Eres bonita
img img Eres bonita img Capítulo 3 Lo intento
3
Capítulo 8 A dieta img
Capítulo 9 Cuál es tu talla img
Capítulo 10 Todos los excesos son malos img
Capítulo 11 Ya somos parte de eso img
Capítulo 12 Más delgada que el día que te conocí img
Capítulo 13 De repente te volviste amante de los deportes img
Capítulo 14 Por placer y por amor img
Capítulo 15 Es momento de un cambio img
Capítulo 16 Eres bonita img
Capítulo 17 Nunca he notado la diferencia img
img
  /  1
img

Capítulo 3 Lo intento

Al despertar soy como un autómata, siempre lo mismo, día tras día. Mi rutina matutina es levantarme y subir a la báscula, vestirme, preparar algo rápido para almorzar, sobre todo ligero, llevar al niño a la guardería. Cuando vaya a preescolar, quizá tenga más tiempo para mí.

Viajo en el tren, aunque prefiero el autobús. Miro con detenimiento a todo el que entra en el andén, también me fijo si ellos me miran, si notan la piel extra que tanto le molesta a Demir.

Regreso caminando a un ritmo ágil, he leído que es un buen ejercicio para adelgazar. Por mi camino hay puestos ambulantes. Apenas probé bocado y siento hambre, no creo que un elote cocido tenga las suficientes calorías para que engorde. Me gusta comerlos con crema y queso, desgranado o en mazorca, no importa son deliciosos. Pido varios para llevar y los ponen dentro de una bolsa.

Mi Demi, precioso, viene a recibirme; abro la bolsa y elijo la mazorca más tierna, el salta y ríe, deja un camino por el pasillo de agua y granos de elote ¡Qué más da, todo se puede limpiar! Sonrío y me acerco a mi esposo, abro la bolsa de plástico y le ofrezco un elote.

-Gracias -dice Demir-, ahorita no amor. Tú tampoco deberías de comer eso, no has bajando de peso.

Con esas palabras me recuerda que sigo gorda. La sonrisa se borra de mi boca y el buen sabor que dejó mi hijo se hace agrio con su comentario. Cómo quisiera destrozar las mazorcas con mis manos para sacar mi frustración, y luego tirarlas directo a la basura. A veces, siento que Demir me trata como si fuera la mujer más gorda del mundo; como si mi sobrepeso fuera tan grande que ya no cupiera en la cama; como si no cerrara la boca en todo el día y me la pasara comiendo. A pesar de que peso mis raciones y quedo con hambre, no funciona; subo a la báscula antes de acostarme y no se mueve a mi favor.

Hoy es sábado. Demir tomó las llaves del auto y salió, no dijo dónde iba. Como no trabajo puedo estar con mi hijo todo el día, sentarme a su lado mientras él juega en su bañera, secarlo muy bien, llevarlo en brazos hasta la cama y hacerle cosquillas mientras lo cambio.

-Mi papi ya llegó -balbucea Demi, se mueve y no deja que lo termine de arreglar.

Salimos de la recámara a mirar lo que trae Demir. Es una caminadora que compró en Sam's Club. El aparato viene empaquetado. Entre los tres tratamos de armarlo, tenemos cuidado con las piezas pequeñas para que Demi no se las vaya a tragar. Una vez completa la caminadora, mi esposo sugiere que suba y ande cinco o diez minutos. Subo ansiosa en la cinta y empiezo a trotar rápido; en menos de un minuto estoy tan agitada que no puedo respirar, entonces tengo que detenerme y sentarme ¡Detesto sentirme así! Sin aire, inestable como si me fuera a desmayar. Ya recuerdo porque odio los deportes de cualquier tipo, no hay uno solo que no me produzca estos malestares.

Cuando recupero el aliento, Demir me pide que suba otra vez; un minuto no es nada, cinco o diez para empezar. Con pesar subo a la banda, pero no aguanto mucho.

Después de varios días, logro hacer diez minutos; al detenerme mi corazón late con tal velocidad que se escucha sin necesidad de un estetoscopio. No tengo condición física porque no hago ejercicio. La caminadora es demasiado para mí, quiero gritar ‹‹¡me rindo!››. Escondo mi frustración ante Demir que me mira de lejos. Comenta que las esposas de sus compañeros van al gimnasio y que están tan delgadas que parecen quinceañeras; el colmo sería que mencionara a Minerva y que dijera que tiene la cintura de Thalía.

