Corazón gitano
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Capítulo 2 2

Dinka dio unos pasos hacia la playa para alejarse de Spi-ro.

―¿Qué pasa, amor? ―le preguntó él.

―Nada.

―No digas que nada. Estás triste. ―Caminó hacia ella y la abrazó por detrás.

―No, Spiro, no estoy triste. Es decir, sí, lo estoy, pero eso siempre es así; desde que murió mi padre en esa tienda, mi vida no volvió a ser lo mismo, tú lo sabes, me quedé sola.

―No digas eso, yo estoy contigo.

―¿Tú? ―preguntó con ironía―. Sabes que tú y yo no po-demos estar juntos, esta relación está prohibida, yo estoy comprometida con Vadim.

―Pero ¡tú no lo amas! ―exclamó con frustración.

―Ni él a mí, estoy segura, pero esa era la última voluntad de nuestros padres y de nuestro rey.

―¿Qué me importa a mí lo que piensen ellos? Están muertos, ni siquiera están aquí. ―Se separó de ella y le dio la espalda.

―No hables así, Spiro, son nuestros muertos y les debe-mos respeto.

―¿Respeto? ―Se volvió para mirarla―. ¿Ellos nos respe-taron cuando decidieron que tú te debías casar con Vadim sin importarles que no lo amaras?

―Así son las cosas aquí.

―Pues no me parece. Creo que no es justo separarnos por gente que ni siquiera vive en este mundo

―Vadim no está muerto y es tu amigo, es tu mejor amigo, no podemos hacerle esto.

―Vadim no tiene ningún problema en hacer planes de matrimonio contigo. ¿Te das cuenta de que faltan solo tres meses para cumplir el luto y que entonces serán libres para casarse? Él no lo pensará dos veces para hacer el pedimento y casarse contigo.

―Vadim no sabe que estamos enamorados, estoy segura de que si se lo decimos...

―No. Él no tiene por qué saberlo.

―¿Qué haremos? ―preguntó espantada, no creía que le pediría ser su amante.

―Nos najalelaremos ―se lo dijo así, como si fuera algo sin importancia.

Dinka dio un paso hacia atrás, más espantada todavía.

―¿Escaparnos?

―Sí, ¿qué quieres? Es la única solución que tenemos, no nos dejarán seguir aquí si es que saben lo nuestro.

―Es una medida... tan drástica ―repuso ella con angus-tia.

―Es una medida necesaria.

Dinka suspiró, ella amaba a Spiro, pero ¿escaparse? Eso no estaba en sus planes. Su pueblo era tan importante para ella como lo era ese joven que tenía en frente y decidir era muy difícil.

―¿Qué me dices? ¿Te escaparías conmigo?

―No sé, Spiro, no es una decisión que se tome así, a la li-gera.

―Piénsalo, tienes un par de meses antes de convertirte en la flamante romí de Vadim, después, será demasiado tarde y me perderás para siempre ―sentenció con dureza.

Sin esperar respuesta, Spiro se devolvió al campamento. Dinka se quedó allí, sola, analizando la situación, sus op-ciones. Si tan solo sus padres viviesen, estaba segura de que ellos la ayudarían, la aconsejarían. Pero no, su madre se había muerto hacía seis meses de pena, no pudo soportar el dolor de perder a su esposo en tan trágicas circunstancias. El luto que envolvió al campamento la había alcanzado a ella más que a nadie.

―¡Dinka! ―Vadim se acercaba a pasos agigantados hacia ella, la preocupación se le notaba en la cara, ella pensó que la había descubierto.

―Vadim, ¿qué haces aquí? ―le preguntó asustada.

―Melalo me dijo que te vio aquí en la playa y pensó que estabas conmigo, que, si no, te hubiese acompañado; yo vi-ne a buscarte, se está oscureciendo y no es bueno que andes sola por ahí.

Dinka alzó la mirada, Vadim vio los ojos llorosos de su prometida y acunó su rostro en sus manos con todo el cari-ño que él sentía por ella.

―¿Estuviste llorando por tus padres? Mi chai , mi niña, si quieres llorar, llora, pero no sola, apóyate en nosotros, en mí. Todos en el campamento estamos preocupados por ti. Mi niña... ―La abrazó a su pecho para consolarla.

―Vadim, ¿tú crees que haya que rendirles culto a los muertos?

―¿Qué dices?

―Eso, ¿crees que tengamos que hacer lo que nuestros pa-dres nos dijeron, aunque ya no estén entre nosotros?

