y es aplastado por los peregrinos, eso le hace llorar. Sin soltar la cuerda, camina asustado entre la gente. El llanto del niño llama la atención del señor Sapo, un hombre obeso que voltea para todos lados. Es un ladrón que conoce su oficio. Se acerca al pequeño y se da cuenta que no lleva la calcomanía de identificación. Los organizadores las ponen a disposición de la gente para escribir datos importantes: nombre y apellidos de los infantes, dirección y teléfono. El señor Sapo le echa una última mirada y le toma de la mano.
Al sentir la mano gruesa y rasposa del hombre gordo, Matteo Passerini se asusta y trata de huir. Luis y Wendy cruzan la avenida. Ella abraza al pequeño para darle consuelo. Betin se une a ellos y todos juntos salen de la comitiva. Matteo se mueve y pesa mucho para una mujer delgada. Luis lo toma en brazos, para él, trece kilos no son nada. No es el primer muchacho que llevan a casa. Wendy se quita su abrigo y cubre al niño.
Las danzas se estacionan en la plaza Juan Pablo II, esperan la llegada de la generala. Luis, Wendy, Betin y el señor Sapo, desvían su camino rumbo al periférico. Es un día de suerte, evitan las calles que llevan a la basílica, caminan y caminan sin dejar rastro.
En la romería el nombre de Matteo Passerini es voceado y se reporta la desaparición. La lista de personas perdidas es larga, casi al final todos encuentran a sus familiares. La fiesta religiosa dura dos o tres días para todo aquel que quiera presenciar a María en su casa, la Basílica de Zapopan. Las danzas continúan durante horas. El inicio del recorrido es en la Catedral de la ciudad de Guadalajara.
Por la noche la foto de Matteo Passerini se muestra en televisión, en la bañera, sonríe a la cámara junto a su madre en un baño refrescante. Ofrecen recompensa en letras grandes para toda persona que de información del pequeño niño italiano. En el noticiario matutino, Ana Brenda pide por la vida de su hijo; el marido la abraza con fuerza, ella está cansada, pero le quedan fuerzas para suplicar con llanto que le devuelvan a su pequeño.
El temor a ser atrapado detiene al señor Sapo para acercarse a cobrar la recompensa por el niño italiano. Matteo Passerini llora día y noche, balbucea cosas que nadie entiende, apenas sabe algunas palabras en español. Todos se tapan los oídos para no escuchar los berridos, a Luis le molesta más que a los demás. Wendy lleva sin salir tres semanas por cuidar al niño.
Anochece, Betin se acuesta en su catre a dormir mientras los adultos ríen, beben alcohol y juegan a las cartas. Matteo se despierta y vuelve a llorar, eso enloquece a Luis que levanta al niño y lo acomoda sobre las rodillas para nalguearlo. El señor Sapo detiene la mano de Luis. Wendy se encarga de hacer callar al niño. Le canta ‹‹A la ru ru, nene, a la ru ru ya, duérmete mi nene, duérmase ya...››. Lo llama Diego, es un nombre bonito y de alguna forma tiene que llamar al pequeño.
La foto de Matteo Passerini sigue en los noticiarios. El señor Sapo necesita salir fuera de la ciudad, encarga el niño a Luis y a Wendy y se va. En ausencia del señor Sapo las puertas se abren a las nueve de la noche. Wendy prepara algo para cenar. Llevan licor y cigarros. Luis mandan a los niños a dormir, la función empieza y termina cuando todos descansan embriagados.
Meses después.
Al otro lado del periférico que rodea la zona metropolitana, Ana Brenda se rehúsa a regresar a Milán. Carlo ama a su esposa pero empiezan a tener problemas, todos los días reciben llamadas diciendo que vieron al niño con la intención de cobrar la recompensa. Matteo no aparece se lo tragó la tierra.
Carlo termina con todo, no más anuncios, no más llanto, no más súplicas ni llamadas falsas, le pide a Dios que su hijo aparezca porque no está dispuesto a ver morir a su mujer de pena. Ella está de nuevo embarazada. Con tanto sufrimiento, cada día se la ve más frágil, delgada y pálida. Carlo quiere que su segundo hijo nazca en Milán. Le pide irse de México por el bien de todos. Ana Brenda acepta regresar. Antes de partir, quiere ir a pedir un favor, como uno más de los miles de feligreses que acuden a María rogando un milagro.
Los ojos de Ana Brenda se llenan de lágrimas al pisar el suelo de la iglesia, se pone de rodillas y recorre las bancas arrastrando las piernas, suplica por la vida de su hijo en cada movimiento. Al llegar al altar y contemplar la imagen, hace una promesa: el 12 de octubre perdió a Matteo y ese día regresará, año tras año, hasta que un día vengan los dos. Ruega a la Virgen que le permita mirar a su hijo una vez más. Se persigna, limpia sus rodillas. El ruido de los tacones retumba en el templo. Bandadas de palomas vuelan y comen de lo que los peregrinos les ofrecen, el excremento mancha el piso y es por eso que los visitantes se cuidan. A la salida un limosnerito pide caridad, tiene la mirada fija en el suelo, no se le ve el rostro, solo su mano extendida. Ana Brenda no es una mujer generosa, ni caritativa, pero se detiene y saca un billete de su cartera, se lo da a la mujer que acompaña al niño y luego se va a prisa.
Carlo promete a Ana Brenda regresar
a México después de que nazca su segundo hijo para continuar buscando a Matteo.