Dada mi desesperación me dejo llevar por esos productos que prometen resultados mágicos. Los miramos en la televisión. Él sabe dónde conseguir el polvo para hacer malteadas, se alegra de mi decisión y comenta que debería seguir usando la caminadora; ‹‹con las dos cosas vas a adelgazar más rápido››, da por hecho que así será y yo me hago ilusiones. Rezo con esa plegaria.

Otro día ya tengo en mi alacena botes de diferentes sabores para empezar mi plan de alimentación. Una malteada es lo único que debo tomar por las mañanas; para la hora de la comida una ración limitada de lo que generalmente preparo y en la cena se repite la malteada.

Desayuno y ceno malteada, ya el olor me causa nausea. Han pasado tres semanas y quiero renunciar. Me pregunto por qué Demir no me ama como soy, no lo entiendo. Termino mi bebida; es lo único que almorcé. Lavo los platos un poco apurada pues se hace tarde para ir al trabajo. Visto ropa de oficina. Mi uniforme es un traje sastre de un color diferente para cada día. Demir ya está frente a su computadora. Su cabello es rizado y lo mantiene muy corto. Unos simples jeans de mezclilla y una camisa de manga corta cubren su cuerpo y lo hacen ver muy bien. Suele rasurarse cada tercer día; con un poco de barba su aspecto cambia totalmente, le da un aire de terrorista o narcotraficante, pocas veces lo he visto así. Me acerco para despedirme, espero no interrumpirlo.

-Mi amor -le digo-, ¿crees que he cambiado y qué soy una persona diferente?

-Eres la misma, cariño -contesta Demir sin prestarme mucha atención-, pero con varios kilos de más.

-Gracias por el cumplido -añado y me retiro.

-De nada mi cielo -dice y vuelve a su trabajo.

Tomo a Demi de la mano; él no comprende las palabras que dice su papá, sonríe despierto, listo para ir a la guardería. Antes de salir de la casa, dirijo mi mirada hacia el espacio donde está la caminadora arrumbada. La utilicé varios meses, no bajé ni medio gramo ‹‹¡la odio!››, si tuviera un martillo la golpearía hasta que no quedará nada.

No quiero preocuparme más por mi maldito sobrepeso. Es incomodo sentir siempre un hueco en el estómago. Voy a comer lo que me gusta y no voy a pensar en las calorías.

Pido por teléfono una orden de tacos al pastor, para acompañar se me antoja una coca cola bien fría. ¡Qué bien se siente estar llena! El día se pasa rápido; cuando miro el reloj es hora de irse.

Bajo a la estación y diviso el tren a lo lejos; viene repleto, las horas pico son un infierno y el lugar es pequeño para tanta gente. Hoy me siento tan bien que no me quejo.

Demir corre a mis brazos cuando me ve entrar, lo levanto y lo lleno de besos, le digo cuanto lo quiero, es mi príncipe verdadero.

-Ven mami -dice mi hijo y tira mi mano-, vamos a ver al Rayo Mapin.

-Tengo que cocinar, amor, ve tú, en un rato te alcanzo.

Hoy nadie va a cenar cereales porque los botes de malteadas se van a la basura. Hay carne en el refrigerador y frijoles cocidos; preparo las dos cosas, atiendo a mi hijo y le sirvo a Demir. Se siente muy bien tener el estómago lleno; acaricio satisfecha mi vientre. Ahora sí puedo sentarme al lado de mi hijo en el sofá.

-Cariño -comenta Demir-, ¿ya no vas a utilizar la caminadora? No has bajado de peso.

Estoy de pie y miro mi cuerpo, mi ropa es de mi talla, después de ver que no bajé me resigné y mandé arreglar los uniformes con la costurera; me quedan a la perfección y sigo siendo talla once.

-No tienes que recordármelo -contesto-, ya lo sé, todos los días me miro al espejo y me subo a la báscula.

En lugar de sentarme a mirar la televisión lavo los platos, y hasta maldigo cuando se me resbalan de las manos al enjuagarlos en la pila del agua.

