Eres bonita
img img Eres bonita img Capítulo 5 En el gimnasio
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Capítulo 8 A dieta img
Capítulo 9 Cuál es tu talla img
Capítulo 10 Todos los excesos son malos img
Capítulo 11 Ya somos parte de eso img
Capítulo 12 Más delgada que el día que te conocí img
Capítulo 13 De repente te volviste amante de los deportes img
Capítulo 14 Por placer y por amor img
Capítulo 15 Es momento de un cambio img
Capítulo 16 Eres bonita img
Capítulo 17 Nunca he notado la diferencia img
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Capítulo 5 En el gimnasio

Vuelvo del trabajo y me cambio el uniforme por ropa más cómoda, deportiva. Al salir del cuarto me acerco a Demir que está en la computadora.

-Amor -le pregunto-, ¿estás seguro que esto es lo que quieres para mí? -Me refiero al hecho de ir al gimnasio-. Cuando baje de peso no te va a importar que los hombres me miren y me digan cosas cuando pase por la calle.

Me miro en el espejo y coqueteo, me muevo como licuadora, mis pechos son grandes y aún están duros, que puedo decir de mi trasero, creció.

-¡No me importa, cariño! -exclama Demir-, ve y baja toda la grasa que tienes acumulada. ¡Quiero que estés tan delgada como cuando te conocí!

Hoy está de muy buen humor pues arruga la frente y levanta una ceja, me enamoré de ese gesto cuando lo conocí.

‹‹Sobre aviso no hay engaño››, pienso, ‹‹nadie sabe para quién trabaja››, dice el dicho. En la cochera esta mi bicicleta, la tengo desde que era soltera, hace tanto tiempo que no la uso que espero que sirva y no me deje tirada.

Muevo los cambios porque siento que está muy pesada la pedalada. Cuando se pone ligera avanza muy lento y a este ritmo nunca voy a llegar. Vuelvo a poner una velocidad más dura que avance rápido. La bicicleta no me va a dejar a medio camino, pero ya no puedo pedalear.

Logro llegar más muerta que viva, quizá no necesite entrar, con lo que sudé seguro que perdí las calorías necesarias de hoy. Hice el ejercicio que no había hecho en una semana. El corazón me late acelerado, estoy sudando a chorros, me tomo unos minutos para entrar a estacionar la bicicleta.

Suspiro resignada y flexiono ligeramente las rodillas para estirar el cuerpo ¡Vengo con toda la actitud! Me encuentro en la entrada del gimnasio. Me detengo a registrarme y entrego mi remembraría de regalo a la recepcionista que está en el mostrador. Es una chica muy guapa, delgada y seguro es talla cero. Sobre el mostrador hay botes con productos energéticos. Miro alrededor y está lleno de espejos; en las paredes hay imágenes de modelos, de hombres y mujeres musculosos. Las personas que hacen ejercicio son jóvenes y de buen ver, las mujeres visten ropa sexy y hay pocos hombres. Yo vengo con unas mayas y la camisa más amplia que me encontré en el closet. Calzó unos tenis Nike que me regaló Demir en mi cumpleaños, casi no los uso pues no puedo ir así al trabajo.

En el fondo del gimnasio hay tres personas en las caminadoras. Por la hora que es muchos están en las duchas preparándose para regresar a casa y yo voy a empezar... ¡Qué bajón me da solo de pensarlo! ¡Qué flojera! No sé qué hacer.

Alguien, ante mi aturdimiento e indecisión, viene, me da la bienvenida y me planta un beso en la mejilla.

-Bueno, pues vamos a empezar -me dice el entrenador-. Soy Max.

Lo sigo tímidamente mientras me muerdo las uñas de los dedos. Después de veinte minutos en la bicicleta estática me siento morir, y es solo el calentamiento; pido un descanso para continuar. ‹‹¡Odio hacer ejercicio!››, lo repito una y otra vez en voz baja, rechino los dientes y no paro de secarme el sudor de la frente. De una máquina me lleva a otra. Hago la sesión y me quejo todo el tiempo, las repeticiones son de diez veces, al final son ejercicios con pesas de un lado y luego del otro, y es todo.

Estoy tan dolorida que no puedo pedalear en mi bicicleta, así que camino por las calles muertas cargando con este trasto oxidado. Nadie me espera despierto en casa, ambos duermen en sus respectivos cuartos. Beso a mi hijo y lo arropo, por eso no quería ir al gimnasio. Lo vi solo por la mañana cuando lo llevé a la guardería.

Aunque parezca exagerada cuento los días, vivo con la ilusión de bajar mi talla y de perder estos kilos que le molestan tanto a Demir. Ha pasado un mes y es momento de pesarme. Subo a la báscula del gimnasio, seguro más precisa que la de mi casa, y cierro los ojos porque no me atrevo a mirar, parpadeo con un lagrimeo entre nerviosismo y excitación que no me dejan ver los números. ¡Por favor que haya bajado mínimo un kilo! Respiro hondo y me enfrento a la verdad... ¡Ni un miserable gramo! ¡Tanto martirio para nada!, me quejo mientras voy a la bicicleta. Me paso toda la tarde entre estás cuatro paredes sacrificando mi vida, mi hijo para que la aguja no se mueva ni un solo gramo. Pedaleo y pedaleo con coraje hasta que Max se acerca; no tiene la culpa, pero lo pago con él poniéndole malas caras y maldiciendo al gimnasio y a todo el que está dentro con mejor tipo que yo. Él me mira y escucha mis indirectas y mis comentarios sarcásticos totalmente fuera de lugar. No soy consciente de la hora hasta que la chica de recepción viene a despedirse porque ya llegaron a buscarla y se tiene que ir. Cuando nos quedamos solos me pregunta por qué estoy tan enojada.

