‹‹¡Hola!››, saludo a la chica de la recepción. Todavía no sé su nombre, me lo dijo, pero no le presté atención. Dejo mis cosas y me dirijo al área de bicicletas. Pedaleo hasta que Max se me acerca para darme instrucciones. Viene de short y camisa en color rojo sin mangas ‹‹¡Qué bien se ve!››, con estas motivaciones si dan ganas de venir al gimnasio, pero no de hacer ejercicio.
Realizamos rutinas muy sencillas y entre ellas platicamos de algunas cosas. Después de una hora de arduo trabajo nos acostamos en una colchoneta a descansar; mientras él guarda silencio yo aprovecho para quejarme de mi esposo. No es la primera vez que le pregunto su estado civil, no creo que le moleste, yo le he contado casi mi vida entera, pero él esquiva siempre la pregunta. Hoy hasta que no me conteste no voy a dejarle tranquilo. Me cuenta que está casado, más no tiene hijos. Es el dueño del gimnasio por eso le toca cerrar el local, pero no tiene problema para llegar tarde a casa.
Tres meses de martirio y la báscula se mueve ‹‹¡por fin!››, es muy poco lo que bajé en tanto tiempo, pero se agradece. ¡Ya quiero llegar a casa y contarle a Demir! Realizo mi rutina de ejercicios con una sonrisa en el rostro ‹‹gracias, gracias››, agradezco. Le echo ganas a todas las máquinas y hago una repetición más de cada sesión. Max me mira asombrado, se le hace raro que no me esté quejando. Al despedirme soy yo la que le planta un beso en la mejilla ‹‹¡nos vemos mañana››.
Entro a la casa triunfante, sonrió, voy directo hacia Demir y le cuento que bajé de peso.
-¡¿En serio?! -me pregunta y me mira de arriba hacia abajo-. Pues no se te nota.
-Entonces ya no debería de ir al gimnasio -contesto a la defensiva porque sus palabras me desgarran el alma-. ¡Es una maldita pérdida de tiempo! -exclamo con furia, desquito mi tensión con mis utensilios de cocina.
De ninguna forma lo complazco, todo esto lo hago por él y no lo agradece, debería renunciar, tirar la toalla y dejar que Demir hable lo que quiera, solo tengo que ignorarlo. Incluso tengo un pretendiente en el trabajo que le gusto así, como me veo, llena de curvas anchas por todos lados. Sabe que soy casada y no le importa. ‹‹¡No soy celoso!››, me dice bromeando.
Todos los días voy al gimnasio, llueve o nieve nada me detiene. La chica de la entrada se va a las nueve.
Mientras entrenamos le comento al instructor sobre el pretendiente que tengo en el despacho, para nada me ve llenita al contrario me mira con deseo y me dice muchos piropos.
-Si tú te sientes a gusto con tu cuerpo es suficiente. A mí me pareces una mujer muy hermosa -me dice Max.
‹‹¡Guau!››, pienso ¿¡En serio me verá bonita?! Tal como me veía Demir y me lo decía. Extraño oír esa palabra de su propia voz; con cuánta sinceridad las pronunciaba, no se cansaba de utilizarlas para demostrarme que le gustaba.
Mi rutina empieza en la bicicleta estática, luego hago repeticiones con pesas; él asiente si lo hago bien y si lo hago mal me acomoda el cuerpo con delicadeza. Ayer fue un mal día pues Demir me hizo un comentario sobre mi figura. Dijo que esperaba resultados más rápidos porque seguía exactamente igual. Debo ser sincera: ya no quiero venir, no me gusta, no soy una mujer atlética en ningún sentido. Este lugar no es para mí.
-Me sorprende que digas eso -dice Max-. Sin falta bienes todos los días. Tienes disciplina y es lo que les hace falta a muchos deportistas.
Max no entiende que no vengo porque quiero, es por Demir que estoy aquí.
-¿Sabes? -le digo-. Le voy a demostrar a Demir que puedo bajar de peso. Voy a volver a ser talla siete a como dé lugar ¡Aunque cuando lo sea, ya no tenga marido!
Max se ríe de lo que digo, tiene una sonrisa hermosa. Es lindo conmigo pues le hago trampa y hace que no se da cuenta de nada. Ya no hay nadie en el gimnasio, somos los últimos y aparte nos recostamos en la colchoneta para descansar. Nuestros cuerpos están tan cerca que siento el vello que cubre sus brazos, nuestras manos se encuentran a medio centímetro. Cierro los ojos y me lo imagino sin camisa haciendo ejercicio, con la espalda bien trabajada y el estómago de lavadero. Él siempre me escucha. Me gustaría que me contara sobre su vida, pero no tiene nada que decir o no quiere compartirlo conmigo. No insisto, me levanto pues se hace tarde y tengo que regresar a casa.
Demi está dormido en el sillón, por lo que se ve no cenó pues Demir está ocupado en su computadora trabajando, y yo estaba en el gimnasio. Respiro profundamente y retengo durante unos segundos, trato de controlar mi enojo. Todo esto fue idea suya que yo ocupara mi tiempo libre en el gimnasio, casi me obligó a inscribirme y ahora no se hace cargo del niño.
-Cariño -digo en doble sentido-, mañana por favor, puedes darle de cenar al niño. -Levanto a mi hijo en brazos y beso su cabeza, huele a bebé aunque ya no lo es pues pasa de los dos años-, no quiero que se duerma con el estómago vacío. ¡Dijiste que te ibas a hacer cargo para que yo fuera al gimnasio!
-Lo sé -me dice Demir-, pero ya pasaron unos meses y creo que no está funcionando. Quizá debería ir y pedir que me devuelvan mi dinero, bueno los meses que aún faltan.
-¡No hay devoluciones! -le reprocho. -Voy a ir al gimnasio hasta que complete el año. Mientras tanto, ¡por favor!, hazte cargo del niño como lo prometiste.
Me dirijo hacia la recámara para acostarlo. La cama figura un auto rojo, como el Rayo Mcqueen, la película favorita de nuestro hijo, las cortinas, sábanas y edredones hacen juego en su habitación. También tiene mucha ropa y zapatos con el estampado.
Van pasando los días y Demir cumple su palabra de atender al niño. Cuando llego a casa encuentro el plato del cereal en el fregadero y él dormido en su cuarto. Aprovecho que no tengo que preparar la cena para mirarme en el espejo, bajé poco, no se refleja en mi cuerpo porque me veo igual. Tengo las piernas anchas y también los brazos, mi estómago no parece de embarazada y eso es muy bueno, sigo teniendo el mismo trasero y los mismos pechos. Doy una vuelta sobre mí misma ¡No estoy tan gorda! tengo curvas de mujer y me siento atractiva, los hombres me miran cuando paseo sola por la calle, pero no es suficiente para Demir. Él entra en la habitación y me gana el baño.
-Cariño, date prisa -lo apuro -, ya me quiero dormir.
-Amor -anuncia Demir-, no estoy ocupando la regadera, solo me estoy afeitando.
-Necesito que salgas, no creo que me quieras ver desnuda.
Demir se asoma; su cara está llena de espuma para afeitar que cae un poco en su pecho, también se piensa bañar.
-¡¿Por qué no iba a querer verte?! Eres mi mujer.
-¡Porque aún estoy gorda, así que, por favor, date prisa!
Él sale y yo entro, me tardo mucho porque no encuentro la diferencia.