Demi se queda dormido, pobrecito, no lo acompañé a mirar su película preferida. Lo llevo en brazos para acostarlo en la cama, apago la televisión y le digo buenas noches a Demir. Arropó a mi hijo y lo beso, luego voy mi recámara. Me acuesto y hundo mi cara en la almohada. ¡Soy tan desdichada! Era más feliz cuando era una gorda resignada, ahora soy una gorda sin consuelo. Limpio mi llanto apenas escucho los pasos de mi esposo. Demir se mete entre mis sábanas.

-Quiero hacerte el amor, cariño -me susurra al oído. Su camisa desapareció y mis manos ya juegan en su pecho peludo-, hace días que no estamos juntos y te deseo.

Necesito su calor, sus brazos me dan consuelo. Sus besos me recuerdan el amor que me juro en el altar, sus caricias el deseo que le provocaba. Mientras hacemos el amor, pienso que a Demir se le olvida que estoy ‹‹gorda›› cuando tenemos intimidad.

No pasan muchos días cuando él vuelve a decir que me veo demasiado ancha. Ya no me dice bonita. Trato de borrar de mi mente todas sus palabras en cuanto salgo al trabajo, estar fuera es un alivio porque no tengo sus ojos sobre mí todo el tiempo.

Hace dos meses que abandoné la dieta y los polvos mágicos; también tomé pastillas, pero no me funcionaron. Unté en mi cuerpo gel reductivo. Tengo cinco fajas que solo aparentan que bajé de peso; no las uso más, dejé todo y me siento bien, saludable y feliz.

En el trabajo mi jefe inmediato me manda llamar a su oficina, me felicita por mi desempeño y dice que es momento de darme un aumento.

Al salir noto que llovió un poco en la ciudad porque huele a tierra mojada. Sonrió discreta pues voy sola por la calle. Piso los charcos y mojo mi calzado sin importarme.

Llego empapada a la casa, no me quejo de nada, abrazo a mi hijo, lo beso y le pregunto qué quiere para cenar.

-Carnita -balbucea Demi-, con frijoles, mamá.

Mientras cocino, le cuento con emoción a mi esposo sobre mi aumento. Me felicita, luego me pregunta: si voy a cenar lo mismo que le preparé al niño. No contesto pues es lo que pretendo, hago como que no lo escuché; sus reproches se clavan en mi cabeza y aunque guarde silencio se siguen reproduciendo. El cerebro es como una grabadora. Quisiera que a Demir le importara más lo de dentro que lo que ve por fuera, pero no es así. Le importa mi apariencia más que nada en el mundo. Sirvo dos platos con los mismos alimentos en diferente proporción. Ayudo a Demi a comer, le doy con una cuchara y limpio su boca con una servilleta de papel. Soy la última en tomar asiento, pongo una ración pequeña de frijoles y un filete de res sobre mi plato.

-No comas eso, amor -sugiere Demir cuando voy a probar, mi boca está abierta y hay un trozo de carne en el tenedor-. Me gustan las mujeres delgadas, cariño. ¿Por qué no vuelves a hacer dieta, o te subes a la caminadora?, creo que has subido otra talla, cada día te ves más ancha.

Exploto por dentro pues no aguanto una palabra más de mi marido ¡Mi talla es la misma, mi peso también! ¡¿Por qué Demir no me deja en paz?! ¡Es qué no soy la misma mujer con la que se casó! Cierro las manos con fuerza y mi cuerpo se pone rígido. Empiezo a levantar los platos. Mi cabeza es un mundo de sentimientos, se me acaban las esperanzas porque soy tan desgraciada como nunca lo fui.

Antes de acostarme, entro al baño y me subo a la báscula; mi peso varía de un día a otro, pero no mucho.

Me marcho de casa pensando en lo que dijo Demir. Apenas me gradué y conseguí trabajo, empecé como recepcionista, ahora tengo mi propio escritorio. Navegando en internet encuentro unos ejercicios muy simples y sencillos para personas como yo con algunos kilos de más. Los grabo en una memoria para verlos más tarde

En la casa me cambió de ropa. Retiro el sillón y pongo una alfombra para recostarme en el piso.

