El Androide vuelve a guardar el frasco en el pecho.
-Y ahora sácale el otro ojo -da una nueva orden.
De repente se escucha un golpe en la nieve. Jairo y compañía voltean a ver de dónde provino el sonido, incluso el androide no se movió y observó.
Abigaíl siente una sensación familiar e intenta mirar en aquella dirección, a su derecha.
Se dan cuenta que es Sebastián. Apenas movió el brazo derecho con el puño apretado, aún con el efecto paralizante y la cara levantada viendo Abigaíl. Se notaba molesto.
-Así que el anciano despertó. No te preocupes, ya será tu turno -comenta Jairo.
Sebastián en sus pensamientos le hablaba a la Torrender como si la escuchase. "Abigaíl lo siento... no desperté a tiempo".
La roca alargada en la nieve dónde está acostada Abigaíl, levitó del suelo en un segundo y al mismo tiempo debajo de la roca; salen disparados seis peñones directo al pecho y estómago de los tripulantes, tumbando a cada uno al suelo se oyeron quejidos de dolor, y el androide estando más cerca de la orilla cae al precipicio.
Los tripulantes removiéndose del dolor, el grueso abrigo absorbió parte del golpe.
"¿Aún viven? Parecen cucarachas, mejor fuera apuntado a la cabeza, pero no me puedo dar el lujo de fallar un tiro". Acostado sobre la nieve aún mantiene el puño apretado.
La roca alargada que flotaba, sube más alto apuntando hacia la pista de aterrizaje, arqueándose en el borde un poco hacia adentro.
"Este es el adiós...", piensa Sebastián resignado.
La Torrender se da cuenta de lo que pretende, como pudo, con todas sus fuerzas consiguió pronunciar una palabra... cayéndole lágrimas.
-¡Maestroooooooooooooooooooo! -la voz de Abigaíl oyéndose cada vez más lejos. La roca desciende desde gran altura, forzosamente choca con la pista de aterrizaje y ella sale disparada dando giros sobre la nieve, permanece boca arriba. Quedó inconsciente cerca del helicóptero.
Sebastián sintiéndose impotente. "Rayos, estos idiotas... miserables -aprieta más el puño-. Te extrañaré esposa... te extrañaré hijo... Veo sus rostros, son la luz en mi vida y por siempre los amaré. Abigaíl cuídalos bien por mí... aunque existan inmensos poderes y el mundo se vuelva oscuro, confía en ti... pequeña Torrender-. Cerrando los ojos apoya la mano abierta sobre la nieve-. Hasta luego...".
Los tripulantes aun removiéndose en la nieve sintiendo dolor, el suelo vibra levemente y deja de temblar de repente.
-¡¿Qué Intentas hacer anciano?! -exclama Jairo, poniéndose de pie con una mano en el estómago, a pesar del dolor recupera el aliento.
En este momento levita una roca de dos metros, una de las doce rocas que indica el borde del precipicio. La roca se aleja, toma distancia y a toda velocidad arremete contra el soporte rocoso de la estructura.
Escuchándose el crujir de las rocas Sebastián la desarma aún más, apresurando el proceso caen enormes trozos al precipicio.
-¡¡¡Estás demente!!! -gritó Jairo tambaleándose, se resbala cayendo de lado. Ve como se inclina el suelo al precipicio oscuro.
El gran disco de roca arrastrado por la gravedad, se lleva consigo la Casita, los tripulantes y a Sebastián. A lo más profundo.
Hora; 8:34 pm.
Varias horas más tarde, en una fría noche nevando sin parar. La nieve oculta todo rastro de vida.
Abigaíl cubierta de nieve se levanta repentinamente. Se mantiene sentada mirando alrededor, ve al helicóptero blanco con las compuertas abiertas; por debajo de él, al otro lado logra ver un mini-transportador con las cajas encima, y nada más. No sabe qué ocurrió, pero se siente enérgica.
"¿Qué me pasó?, siento como si me pudiera comer el mundo". Luego la respuesta le llegó fugazmente a la cabeza.