―Ellos se merecen nuestros respetos, aunque ya no estén con nosotros, pero no sé si haya que seguirles obedeciendo en todo. ―La separó para mirarla a los ojos―. ¿Por qué? ¿Pasa algo?

―No, solo era una pregunta.

―¿Lo dices por nuestro matrimonio?

Dinka bajó los ojos.

―Siempre hay formas de honrarlos y a la vez hacer lo que dicte nuestro corazón, Dinka, siempre hay una salida.

La joven sintió como si Vadim supiera lo que estaba ocu-rriendo, sin embargo, ella sabía que no tenía forma de saber-lo.

―Volvamos, ya va a oscurecer y hace frío ―le dijo él al notar un estremecimiento en la joven. La tomó de la mano y caminó con ella a paso lento, sin apresurarla.

Al llegar a la tienda de ella, él la tomó de los hombros.

―Todo estará bien, solo debes ser sincera, es todo lo que tienes que hacer. Nunca olvides que las leyes gitanas se hi-cieron para vivir mejor, no para oprimir. Solo es un orden establecido para la buena convivencia. Si no quieres casarte, solo debes hablar.

Dinka se avergonzó, sintió que él sabía lo que estaba pa-sando, pero, si así fuera, él no se quedaría tranquilo, pese a todo, ella era su novia y a nadie le gustaba que le fuesen infiel.

―¿Todo bien? ―le preguntó él, ansioso por recibir una respuesta.

―Sí. Sí.

―Recuerda que siempre podrás confiar en mí, hemos sido amigos desde pequeños y eso nada lo podrá cambiar. Nun-ca.

Ella solo movió la cabeza en señal de afirmación.

―¿Mañana irás al centro?

―Sí, mañana voy con las...

Vadim esperó a que ella terminara la frase, sin embargo, no lo hizo, solo suspiró con profundo dolor.

―Si necesitas ayuda, solo tienes que pedirla.

―Estoy bien, gracias.

Vadim se despidió de ella como si fueran grandes ami-gos, que sí lo eran, y se fue a su carpa. Dinka entró y vio que Mirko la esperaba.

―¿Qué haces aquí? ―le preguntó asustada.

―Vine a hablar contigo ―le dijo con voz ruda.

―Dime.

―Quiero pedirte un favor ―dijo en un tono que no per-mitía réplicas.

―Claro, dime.

―Quiero que dejes a mi hermano.

―¿Qué?

―Tú sabes que eso no tiene futuro, tú estás comprometi-da con Vadim y, según tengo entendido, no tienes intención de deshacer ese compromiso.

―Mirko, yo...

―Yo sé que tú no tienes la culpa, estas cosas pasan, pero mi hermano no quiere entender que esto no le llevará a na-da bueno, ni a ustedes, ni a nuestro pueblo. Si él no hace nada, te pido que lo hagas tú, tú eres la que le debe respeto y fidelidad a Vadim. ¡Él es nuestro rey, por Dios!

―Yo estoy enamorada de Spiro ―confesó ella, encogién-dose de temor.

―Por lo mismo, esto los hará infelices. ¿Tú crees que él se va a quedar tranquilo cuando te cases con Vadim? ¿O es que pretendes ser la esposa del rey y amante de mi her-mano? ―la recriminó.

―¡Por supuesto que no!

―Pues casi eres la mujer de Vadim y estás con mi her-mano.

Dinka bajó la cabeza. Se sentía en un callejón donde no tenía salida.

―Ustedes son jóvenes todavía y no le toman el peso a lo que están haciendo. Si no quieres romper tu compromiso, termina con mi hermano; si quieres seguir con mi hermano, habla con Vadim, sé que él entenderá.

―¿Y si no entiende?

―¿Y si los pilla?

Dinka buscó los ojos de Mirko, el hermano mayor de Spi-ro le llevaba casi diez años y era parte del Kris , el tribunal gitano.

―No sé qué hacer, Mirko, yo sé que estoy en falta, pero no quiero, no puedo, dejar a tu hermano ―le confesó con llanto en su voz y en sus ojos.

―Entonces habla con Vadim, siempre se puede arreglar, todo se puede arreglar, Dinka, Vadim mismo te lo dijo, ¿crees que él no sospecha que algo pasa? ―le habló con un tono de voz más suave y amable.

―Si lo supiera, ya habría tomado cartas en el asunto.