-¿Vamos a jugar? -me pregunta mi hijo.

-No, mamá va a hacer ejercicio.

-Mejor hay que ver al Rayo Mapin, mami, ven siéntate conmigo.

Busco a Demir con la mirada antes de seguir a mi hijo. No puedo decirle que no, que necesito hacer eso para adelgazar y gustarle a su papá.

-Amor -le pido a mi esposo-, ¿puedes por favor atender al niño en lo que yo realizo mis ejercicios? Es media hora, por favor.

-Tengo trabajo, mi amor -me contesta-, permíteme un segundo y te ayudo.

El teléfono timbra y como lo tiene por un lado, levanta el auricular, y atiende ‹‹cosas del trabajo››, nadie llama para algo más. Tomo asiento un momento al lado de mi hijo y acarició su cabeza hasta que empieza a dormitar. Lo recuesto en el sofá mientras yo trato de realizar los ejercicios que grabé.

Duele hacer ejercicio, los pasos parecen muy fáciles en la televisión, en la vida real son imposibles. Estoy empapada en sudor, agitada y dolorida, hago un esfuerzo sobrehumano para terminar la sesión.

Noche tras noche hago un espacio para los ejercicios. Cada día es diferente y no logro realizarlos correctamente, me engaño a mí misma contando de dos en dos y diciendo terminé cuando en realidad no hice una sola repetición como debe de ser, como se mira en el vídeo.

Espero con ansias que pasen dos meses para pesarme. Prefiero que sea en la noche, antes de realizar mi rutina para que sea una motivación. ‹‹¡Por favor, por favor, aunque sea un kilo!››, pido como una súplica a Dios. Voy al baño y subo a la báscula, mis ojos no me engañan, me muestran la triste realidad. ‹‹Me rindo››, no puedo más, lloro de desesperación y de rabia, golpeo la pared y maldigo por tener el cuerpo que tengo ¡No es justo que otras mujeres queden delgadas después del parto y yo no! Mi esfuerzo no sirvió para nada. Salgo decepcionada del cuarto, arrastro los pies hasta el escritorio de mi esposo. Se nota en mis ojos que lloré.

-¿Por qué no me puedes querer así, mi amor? No ves que soy tan infeliz.

-Cariño -dice Demir, deja el trabajo y se levanta de su lugar-, no estás poniendo todo de tu parte. -Se me acerca lo suficiente para abrazarme-, tienes que echarle más ganas. -No me abraza, sigue su camino hacia el baño, asoma su cabeza por la puerta-, «la belleza cuesta, amor», un día tú me lo dijiste, ¿ya no lo recuerdas?

Si lo dije, no recuerdo bien por qué fue; definitivamente, no me refería a este martirio que estoy viviendo. Hago a un lado los muebles y extiendo mi tapete en el piso, no reproduzco el dichoso video, aunque lo miré lo hago mal. Me esfuerzo y sudo tratando de hacer flexiones para gordos; mi corazón late acelerado, reposó cinco minutos y doy por terminada la sesión. No me doy cuenta de la hora; es más tarde que otras noches, Demir terminó y se está bañando. Yo también necesito un baño pues apesto a sudor. Entro pero no me desnudo y espero mi turno. Él sale y se detiene a mirarme.

-¿Cuánto tiempo tienes ahí sentada? -me pregunta. Está desnudo y puedo apreciar su delgado cuerpo. No hay músculos solo un poco de carne y huesos- ¿Por qué no entraste, cariño?

-No quiero que me veas desnuda porque no he bajado -digo y me levanto-, peso los mismos kilos y sigo siendo talla once.

Me quito la ropa tras la cortina y abro la llave. Luego del baño me seco el cabello, descuelgo del closet un camisón y lo pongo en mi cuerpo desnudo. Miro a Demir despierto, revisa algo en su laptop, tiene las piernas cruzadas encima de la cama, como es delgado es muy flexible.

-Buenas noches, amor -digo y me meto entre las cobijas.

Él cierra su computadora, desdobla las piernas y las extiende en la cama, se saca la piyama. Yo apago la luz... hacemos el amor en silencio. Mis kilos de más no le estorban para maniobrar en mi cuerpo, ni a mí para entregarme a él con amor.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022