Las imágenes una a una las revivió. La llegada del helicóptero, los cinco tripulantes, la bebida energizante, el androide blanco, el ojo y la última vez que vio a Sebastián.
Mirando hacia arriba se da cuenta que no está la Casita, no está la estructura, no hay nada al final de los escalones, queda impresionada.
Cierra el ojo para concentrarse, sentir el ambiente y distinguir mejor, pero no logra captar a ningún Torrender.
"De seguro... -las lágrimas le recorren del lado derecho de la cara-. Me enseñastes tanto... tan pronto te fuistes... y no me veras crecer...-. Solloza-. Quise ser el orgullo de alguien... cada día me esforcé... sin parar... cada... día...-. Agacha la cabeza viendo como son absorbidas las lágrimas en la nieve-. Ahora estoy sola... y me falta... un ojo...".
Luego de unos minutos, las manos que posan sobre la nieve marcan sus dedos apretando el puño.
"No es tiempo para lágrimas". Se agarró de la manga derecha lo hala arrancándolo, se agarró de la manga izquierda y también se lo arrancó. La franela blanca le quedó como un escote mal diseñado.
"Si Dracír es tan fuerte como dicen, lo tengo que encontrar". Junta los dos extremos de la manga, haciendo un pequeño nudo queda de forma circular y se lo pone a la cabeza.
Se inventó un parche para el lado izquierdo de la cara. "Me iré de este lugar", se seca las lágrimas de la cara con la mano.
"A juzgar por mi energía, el energizante es real". Vuelve a mirar alrededor buscando las cajas. "Mejor dicho todo es real excepto los tripulantes, ¿Quiénes son?".
Abigaíl poniéndose de pie, da la vuelta alrededor del helicóptero y mira más de cerca las cajas.
"El miserable de Jairo dijo que se colaron para vivir aquí. Estas cajas pueden ser seguras", la Torrender cuenta las cajas; tres cajas pequeñas están encima de las cajas medianas, y hay quince cajas del otro tamaño.
Al azar escoge una de las cajas pequeñas. "Esta también debe ser", destapa la caja y confirma que son bebidas. Sostiene una botella mirando la etiqueta una vez más, se lee energizante. "Bueno, debe ser lo mismo, por suerte no aparecerá otro androide blanco", destapa la botella y toma un sorbo.
-Es extraño... sabe a manzana -dice volviendo a mirar la botella, es similar al envase que le dio Jairo. Guarda la botella en la caja.
No siente nada raro aparte de la sensación energizante "Significa que el sabor a fresa, tiene el efecto paralizante" piensa. Toma dos cajas pequeñas y las mete al helicóptero, también sube al helicóptero ocho cajas medianas. "Bien, con esta cantidad es suficiente para irme a Zasorial". La Torrender entra al helicóptero, cierra las compuertas y se sienta en la cabina del piloto.
"Paso uno, listo, paso dos, irme volando de ¡aquí!". Mira de arriba abajo buscando el botón de encendido, pero no sabe cuál es.
-Esto es más difícil de lo que pensé, no entiendo nada -expresa. "Este es mi único transporte y solo tenía que irme volando". Considera otro plan, poniéndose una mano en la cabeza.
"¿Qué tal sí?". Se le ocurre una idea, abre la ventana cerca de ella y saca una mano. "Mi poder es del Aire, nada más necesito que giren". Empieza a moverse lento las hélices y luego aumenta de velocidad.
"¡Sí!, lo estoy logrando".
Minutos después no hay suficiente velocidad para despegar.
"Como que nunca lo lograré", suspira.
Piensa en otra opción. "Levitaré el helicóptero y ¡ya!", extiende los brazos hacia los lados e intenta juntar todo el Aire que puede sobre el helicóptero.
El aire zumba, en la cabina sopla mucha brisa y la nieve alborotándose. Estuvo así por tres minutos, pero nada ocurrió.