-¡Odio hacer ejercicio! -digo con sinceridad. La gente que me conoce lo sabe-, es el peor martirio. No estoy aquí porque quiera, me obligan a venir y para nada. ¡No he bajado ni un maldito gramo! No lo entiendo ¡¿Qué es lo que le pasa a mi cuerpo?! ¡¿Por qué no reacciona a tanta friega que le meto?!

Suelto el cuerpo y me hundo en mi miserable vida.

-Espera un poco más -me dice-, es muy pronto para ver los resultados. -Palmea mi espalda despacio-. Hemos trabajado muy duro.

‹‹¡Hemos››, pienso ¡Yo he trabajado muy duro!, él solo me mira renegar. No estoy de humor para palabras que parecen salidas de una charla de superación personal. Max me anima: ‹‹¡¡Vamos, tú puedes!!›› y me lleva hacia las caminadoras. Me pide que me suba a la cinta y ande a paso lento, poco a poco subo el ritmo hasta que estoy corriendo a una velocidad media. Llevo unos minutos, pero ya no puedo más y empiezo a decaer; el corazón se me sale del pecho, las fuerzas me abandonan y no me puedo sostener.

Cuando abro los ojos veo a Max asustado, una de sus manos sostiene la mía y con la otra toca mi cuello.

-Hay que llamar a una ambulancia.

-No, por favor -le digo y cierro los ojos, siento el cuerpo pesado-, no te preocupes, no es la primera vez que me desmayo, -Me apoyo en él para levantarme-, ya me siento bien.

Max niega con la cabeza y frunce el ceño, me pide que tome asiento, va tras de mí con miedo por si vuelvo a caer. Cuando estoy quieta me da un discurso sobre las enfermedades del corazón, cree que yo padezco una.

-Las personas con esos padecimientos no pueden hacer ejercicio tan fácilmente como las demás, hay rutinas especiales para ellos -dice muy serio. Yo no padezco nada de eso.

-Deberíamos llamar a tu esposo para que venga a por ti.

-A Demir no le interesa cómo llegue otra vez a la talla siete, siempre que lo haga -le confieso-. Estoy aquí por él, no vengo por mí, vengo para darle gusto.

Quiero continuar ejercitándome, pero Max prefiere que le hable de mi historial de prácticas.

-Odio el ejercicio desde que nací. -Empiezo-. Toda mi familia es delgada. -Cruzo las piernas y apoyo mi espalda en la pared-. Jamás estuve gorda, ni en mi niñez ni en la adolescencia. -Me siento bien para ponerme de pie-. No me gusta ningún deporte. Odio correr porque me agito muy rápido. Me gusta andar en bicicleta sobre todo en las bajadas porque no tengo que pedalear ¡Soy floja lo reconozco! -Eso lo hace reír-. Siempre fui talla siete. Subí de peso cuando tuve a mi bebé y ahora soy tan gorda que ya no le gusto a mi esposo. Soy la misma mujer con la que se casó por dentro, pero por fuera soy otra -digo mientras se me corta la voz.

Hablar con él me hace sentir mejor. Max es un hombre joven pero no más que yo, tiene el cabello claro y el cuerpo atlético; lo analizo y está ¡muy bien!, por donde quiera que lo mire. Los hombres mamados no son de mi preferencia, me parece una exageración marcarse así. El cuerpo se hincha tanto que tienden a parecer gordos pero no es su caso. Mirándolo con detenimiento imagino que debe ser excitante tocar unos brazos tan musculosos, unos pectorales de acero y unas piernas duras. Lo que más me gusta de él son los labios.

Cuando me doy cuenta de la hora, veo que son más de las diez; se nos fue el tiempo platicando, tengo que irme, llevaba tiempo no estando tan cómoda hablando de mí. Puedo pedalear sin ningún problema porque mi cuerpo ya se acostumbró. Max se queda en la puerta hasta que me ve desaparecer.

-Cariño -dice Demir cuando me ve entrar a la casa-. ¿Cómo te fue? ¿Qué dice la báscula?

-Mal -contesto desganada arrastrando los pies al caminar-, a mí todo me sale mal, amor, la báscula no me quiere.

-No te desesperes, te quedan once meses. Ya veremos para el próximo.

-¡Ja! -digo con sarcasmo.

Si supiera que no he bajado nada, no estaría tan optimista. En fin, me voy a bañar para acostarme.

Entro al cuarto de Demi para besarlo y desearle buenas noches, me hubiera gustado leerle un cuento de dinosaurios.

Las rutinas cambian y las personas se acostumbran. Hace un mes me negaba, mi cuerpo y mente se resistían, pero poco a poco me voy haciendo a la idea. Voy en el tren de regreso a mi hogar mirando a las personas que viajan conmigo casi todos los días. Muchachos jóvenes, parejas ‹‹noviando››, diciéndose palabras de amor y prometiendo cosas que no van a cumplir. Tomados de las manos, riendo, susurrándose palabras al oído. Así me vi muchas veces cuando era novia de Demir ¡Qué tiempos aquellos y qué rápido terminaron!

            
            

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