Eres bonita
img img Eres bonita img Capítulo 2 ¿Crees que he cambiado
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Capítulo 8 A dieta img
Capítulo 9 Cuál es tu talla img
Capítulo 10 Todos los excesos son malos img
Capítulo 11 Ya somos parte de eso img
Capítulo 12 Más delgada que el día que te conocí img
Capítulo 13 De repente te volviste amante de los deportes img
Capítulo 14 Por placer y por amor img
Capítulo 15 Es momento de un cambio img
Capítulo 16 Eres bonita img
Capítulo 17 Nunca he notado la diferencia img
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Capítulo 2 ¿Crees que he cambiado

Demir mide un metro y setenta centímetros, es delgado de grandes ojos y ceja bien tupida. Lo más llamativo en su cara es la prominente nariz. No estoy segura qué fue lo que más me gustó de él, tal vez, el color de la piel morena, un tono diferente a lo que estamos acostumbrados en México. Él nació aquí, pero sus abuelos y sus padres nacieron en Estambul. En esa primera cita, se portó como un caballero y así ha sido hasta ahora que somos marido y mujer.

¡Qué suerte encontrarlo en el chat, en esa página de citas! Al principio me resultó extraño, pues combinaba palabras turcas con el español. Con el paso de los días esa peculiaridad suya me fue enamorando, acompañada de tantos detalles y muchos arrumacos. Demir es una persona sincera que me apoya y respeta.

Llevamos dos años de casados. Ahora todo es diferente, ya no estamos solos él y yo porque tenemos un hijo precioso que heredó todos sus rasgos. Él está orgulloso del parecido, sobre todo de la nariz. Se llama como su abuelo, una tradición de familia que comparto. Lo llamo Demi de cariño. No me canso de nombrarlo e invento canciones con su nombre para arrullarlo. Ansiaba tanto tenerlo en mis brazos, especulábamos a quién se parecería, de qué color serían sus ojos y si su cabello seria lacio o rizado.

Qué difícil es ser madre, esposa y trabajadora. Tener que dejar a Demi en otras manos todas las mañanas; el trabajo me quita tiempo para estar con él. Lo llevo a la guardería porque es bueno para su aprendizaje, para que juegue con otros niños y para que Demir trabaje tranquilo unas horas en casa. Yo reanudé mi vida profesional y ambos nos adaptamos a ciertas tareas que conciernen a nuestro hijo. No es fácil cambiar pañales y preparar biberones. Atender a un niño tan pequeño; la responsabilidad es enorme hasta para nosotros que somos sus padres. Tan solo lo cuidan unas horas, luego Demir lo trae a casa y los dos me esperan hasta que regreso.

Hoy estoy triste. Mientras me arreglaba para ir a trabajar me miré en el espejo, creo que he cogido algunos kilos. Cuando era soltera comía lo que quería, no hacía nada más que estudiar y mantuve mi talla durante muchos años; ahora con un niño pequeño, un esposo, una casa y un trabajo, tengo miles de cosas que hacer, no paro en todo el día pues me muevo de un lado a otro sin descanso, y no hablemos de los desvelos, estoy agotada, molesta y para colmo de mis males ya nada me queda.

Hace tiempo que Demir ya no me dice bonita, de hecho, esta mañana me llamó ‹‹gorda››, no de una forma literal, pero no quiero recordar sus palabras porque duelen y más viniendo de él. No tengo el mismo cuerpo de antes de mi embarazo, jamás lo voy a recuperar. Uso la talla once, cuando en el pasado me mantuve en siete durante muchos años. ¡Dos tallas! ¡Es horrible, no hay nada decente para mi cuerpo!

Amamanté a mi hijo durante un año para que creciera saludable, pero también porque me dijeron que ayudaba a recuperar la línea después del parto. ¡Qué gran mentira, engordé más! Hoy estaba pendiente de los pasos de Demi, agotada de ir tras él para que no se hiciera daño, dolorida de la espalda de estar agachada y malhumorada porque no tenía tiempo de preparar la cena, y entonces aparece mi marido con una caja. No supe qué era, estaba intrigada, hacía tanto tiempo que no me regalaba algo. Él mismo quitó el envoltorio y me mostró todo contento.

-Para que te peses, cariño-dijo y yo me quedé asombrada.

Ya me puse a dieta, he dejado de comer lo que tanto me gusta. Todo el sacrificio lo hago con la esperanza de que los números de la báscula se muevan hacia abajo, pero los muy despiadados suben y suben cada mañana. Entro al baño de la recámara y pongo el aparato en el suelo, regreso a la sala a pedirle a Demir que cuide al niño para que yo pueda preparar la cena.

-Cariño, no te acuerdas que vamos a salir.

Cómo voy a recordarlo si tengo tantas cosas en que pensar.

Minerva fue la mejor amiga de Demir y es madrina de bautismo de nuestro hijo. Al llegar veo que va ceñida dentro de un diminuto vestido de color azul ajustado que marca sus curvas ‹‹perfectas››, sin lonjas. El abdomen lo tiene plano y el pecho generoso y en su lugar. ¡Por Dios! ¿Cómo le hizo?

-¡Ella siempre tan delgada, y acaba de parir! -Es lo primero que comenta mi marido. Yo no replico, realmente me veo gorda.

No puedo evitar pensar que la pretendió antes de estar conmigo. Ella lo rechazó, desconozco la razón. En el pasado tuvimos nuestra primera pelea porque yo no podía creer que después de eso fueran amigos. De hecho, se abrazan con demasiada confianza. La verdad no quiero pensar mal porque el motivo de nuestra visita es volver a emparentar, seremos los padrinos del bebé que acaba de tener.

Mientras regresamos a casa, apoyo mi cabeza en el cristal del auto y me pregunto qué es lo que hizo Minerva para estar delgada después del parto; yo sigo a dieta, pero no hay avances notorios en mi cuerpo, y Demir no deja de hablar de ella y de lo bien que está.

Me peso dos veces al día: por la mañana y por la noche. Pienso en eso todo el tiempo, hasta en las horas que debo estar atenta a los clientes que vienen por asesoría en materia penal judicial: denuncias o detenciones, y mercantil administrativa: cobranzas y ventas. Yo me encargo de llevar estos procedimientos legales en mi trabajo. En estos momentos sería terrible que me despidieran por no centrarme en mis casos.

A veces me gustaría que Demir no trabajara en casa porque siento que me observa y me juzga. Hoy, por ejemplo, llegué arrastrando los pies y él me miró de arriba abajo con desagrado, contrario de Demi que apenas escucha que se abre la puerta grita ‹‹¡mami!››; con entusiasmo, viene a toda prisa a recibirme porque me ama como soy y como me veo. Por supuesto que Demir no se quedó con las ganas de hacerme un comentario desde su escritorio al verme pasar. Él está todo el día sentado y no engorda, ni una ligera barriguita, nada, sigue como cuando nos conocimos, quizá más atractivo.

Esta es la tercera vez que dice que tengo mucha grasa en el cuerpo, para no decirme otra vez ‹‹gorda››, esa palabra que tanto ofende a las mujeres, y que es peor que la palabra ‹‹fea››. No es que esté contando las veces que me critica, pero no puedo evitar sentirme mal en cada ocasión; es como una herida abierta a la que se echa limón y arde como si estuviera en el infierno. En completo silencio voy a la cama y cierro los ojos, pienso que mañana será otro día y mejor.

            
            

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