"¡Rayos!, esto pesará una tonelada", frunce el ceño. "¡Nada funciona!", se levanta de la cabina, camina en círculos en la parte de atrás y ve la caja pequeña por un momento. Se le ocurre otra idea.
Abre las dos compuertas rápidamente, se acerca a la caja pequeña; la abre, elige una botella, se la toma completa y arroja al pote en la cabina que rebota en los controles.
-¡Ahora sí me voy! -exclama Abigaíl sintiendo una sobredosis, se acuesta ahí mismo extendiendo los brazos a los lados, apunta afuera donde las compuertas se hallan abiertas y cierra el ojo.
-Viento Arrollador -pronuncia Abigaíl. En la palma de sus manos nacen dos torbellinos delgados de estelas entre verde, gris y blanco. Poco a poco se alargan hasta que sobrepasan las compuertas, luego sube los brazos apuntando al techo.
Los torbellinos suben por los laterales del helicóptero chocando con el centro de las hélices, y estos empiezan a girar. Lento, luego más rápido, y segundos después mucho más rápido.
De un momento a otro despega el helicóptero, sube más y alcanza gran altura. "Ahora si me voy, solo falta inclinarlo". Lo hace ladear, pero pierde estabilidad por el impulso de inclinación y las ráfagas de nieve.
Abigaíl asustada, el Viento Arrollador dejo de circular en las hélices y el helicóptero cae en picada.
En esta situación crea una capa envolvente de Aire sobre su cuerpo. Con la capa se da un auto-empujón hacia la compuerta sujetándose a la orilla, ubica con la mirada la pista de aterrizaje y da un salto... el aire resopla sobre sus oídos hasta que cae sobre la nieve. ¡Plash!
El helicóptero sigue de largo al precipicio exterior. A lo lejos se escucha todo tipo de cosas, rodando, golpeándose con todo.
Abigaíl levanta la cabeza con la cara cubierta de nieve.
-¡¡¡Nunca me iré de aquí!!! -exclama frustrada. Se pone de pie, camina hacia al mini-transportador, baja todas las cajas.
Las pone alrededor del mini-transportador como si fueran las paredes de una casita, se acuesta sobre la plataforma antigravedad. "Ya será tarde, dormiré mientras, pero no quiero pensar que haré mañana...". Con ese último pensamiento intenta conciliar el sueño, después de un rato cae rendida.
Escucha el sonido de algo conocido "ahora sueño con helicópteros", se vuelve acurrucar. Al despabilarse se da cuenta que amaneció.
Es veintisiete de agosto...
"Son como las ocho de la mañana", intenta adivinar la hora viendo la claridad del cielo.
Pero hay un ruido que le molesta al fondo, presta atención al sonido y son unas hélices. "¡Un helicóptero se acerca! -se levanta y observa de donde proviene el sonido-. Es otro de color blanco-. Luego se agacha-. No me puedo confiar".
Corre hacia la orilla de la pista de aterrizaje diagonal al mini-transportador. Empieza a cubrirse de nieve con la ayuda del Aire y espera acostada boca abajo toda cubierta, deja una abertura para ver lo que suceda. "Estoy vestida de blanco, con suerte no me han visto de lejos".
El helicóptero ya en posición, desciende y aterriza, está a la diagonal derecha de Abigaíl. Las hélices continúan girando en modo de reposo.
Se baja por el lado izquierdo un hombre blanco y musculoso, alto, pelirrojo con un parche en el ojo. Viste de color negro en la franela, pantalón y botas. Lleva la capa bicolor y trae un rastreador en la mano, uno de esos con una pantalla pequeña con botones, luces y números. Se dirige a subir los escalones en busca de algo.
"¿Quién será?", se pregunta Abigaíl. Se percata que llegaron dos, el piloto y él.
"¡Bien!, haré esto y rápido". Espera la mirada descuidada del piloto que volteo a la derecha.
Rodea de Aire las cajas levitando ocho y las mete al helicóptero. La Torrender se levanta corriendo a toda velocidad, dio un brinco cerca de la compuerta entrando sigilosa.