―O los quiere tanto que espera que ustedes se lo digan. Toma en cuenta que han sido amigos desde niños, se cria-ron juntos y lo más probable es que espere sinceridad de sus amigos, es lo menos que le deben.

―Es cierto. Mañana voy a hablar con Vadim y le voy a contar todo. ―Suspiró―. Espero que no me expulsen del campamento.

―Vadim no haría eso con sus amigos.

―Él es nuestro rey y puede hacerlo.

―¿Y seguir perdiendo gente? Por favor, Dinka, Vadim no es un monstruo, lo conoces tan bien como yo.

―Hablaré con él.

―Hazlo pronto. Él merece saber lo que está pasando. Buenas noches.

Mirko pasó por el lado de la joven y al llegar a la puerta de la carpa, se volvió para mirarla, ella estaba de espaldas a él, se veía desolada, indefensa, Mirko sintió lástima por ella.

―Te traje algunos víveres, si necesitas algo, cualquier co-sa, avísame.

―Gracias ―respondió sin mirarlo.

Una lágrima triste bajaba por su mejilla en ese momento. Se sentía tan sola. Y no era que la hubiesen desprotegido o abandonado, pero había quedado sin padres en un corto tiempo y era mujer, ¿qué podía hacer? A veces se iba a la Plaza Colón a ver la suerte, pero la gente no la quería cerca y, a veces, en su desesperación, la hacía casi obligar a las personas a que le dieran dinero, lo cual la hacía sentir mal, pero no peor de lo que se sentía cuando no tenía comida en su mesa o tenía que mendigar a sus paisanos.

Si su madre no se hubiera dejado morir, las cosas habrían sido diferentes, ambas se hubieran podido apoyar, pero pre-firió irse con su esposo, antes que quedarse con su hija.

Tomó aire y lo decidió. Hablaría con Vadim en ese mis-mo momento. Salió de su carpa directo a la carpa de su prometido, a quien encontró fuera de su carpa, fumando.

Se acercó con decisión, pero a medida que se acercaba, sus piernas parecían flaquear. Se dijo que debía ser valiente y decirle lo que ocurría. Vadim se lo merecía.

No fue capaz.

Se paró frente a su prometido y lo miró durante mucho rato sin decir nada. Él, confundido y paciente, esperó. Pero nada.

Ni una sola palabra salió de su boca.

―¿Qué pasa, Dinka? ―le preguntó él tras cinco largos minutos en los que la paciencia del rey se puso a prueba.

Negó con la cabeza y las lágrimas brotaron como casca-das por sus ojos. El joven rey se acercó y la abrazó.

―Tranquila, mi chai, todo va a estar bien.

―No, Vadim, nada está bien y nunca nada lo estará.

―No digas eso, ya va a pasar. Lo que sea va a pasar.

―Tengo miedo.

Vadim la abrazó más fuerte.

―No va a pasar nada, de verdad, todo va a salir bien. Todo estará bien.

―Por fin se ve a la parejita real con verdaderas muestras de afecto ―ironizó Melalo que pasaba por ahí.

―Estamos conversando, ¿pasa algo? ―espetó Vadim sin soltar a Dinka.

―No, solo pasaba por aquí y los vi, nunca los había visto tan juntos, tu novia se ve más junta a mi cuñado que a ti ―socarró con hipocresía.

―Si no tienes nada bueno que decir, no digas nada.

Vadim, sin soltar del todo a Dinka, entró a su carpa con ella.

―¿Quieres una bebida? ¿Un café?

―No.

―¿Agua?

―No.

―¿Qué pasa, princesa? ¿Es por tus padres?

―No.

―Estás en modo negativo ―se burló con dulzura.

Ella sonrió.

―No.

Él la hizo sentar en uno de los cojines y él se sentó a su lado.

―Puedes confiar en mí, dime qué te pasa. ―La abrazó de los hombros.

―¿Tú sabes lo que me pasa?

―No estoy seguro de nada y no quiero especular, por eso te estoy pidiendo que me lo digas tú.

―Ni siquiera lo sospechas.

―Ya dudo que esto sea por tus padres.

―En parte, los extraño demasiado, me hacen mucha fal-ta.

―Si no es por ellos, ¿qué pasa? ¿Tiene que ver con lo que dijo Melalo acerca de Spiro? ¿Es eso?

Ella lo miró con los ojos muy abiertos y con las lágrimas cayendo a torrentes.

―¿Es eso? ¿Estás enamorada de él y no sabes cómo de-círmelo?

            
            

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